México

Inicio

LENGUAJE, CONOCIMIENTO Y ADAPTACIÓN

UNA APROXIMACIÓN TEÓRICA A LOS ORÍGENES DEL LENGUAJE DESDE LA TEORÍA DE SISTEMAS Y EL COGNITIVISMO CONSTRUCTIVISTA.

Por Vivian Romeu
Número 60

Resumen:

Partiendo de que el lenguaje no puede ser considerado una mera necesidad de socialización humana, sino como un mecanismo definidor y limitador de los intercambios entre el hombre y su entorno, la propuesta del presente trabajo consiste en demostrar el papel que ejerce y ha ejercido el lenguaje desde su surgimiento en función del desarrollo de destrezas y habilidades cognitivas que le permiten –y le permitieron- al ser humano “controlar” su entorno. Partimos para ello de una concepción biosocial del sujeto que se sustenta a través de la Teoría de Sistemas y que tiene estrecha vinculación con el legado conceptual del paradigma de la complejidad; de la misma manera abordamos el tema desde la comunicación como proceso interactivo, y poniendo un énfasis especial en los conceptos de autonomía e incertidumbre trabajados por Edgar Morin, así como de la tesis sostenida por Piaget acerca del conocimiento como mecanismo de adaptación.

Reseña curricular de la autora: Doctora en Comunicación Social por la Universidad de La Habana , Cuba (2007). Profesora-investigadora de la Academia de Comunicación y Cultura de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, y del Instituto de Postgrados y Educación Continua de la Universidad Intercontinental. Graduada de la licenciatura en Historia por la Universidad de La Habana , Cuba, en 1996, y Maestra en Estudios Humanísticos por el TEC de Monterrey en 2003. Miembro de la Asociación Mexicana de Investigadores en Comunicación (AMIC), miembro de la Red Internacional de Investigadores sobre la Frontera , miembro de la Asociación Latinoamericana de Estudios sobre el Discurso (ALED) y miembro del Consejo Editorial de Global Media Journal en Español. Áreas de investigación: Arte y comunicación, Estética de la recepción, Semiótica y Comunicación Intercultural. Experiencia docente en pre-grado y postgrado. Ha publicado en varias revistas nacionales e internacionales. Actualmente funge como coordinadora de varios proyectos de investigación.

Introducción

Este trabajo parte de los conceptos de autonomía e incertidumbre trabajados por Edgar Morin, así como de la tesis sostenida por Piaget, Maturana y Von Foerster acerca del conocimiento como mecanismo de adaptación. Nuestro objetivo central es intentar demostrar el papel que ejerce y ha ejercido el lenguaje desde su surgimiento en función del desarrollo de destrezas y habilidades cognitivas que le permiten –y le permitieron- al ser humano “controlar” su entorno.

El marco epistémico de partida estará sustentado en los modelos cognitivistas, específicamente en las aportaciones de la Psicología Constructivista (Von Foerster, Von Glassersfeld) y la Teoría de Sistemas (Von Bertalanffy), particularmente lo que se conoce como Cibernética de Segundo Orden (Maturana y Varela), y tomando como base a los postulados del Paradigma de la Complejidad (Morin).

No obstante lo anterior, situaremos nuestra reflexión primera en lo que consideramos marca el origen de una discusión sobre el lenguaje y que nos interesa recuperar en función de entenderlo no como dos puntos de vista separados como lo manejara Von Foerster (lenguaje en su apariencia y lenguaje en su función1), sino como una postura híbrida que sin dejar de entender al lenguaje como mecanismo de objetivación del mundo, considera al ser humano como constructor, en tanto de lenguaje, de dichas objetivaciones.

Ya Berger y Luckman (1968) habían demostrado en su libro La construcción social de la realidad , el papel del lenguaje como mecanismo de objetivación de la realidad y en consecuencia el carácter intersubjetivo de dicha construcción y su relación con los procesos de tipificación de y/o habituación. No obstante los puntos de convergencia con los postulados subjetivistas de estos teóricos, si bien entendemos al lenguaje como respuesta biológica al medio ambiente –y esto no es una premisa despreciable-, nos interesa de manera particular el cúmulo de percepciones intersubjetivas que en función de las condiciones similares de percepción que tenemos los humanos en tanto especie, pueden explicar el papel del lenguaje como herramienta en los procesos de reificación colectiva del entorno. Nuestro interés entonces reside en contribuir a consolidar esta idea y en muy importante medida en intentar explicar que estos procesos de reificación, cosificación y distanciamiento operan no sólo como instauradores de una realidad allende el sujeto, sino como mecanismos de control de esa realidad que se (nos) revela aún hoy inagotable, inaprensible, inexplicable y desconocida.

1. El lenguaje como mediación

La vieja diatriba ya hoy superada de si el lenguaje es o no un sistema mediador entre el sujeto y el mundo se remonta al menos, veinticinco siglos atrás, y es representada con creces por los escépticos y los estoicos, respectivamente; los segundos, firmemente convencidos de que la representación conceptual de los objetos del mundo más que una evidencia, era un criterio de verdad. Los primeros, ligeramente menos modestos poniendo en duda el sistema mismo para la legitimación de dicho criterio.

Puestos ambos de acuerdo, no obstante, en que la percepción de la realidad residía en el ser humano, en el caso de los estoicos se limitaba más bien a una cierta actividad de aceptación o rechazo de la evidencia que ellos representaban a través del juicio, también llamado “asentimiento”. Por lo que lo real no era más que aquello que los individuos podían captar de los objetos, pero para lo que de alguna manera no había otra opción más que captarlo, pues el objeto en sí mismo sólo podía existir bajo un determinado “modo de ser” que ponía de relieve esa cualidad esencial que no sólo lo determinaba a ser lo que era, sino a ser percibido como tal.

Para los escépticos, en cambio, era a través de las representaciones mentales –a manera de imágenes o conceptos- que los humanos podíamos conocer el mundo, pero planteaban que no había forma concreta de saber si ese conocimiento era correcto o si se correspondía adecuadamente con la realidad per se .

Como puede notarse, tanto los estoicos como los escépticos dejaban a la realidad ser lo que era; sólo que en los estoicos la percepción no podía estar equivocada pues la esencia de la cosa, es decir, su sustancia o sustrato, siempre concepto –y concepto universal- determinaba a la cosa misma; y en los escépticos, el sistema mismo de corrección de esa percepción se ponía en duda.

Esto último hace considerar a los escépticos, como plantea Von Glassersfeld (1995), como los primeros constructivistas, y a los estoicos como portadores de una postura inmanentista que las teorías sobre el lenguaje hoy en día han dejado mayormente de tomar en cuenta.

La razón de lo anterior consiste en la innegable facultad del lenguaje para “mediar” entre la percepción del sujeto y la realidad que designa ese sujeto con el lenguaje. Diversos y numerosos estudios de corte sociolingüístico y sociosemiótico plantean la necesidad de considerar al lenguaje como modelador de realidades más que como descriptor de las mismas. Por ello el lenguaje no sólo activa su carácter de mediador al definir el mundo, sino que cuando lo hace, las mediaciones resultantes de dicha operación alteran, necesariamente, el resultado mismo.

Pero si bien los constructivistas sólo tienen en cuenta las “alteraciones” que el sistema de percepción humano, a través de la experiencia individual, es capaz de generar en la concepción y explicación de la realidad, no indagan –y eso los estoicos lo definían muy bien- en las manifestaciones de esa misma realidad ante el propio sistema perceptor que les sirve de marco y colector de sus propias vivencias.

Nuestra postura se propone, como ya anunciamos, retomar ambas posiciones, y ubicar así una hipótesis sobre el surgimiento del lenguaje donde si bien la realidad que nombra y determina el hombre mediante el lenguaje es una realidad equívoca y multidimensional y de la que sólo una parte es dicible2, es decir, de la que sólo una parte puede ser traducida a lenguaje, es cierto también que la realidad o lo que los propios constructivistas llaman contexto , en tanto entorno “natural” (biológico) del ser humano afecta también –condicionando- al mismo sistema perceptor, mientras revela con ello y a partir de él, parte de lo que es.

Lo anterior indica que en la dinámica de interrelación entre el hombre y la realidad (donde el lenguaje verbal es sólo uno de los mediadores –aunque quizá, el más eficiente-), el proceso de intercambio de información que conforma la vida misma, tanto la natural como la social, ambos agentes se influyen y se condicionan mutuamente de manera que, aunque convencional, el lenguaje no es ni puede ser del todo arbitrario3.

El lenguaje así entendido no hace más que nombrar aquella parte de la realidad que el ser humano puede percibir; pero al mismo tiempo en ese “poder percibir” humano también contribuye la realidad misma que a la manera de información o dato, le es “revelada” al hombre mediante un proceso de intercambio “natural”, o sea, mediante un proceso que forma parte de su propio estatuto biosocial.

El surgimiento del lenguaje, entonces, no puede ser considerado una mera necesidad de socialización humana, sino como un mecanismo definidor y limitador de los intercambios entre el hombre y su entorno.

1. El lenguaje como herramienta de poder

El lenguaje es intercambio, suceso, hecho, materialidad; es acción humana misma pues forma parte de nuestro devenir biológico y nuestro desempeño adaptativo al ambiente que nos rodea, nos define y nos constituye en sujetos.

Sin lenguaje lo que tiene o debe ser “dicho” no pasa de la intención, de una especie de deseo no cumplimentado que frustra e impide no sólo la expresión, sino el pensamiento. Pero pensar no significa solamente poder decir en términos verbales; significa poder decir con las manos, con los gestos, con el vestido, con los artefactos… La idea quizá cierta hasta el momento de que el lenguaje verbal ha sido el mejor ejecutor de ideas (lo que le ha ganado la buena fama de poder explicar otro tipo de lenguajes) se debe a nuestro entender a las propiedades que le permiten concentrar no sólo el nombre que designa a cada cosa o concepto, sino los atributos y los sentidos de los mismos, aspecto este último que se torna relevante sobre todo si pensamos en sistemas no verbales.

Sin embargo, sobra decir que todos los lenguajes poseen cualidades articulatorias que les permiten relacionarse entre sí e insertarse en consecuencia dentro de otras prácticas igualmente discursivas. Desde la perspectiva de Jacob Torfing (1991) es imposible que un lenguaje sea desarticulado, es decir, es imposible que un lenguaje se desvincule no sólo del contexto y del medio ambiente que le da origen, sino de otras prácticas discursivas, desde las que también adquieren sentido. Por ello para nosotros el lenguaje articulado no puede constituirlo únicamente el lenguaje verbal (en sus variantes oral y escrita), sino también el visual, el gestual, el musical, el estético, entre otros.

Pero aunque hasta ahora hemos abordado el lenguaje en su acepción más general y siempre interactiva, en donde entrarían todos los sistemas comunicativos, vistos en forma aislada o integral, pero imposibles de ser asumidos desde una posición interna desarticulada, nuestro trabajo estará centrado en el sistema lingüístico. La razón de la propuesta consiste en demostrar que el lenguaje verbal no surgió solamente para suplir una necesidad socializadora, sino para imponer el orden del mundo, el control de la realidad y dar forma con ello a la propia razón de la existencia humana.

En este sentido, partimos de la creencia –y el hecho, casi- de que el discurso constituye a los humanos en seres racionales (diferenciados del resto de los animales) altamente satisfechos de su saber, en el entendido que éste les permite identificarse, delimitarse, trascender(se) y dominar lo que les rodea.

Pende, no obstante sobre muchas cabezas la idea de que el lenguaje, por ser una habilidad mayormente humana y consustancial al presupuesto mismo de la comunicación más básica y pedestre, es un producto privativo del hombre; estudios sobre el lenguaje animal han develado que éstos también son capaces de comunicarse. La diferencia estriba en la capacidad de síntesis simbólica, como diría Buber (2002), de la especie humana frente a la aparente irracionalidad animal, por lo que puede notarse que el fundamento epistémico del lenguaje se halla circunscrito a la razón y con ello al progreso, la civilidad y la ética, aspectos estos a los que contribuye la cualidad ontológica de la proposición lingüística que más que objetivar una realidad construida a partir de la voluntad y el deseo, constituye el vínculo mismo con el poder.

Es justamente por lo anterior que el presente artículo tiene como objetivo demostrar que las redes del lenguaje se entretejen con las modalidades del poder desde su aparición misma y más allá de las circunstancias ideológicas innegables que permiten su inserción en una comunidad de sentido dada, lo cual no significa –y vale la aclaración- que este poder se ejerza en calidad de explotación y dominio perverso. El poder, para los fines que en este trabajo se manejan, tiene que ver con la angustia; la angustia resultante del conflicto del hombre con su mundo y posteriormente con los de su especie y con él mismo.

No pretendemos ignorar los vínculos entre el poder y la ideología, entendiendo por ésta una red estructurada de ideas y simbolizaciones sobre la realidad fáctica y conceptual que responde a una cosmovisión particular de la misma y de cuyo devenir es responsable exclusivamente el ser humano, pero nos interesa resaltar de muy particular manera al poder (más bien al ejercicio del poder que se traduce en el surgimiento del lenguaje) como expresión del deseo humano y como respuesta a su angustia existencial.

Este concepto de angustia, por tanto no debe resultar periférico para entender el sentido en el que se habla de poder y del poder en este trabajo. Nuestra reflexión desea enfatizar el origen mismo del lenguaje como red de dominio en función de la relación del ser humano y su medio natural que, bajo las condiciones precarias de existencia en aquellos momentos, debieron ser, quizá, las más apremiantes en términos de supervivencia. Es en este sentido que coincidimos con Foerster(1991)4 cuando dice que el lenguaje es una elección en el dominio cognitivo, tesis que desarrollaremos más adelante.

2.1. ¿Es el lenguaje un modo de pensar?

La vida comunitaria que obviamente se realiza en el espacio social, precisa de lenguaje. La comunicación por ello, desde su prístino origen socializador, interviene en todo aquello que se pone en común, de ahí que resulte difícil negarse a aceptar que el lenguaje no venga a suplir esa necesidad de compartir con el Otro, al menos en principio, la cotidianidad. Los hombres, como demostró Feuerbach (1987), necesitaban comunicarse entre sí, y los gestos, los sonidos junto con las señales de humo y otros simbolismos servían con cierta eficacia para estos fines.

Una de las hipótesis con más adeptos sobre el origen del lenguaje verbal sostiene que los sistemas de comunicación de los primeros humanos eran primitivos e insuficientes, y que en la medida en que el hombre fue desarrollando sus cuerdas vocales aparecieron condiciones anatómicas favorables para el surgimiento y posterior desarrollo del lenguaje articulado.

Sin estar del todo en desacuerdo con esta fundamentación, oponemos a ella dos reflexiones. La primera cuestiona el hecho mismo de la insuficiencia simbólica de los sistemas comunicativos ya que la insuficiencia se basa en la comprensión de la carencia y por tanto en la necesidad de desarrollar un pensamiento, al menos pragmático, que permita planteársela; la segunda problematiza la anatomía vocal partiendo de que el desarrollo de las habilidades lingüísticas precisa también de un aparato conceptual que plantee la propia necesidad de crear un sistema más complejo que en un final de cuentas tampoco responde del todo a la diversidad y multiplicidad de pulsiones y sensaciones humanas.

Acorde con lo que opina Vigotsky (2004) sobre el pensamiento y el lenguaje, consideramos pertinente una última puntualización. No es posible pensar más allá de lo que el lenguaje es capaz de describir o significar. El pensamiento humano por tanto no antecede al lenguaje, sino todo lo contrario. La supuesta necesidad de construir un sistema comunicativo superior (si es que podemos dar por hecha tal afirmación) debiera necesariamente responder a un pensamiento que fuera capaz de dar cuenta de dicha carencia, cosa, curiosamente, que dada la actual riqueza real y potencial de los signos lingüísticos hoy es perfectamente admisible, pero que antes de la fundación del sistema lingüístico aparece bastante dudoso en tanto el propio pensamiento que diera origen a la necesidad o a la comprensión de la carencia debió de “estar” previamente al menos de forma inferencial o pre-comprendida en la mente de los primeros hombres parlantes, proceso éste que sólo puede darse a través de la síntesis articulatoria y significante del propio lenguaje que se pretendía construir.

Si entendemos, junto con Morin (1994; 1995), que el sujeto es dependiente del ambiente en el que vive, y en términos de su sobrevivencia tiene que aprender a lidiar con él, podemos asumir la idea de que el sujeto para poder vivir precisa organizar su comportamiento, tanto individual como social, no sólo en función de ese ambiente, sino en función también de las relaciones mismas que establece con él.

Estas relaciones no son más que las modalidades de intercambio entre el ser humano y el ambiente, mismas que no están exentas de indeterminación y conflicto.

Por ello, para Morin (1994; 1995), el sujeto autónomo, no es un sujeto libre en términos de lo que significa simbólicamente la libertad, sino que es libre en cuanto tiene que adaptarse a la lógica de la vida para poder sobrevivir; su libertad en realidad se traduce en dependencia con respecto al medio, lo que implica un proceso de ajuste o encaje de su forma de vida en la lógica de vida natural.

Curiosamente, esto se relaciona de una manera significativa con el concepto de cognición trabajado por Piaget (1973). Para este autor la actividad del conocimiento era una actividad adaptativa; por lo que conocer no era otra cosa que aprender a adaptarse, y esto denota una cierta inferioridad del hombre con respecto al ambiente, ambiente que, no sobra decir, es cambiante, y en consecuencia parcialmente desconocido e incierto.

De ahí, el otro concepto de Morin desde el cual partimos en este trabajo: el concepto de incertidumbre, muy vinculado al concepto de complejidad también trabajado por él y que consiste básicamente en la consideración de dos factores importantes relacionadas con el ambiente: 1) el enmarañamiento de las acciones e interrelaciones entre hombre y ambiente y entre los propios hombres, y 2) la aleatoriedad de los fenómenos naturales y sociales.

Teniendo en cuenta estos antecedentes, no es despreciable entonces hablar del lenguaje como una red que inaugura un estado de relaciones específicas y que tiende –con resultados favorables y desfavorables-, dada sus características prístinas y actuales, a estatizar la realidad, o lo que es lo mismo, a eliminar la incertidumbre.

Como el lenguaje sólo es capaz de trabajar con materias primas que posibiliten su traducción a lenguaje, el pensamiento humano y la ciencia, como parte de ese pensamiento, ordena todo aquello que puede visibilizarse a través de él.

En dicha visibilización, una operación de máxima importancia parece haberla constituido la distinción o escisión, esa forma de distanciamiento de la que hablaban Berger y Luckman (1968), que ejerce una construcción específica sobre la realidad donde el hombre, a pesar de haberla creado aparece más como producto que como productor de ella.

Así, escindir, distinguir, oponer, se revela como un mecanismo de poder, reductor de las incertidumbres e indeterminaciones que el propio ambiente posee y con las que el hombre tiene necesariamente que vivir. Construir el lenguaje por tanto se instituye entonces en una especie de construcción del mundo, aunque como diría Morin, esto se haga con una considerable ayuda por parte del mundo mismo .

El carácter complejo del sistema lingüístico, como planteaba Saussure (2002), nos indica en primer lugar que existe un número enorme e insospechado de palabras, pero no infinito –a algo parecido se refería Borges en su cuento La biblioteca de Babel -, es decir, lo que constituye hoy nuestra sustancia verbal es aquello que de alguna manera es posible traducir, o dicho de otra forma, es pensable en términos de significación, lo que es ya una materia del lenguaje. En ello, entonces, le va –literalmente hablando- la vida al hombre.

2.2. Construir el lenguaje es construir el mundo

Resulta imposible entonces “hablar” de aquello en lo que no se piensa, de manera que al mismo tiempo no se puede pensar aquello que en alguna medida no pueda ser “hablado”. Por ello, la tesis que aquí se expone no se debate pues entre la materia y la forma, entendiendo por materia al pensamiento, y por forma al lenguaje, o sea, la manera en que se traduce. Primero, y sin lugar a dudas, debe de existir la forma en la que el pensamiento tomará expresión, es decir, el lenguaje, en tanto éste se articula como red organizadora y reguladora; antes del nombre, primero el atributo.

Suele pasar que en muchas ocasiones el nombre, que puede o no estar determinado o condicionado por la significación, sirva como algo más que un enlace entre el objeto y su definición. El nombre, por lo general, encierra dentro de sí mismo una asociación conceptual que en la medida en que va siendo obvia, ya sea, como dijera Nietzsche, por la ilusión reiterativa de la costumbre como por la constatación tangible de la interacción con el objeto evocado, se torna incuestionable, se objetiva y se confunde por ello con la realidad.

No obstante, y en ningún caso de semantización, el nombre aparece vacío. Es a eso a lo que llamamos sentidos del lenguaje; es decir, los caminos por los que toma la traducción siempre llevan un plus de información, un excedente muchas veces invisible, que refiere a las significaciones y en ocasiones permite abordarlas desde una perspectiva más sistémica.

Es precisamente en esa tónica que los sentidos no pueden ser tan arbitrarios como pretendían hacernos creer los primeros teóricos. La arbitrariedad, estrictamente hablando, es una conceptualización que se ha hecho del propio lenguaje en aras de una pretendida nulidad conceptual que redunda y enfatiza la concepción ontológica que a nivel proposicional recrea, pero que no deja de ser un privilegio de su propio sentido.

Por ejemplo, la salida del sol, fenómeno físico que seguramente con cierta regularidad observaban los hombres primitivos, se relaciona de forma inmediata con el inicio del día, la claridad, lo bueno y lo resplandeciente; sin duda alguna, dicho fenómeno era mayormente bien recibido por aquellos hombres que poco a poco iban entendiendo que durante el día (o mientras durara la luz del sol) ellos podían estar mejor preparados para enfrentar los peligrosos ataques de los animales, tenían mayor visibilidad para cazar y por tanto alimentarse, había menos frío…

No es casual entonces que el sol sea un símbolo de buena fortuna (Tarot), que el día sea el símbolo de lo claro, de lo conocido, de la acción a favor de la comunidad (la caza, el trabajo) y mucho menos casual es que para completar la oposición, la noche sea el lugar del peligro, lo oscuro donde se ve poco y por lo tanto se “hace” –en términos de trabajo- y se controla menos; la noche es el momento del individuo, de la intimidad y del ocio en contraposición al día que es el momento de la acción común.

Así, las palabras amanecer y anochecer , día y noche , aparecen desde sus inicios repletas de un sentido que para nada resulta arbitrario; sólo su designación, es decir, su nombramiento puede acoger a semejante concepto.

Resulta evidente pues, que para poder usar la palabra día como posible sentido asociado de amanecer , ambos contenidos debieron de estar previamente en contacto. El amanecer simbólicamente es una expresión positiva que no requiere de atributos explicativos extras, sólo en el caso en que se decepciona su sentido simbólico, como por ejemplo con la expresión “negro amanecer” es preciso demostrar que el usuario de la misma se halla en circunstancias de recepción diferentes a las objetivadas, como puede ser una depresión por sólo poner un ejemplo.

Viéndolo desde otro ángulo, los contenidos del día constituyeron elementos de posible significación, de manera tal que se instauraron como signos susceptibles de traducción y gracias a la cualidad sintética de los signos lingüísticos pudieron condensarse en una expresión determinada, ahorrándose con ello la perífrasis.

Así, este estado emocional y cognitivo concreto que adquiere relevancia en la vida de los primeros hombres -en tanto se trataba evidentemente de un asunto de supervivencia, no sólo en el sentido de la caza, sino en la idea misma de la posibilidad de perpetuación- es ordenado en su traducción y en su potencial de intercambiabilidad.

En el caso de la palabra día , todo lo que se condensa en ella (sensaciones de alivio, de control, de esperanza) es traducible en términos de claridad, seguridad y demás, y sólo a partir de ella, es intercambiable en el sentido asociativo día-amanecer, sentido positivo-favorable, y en el sentido oposicional día-favorable/noche-desfavorable.

Por ello, consideramos que el lenguaje no sólo surgió para construir los innegables puentes de la interacción entre los hombres, sino para construir, designándola (construyéndola), una realidad ante la cual los hombres primitivos no poseían poder.

Como se puede apreciar, el término poder sirve para dar fe de la necesidad de controlar un mundo hostil que sólo puede ser intervenido a través de una intermediación simbólica que es el lenguaje. Nombrando, el hombre puede acercarse al objeto que desconoce, lo puede definir, lo puede explicar y eso le permite compararlo y aprovecharlo de acuerdo a sus fines.

3. El lenguaje como herramienta del conocimiento

Si el lenguaje, como afirmó Lotman (1979), es un sistema modelizador de la realidad del mundo, el conocimiento del mundo se halla estrechamente relacionado con él. No es que sea privativo del conocimiento el lenguaje pues hay otras maneras de conocer el mundo, pero el lenguaje, y en particular el lenguaje verbal, permite mayor eficiencia en términos sociales, o al menos, eso es evidente si se toma en cuenta su carácter simbólico, convencional y dicotómico.

El motivo de tal aseveración se halla, a nuestro entender, en la firmeza de la categorización, en la estructura cerrada de las definiciones que ejercita un pensamiento binario que hasta nuestros días, por más aperturas y desafíos a los principios de la no contradicción y el tercero excluido de la lógica aristotélica, sigue empleándose –al final y al principio- para nombrar, clasificar y evaluar lo que nos rodea. Tal pensamiento constituye justamente la prefiguración conceptual de las primitivas intenciones, llamadas actualmente epistémicas de las que las metodologías dan fe y requieren, en tanto postura ideológica del conocimiento.

Justamente por ello, el lenguaje en tanto medio de expresión –y contenido- para la producción de esos acercamientos cognitivos, se constituye en poder y ese poder es ejercido desde el proceso mismo de traducción que no es más que el mecanismo que permite que el pensamiento se formalice a partir de las estructuras lingüísticas que anticipan dicha formalización en términos de designación, atribución y posicionamiento al interior de las mismas, es decir, desde una perspectiva gramatical, y al exterior, desde una perspectiva discursiva.

En cualquier caso, hablamos siempre de una postura intencional a la hora de localizar y seleccionar la situación simbólica que será traducida a partir de una modalidad de poder ya sea entendido éste como deseo o voluntad de traducir (lo que supone una pre-compresión de las redes estructurales y estructurantes de la traducción) o como la propia selección de los significantes posibles que permitan expresarla.

Ambas situaciones nos refieren la absoluta ausencia de elementos arbitrarios en la concepción, construcción y uso del lenguaje, así como también al momento del surgimiento del sistema lingüístico como único capaz de contener el galopante desamparo de los primeros hombres frente a la naturaleza. Dicho sistema respondía, a diferencia de otros sistemas de comunicación más primitivos, no a la necesidad de comunicarse para la que no existían situaciones simbólicas y sí ya existían otros sistemas que solucionaban ese problema, sino a la necesidad de controlar al mundo exterior, simbolizada torpemente, pero simbolizada al fin y al cabo por la desprotección del hombre en su hábitat natural.

Como habíamos abordado con anterioridad, esto es reforzado por la concepción del conocimiento dada por Piaget (1973) como actividad adaptativa, misma que es retomada por Von Glassersfeld (1995), a partir también de la noción de “encaje” darwiniana para construir lo que él denomina “relaciones de viabilidad”.

Las relaciones de viabilidad son las que operan entre la adaptación o sobrevivencia del individuo y las constricciones o limitaciones que le impone el medio. Así, el medio condiciona el pensamiento que, antes de serlo, es generado por una operación fisiológica del sistema nervioso que se encarga de “recibir” señales; la indistinción de dichas señales en la corteza cerebral elimina la posibilidad de que éstas posean significado5.

Lo anterior sitúa a las operaciones de significación en un plano absolutamente mental, aunque consideramos que esto no es totalmente correcto. Una cosa es que todas las señales enviadas a la corteza cerebral sean indiferenciadas, y otra que esa indiferenciación genere un pensamiento absolutamente simbólico, desvinculado de la posible significación de la señal misma.

La significación es un proceso de atribución de sentido que, si bien convencional, es decir, consensuado, no puede ser arbitrario puesto que aunque no derive directamente del material captado por los sentidos, parte de la interrelación de dicha señal con el sujeto. Esto lo vivencia el individuo a través de experiencias individuales y subjetivas, pero lo experimenta el sujeto en tanto miembro de una misma especie.

La interacción con el ambiente, incluso con otros sujetos, por tanto, no es una información despreciable. La señal que recibe el sujeto del medio ambiente si bien se aloja como dato en el cerebro, fija mediante la experiencia casi de forma simultánea la posibilidad de significarse de una manera particular. Así, la señal llega al cerebro y por medio de la memoria inmediatamente es asociada a una vivencia concreta. Dicha vivencia, vale la pena insistir, puede resultar similar a la de todos los sujetos involucrados en ella, lo que puede explicarse por el hecho de que exista similitud entre el aparato de captura humano (el sistema perceptor) de uno y otro individuo.

Esto obviamente deriva en la construcción de un cuerpo intersubjetivo de significaciones y modos de entender la realidad, tal y como explicamos sucedía con las significaciones del día y de la noche, en el apartado anterior. La experiencia, entonces, juega un papel fundamental en la articulación de la señal con su significación6, pero la experiencia, como advierten Berger y Luckman (1968), para que se acumule como parte del saber colectivo histórico, social y humano necesita trascenderse, y esto sólo puede ser logrado a través del lenguaje.

El lenguaje pues asegura la adaptación del hombre al ambiente, no sólo porque el sujeto puede nombrar con él lo que le rodea, sino porque cada nombre es el vínculo que le permite distinguir una señal de otra, es el enlace entre su vida y el medio, es la herramienta que le permite conocer su entorno, las limitaciones y alcances que tiene con respecto a él, en una palabra: es lo que le permite organizar su comportamiento autónomo respecto al ambiente.

Es importante señalar junto con Maturana (1986) que el conocimiento es una especie de acoplamiento estructural del individuo al nicho ecológico; el lenguaje, entonces, así concebido, indica no sólo que el hombre opera a través del lenguaje, sino EN el lenguaje. La realidad no es más que un argumento explicativo de una experiencia individual. De ahí su concepto de autopoiesis como mecanismo de crear al mundo al mismo tiempo que el hombre se crea a sí mismo.

Siguiendo con el caso que nos ocupa, los hombres primitivos debieron comprender su indefensión como una especie de incapacidad para controlar la naturaleza, y en consecuencia, en la percepción de su propia insignificancia frente a un mundo natural que los superaba -y que aún los (nos) supera-, debió anidar, como todavía hoy también lo hace, una sensación de impotencia que sólo era posible contrarrestar con el conocimiento de la situación que la provocaba.

Saber qué era el tigre, por sólo poner un ejemplo, permitía a estos hombres una protección, digamos, conceptual en tanto dentro de la atribución propia del tigre, al margen incluso de su catalogación biológica, imperaba la noción de peligro y cuya relevancia empírica no era despreciable en aquellos tiempos. Sin embargo, podemos suponer que esta noción de peligro no debió estar circunscrita solamente al tigre, abarcó casi con seguridad también al mamut y al rayo, entre muchos otros. Ambos a su vez conectaron con sentidos diferentes, por ejemplo en el caso del mamut con alimento y en la caso de rayo con luz, lo que permitió no sólo plantear una necesidad de nombrar por el simple hecho de “decir”, sino que a nuestro entender constituía la aproximación cognitiva por excelencia a lo que se revelaba evidente.

4. La condición sistémica del mundo natural y su relación con el ser humano, el lenguaje y el pensamiento

Retomando el hecho de que el ser humano es un ser biológico y social que vive y se desarrolla en un medio natural del cual es parte, podemos dar por hecho que el entorno (llamado igualmente realidad, con su conjunto de objetos y conceptos) es parte también de la vida del hombre.

Entender la naturaleza biosocial del ser humano nos ubica epistémica y metodológicamente dentro de las coordenadas de una perspectiva sistémica, por lo que la Teoría de Sistemas constituye un pilar importante en las vertientes reflexivas que este trabajo maneja.

Los sistemas, y en particular los sistemas sociales que son los sistemas donde se desarrolla también el ser humano, son conjuntos organizados de agentes cuya finalidad es la autorregulación y la evolución. Todo sistema pretende, por tanto, su supervivencia alternando momentos de tensión y distensión de forma constante pues éstos son los que garantizan precisamente su desarrollo y movilidad.

Los sistemas son organizaciones definidas, pero no aisladas; delimitados por una estructura interna propia -su realidad-, pero no carentes de conexiones y articulaciones con otros sistemas de los cuales se nutre y a los cuales nutre de manera constante, mediante una dinámica de intercambio informacional que le permite subsistir tanto a unos como a otros. Son ordenados, pero no rígidos; viven de la entropía, pero tienden a la neguentropía.

Si ajustamos todo lo anterior al ser humano, podemos darnos cuenta del fundamento biologicista de la Teoría de Sistemas (justamente su punto de partida), pero también de los vínculos sistémicos entre el hombre y su cultura, entre el hombre y su sociedad, entre el hombre y sus manifestaciones tanto objetuales como simbólicas y espirituales.

Esto significa que para comprender al ser humano y cualquiera de sus productos, en particular al lenguaje, no puede minimizarse el papel del entorno, (tanto el natural como el sociocultural) pues éste aparece como parte ineludible de su sistema. En ese sentido, la cultura no es tampoco una actividad desligada del ambiente, sino que siendo una creación humana como cualquier otra, está vinculada a él, lo que significa que está vinculada a su ser y hacer biológico.

El lenguaje es sin dudas, desde esta perspectiva entonces, un producto cultural, una creación como tantas otras que sirve de regulador a las entropías del entorno, y el pensamiento en tanto producto de éste, también. Si se prefiere, tanto el lenguaje, la cultura como el pensamiento resultan una especie de actividades adaptativas que permiten conocer y experimentar en y con el entorno, establecer los límites y alcances de la interrelación entre los seres humanos y él, objetivándolo, deificándolo, estatizándolo con el fin de reducir el flujo de información entrópica que constantemente lo desestabiliza.

A propósito con lo anterior, Von Bertalanffy (1976) planteaba que la relación entre el lenguaje y la visión del mundo no puede ser unidimensional, sino más bien recíproca, pues en la propia estructura del lenguaje se pueden hallar determinaciones que indican (o parecen indicar en muchos casos) aquellos rasgos de la realidad que pueden ser abstraídos y “pensados”, a partir de la propia visión que del mundo se ha tenido previamente.

Lo anterior se relaciona estrechamente con otro planteamiento de Von Foerster (1991) para quien el conocimiento no podía ser una representación independiente de la realidad, sino más bien una especie de mapa o esquema de lo que podía “hacerse” (¿pensarse con relación a?) en el ambiente en que ya el individuo había tenido experiencias.

Por ello afirmamos que tanto el lenguaje como sus sentidos poseen conexiones mucho más estrechas con el sistema natural de lo que normalmente se cree. No es que no lo tengan con el sistema simbólico-social, sino que éste último es un subsistema dentro del sistema mayor: el natural. El lenguaje, como instrumento o mediación cognitiva entre el sujeto y el mundo, juega entonces una función adaptativa, o lo que es lo mismo, es una herramienta para organizar el mundo de la experiencia del hombre (Von Foerster, 1991).

Nuestro mundo hoy en día, si bien ya no contiene tigres ni rayos ni mamuts, no por ello ha dejado de estar indeterminado, no por ello ha dejado de ser complejo y multidimensional, y mucho menos ha dejado de mostrarnos, de tiempo en tiempo, nuestra indefensión ante una realidad que no controlamos del todo. El lenguaje (la ciencia) nos ofrece, como a los primeros hombres, la posibilidad de asimilarla, organizando nuestra experiencia en ese marasmo que constituye, a nuestros ojos, su impredictibilidad.


Bibliografía:

  • Berger, P. y Luckman, Th. (1968). La construcción social de la realidad . Buenos Aires: Amorrourtu.
  • Buber, Martin. (2002). ¿Qué es el hombre? . México: Fondo de Cultura Económica.
  • Eco, Umberto (1997). Kant y el ornitorrinco . México: Lumen.
  • Feuerbach. (1987). Tesis sobre Feuerbach . En compilación del Instituto de Historia y Filosofía, La Habana , Cuba. Editorial Gente Nueva.
  • Foucault, M. (1978). Las palabras y las cosas . Madrid: Siglo XXI.
  • Lotman, I. (1979). Semiótica de la cultura . Madrid: Cátedra.
  • Maturana . ( 1986). El árbol del conocimiento . Santiago de Chile: Edición Universitaria.
  • Morin, E. (1995). “La noción de sujeto” . En: Dora Fried (comp.) Nuevos paradigmas, cultura y subjetividad , Paidós, Buenos Aires.
  • Morin, E. (1994). Introducción al pensamiento complejo . Barcelona: Gedisa.
  • Piaget, J. (1973). Estudios de psicología genética . Buenos Aires: EMECE.
  • Saussure, Ferdinand de (2002). Curso de lingüística general . México: Siglo XXI.
  • Torfing, Jacob. (1991). “ Imágenes de una trayectoria. Un repaso al análisis del discurso ”. En Buenfil, Rosa Nidia, 1998, Debates políticos contemporáneos: En los márgenes de la Modernidad. Plaza y Valdés Editores.
  • Vigotsky, Lev. (2004). Psicología y pedagogía . Ediciones Akal S.A.
  • Von Bertalanffy, L. (1976). Teoría general de sistemas . México: Fondo de Cultura Económica.
  • Von Foerster, H. (1991). Las semillas de la cibernética . Barcelona: Gedisa.
  • Von Glassersfeld, E. (1995). “ La construcción del conocimiento” . En: Dora Fried (comp.) Nuevos paradigmas, cultura y subjetividad , Paidós, Buenos Aires.
  • Waztlawick, P. (1993). Teoría de la Comunicación humana . Barcelona: Herder.

Notas

1 Von Foerster sostiene que existen dos maneras de entender al lenguaje; el lenguaje en su apariencia que es aquel que se refiere a las cosas como son, es monológico, denotativo, descriptivo de lo que es (dado fundamentalmente por la fundamentación ontológica que otorga el verbo “ser”, y el lenguaje en su función que se refiere a las nociones que cada quien tiene de las cosas. Este lenguaje construye y pone a dialogar al sujeto con el contexto a través de las experiencias que éste tiene con él. Para mayor información consultar en VON FOERSTER, H. Las semillas de la cibernética. Barcelona, Gedisa, 1991.

2El término se le atribuye a San Agustín, como uno de los cuatro elementos con los que conforman el signo.

3Como puede notarse, nuestra postura le debe bastante a la fenomenología de la percepción de Merleau-Ponty, en tanto ni la conciencia puede crear la realidad, ni el objeto por sí mismo la constituye. La percepción, entonces, tal y como la ve este autor, estaría definida como algo pre-comprendido que se instaura a través de un mecanismo de circularidad concretado en la experiencia corpórea del sujeto cuando entra en relación con el objeto. De ahí que haya una coexistencia de la percepción; algo que es percibido por el sujeto, pero que adquiere casi inmediatamente, gracias a esa experiencia corpórea (en el cuerpo propio que es el cuerpo vivido y exprienciado; ojo, no en el aspecto material o tangible del objeto) una manera particular de identificarlo y asumirlo. Para nosotros, el lenguaje es un mecanismo que nombra y significa al objeto, una vez que el sujeto ha entrado en relación con él a partir de esta experiencia “en presencia”, que es, según el filósofo, una experiencia individual.

4 Von Foerster. (op. cit).

5 Von Foerster (op.cit.)

6Aquí nuevamente hacemos eco con Mearleau Ponty y su teoría sobre la fenomenología de la percepción.


Vivian Romeu
Profesora de la Academia de Comunicación y Cultura, Universidad Autónoma de la Ciudad de México.

© Derechos Reservados 1996- 2007
Razón y Palabra es una publicación electrónica editada por el
Proyecto Internet del ITESM Campus Estado de México.