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LA “CAJA DE POTTER”: UN INSTRUMENTO DE AYUDA A LA TOMA DE DECISIONES MORALES EN LA PRÁCTICA DEL PERIODISMO

Por José María Filgueiras
Número 60

Resumen: Mi artículo quiere presentar esta técnica de razonamiento para la toma de decisiones morales, resaltando su aspecto instrumental. El conocido método de la “caja de Potter”, creado por Clifford Christians, Kim Rotzoll y Mark Fackler, consiste en una revisión gradual de cuatro aspectos fundamentales para toda decisión concerniente a la ética. Éstos son: una definición empírica de la situación, un estudio de los valores implicados en la misma, de los principios morales que pueden ser aplicados y, por último, un reconocimiento de las lealtades que están en juego (lo cual me llevará a tratar el “sentimentalismo moral” rortiano).

No hay motivo para que el razonamiento moral no sea sistemático. Razonamos de una manera sistemática en numerosos ámbitos de la experiencia humana, y la moral1 no debería ser una excepción. Analizar las motivaciones de esta afirmación nos llevaría muy lejos; sólo quiero comentar brevemente un aspecto: el peligro de lo que por comodidad podríamos llamar “emotivismo”. El emotivismo, la lectura de la ética favorecida por los empiristas lógicos y algunos otros grandes representantes de la filosofía analítica del siglo XX, afirma que los enunciados éticos (en general todos los juicios de valor) no son más que expresiones de nuestros sentimientos. Yo creo que la ética tiene un fuerte componente sentimental, al cual me referiré un poco más adelante. Sin embargo, también pienso que tiene que haber espacio para la discusión racional2 en ética, pues de no haberlo, nos encontraríamos en graves problemas. El principal de estos problemas es que, si convertimos la ética en la expresión de nuestros sentimientos, no habría manera de discutir con quienes no comparten dichos sentimientos. Y si no hay posibilidad de discusión, entonces el único “criterio” al que podemos apelar es la fuerza3. Creo que no hace falta subrayar lo indeseable de esta apelación.

Después de haber explicitado brevemente una de mis principales motivaciones para apostar por un enfoque sistemático del razonamiento moral, me gustaría señalar algunas ventajas del mismo. De entre éstas, quizá la más destacada sea que nos obliga a ordenar mejor nuestras opiniones y las de quienes están discutiendo con nosotros, lo cual permite ubicar con mayor claridad los puntos de contacto y las disensiones, facilitando así la discusión e incluso la resolución de algunos problemas morales. La ética de los medios de comunicación es un campo notablemente complejo, en el que se juntan un gran número de temas y una multitud de enfoques diferentes con que abordarlos. A este respecto, otra de las ventajas de los métodos de razonamiento moral es el permitir que muchos de estos temas se pongan en relación entre sí. Algunos métodos, además, están específicamente diseñados para facilitar la toma de decisiones en contextos sociales, y uno de los aspectos que más se tuvo en cuenta a la hora de su creación fue el hecho de que el universo moral contemporáneo es notablemente pluralista.

Esto les otorga, en mi opinión, una ventaja importante con respecto a otras perspectivas de abordar la ética aplicada, como el principialismo. Resumiendo mucho, las aproximaciones principialistas son las que confían exclusivamente en principios generales, los cuales son de carácter abstracto, para resolver cualquier situación moral concreta. Teniendo en cuenta la complejidad de la vida moral, es fácil comprender las numerosas críticas que ha recibido el principialismo. Tales críticas llevaron a la aparición de posturas “casuistas”, que centraban el análisis moral en las situaciones concretas, negando la validez de los principios abastractos. En Bioética, por ejemplo, fue el paso de las primeras ediciones de los Principles of Bioethics de Beauchamp y Childress a The Abuse of Casuistry de Jonsen y Toulmin. Si se contempla frente a las aproximaciones principialista y casuista, apostar por la sistematización del razonamiento moral aparece como una buena opción intermedia.

Otra manera de abordar los problemas morales es apelando a códigos éticos, que nos suministran directrices capaces de guiar nuestra acción en una gran variedad de situaciones. Esta es una vía que el periodismo ha explorado abundantemente: cada periódico, agencia o asociación profesional tiene su código ético; el libro de Hugo Aznar de ética en la comunicación nos ofrece un buen número de ejemplos en este sentido, y ya no digamos una revisión en Internet. Yo no creo que los códigos sean negativos, ni mucho menos; probablemente puedan ser útiles para que la gente se comporte cada vez mejor. Sin embargo, sospecho que los códigos tomados en sí mismos, no tienen demasiado sentido. Cuando menos, hacen falta criterios de aplicación del código a las situaciones, y por supuesto personas con voluntad de aplicarlos4. En ausencia de cualquiera de estos dos aspectos, se convierten prácticamente en meras declaraciones de ideales o en algo parecido a las leyes del Derecho. Por ello, no me parece que sean demasiado confiables, en última instancia.

Después de presentar estas dos maneras de aproximarnos a la resolución de problemas morales, es fácil ver en qué medida los métodos de razonamiento moral aparecen como una especie de optimización entre alternativas. Tales métodos nos ofrecerían una manera de eliminar los peores inconvenientes de algunos enfoques, pero conservando también sus principales puntos fuertes. De la casuística recuperan la atención por lo concreto, pero sin caer en el relativo desprecio por los principios de que ha hecho gala. Al contrario, y este es un elemento que conserva del principialismo, el razonamiento moral presta atención a los principios, aunque sin el habitual dogmatismo de quienes se aferran ciegamente a uno de ellos, pues trata de tener en cuenta diversos principios, así como un buen número de aspectos contextuales. Con respecto al enfoque de los códigos, el razonamiento moral también nos proporciona juicios capaces de orientar nuestra acción, pero lo hace de un modo más claro y más enfocado.

Para no seguir haciendo lo que podría parecer propaganda, propondré que consideremos las técnicas de razonamiento moral, entre ellas la “caja de Potter” que explicaré aquí, como herramientas para facilitar la toma de decisiones morales. Pensar en este carácter instrumental del método adelanta las respuestas a tres posibles críticas que se podrían hacer en este punto:

  • Razonar sistemáticamente no nos va a proporcionar “recetas”, respuestas rápidas y fáciles para resolver cualquier situación moral. Pensar que hay fórmulas sencillas para tomar decisiones morales es ingenuo, pues cualquier análisis de este tipo exige creatividad. No es una tarea que se pueda resolver de manera algorítmica5.
  • El razonamiento moral no está exento de riesgos, pues es fácil comprender en qué medida puede servir de vehículo para “racionalizaciones”, es decir, para justificar nuestras preferencias y elecciones previas, pues, si bien el método pone ciertas dificultades a estas prácticas, también puede conducirse hacia esa dirección. En este punto, cabe recomendar un ejercicio de sinceridad e imparcialidad para no dejar que eso suceda. Y es que, y esto es el tercer punto:
  • Son personas quienes toman las decisiones morales, con todo los que ello implica. El uso de un método no nos exime de responsabilidades. Debemos tener en cuenta que la moral nos da la oportunidad de ser auténticamente nosotros, y que sería estúpido pensar que no nos va a exigir algo a cambio. Este algo es, precisamente, el que seamos responsables de nuestras decisiones. En tal sentido, la “caja de Potter” nos ayuda a que no tomemos decisiones morales a la ligera, sino prestando atención a todos los elementos implicados6, lo cual producirá decisiones justificadas. Dicho esto, puedo explicar ya cómo se usa la “caja de Potter”.

El método, creado por Clifford Christians, Kim Rotzoll y Mark Fackler (1987, pp. 3-7), debe su nombre a su inspirador, Ralph Potter, un teólogo de la Harvard Divinity School dedicado, sobre todo, a la ética social. El método refleja esta preocupación, pues se enfoca por completo a la toma de decisiones en un contexto social. Debido a ello, resulta muy fácil de aplicar a los dilemas y situaciones morales que aparecen en la práctica del periodismo. La “caja de Potter” no es más que la siguiente estructura:

 

Fig. 1 : Tomada de Christians et al. , p. 3

La idea básica de este método es que para tomar una decisión moral bien justificada, debemos pasar por cada uno de estos cuadrantes. Veamos qué contiene cada uno de ellos:

1.- Definición

Este cuadrante exige que hagamos una definición lo más completa posible del problema. Digo “lo más completa posible” porque, como es sabido, el tiempo es uno de los bienes más escasos en la práctica del periodismo. Las prisas son moneda corriente y, en semejante contexto, puede resultar difícil tomarse tiempo para definir adecuadamente las situaciones morales; de hecho, puede resultar difícil incluso el preocuparse por la problemática moral. En este punto sólo recordaré los riesgos de apartarse de la ética en nuestro ejercicio profesional y, por supuesto, que practicando se aprende. Cuantas más veces se haya tratado de hacer análisis de situaciones morales, análisis sistemáticos, mayor práctica se tendrá a la hora de enfrentarse con dilemas morales. Si los futuros periodistas comienzan a practicar en la Universidad, lo cual me lleva a subrayar la necesidad de asignaturas íntegramente dedicadas a la ética en los planes de estudios, así como el uso del método de “casos” en las mismas, después les será mucho más fácil hacerlo en el mundo real7.

¿Qué debe incluir una definición adecuada de una situación moral? Después de describir adecuadamente lo que está pasando, de exponer todas las circunstancias que concurren y los actores involucrados, nuestra definición debe establecer claramente dónde radica el dilema moral, lo que, dependiendo del caso, será más o menos fácil. Una vez establecido cuál es este dilema, deben señalarse las posibilidades de actuación. Para quien piense que la definición empírica de un dilema moral es una tarea rutinaria, me gustaría recordarles que hay quien dice que dando una buena definición de un determinado problema, prácticamente lo hemos resuelto. Recordemos nuestras clases de Física de la prepa: en muchas ocasiones, definir adecuadamente un problema nos conducía de manera natural a su resolución. Y si sucede en la Física, ¿por qué no habría de suceder en la Ética? La definición del problema es un trabajo muy serio, pues de ella dependerá todo lo que viene después. Pasemos ahora al segundo cuadrante.

2.- Valores

Dar una definición operativa de los valores es relativamente fácil8: un valor no es más que algún objeto abstracto al cual, como su nombre indica, valoramos o apreciamos, es decir, consideramos deseable. Con esta definición tan incluyente, es fácil ver que existen numerosos valores. La belleza, el placer y la riqueza son valores, y también pueden serlo la austeridad, el sacrificio y hasta el dolor. La gama es muy amplia. Dentro de la práctica del periodismo, también lo es. La honestidad, la independencia o la objetividad suelen citarse como valores prototípicos de esta actividad. Pero es fácil pensar en profesionales que tienen en más alta estima la fama, la popularidad o la riqueza.

Y es que cada persona posee unos determinados valores, que generalmente se encuentran organizados jerárquicamente, dando así mayor importancia a unos u otros. Estas jerarquías de valores tienen una gran influencia en el comportamiento de la gente. Pensemos simplemente en dos personas: la primera valora la justicia por encima de todo lo demás, mientras que para la segunda el placer y la belleza ocupan los primeros lugares de su lista, y no se preocupa demasiado de la justicia. Está claro que estas dos personas actuarán de manera muy diferente ante la misma situación. Por todo ello, los valores en sí mismos generalmente no sirven para zanjar una discusión moral, ni siquiera para avanzar mucho en esa dirección. Evidentemente, deben ser tenidos en cuenta, y en ocasiones veremos que pensar sobre nuestros valores de una manera desapasionada nos ayuda a ponerlos en perspectiva, lo mismo que discutir con alguien que no los comparta. Sin embargo, dado que están firmemente arraigados a un nivel intuitivo que en muchas ocasiones los acerca a lo emocional, no proporcionan una buena base para construir consensos morales. Necesitan complementarse con algo más, sin lo cual difícilmente podemos hablar de decisiones éticas: los principios.

3.- Principios

Sólo para entender su papel en la “caja de Potter”, llamaré principios a todas las normas éticas de cierto alcance. Lo mejor será poner unos cuantos ejemplos, para ver de lo que estamos hablando. Advertiré que existe una gran oferta de principios éticos: yo voy a citar algunos especialmente relevantes para la tradición filosófica occidental, pero podrían estudiarse alternativas provenientes de otras culturas. Ejemplos de principios éticos son:

  • La “Regla de Oro”: Este principio es, para algunos, el único candidato verosímil al puesto de “universal moral”, pues lo podemos encontrar tanto en la tradición judeo-cristiana como en pensadores muy alejados de la misma. La formulación clásica de la Regla de Oro dice “haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti”, o “trata a los demás como te gustaría que te tratasen a ti”. La Regla de Oro, en la tradición judeocristiana, especialmente en el Cristianismo, desembocó en una ética del amor que, pese a las vicisitudes históricas, e incluso al relativo descrédito que ha sufrido en los últimos siglos, todavía sigue en razonable buena forma9.
  • El principio utilitarista: “Busca la mayor felicidad del mayor número”. Para el utilitarismo, una corriente originada por la obra de los filósofos Jeremy Bentham y John Stuart Mill, el criterio para evaluar la bondad de una acción viene dado por sus consecuencias. Si tenemos que decidir entre dos acciones diferentes, deberemos escoger aquellas cuyas consecuencias provoquen mayor felicidad para un mayor número de personas. El utilitarismo, en su versión más tradicional, es hedonista, considera que la felicidad es el placer, aunque no restringe este término a los placeres físicos. Posteriormente ha tenido desarrollos interesantes, como la diferenciación entre el utilitarismo del acto y el utilitarismo de la regla, en los cuales no entraré. Para evaluar una acción desde el punto de vista del utilitarismo, debemos calcular las consecuencias de nuestras acciones de la forma más consciente y completa que nos sea posible, lo cual constituye siempre un excelente primer paso.
  • El “velo de la ignorancia” de Rawls: En un conocido experimento de pensamiento, este autor propone a los participantes en las discusiones sociales un regreso a lo que él llama la “posición original”, un estado en el cual se abstraen las diferencias individuales (raza, sexo, situación económica, etc), de modo que a la hora de negociar, por ejemplo, una ley concreta, nadie pueda favorecer a alguno de los grupos sociales en perjuicio de los demás. La justicia, entonces, surgiría después de esta negociación llevada a cabo sin diferenciaciones sociales.

Los dos primeros pasos de la “caja de Potter”, la definición del problema y el análisis de los valores que intervienen, poseen un carácter descriptivo; en cambio, al hablar de principios éticos hemos cruzado la frontera de lo normativo. Desde luego, hay que tener en cuenta que existen muchos principios10 e idealmente deberíamos introducir en nuestro análisis el mayor número que sea posible. Al mismo tiempo, para introducirlos en nuestras reflexiones debemos conocerlos y estar entrenados en su uso, lo cual me lleva a subrayar una vez más la importancia de la inclusión de asignaturas de ética en los planes de estudios universitarios.

4.- Lealtades

Sin principios no podemos hablar de ética. Pero los principios tampoco llegan por sí mismos, especialmente en ética social. Tenemos que completarlos con un análisis de las lealtades que están en juego. Reparar en las lealtades es un punto imprescindible para toda ética social. La pregunta que debemos responder ahora es: ¿a quiénes debemos ser leales? Christians, Rotzoll y Fackler (1987, pp. 17-18) señalan cinco categorías que son las más citadas como respuesta a la misma cuando se hace en el contexto de la ética periodística:

  • Lealtad a nosotros mismos o a nuestra familia: Poco hay que decir al respecto. Casi todo el mundo la tiene en cuenta. Alguna gente pone su vida (o la de su familia) en riesgo de forma voluntaria y consciente, otros muchos no.
  • Lealtad a los clientes, los suscriptores o los anunciantes: Ya que pagan por nuestros servicios, ¿no habremos de tener con ellos alguna consideración de este tipo?
  • Lealtad a nuestra organización: Esta también está bastante clara. Desde luego, tiene una cara amenazadora para la sociedad, cuando pensamos en que el mercado de los medios está dominado por muy pocas organizaciones, pero también tiene una faceta positiva, en otros casos.
  • Lealtad a nuestros colegas: Para entender mejor a qué se refiere esta lealtad, quisiera referirme al caso de los corresponsales de guerra, quienes prestan mucha atención a su comportamiento, pues son conscientes de cómo éste puede afectar la imagen de la profesión. Así tratan de evitar aquellos actos que pudiesen perjudicar a sus compañeros, los actuales y los que quizá lleguen en el futuro.
  • Lealtad a la sociedad: Esto es lo que suele denominar “responsabilidad social” de los medios. A mí me gustaría señalar que hablar de “la sociedad” en general resulta poco claro. Las cuatro respuestas anteriores representan sin duda ciertos grupos sociales. Más bien, la idea que parece estar en juego aquí es una especie de lealtad al “bien común” (en lugar de a ciertos grupos especialmente poderosos) o a determinados grupos sociales que pueden ser objeto de maltrato o discriminación por parte de los demás, como los niños o los enfermos. Aunque, desde luego, nada excluye que el periodista en cuestión pueda ser leal a grupos sociales como los banqueros o los magnates del petróleo.

Analizar las lealtades en juego permite comprobar qué decisiones morales son sinceras y cuáles obedecen a factores cuestionables, intereses creados y demás cosas por el estilo. En efecto, puede haber situaciones en las que detectemos los mismos valores, incluso los mismos principios, pero en las cuales las lealtades nos informen de lo que está pasando en realidad. Es fácil encontrar ejemplos de situaciones así, yo sólo pondré uno muy sencillo: ocultar determinada información para proteger a las víctimas de una catástrofe, por lealtad con éstas, parece más correcto que ocultar información para proteger al periódico de posibles demandas.

Las lealtades son también relevantes a otro nivel. Resulta curioso a este respecto que el recientemente fallecido Richard Rorty, uno de los pensadores morales más destacados de la actualidad, definiese la justicia, quizá el concepto más decisivo para la ética, la política y el derecho, como “lealtad ampliada”. Para Rorty (1998), la identidad moral de los seres humanos depende de su adhesión a unos grupos de referencia, como la familia, la pandilla o la tribu. Esta parece una idea poco discutible, teniendo en cuenta los datos de la antropología y la sociología. A veces, dice Rorty, se producen conflictos entre la lealtad que debemos a esos grupos y la lealtad que presuntamente debemos a grupos más grandes, como el estado. Imagínense, por ejemplo, que estamos protegiendo a un familiar que ha cometido un horrible crimen. Esos casos, dice, tienden a interpretarse como conflictos entre la lealtad y la justicia, pero pueden entenderse perfectamente como conflictos entre lealtades a distintos grupos. Esta redefinición de la justicia nos hace ver que un modo de lograr un mundo más justo es, simplemente, logrando que las personas “amplíen el círculo” de sus lealtades. Es decir, consiguiendo que se sientan vinculadas a grupos cada vez mayores. Y para lograr esta meta, más que confiar en la filosofía o el derecho, Rorty confía en las novelas, el cine o el periodismo, medios que actúan directamente sobre los sentimientos. Hablaba arriba de un aspecto sentimental o emocional de la ética, y aquí estamos viendo con claridad cuál es: no basta con que nuestra razón establezca leyes justas si luego las aplicamos en base a consideraciones emocionales. Pese al interés de este tema, especialmente para los comunicadores, que son uno de los grupos capaces de ampliar el círculo11, no seguiré tratándolo. Quería únicamente subrayar otro aspecto en que las lealtades son relevantes para cualquier análisis de ética social.

Después de haber pasado por todos los cuadrantes de la “caja de Potter”, estaríamos ya en condiciones de producir un juicio, generalmente en forma de norma o guía para la acción. El método nos permite que exista retroalimentación, de modo que el juicio producido y las consecuencias que se siguen de realizar la acción por él dictada, puedan a su vez analizarse una vez más en la “caja”, como muestra el esquema:

 

Fig. 2 : Adaptada de Christians et al. , p. 6.

Utilizar la “caja de Potter”, como ya he afirmado, no garantiza la resolución de problemas morales; siempre habrá conflictos y peleas. Lo que sí garantiza es que no se tomen decisiones morales a la ligera, sin haber reflexionado antes sobre ellas. A esto es a lo único que he aspirado en este texto. Ojalá las consideraciones aquí expuestas puedan ser útiles para alguien, cuando se enfrente a conflictos morales en su práctica profesional.


Bibliografía

Aznar, H. (2005). Ética de la comunicación y nuevos retos sociales . Barcelona: Paidós.

Christians, C. G.; Rotzoll, K. B. & Fackler, M. (1987). Media Ethics. Cases and moral reasoning . New York & London: Longman.

Esteban Cloquell, J. M. (2006). Variaciones del pragmatismo en la filosofía contemporánea . Cuernavaca: Universidad Autónoma del Estado de Morelos.

Ferrater Mora, J. (1986). Diccionario de Filosofía, vol. 3 . Madrid: Alianza.

Filgueiras Nodar, J. M. (2004, Noviembre). Sobre la neutralidad moral de la tecnología. Hypatia. Revista de Divulgación Científico-Tecnológica del Gobierno del Estado de Morelos. Recuperado el 20 de mayo de 2007, de: http://hypatia.morelos.gob.mx/no4/etica.htm

---------- “Una crítica neopragmatista al Código Ético Mundial para el Turismo”, ponencia presentada en el 1er Encuentro Interdisciplinar de Investigación en Turismo, Universidad del Mar, Bahías de Huatulco, Oax., 15 de febrero del 2007.

Guisán, E. (1995). Introducción a la ética. Madrid: Cátedra.

Kapuscinski, R. (2007). Lapidarium post mortem. Revista Mexicana de Comunicación , Febrero-Marzo, 53-61.

Rorty, R. (1998). La justicia como lealtad ampliada. En Rorty, R. Pragmatismo y Política (pp. 105-124). Barcelona: Paidós.


Notas

1 Me refiero a decisiones morales porque estoy manejando una distinción ya clásica entre moral, ética y metaética. Según esta diferenciación, la moral serían las normas (no-jurídicas) que regulan las prácticas sociales de una determinada comunidad, susceptibles por ejemplo de un estudio antropológico o sociológico. La ética, por su parte, sería una reflexión crítica y filosófica sobre la moral. Y la metaética, por último, una reflexión acerca de la ética. Sigo a Esperanza Guisán en su Introducción a la ética , aunque la misma diferenciación puede verse en otros muchos lugares. Significativamente, Ferrater Mora (1986, pp. 2271-2273) también se hace eco de la misma en su Diccionario de filosofía .

2En este punto, entenderé “racionalidad” de una manera minimalista, más o menos como la capacidad de llevar a cabo un debate en el sellarsiano “espacio lógico de las razones”.

3Véase Esteban (2006, pp. 269-284), para una discusión de este asunto, y sus similitudes con lo que Dewey llamaba “absolutismo moral”.

4 En Filgueiras (2007), he tratado de aplicar esta idea tomando como ejemplo el Código Ético Mundial para el Turismo.

5Personalmente, creo que sí podremos llegar a hacer “máquinas morales”. De hecho es el tema de un artículo con el que estoy batallando desde hace tiempo. Pero hoy por hoy no es posible más que de una manera muy tosca.

6 Podría considerarse una tecnología para ayudarnos a ser cada vez más morales. Como he mostrado en otro artículo (Filgueiras, 2004), no creo demasiado en la neutralidad de la tecnología, excepto en algunos casos muy sencillos. La “caja de Potter” es uno de ellos. Ayuda a razonar moralmente, igual que una pluma nos ayuda a escribir. Su finalidad, además, es perfectamente aceptable. No pretende ser un método manipulador o cínico. En este caso, creo que no hay espacio para demasiadas polémicas sobre la neutralidad.

7 No consumirán tanto tiempo y, de hecho, podría llegar a darse el caso de que el razonamiento ético se convierta en una especie de “segunda piel”, de modo que lo practicasen de manera casi inconsciente y “natural”.

8 Evidentemente, me estoy alejando de algunas conocidas teorías axiológicas, como la de Max Scheler, que considera a los valores como entidades objetivas y demás. Siguiendo a Dewey, Putnam y tantos otros, creo que esas son maneras erróneas de enfocar el problema, y que en última instancia reposan en una falsa dicotomía entre hecho y valor, derribada hace tiempo por el pragmatismo norteamericano en lo que fue, quizá, su mayor contribución a la historia de la filosofía.

9La reciente adhesión de Vattimo al Cristianismo, entendido por este filósofo en el sentido de una ética del amor, es una prueba de esta buena forma.

10Pensemos en principios de menor alcance que los tres citados, pero con la entidad suficiente para ser considerados en esta cuadrante de la caja, como “debes decir siempre la verdad” o “no robarás”.

11 Kapuscinski (2007) nos ofrece numerosas declaraciones en esta línea.


Dr. José María Filgueiras Nodar
Profesor e investigador. Universidad del Mar, México.

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