Por Raúl Magallón
Número
58
“Los
valores son nuestra forma de
resistirnos al conformismo de lo que hay”
Fernando Savater
Introducción
La integración de las nuevas tecnologías
y el hombre no sólo supone una nueva forma
de cambio social o de normalización mediática,
sino que es también una nueva alternativa
de regulación pasional.
Desde
esta perspectiva, se puede explicar cómo
los procesos dialógicos que están
transformando la sociedad actual tienen su base
en dos movimientos paralelos que, por fin, parecen
encontrarse: por un lado, encontramos la institucionalización
del cambio climático dentro de nuestro
sistema social, y por otra parte, la restauración
del papel activo del sujeto social gracias a
las nuevas tecnologías.
En
el primer caso, debemos conceder gran importancia
al llamado cambio mediático; es decir,
a la incorporación a la agenda setting
de los Media de constantes referencias a
este nuevo fenómeno social.
En
el segundo caso, la hipótesis de partida
que tradicionalmente indicaba que si no aparecías
en los medios de comunicación no existías
como transmisor de mensajes socialmente relevantes
puede estar quedando superada parcialmente con
las nuevas formas de comunicación social.
Por lo tanto,
en este momento resulta tan interesante ver qué
medios incorporan a su preagenda toda la temática
relacionada con el cambio global como también
analizar cómo llegan a los medios esas
informaciones y éstos convierten en un
acontecimiento periodístico noticias que
hasta no hace mucho no tenían ninguna
relevancia mediática.
En este sentido,
la consolidación de la problemática
relacionada con el cambio climático, no
es sólo un problema ecológico o
tecnológico, sino también social.
Y es quizá el aspecto que más nos
pueda interesar.
La expansión
permanente del presente que definía al
sujeto postmodernista también está
siendo transformada, y nuestro relato vital ya
no está sólo estructurado en torno
a un presente simultáneo y continuo sino
que empieza a organizarse en torno a un futuro
próximo, pero también atemporal.
La cultura del instante puede estar
llegando a su fin.
Umberto Eco
(2002), en este sentido, señalaba que
la nuestra era una sociedad hipnotizada por la
velocidad donde la tecnología hacía
de todo para que se perdiera de vista la cadena
de las causas y los efectos.
El cambio
mediático
Esta transformación del relato vital está
también redefiniendo nuestra concepción
de la sociedad del riesgo. Recordemos como Ulrich
Beck (1998) señalaba que “es la
percepción cultural y la definición
lo que constituye el riesgo”. Por lo tanto,
ya no podemos entender el riesgo como una decisión
personal, sino más bien compartida. Es
aquí donde reaparece el concepto de auto/responsabilidad
social y personal que hace pensar el mundo no
en términos de dominación sino
de cooperación. En esta hipótesis
noticiable se encuentra la definición
de Sociedad Articulada.
De esta forma,
y paralelamente, la rearticulación del
concepto de sujeto hace que deba simultánea
y sincrónicamente entenderse éste
como social, individual y ecológico (Morin,
E, 1981: 22). Sin embargo, a estas tres acepciones
resulta imprescindible añadir la del ser
humano tecnológico –recordemos como
McLuhan (1996) entendía las nuevas tecnologías
como extensiones del hombre-.
Solamente si
entendemos un sistema que conciba al ser humano
como social, individual, ecológico y,
por supuesto, tecnológico podremos resolver
la dialéctica entre ciencia y comunicación,
entre naturaleza y cultura.
En cualquier
caso, resulta lógico pensar que era y
es a través de los medios de comunicación
donde, con mayor éxito, podemos introducir
socialmente la problemática del cambio
climático; lo interesante es que éste
se ha introducido a través de la movilización
social y no a través de las consecuencias
que genera el mismo.
Las lagunas
o fallas que parecen tener determinadas secciones
o agendas temáticas de los medios de comunicación
–principalmente en su versión digital-
han permitido esta transformación perceptiva
y cognitiva. Entre otras razones, porque los
medios de comunicación han llegado tarde
a dar cobertura al proceso de cambio global,
y al hacerlo, no tenían las herramientas
adecuadas para su decodificación social.
Sin embargo,
otros actores o agentes sociales si supieron
-por qué no decirlo- manipular a los medios
de comunicación. Greenpeace, por ejemplo,
señalaba como eje de su estrategia comunicativa:
“menos noticias, pero más llamativas
en medios importantes y más noticias aunque
sean menos llamativas en medios locales”,
apareciendo de esta forma como agencia de noticias
suministradora de información de los medios
de comunicación tradicionales, y alterando
así la cadena mediática.
La razón
principal de esta falla en el sistema la encontramos
en la diferencia de contenidos que, por ejemplo,
podemos reconocer entre las ediciones impresas
y digitales de los periódicos. Parece
claro que no sólo la temática sino
también la cobertura es completamente
discordante debido, entre otras cosas, a la diferencia
de espacio que hay en ambas.
En Internet,
la capacidad de almacenamiento y de variedad
informativa resulta incomparable en relación
a la edición impresa. No solamente en
función del número de noticias
aparecidas, sino también gracias a los
recursos multimedia que configuran el entorno
virtual de la red.
Simultáneamente,
es en el mundo virtual de Internet donde reaparece
con fuerza el sujeto activo. El papel de un individuo
consumidor de productos culturales también
está sufriendo variaciones, y vemos como
éste -en ocasiones, eso sí- ya
no es un simple consumidor que tiene en la elección
de contenidos su libertad de expresión,
sino que también ha decidido formar parte
del proceso creador de contenidos simbólicos1.
La explicación
a este proceso estriba en que la sociedad empieza
a elegir ciertos temas de la agenda setting.
Esta situación, por su puesto, no representa
ninguna novedad. Pero, lo interesante de este
escenario está en que se produce la institucionalización
de esta situación, principalmente en la
temática relacionada con el cambio global
y las nuevas tecnologías. Es decir, en
aquellas informaciones relacionadas con nuestro
futuro próximo y atemporal.
La
normalización mediática
Para continuar este relato social resulta pertinente
rescatar la teoría de los sistemas de
N. Luhmann (2000) que señalaba que la
información servía de principio
reductor de la complejidad de las sociedades
actuales. De esta forma, la estabilidad del sistema
se obtenía gracias a la inclusión
de nuevas informaciones y a la autoregeneración
de las mismas, que servían como elementos
configuradores de equilibrio pero también
de identidad del sistema.
Sin embargo,
esta realidad producida por los medios organizaba
la narración en relación al pasado
inmediatamente anterior como una forma de estabilización
y armonía de la cultura del instante.
El problema estaba en que, como recuerda Innerarity
(2005), “para los medios, el mundo acontece
como escándalo y catástrofe”.
Bateson (1998),
en este sentido, entendía la información
como la diferencia que hace diferencia.
Mejor definición no podrían haber
encontrado los guionistas y productores de contenidos
de los medios de comunicación, y principalmente
de televisión. La hipótesis presentada
sería: todo lo que no es diferencia no
interesa, todo lo que es normal no aporta información
relevante, y por lo tanto, no tiene por qué
aparecer en los media.
La problemática
que se plantea entonces está en analizar
cómo se produce la normalización
mediática de sujetos aparentemente/socialmente
excluidos. Podríamos pensar, simplemente,
que gracias a la televisión sujetos estigmatizados
socialmente –tal y como entendía
el término Goffman- al aparecer en televisión
adquieren una normalización social que
no habían conseguido hasta entonces. Es
indudable entonces la eficacia de la televisión
como instrumento de integración social:
minorías, extranjeros, identidades sociales
y colectivas hasta no hace mucho marginadas pueden
construir su propio discurso y hacerlo llegar
al resto de la sociedad.
La televisión,
desde esta perspectiva, ha logrado cumplir con
las funciones de información y entretenimiento,
pero resulta discutible otorgarle la tradicional
función de formación –en
el sentido de transmisora de conocimientos-.
Es en la función formadora, donde la construcción
mediática de la realidad tiene su mayor
déficit. Una función que, como
ha definido perfectamente Paolo Fabbri (2004)
ha podido ser sustituida por la función
de “psychiatric help”.
En este sentido,
en el debe de la normalización mediática
se encuentra la llamada “exclusión
de los integrados”. Con esta expresión
los especialistas parecen referirse a espacios
simbólicos y sujetos sociales que por
su “irrelevancia informativa”, no
aparecen “normalmente” en televisión
y si lo hacen es porque se ha producido un “acontecimiento”
de interés periodístico –principalmente
catástrofes- o porque han abandonado su
rol social de normalidad para ejercer de actores
transmisores de una diferencia social, y en consecuencia,
de un interés informativo.
La hipótesis
teórica que se plantea es entonces saber
si esa “vulgarización extrema”
del discurso pasional en televisión, producida
por los mecanismos de psiquiatric help es una
de las razones principales de la pérdida
de respeto intergeneracional. En la medida en
que los jóvenes han crecido escuchando
y viendo la esfera más vulgar de la vida
adulta han podido ir perdiendo un respeto que
anteriormente no se ponía en duda, y en
consecuencia un equilibro pasional de carácter
social.
Por lo tanto,
para analizar la función formadora de
los medios de comunicación resulta fundamental
estudiar el tipo de público que acude
a los programas de televisión –y
que se convierten en actores participantes del
relato mediático- pero también
el tipo de público que queda excluido
mediáticamente de la realidad social
construida por los media.
Paralelamente, tiene lugar
un proceso de representación de la realidad
un tanto paradójico. El periodista, a
priori garante del sentido común, busca
en aquellas representaciones y en aquellos actores
lo más alejados posible de la realidad
cotidiana la normalidad social. Una de las razones
esgrimidas en este proceso es que la noción
de progreso que gobernó el siglo XVIII
y XIX fue sustituida por la noción de
comunicación como elemento matriz de nuestra
sociedad (Ramonet, I., 1999).
La regulación
pasional
Si aceptamos la premisa de que la función
formadora de los media ha sido sustituida por
la de psychiatric help, podremos entender
el auge del mundo virtual, pero también
la nueva función social que podemos otorgar
al Planeta Internet. El fenómeno Second
Life, por ejemplo, te permite representar un
papel que poco, mucho o nada tenga que ver con
tu identidad social. Es decir, gracias a un mundo
virtual puedo regular mis propias pasiones con
sus correspondientes deseos, anhelos, frustraciones,
etc., algo que mi identidad social no me permite
–al menos de momento- hacer con eficacia.
Esa segunda vida virtual, en un mundo que se
caracteriza por las identidades múltiples,
podría recoger la función de psychiatric
help asignada a la televisión, dándole
a ésta un papel mucho más relevante
en la transmisión de conocimientos.
Por lo tanto,
ante la pregunta de si Internet debe ser regulado
legalmente, inicialmente debemos responder que
debe servir de regulador pasional. De esta forma,
en la medida en que el mundo virtual y las consecuencias
de nuestros actos que allí se producen
tienen una correlación con el mundo real,
sí puede considerarse que tarde o temprano
quizá acabe siendo regulado, pero será
ésta una regulación pasional. Sólo
aquella parte del mundo virtual que no pueda
entenderse dentro del frame de la virtualidad
–recordemos el concepto de marco
en Gregory Bateson y su estudio sobre las nutrias:
¿juegan o se pelean? se preguntará
en antropólogo británico- podrá
ser considerado punible pasionalmente.
Lo interesante,
en cualquier caso, está en distinguir
que parte de la realidad virtual que nos ofrece
Internet tiene una correlación directa
con el mundo real. Es decir, qué parte
de lo real podemos identificar con nuestro sujeto
social y qué parte de lo virtual podemos
identificar con un mundo de juego y fantasía
del que, pase lo que pase, debemos ser conscientes.
De esta forma,
y si logramos darle una organización y
estructura a la realidad virtual que nos ofrece
Internet quizá podamos transformar nuestros
relatos pasionales con mayor facilidad en ese
mundo virtual, regulando así el déficit
pasional que existe en nuestra realidad social.
Recordemos que “cuando más se sobrepasa
el sistema, más necesidad se tiene de
éste. Allí donde la teoría
del sistema es cada vez menos suficiente, es
donde se hace cada vez más necesaria”.
(Morin, E., 1981: 179).
Parece ésta
la única forma de que las identidades
pasionales –incluidos nacionalismos- no
prevalezcan sobre las identidades racionales,
y de que –es el objetivo de la Sociedad
Articulada- las identidades relacionales tenga
un papel cada vez más importante en la
configuración de una sociedad con mayor
equilibrio racional y económico.
De esta forma,
la construcción de la realidad social
con el objeto de conseguir y reproducir la estabilidad
del sistema -que recordemos había sido
asignada a los medios de comunicación
tradicionales-, podría ser concedida a
la Second Life que nos ofrece Internet. La televisión
y los medios de comunicación tradicionales
ya no tendrían que ejercer –hasta
las últimas consecuencias, en muchas ocasiones-
su función de reguladores de pasiones
colectivas pudiendo actuar con mayor independencia
y transparencia como cuarto poder. Un poder independiente
emocionalmente del poder político.
La Sociedad
Articulada
La pirámide de Maslow -que señalaba
la escala de necesidades de los individuos- ha
podido ser por fin completada. Ya no podemos
hablar sólo de necesidades fisiológicas,
de seguridad, sociales, de estima, de autorrealización
y estéticas, sino que necesitamos incluir
las necesidades del otro como pasión fundamental
del relato de los sujetos individuales. La reversibilidad
y la interdependencia de las distintas necesidades
permanecen, en cualquier caso, intactas.
Como bien sabemos,
la aparición de Internet no sólo
reforzó las necesidades sociales y de
autorrealización, sino que también
favoreció la comunicación interpersonal
pero a escala planetaria. Internet, a diferencia
de la radio o la televisión, es el gran
instrumento de debate de las sociedades actuales.
En la medida en que podemos encontrar multitud
de opiniones diferentes a la nuestra –teniendo
en cuenta además nuestros hábitos
comunicativos en los medios tradicionales, que
tienden a reforzar nuestras opiniones-, nos volvemos
por asimilación más tolerantes,
o cuanto menos, más conscientes de las
múltiples opiniones divergentes a la nuestra.
Es la llamada diversidad cultural.
Por lo tanto,
podemos afirmar ya que la transformación
de nuestro relato vital se fundamenta en la actualidad
en la estructuración de las pasiones colectivas.
La universalización de determinadas pasiones,
o al menos la empatía global de las mismas,
es una de las características fundamentales
para entender el actual presente.
Siguiendo esta
hipótesis, vemos como no resulta descabellado
pensar en que las pasiones colectivas van ganando
terreno al lado privado de las pasiones, y si
no, no hay más que pensar en el número
de manifestaciones –virtuales o físicas-
y en cómo se han multiplicado en los últimos
años. Internet, quizá por exceso,
se ha convertido en la representación
del espacio virtual que pretendíamos hacer
del espacio físico llamado Europa.
Por lo tanto,
debemos tener en cuenta que -en la actualidad-
las pasiones colectivas nos indican qué
debemos considerar verdad y qué debemos
considerar persuasión manipulativa dentro
de la llamada esfera u opinión pública.
La emergencia
de lo político frente a la política
(Landowski, 2004), del mundo de lo sensible frente
al mundo de la significación implica entender
los acontecimientos y procesos sociales a partir
tanto de criterios racionales como de criterios
de visibilidad. El célebre aforismo ver
es comprender, implica también ver es
creer. Sólo comprendemos lo que queremos
creer, y la visibilidad de la esfera pública
se posiciona aquí como elemento fundamental
para establecer los procedimientos adecuados
de integración.
No se trata
en cualquier caso de justificar la relevancia
de la misma como parte de la globalidad ni del
cosmopolitismo, sino más bien como una
parte cada vez más inseparable de la esfera
pública. Las verdades públicas
-y principalmente las políticas- ya no
son como hemos creído parte del lado racional
de los sujetos sino que forman parte del lado
sensible y pasional de cada uno de nosotros.
En consecuencia,
el actual sistema social ya no puede establecerse
fuera de criterios de visibilidad. La razón
ya no es suficiente para entender los procesos
transformadores de la glocalización. En
definitiva, ya no es necesario describir este
mundo cambiante porque sabemos cambiarlo.
Es aquí
cuando emerge con fuerza la figura de Europa.
Una Europa, que tiene su alma en un destino común
y que se establece como el referente de la llamada
Sociedad Articulada. La aproximación de
Europa -mal identificada con Bruselas- a la ciudadanía
necesita configurarse a partir de la regulación
de los regímenes de visibilidad actuales.
Debiera ser una Europa capaz de representar,
a través de imágenes de nuestra
vida cotidiana, los valores y el estilo de vida
que pretende reconstruir.
En este sentido,
la metamorfosis que busca la sociedad contemporánea
considera que la dimensión estésica
de Europa, es decir, el arte de vivir puede
servir de epicentro de las transformaciones futuras.
La idea de los actores eurófilos es que
Europa, entendida como laboratorio de la globalización,
reforzará su cotización social.
El multilingüismo, el pluralismo identitario
y el multiperspectivismo ideológico están
en las bases de cualquier Sociedad Articulada.
Europa se presenta,
de esta forma, como la última utopía
y se define como el gran regulador pasional del
mundo actual. Una narración de la Europa
cotidiana que hace que en la actualidad lo físico
y lo sensible, se unan en torno a un posible
mundo mejor que dejemos como herencia en una
acción y reacción de recompensa
y gratitud.
Por lo tanto,
sólo si entendemos que la voluntad del
otro –también extranjero- puede
decidir la nuestra podremos comprender los cambios
y transformaciones que se están produciendo2.
Hay que ser
conscientes de que esta reconstrucción
europea supone nuevas reglas del juego, donde
quizá no haya que hablar tanto de actores
políticos y más de sujetos responsables;
es decir, de una ciudadanía activa que
reconfigure las bases democráticas debilitadas.
La rearticulación
de los sujetos
Últimamente se habla mucho de periodismo
ciudadano. Es la idea desarrollada de quinto
poder que señaló tan acertadamente
Silverstone hace algunos años. El ciudadano
retoma la función de contrapoder, que
ha dejado de prestar el periodista y que Derrida
(2005) había dejado como reivindicación
en su obra póstuma: Surtout pas de
journalistes! había sentenciado el
filósofo francés. Era la desaparición
del tercero, del intermediario, del actor mediador
entre acontecimiento y espectador.
En la sociedad
actual, todos somos un poco periodistas o políticos,
parece ser el eslogan. El peligro que esta nueva
forma de vigilancia de poderes establece es la
desaparición del actor mediador profesional
en favor de un actor social que ejerce de garante
del sentido común y de la verdad, aunque
sea de forma parcial. En cierta medida, este
fenómeno supone una especie de tiranía
inconsciente del receptor.
Como contrapartida,
el periodista ejerce cada vez más la figura
de sacerdote social, actuando como mediador pasional
dentro de un periodismo que se estructura a través
de la multiplicación y reproducción
de acontecimientos mediáticos.
Como ya habíamos
apuntado, la sociedad civil ya no admite la elección
de contenidos o de pasiones como forma de democracia
sino que buscar también crearlas. Esta
afirmación implica que “los nuevos
actores, en la medida en que vigilan y denuncian,
desestabilizan cada vez más la capacidad
del poder para imponerse de forma coercitiva”
(Innerarity, D., 2003).
Las noticias
ahora son creadas –aunque todavía
en un número muy reducido- y completadas
por el receptor. Hecho que nos lleva a pensar
que una Teoría de la Cooperación
Mediática está surgiendo; donde
el usuario se vuelve, en cierta medida, coautor
de la información (Manovich, L., 2005:
97).
Sin embargo,
la apertura a la sociedad civil por parte de
los medios de comunicación, no es tanto
por una nueva forma de pensamiento mucho más
abierta sino por razones meramente prácticas.
El periodismo ciudadano permite a los medios
de comunicación tradicionales ahorrar
costes fijos –que siempre serán
mayores- y establecer como sinónimos periodista
ciudadano y periodista freelance.
Entre otras cosas, porque en esta sociedad audiovisual
todo acontecimiento tiene un testigo que guarda
la prueba.
La rearticulación
de los sujetos que se está proponiendo
implica, por un lado, una formación mediática
mucho más desarrollada y crítica
desde la enseñanza primaria a través
de una Ética de la Comunicación
y por otra parte, que el papel del periodista
-en cualquier caso- deba ser el de evidence
-prueba-, de la veracidad de esa información.
Sólo así, podremos integrar las
figuras y funciones del autor (Foucault, 1999)
y narrador (Benjamin, 1991) dentro del relato
de los acontecimientos actuales.
Por otra parte,
resulta necesario destacar que la desconfianza
en la veracidad de las informaciones en Internet,
en realidad no es tal. Aquellos que no usan Internet
-todavía una parte de la ciudadanía
considerable- no pueden confiar en lo que no
conocen. Sin embargo, aquellos que están
perfectamente informados a través de los
medios de comunicación tradicionales –esta
afirmación en realidad es un oxímoron-
buscan en Internet la contrainformación,
el rumor, el secreto… situándose
así el mundo virtual como una fuente de
información de gran fiabilidad. Es decir,
cuando ya tenemos toda la información
necesaria –la sobreinformación oficial
se establece como forma refinada de censura-
soy yo el que va a buscar el “lado oscuro
de la comunicación”. Es la dialéctica
instaurada entre información y conocimiento,
entre un presente continuo y un presente reflexivo.
Por lo tanto, en la medida en que tenemos un
mayor conocimiento sobre los hechos menos influencias
externas podemos recibir. Es esa, una de las
premisas de la llamada Sociedad del Conocimiento.
El problema
es que la comunicación ha devenido, por
exceso de información, herejía
del conocimiento.
Por lo tanto,
y retomando la relación entre política
y comunicación política, parece
que tanto periodistas como políticos al
interpretar y, en ocasiones, ejercer un rol de
actor político multiplican la desconfianza
hacia los mismos y dejan de cumplir la función
de estabilización y cohesión social
que se les presupone.
Los actores
políticos, en la actualidad, han dejado
de racionalizar los discursos y prácticamente
sólo son meras correas de transmisión
identitarias y pasionales. Pero recordemos que
esa función, de regulación pasional,
puede ser perfectamente –y con mayor éxito-
llevada a cabo por nuestra Segunda Vida Virtual
–al menos parcialmente-.
En política,
al menos de momento, las identidades relacionales
deben tener preferencia sobre las pasionales,
sería la conclusión. Hay que encontrar
diversos tiempos y espacios complementarios para
que sus actores hagan política.
La ciudadanía
cada vez está más interesada en
política y menos en los políticos
y en la comunicación política reflejada
y representada por los media. Los medios “electrónicos”,
habían roto la necesidad de una presencia
física como condición necesaria
para percibir “la experiencia de primera
mano”. Antes era más fácil
separar las esferas entre adultos y niños
(Meyrowitz, 1985: 7) pero también entre
políticos, periodistas y ciudadanos.
Como solución
parcial al problema parece estar surgiendo la
figura del político freelance
debido a la desaparición del periodista
freelance, un actor autónomo y en
cierta medida independiente de la lógica
de reparto de poderes del sistema social.
Un sistema social
que necesita crear nuevos mecanismos de articulación
de poder y de producción de sentido. En
este sentido, podemos afirmar que la triple articulación
de identidad que se empieza a proponer defiende
la potenciación de las identidades pasionales
reguladas en Internet, de las identidades racionales
reguladas a través de los medios de comunicación
y de las identidades relacionales reguladas a
través de la política.
Esta podría
ser una de las incógnitas ya resueltas
por la Sociedad Articulada. En cualquier caso,
sólo si entendemos la identidad como sinónimo
de coherencia, como sinónimo de responsabilidad
y de articulación podremos entender el
cambio mediático que se está produciendo.
Por lo tanto, y como nos recuerda Tomás
Segovia, al hablar de identidades –pasionales,
se puede deducir-, “no hay identidades
lo que hay son lealtades”.
Sólo
si logramos distinguir entre identidad y pertenencia
como primera premisa para establecer el equilibrio
de estos nuevos flujos emocionales y racionales
podremos reconocer una nueva forma de sociología
de los valores y las pasiones que está
llamando a nuestras puertas.
Notas:
1
La última
fase de este proceso no es difícil imaginar
que estará en la autonomía de cada
uno para crear sus propios recursos económicos
dentro de un contexto de interdependencia.
2 En este sentido,
podemos pensar, que en este momento la utopía
pueda consistir en poder ser extranjero. Uno
tiene la potestad de volver a su hogar cuando
deje de sentirse extranjero. Pensemos si no,
en como al referirse a Foucault, Fullat defenderá
su pasión por ser extranjero de su propia
cultura (Fullat, O., 2002: 132). De esta forma
se puede afirmar que quién piensa en términos
sociales globalmente, lo hace porque tiene resuelta
su propia espacialidad.
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Dr.
Raúl Magallón Rosa
Profesor del Departamento de Periodismo y Comunicación
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