Comunicación en la Vida Cotidiana
Número 6, Año 2, febrero-marzo 1997


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La Prisión

por: Lorena Campos

El encanto de los sueños está en su forma intangible y perfecta ; sus colores irreales, sus tonos exagerados. Los sentimientos superan a la cordura. Las secuencias se rompen como olas y los símbolos gobiernan en el caos. Los sueños se protegen de nosotros borrándose de nuestra memoria; jamás podemos poseerlos . Nos nutren y devoran. No tienen piedad ni fin.

Esa noche se acercó a mí con el encanto de un ángel, con su voz perfecta e inhumana. Debí darme cuenta de quién era ; debí fijarme en el horror de su belleza. Pero esa noche estaba hundida en la tristeza, destinada a perderme para siempre.

Era un lugar muy extraño ; una enorme bodega poco iluminada y con techos muy altos. El humo de los cigarros se elevaba hasta las cadenas que colgaban en las alturas. Las pálidas luces se concentraban en la barra del bar donde yo me encontraba. Estaba sola entre decenas de extraños que parecían estar felices ; sus risas me asfixiaban tanto como el ambiente que se respiraba ahí. Nada me parecía normal ; los colores de las bebidas eran demasiado vivos, las dimensiones del lugar aumentaban a cada momento y los rincones obscuros ejercían un hechizo sobre la gente, que se perdía en ellos poco a poco.

Un hombre me tendió un vaso largo que contenía un líquido azulado. Empecé a beber y sucedió lo que sospechaba: su sabor superaba a cualquier otro en el mundo.

Empecé a olvidar las últimas horas de mi vida ; empecé a borrar todo el dolor que me seguía. Con cada trago me alejaba más de la realidad.

En ese momento entraron al lugar cuatro hombres. Eran jóvenes, no tendrían más de treinta años. Todos los observaban y se apartaban de su camino. Los cuatro eran increíblemente altos y delgados ; sus largos cabellos negros se agitaban extrañamente, como si tuvieran vida propia. Vestían de negro y usaban argollas y aretes de plata. Dos de ellos reían desvergonzadamente provocando el terror entre las demás personas. Aunque yo no sabía quiénes eran sentí también una mezcla de admiración y pavor. Era como si sus rostros hermosos me hicieran daño. Cerré los ojos un segundo y cuando volví a abrirlos se habían ido. La gente volvió a reír y la música recuperó su volumen.- Esa es la salida - me dijo el hombre del bar.

Observé una puerta pequeña curiosamente parecida a la de mi hogar. Yo no quería salir, no tenía una razón para volver y me negaba a acercarme a esa puerta blanca. Un camino plateado parecía guiarme hasta la salida pero yo escogí quedarme.

- Yo puedo liberarte - dijo una voz a mis espaldas - puedo hacer cualquier cosa.

Era uno de los cuatro hombres que había visto ; me sonreía dulcemente. Sus anillos brillaban casi tanto como sus ojos. La gente se alejó de nosotros pero él sólo me veía a mí.

- Si aceptas venir con nosotros te prometo la libertad que nunca tuviste, una felicidad que no conoces - Tomó mis manos entre las suyas y me condujo hacia la obscuridad total - Te hemos buscado cada noche durante años.

Brindamos por el futuro y bailamos una eternidad. Yo estaba ya cansada y les dije que me iba, que regresaba a casa. Ellos se rieron cruelmente y me sujetaron con fuerza. Noté que ya no había nadie además de nosotros ; la música había terminado y no quedaba rastro de alegría. La puerta de salida había desaparecido. Me miré en uno de los espejos ; un extraño hilo plateado colgaba de mí como un brazo muerto.

Fue así como me integré a las filas de los que sueñan para siempre ; de los que no vuelven. No sé si estoy muerta ; quizá mi cuerpo siga vivo, tal vez esté en coma. Donde me encuentro no hay futuro ni razón ; todo se deforma en el horror. Ya no importa, nada importa ahora que me he convertido en el juguete de estos monstruos. Tengo que acompañarlos cada noche por las interminables cadenas de sueños y pesadillas de muchas personas. A veces trato de pedirles ayuda. Tengo la esperanza de que alguna me recuerde cuando despierte . Por favor, traten de recordar sus sueños, quizá me han visto, quizá puedan ayudarme.

Créditos Fotografía:

"Andamio" Tina Modotti, 1925.
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