Por Roberto Balaguer
Número
57
Deben
ser pocos los que pasando la treintena no hayan
en algún momento de su vida hecho alguna
alusión a la mediática “familia
Ingalls” como metáfora de la perfección,
el ideal de la familia nuclear del pasado siglo
XX. A pesar de su diáfana identificación
con el “sueño americano” era
un modelo a emular, ideal, bastante distante
del modelo que Matt Groening y sus Simpson proponen
de algunos años a esta parte. Este último
núcleo familiar sin embargo, se acerca
bastante más a los modelos reales y cercanos
de la familia nuclear de la actualidad globalizada.
Hemos pasado de “la familia” a “los”,
de la familia nuclear Ingalls a otra conformación
familiar: los Simpson.
Esa variante tiene varias implicancias en lo
que hace a lugares y roles que se han desdibujado.
La familia ha tenido un corrimiento hacia una
situación claramente de mayor horizontalidad.
Homero Simpson
atrapado entre su hedonismo infantil y sus culpas,
dista bastante de aquel Michael Landon actuando
como representante del patriarcado de su época.
Mientras los Ingalls suscitaban ternura, algo
de envidia y reforzaban la idea de familia, los
Simpson muestran algunos aspectos más
oscuros; la trastienda goffmaniana de las relaciones
familiares desde las últimas décadas
del siglo XX.
La familia Ingalls intentaba mostrar al mundo
su mejor imagen. La maldad, la mezquindad estaban
fuera, en los otros, en los no-Ingalls. Mientras
tanto, los Simpson nos invitan a reírnos
de nosotros mismos, asumiendo sus claroscuros
y siendo en ese sentido más honestos con
ese lado no-deseado siempre presente a lo largo
de la historia.
A través
de la familia Ingalls y los Simpson nos referiremos
aquí a algunas caídas, desilusiones,
desidealizaciones características de estos
nuevos tiempos: familia nuclear, inocencia, ideales,
escuela, autoridad y por último: saberes.
Estos personajes resultan una excusa para ayudarnos
a pensar algunas de las caídas de los
tienpos posmodernos, focalizándonos en
la juventud, sus contextos actuales y las vicisitudes
de estar en ellos.
La
primera caída. La familia nuclear asentada
en el territorio
Las
familias nucleares al “estilo Ingalls”
comparten hoy la demografía con hogares
monoparentales, parejas homosexuales, parejas
heterosexuales en segundas y terceras nupcias
con hijos de distintos matrimonios.
La familia nuclear
claramente ha caído de su lugar de ideal
a alcanzar, al menos como única opción
válida.
La era de los
compromisos a largo plazo, necesarios para el
sostén de un proyecto familiar pareciera
estar dejando paso a una época de vínculos
atravesados por el consumo, la gratificación
de las necesidades y la visión de los
propios vínculos como objetos de consumo
intercambiables y obsolescentes.
Resulta difícil
sostener a la familia nuclear como paradigma
de salud, normalidad u otra categorización.
La familia es una más entre las posibilidades
que la cultura actual ofrece, nos guste o no,
estemos de acuerdo o no.
La casita en
la pradera de los Ingalls no es exactamente el
escenario cultural actual. Vivimos una era más
bien de accesos al decir de Rifkin, una era donde
se trata más bien de conectarnos y no
tanto de asentarnos ni en la pradera ni en la
montaña, sino de intentar movernos en
la velocidad y el cambio de los flujos.
La
inocencia caída
Bart
Simpson sabe que su padre es como es, para él
no hay mayor misterio ni desilusión. Bart
ha conocido a personajes como su padre en la
televisión y en el cine desde que tiene
memoria y pocas cosas lo sorprenden ya.
El ha crecido
no a la sombra de un viejo padre moderno sino
intentando que la sombra de un padre posmoderno
no oscurezca su camino. Más que guía,
Homero es un obstáculo en el camino de
crecer.
Bart sabe más
de la vida, de criterios, de verdades que su
padre y eso Homero lo sabe y le agrada tanto
como le molesta. Que su hijo sepa más
lo libera, lo alienta a abandonar su lugar paterno
y dedicarse simplemente a consumir. A la vez
siente que de alguna forma tiene que ser padre,
aunque no tenga muy claro el cómo. “Yo
soy tu padre” dirá en algún
momento del día intentando convencer/se
de que ese lugar aun existe y es posible. La
figura de autoridad del padre, el maestro, el
psicoanalista inclusive, es una figura caída.
Los ideales, los personajes míticos se
han humanizado a tal punto que el lugar del ideal
es un lugar difícil de sostener.
Homero Simpson
es un personaje que representa esa paternidad
perdida, esa autoridad que ya no sabe cómo
actuar ni cuándo, qué comprar y
a cuánto y en quién confiar y cuándo.
Esa es otra de las caídas, la de ese padre
moderno autoritario que manejaba su palabra como
verdad. Y con ese padre ha caído también
el maestro, el docente. El padre se venga con
el maestro. Lo desvaloriza. La revancha del maestro
llega al momento de evaluar las conductas de
su alumno: “De qué otra manera podría
actuar este niño con los padres que le
han tocado en suerte,” comentará
con algún colega en su tiempo de descanso.
Si uno cae, el otro también debe hacerlo,
ese parece ser el pacto inconsciente. Padre y
maestro se vengan de la autoridad y sus carencias
de ella en sí mismos, intentando sistemáticamente
bajar al otro del pedestal.
El vértice
de la pirámide se cuestiona permanentemente.
A la vez ambos
perversamente le reclaman al otro que ocupe el
lugar de autoridad, que “ponga límites”.
Sin embargo, nadie quiere desempeñar el
rol de “malo de la película”.
Ambos se reprochan sus debilidades, pero frente
a la puesta de límites, rápidamente
se tilda al otro de autoritario y rígido.
En medio de esto, los Bart quedan perdidos, abandonados
y confundidos.
Entonces no
es sólo que lo establecido tambalea, que
los referentes se desmoronan, sino que se cuestiona
la noción misma de referente. El propio
lugar de la enunciación es el cuestionado.
Junto a la caída de la autoridad, la letra
también cae y esa letra escrita ha dejado
de ser verdad por el mero hecho de estar escrita.
La verdad hoy suele asociarse a lo visto en pantalla.
El tiempo de la idealización es un tiempo
pasado. El tiempo de la verdad escrita, con su
formato libro acompañando al maestro deja
paso a la era de la información, con su
formato hipertextual y la opinión como
material sin autor. ¿Dónde debe
entonces ubicarse el maestro para enseñarle
a los Simpson?
El ideal del
yo, lugar desde el psicoanálisis moderno
donde se ubican los ídolos, los referentes,
es un lugar bastante particular hoy en día,
un lugar reservado a los medios masivos.
Muchos mirando a unos pocos, en el sinóptico
-diría Bauman- esquematizando esa figura
contrapuesta al panóptico benthamiano.
Ya no hay una
verdad establecida, hay saberes distintos, algunas
veces injustamente igualados, pero muchas veces
justicieramente equiparados.
A pesar de ello,
esta situación reviste características
liberadoras si uno encuentra la óptica
adecuada para mirar.
Décadas
atrás, las niñas de la famosa familia
Ingalls desconocían el lado no-oficial
de sus padres. Había una zona del mundo
adulto que ellas conocerían más
adelante cuando la vida misma se la mostrara,
a veces incluso demasiado tarde. La desilusión
acerca de los padres llegaba más tarde.
Esto ha cambiado radicalmente a partir de la
televisión. Hoy a veces ni la propia ilusión
llega a instaurarse. Los niños saben más
a qué atenerse en relación al mundo.
Nadie se los ha explícitamente enseñado,
pero ellos igual ya lo han visto en pantalla.
Otra
caída: los Ingalls y los Simpson van a
la escuela
Ni
Shakespeare ni Tchaikovsky sino MTV, Intrusos,
Tinelli, Internet, los videojuegos forman parte
de la cultura mediática nuestra y de nuestros
hijos hoy. Michael Landon murió y con
él una generación nacida y crecida
en la reverencia a la familia nuclear, al Estado,
la autoridad y el libro.
En un alto índice
las consultas psicológicas por niños
que nos llegan hoy implican dificultades escolares.
Volviendo sobre nuestros personajes televisivos,
las hijas de los Ingalls iban a la escuela reverentes,
metódicas, mientras Bart Simpson encuentra
todas las excusas posibles para faltar a clase.
Las niñas Ingalls tenían algún
que otro libro, eran austeras, no solo por elección
sino por situación. Los Simpson nadan
entre los objetos, por momentos desaparecen en
ellos y se pierden, cosa no poco frecuente en
Homero. Las redes son el espacio de los Simpson;
el trabajo, el terreno eran el lugar de la familia
Ingalls.
Hoy mientras
los docentes oscilan entre la desesperanza y
la seducción como formas de manejarse
frente a innumerables Simpson, los psicólogos
en el ámbito de la educación hemos
desarrollado distintos enfoques en nuestra labor
de apoyo al niño y adolescente escolarizado
y al docente desmoralizado.
El enfoque estrictamente
emocional ha sido el más utilizado a la
hora de diagnosticar las dificultades que los
niños presentan en clase, en buena medida
en nuestro medio, por tradición y debido
a aspectos formativos de la carrera (Balaguer,
2003).
Con mayor énfasis
en los últimos años, el acercamiento
a disciplinas como Neurología, Psicopedagogía,
Psicomotricidad, Fonoaudiología, ha permitido
ampliar las miradas reduccionistas. Los avances
en la detección precoz de las dificultades
han facilitado el ir comprendiendo los distintos
tipos de trastornos que los niños presentan
enfrentados al ámbito educativo. Todo
lo anterior ha ido favoreciendo notoriamente
un enfoque interdisciplinario, lo que ha repercutido
en una mejora en la mirada acerca de las dificultades
de los niños en la escuela.
La investigación
de todos los trastornos, la minuciosa y exhaustiva
exploración con técnicas para afinar
los criterios en forma cuantitativa y cualitativa
han delineado un abordaje mucho más complejo
de la problemática escolar.
Sin embargo, hay puntos en donde estos dos enfoques
no alcanzan para dar cuenta de las dificultades
actuales de los alumnos. Hay cuestiones que hacen
a lo social, a lo contextual que resultan ineludibles
a la hora de una comprensión más
global.
La escuela-
dice Mannoni-, después de la familia,
se ha convertido en el lugar elegido para fabricar
neurosis-que se “tratan” luego en
escuelas paralelas llamadas hospitales de día.
Es preciso decir que la adaptación escolar-escribe
F.Dolto –es ahora, salvo raras excepciones,
un síntoma importante de neurosis”.
Los analistas se encuentran con una forma nueva
de enfermedad que no tiene que ser “tratada”.
Consiste en la negativa a adaptarse, signo de
salud del niño que rechaza esta mentira
mutiladora en la que la escolaridad lo aprisiona
(Fernández, 1987: 100).
En esta visión
ciertamente pesimista; amargamente realista en
varios sentidos; dos grandes de la modernidad
pasada como Mannoni y Dolto ponen de relieve
esa faceta aborrecible de la escuela en la actualidad.
De lo que estamos
hablando es de la brutal desidealización
y desconexión de lo importante que asola
a la escuela en la posmodernidad.
Como institución
moderna la escuela se ha transformado en eso
que Giddens (1999) denomina “instituciones
caparazón”, instituciones que ya
no cumplen con su cometido y que Lewcowicz y
Corea (2004) llamaban “galpones”.
En esos lugares
es donde estudian Bart y sus amigos, lugares
muy diferentes a aquella escuelita rural de la
familia Ingalls donde se veneraba y se confiaba
en el saber.
Esto es lo que
hoy tenemos. ¿Qué hacemos ahora
con esto? ¿Añoramos la vuelta del
padre Ingalls, justo, ecuánime, cariñoso,
trabajador y esforzado?
El padre autoritario
portador de una verdad incuestionable ha caído
y dejado paso a otra modalidad de ser padre.
James Herzog (2001) se ha preocupado por pensar
psicoanalíticamente ese padre suficientemente
bueno que debe intentar forjar su masculinidad
de nuevas formas cuando lo que predomina es la
ternura y no la autoridad ni el autoritarismo.
El padre anterior
es posible que ya no vuelva, quizás nos
ha abandonado para siempre (Gil, 2002). Tal vez
esto no sea tan malo. Lo cierto es que el padre
que hay es este: tómelo o déjelo.
Junto a esa figura de autoridad del padre caída,
está la del docente que también
dolorosamente ha debido cambiar para sobrevivir.
Los
lugares y lenguajes de los jóvenes
Concentración,
esfuerzo, ahorro, postergación de la gratificación
eran los paradigmas de la modernidad. Allí
habitaba la familia Ingalls. Hoy están
los Simpson, las redes y las pantallas. Consumo,
corrosión del carácter, flexibilización,
adecuación, plasticidad, hedonismo, horizontalidad
son los pilares de esta nueva era de los Simpson.
El telégrafo,
el tren y sus lentitudes dejan paso a Internet,
los chats, los blogs, los videojuegos, la velocidad.
La pantalla se ha apoderado de los lugares. Los
espacios físicos se ven desplazados por
los no-lugares de las pantallas y las redes.
Los niños han cambiado y sus juegos también.
Este es el nuevo entorno de los Simpson, nuestro
entorno.
Los jóvenes
actuales no habitan la “casita de la pradera”
sino cual ejecutivos de alto vuelo habitan los
no-lugares. Mientras los ejecutivos se trasladan
por hoteles, aeropuertos, salas de espera, los
jóvenes lo hacen por salas de chat, MSN,
páginas aglutinantes de jóvenes.
Los niños y los adolescentes luego, cada
vez tienen menos tiempo y lugares para jugar.
La planificación urbana centrada en el
tránsito y los aspectos inmobiliarios
tornan inseguras y escasas las condiciones físicas
para el juego, mientras la sobretarea no deja
demasiado espacio de tiempo para el mismo.
Buena parte
de la jornada de los jóvenes Simpson transcurre
en sus casas, o en casas de amigos, o en las
redes; un mundo intangible desde lo material
pero tan real como el cemento. Habitan otro lugar,
diferente al de la cotidianeidad, donde el lenguaje
difiere y los modos de comunicación también.
Utilizan un modo de comunicación donde
lo que prevalece es la onda por sobre lo dicho
y esa sintonía, esa onda, resulta muchísimo
más importante que el propio discurso.
Entre las redes,
reina el ciberespacio, la red de redes, monarca
como lugar conceptual donde uno está constantemente
rodeado de otros. La diferencia es que allí
uno no se encuentra limitado por la espacialidad
habitual sino por la elección de intereses.
En esa Red hay un sentimiento de conexión
con los otros, de formar parte de un flujo permanente.
Buena parte
del tiempo de los jóvenes actuales transcurre
en ese lugar que aparece invisible a los ojos
adultos. Los encuentros cara a cara en la vereda,
el barrio, el Club -controlables por la mirada
adulta- se han ido mudando a estos otros espacios
virtuales donde los adolescentes se encuentran
y comunican. Los jóvenes se ausentan de
los espacios físicos para conectarse con
sus pares a espaldas de padres las más
de las veces analfabetos digitales.
Para “verse”
allí no es necesario salir, no importan
ni clima ni hora. En la conexión siempre
habrá alguien conocido o por conocer.
Quizás los famosos “hikikomori”;
esos jóvenes japoneses que un buen día
deciden encerrarse durante meses en sus cuartos;
sean el ejemplo más notable de esta situación
de encierro.
El silencio
de la Biblioteca moderna contrasta con el mundo
multimedia que rodea al adolescente actual. El
silencio era compañero inseparable de
la letra escrita que “entraba” con
sangre o sin ella, pero hacía al menos
el intento de penetrar la mente. Al joven actual
parece no entrarle la letra. La musicalidad del
entorno de los Simpson atenta contra la internalización,
y la mente, más que un reservorio, un
continente, parece una superficie que refracta
el saber adulto.
Con música
de fondo constante, televisión acompañante,
la radio en Internet, el joven chatea mientras
estudia o viceversa. Ninguna información
causa hoy asombro. El asombro, la experiencia
de la novedad es una experiencia poco frecuente,
convocante de la atención.
El fondo de
ruido es permanente, constante. El silencio es
una experiencia aterrorizante; es el vacío,
la angustia de estar por fuera del mundo. Es
una vivencia de desconexión, de separación
y aislamiento. Es el encuentro con el límite,
con la materialidad del cuerpo, con la dificultad
de “estar a solas con uno mismo”.
Este último punto, esa dificultad será
crucial para la lectura y su interioridad individual
contrapuesta a la interconexión, a la
compañía de la televisión
y la computadora.
En la conexión
está el MSN, los contactos, el chatear
como actividad permanente. Y como se ha señalado,
el chat es un laboratorio de lengua, con textos
que distan de las cartas de antaño, con
símbolos que transmiten vivencias, emociones,
sentimientos.
El lenguaje
que allí se utiliza dista mucho del lenguaje
de la escuela, del académico. El tempo
de las comunicaciones electrónicas es
rápido; las palabras fluyen velozmente
cual imágenes de videoclip.
En el chat,
el MSN, las ideas deben ser claras, concisas,
sintéticas. En el chat no hay tiempo para
el despliegue reflexivo. Debe haber conexión
y capacidad de mantener la atención ajena,
ya que en caso contrario puede significar el
fin de la charla. Cada palabra debe “tocar”,
ser pertinente, llamativa, convocante, capaz
de mantener esa atención tan escasa en
estos tiempos (Balaguer, 2005). La gramática,
la sintaxis, la ortografia son secundarias, lo
central es transmitir y ser comprendidos ya sea
con palabras con íconos, emoticones o
lo que esté a mano. La ausencia de reglas
gramaticales genera un acostumbramiento lento
pero pertinaz a escribir lo más sintéticamente
posible. La escritura va deviniendo cada vez
más icónica. Muchas personas que
no tenían faltas de ortografía
comienzan a dudar sobre las reglas gramaticales.
Esto sin duda afecta la forma que tenemos de
pensar la escritura. Las relaciones tiempo/escritura
se han modificado en esta nueva era. La escritura
en lugar de desarrollarse en un tiempo de reflexión
pasa a hacerlo en un tiempo de conexión.
La escritura estaba antes ligada al “contar
con tiempo”, ahora se relaciona con las
urgencias y la falta de tiempo.
En la conexión
muchas veces sobresale la subjetividad del instante,
la catarsis de la vida “sobremoderna”
con sus excesos y sus penas. No hay aquí
una expresión reflexiva, una muestra de
interioridad ni la menor intención de
hacerlo. Lo que se busca es el estar ahí,
la seguridad de la conexión. En estos
contextos electrónicos surge una subjetividad
que se define en una reafirmación del
instante, del ahora. Ese es el tiempo de los
Simpson: el presente. Ese es el estado de los
Simpson: conectados.
En fin... los
Ingalls ya no están, se han ido para no
volver, a pesar de que su mirada apuntaba generalmente
al futuro. Podemos entonces mirar nostálgicos
hacia los Ingalls, hacia atrás o intentar
mirar delante nuestro, hacia nuestros costados
y a través de los Simpson entender/nos
mejor al transitar por los nuevos entornos, por
esas caídas y comprender un poquito más
de qué se trata nuestra realidad, la realidad
en la que están inmersos los jóvenes
actuales.
Todas las caídas
que hemos mencionado han sido ruidosas como el
mundo que nos rodea hoy, bullicioso, musicalizado.
A su vez, son caídas que abren a nuevas
formas, nuevos estilos de estar y formar parte
del mundo que nuestros jóvenes manejan
muchas veces sin saber que así lo hacen.
Saber, comprender, es un desafío para
la educación. De eso se trata, no importa
si delante nuestro encontramos el ideal de alumno
o solamente un Simpson.
Referencias:
Balaguer, R. (2003) “Haciendo foco en el
nuevo pensamiento. Tercer enfoque para la Psicología
educacional” en Psicología en
la Educación: un campo epistémico
en construcción, Montevideo; Ed.
Trapiche
Balaguer, R. (2005) vidasconect@das.com.
La Pantalla, lugar de encuentro, juego y educación
en el siglo XXI, Montevideo: Ed. Frontera
Corea, C.; Lewcowicz, I. (2004) Pedagogía
del aburrido. Escuelas destituidas, familias
perplejas; Bs. As: Ed. Paidós
Fernandez, A. (1987) La inteligencia atrapada,
Buenos Aires: Nueva Visión
Giddens, A. (1999) Un mundo desbocado,
Madrid: Ediciones Santillana, 2000
Gil, D.; Nuñez, S. (2002) ¿Por
qué me has abandonado? El psicoanálisis
y el fin de la sociedad patriarcal, Montevideo:
Ed. Trilce
Herzog, J. M. Father Hunger: Explorations
with Adults and Children. New Jersey: The
Analytic Press, 2001
Roberto
Balaguer Prestes
Uruguay. |