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CISMOGÉNESIS Y MORFOGÉNESIS DEL CONOCIMIENTO. LOS ESTUDIOS DE LA COMUNICACIÓN Y LA SOCIOLOGÍA CULTURAL

Por Héctor Gómez
Número 61


Estratos de tiempo.

Desde la última década del siglo XX fue evidente que las estructuras del mundo entraron en una mutación tal que en los ámbitos académicos, científicos e intelectuales se resintió de una manera que los llevó a cuestionarse sobre la producción del conocimiento. Más allá de las implicaciones epistemológicas, sociológicas, políticas y económicas de la producción y distribución del conocimiento, las transformaciones en el mundo han sido de una magnitud e intensidad que han impactado en la experiencia misma de quienes han generado y generan el conocimiento, y esto ha tenido una fuerza  definitiva pues ahora cada mirada a lo social se ha de entender como una heurística que se recompone continuamente ante el despliegue de las distintas temporalidades que se despliegan en el mundo y estallan en la experiencia de quienes pretenden producir conocimiento.

Hubo un tiempo en que uno podía suspender el tiempo y desde ahí observar lo social, intervenir y dar cuenta de él. Pero el mundo actual a uno, lo implica y lo modifica por diferentes dinámicas y experiencias sociales, pues el mundo y el sujeto que conoce están en transición, en movimiento, y esto significa que tanto la base de la experiencia social como las estructuras de conocimiento están en marcha, en continuos procesos de modalización.

Cuando una estructura está lejos del equilibrio, las bases de la estructura se disuelven y se abren dos caminos: la historicidad que contiene el diseño básico de su trayectoria y organización, los caminos posibles hacia el futuro. En términos del pensamiento complejo esto significa que cuando uno observa el mundo como un sistema complejo, “los sistemas filosóficos que mantienen la división del conocimiento en disciplinas, con toda la coherencia interna que alcancen, o con la validez y confiabilidad que muestren en construcción de conceptos y realidades, pierden una gran parte de la significación que tenían antes” (González Casanova, 2004: 82). Para la producción de conocimiento en los tiempos que corren esto conlleva la importancia de distinguir y tejer tres estratos de temporalidad que se ponen en acción nuevamente: los de corto plazo, los ciclos que se renuevan y ponen en movimiento, los de largo alcance histórico que nos llevan a zonas de transición cuando se gestaba un proceso de impulso mundial e histórico (Koselleck, 2001).
                                                                               
Nos parece que, para los estudios de la comunicación esta zona de transición implica tres dimensiones, por lo menos, que si bien implican re acomodos en la manera como se ha entendido y estudiado a la comunicación, sus contornos e implicaciones son más amplias y totalizantes, principalmente a partir de la convergencia de los medios masivos de comunicación tradicionales a los nuevos medios, conocidos como tecnologías de información y comunicación, ya que representan un ámbito y escenario que parece no sólo movilizar a los estudios de la comunicación, sino el de lo social.

 

Primero, la presencia de nuevos medios significa que se ha dado una transición de la manera como operaban los medios tradicionales dentro del sistema social y se ha ido conformando como parte de un entorno sociocultural global, y esto igualmente significa que la realidad sociocultural amplia en el mundo ha sufrido transiciones radicales a como se manifestaba hace algunas décadas, pero también, que la dimensión de la comunicación humana en general ha tenido alteraciones significativas dentro de la vida social y humana. Segundo, esto quiere decir que si bien se esboza dentro de los estudios de la comunicación la necesidad de atender nuevos temas y objetos de estudio, esto se debe a un cambio ontológico en el mundo y en la comunicación; tercero, e igualmente que si se han de abrir nuevas agendas de estudio, se ha de re pensar que esto conlleva la importancia de revisar y construir una nueva epistemología, o algo más amplio todavía, pues como dijimos anteriormente, no sòlo impacta en la comunicación, sino en el todo social.

Nueva realidad sociocultural, nueva ontología, nueva epistemología, y su articulación no son cualquier cosa, puesto que, por un lado, recuerdan lo que señala Edgar Morin (1991: 95) al nudo gordiano “entre cierre y apertura, limitación y fecundación” y que requieren un ámbito mayor que el meramente epistemológico1: un meta punto de vista. Dice Morin (1991: 97):

El metapunto de vista no está sólo sometido a la dialógica y a la recursividad, sino que justamente emerge de la dialógica y la recursividad: de este modo, hay que someter la razón, la ciencia, la lógica a la historia y a la sociología, pero hay que someter dialógicamente la historia y la sociología al exámen racional, científico, lógico. La dialógica de los puntos de vista es uno de los constituyentes del conocimiento del conocimiento que, al permitir la entreartciulación de sus diversas instancias constitutivas, permite al mismo tiempo metapuntos de vista.

Acceder a una nueva realidad implica recorrer los caminos como se ha nombrado a la realidad y reconstruir la manera como se le ha nombrado a través de los espacios teóricos y conceptuales con las cuales se le ha conocido, y esto significa a su vez la importancia de reconocer que esto ha sido producto de una psicogénesis del conocimiento (Piaget y García, 1987; García, 2000), conformado a lo largo del tiempo como una respuesta de la acción humana que ha creado logicidades simbólicas varias y cambiantes a través de artefactos de inteligibilidad que se constituyen como estructuras de conocimiento.

Históricamente, los estudios de la comunicación aparecieron por la necesidad de dar cuenta de una nueva realidad social en el siglo XX, y gran parte de su estructura básica del conocimiento se conformó a partir de la estructura del conocimiento de lo social de esos momentos y de los sistemas filosóficos que se engendraron a inicios de la modernidad.

La estructura del conocimiento de lo social que se engendró a partir del siglo XIX, y el sistema filosófico que inicio desde el siglo XVI pueden ser vistos como resultados de procesos de modificación del conocimiento a escala histórica, de largo alcance, procesos de “cismogénesis” y “morfogénesis” (Morin, 1991: 155) que tanto desestructuraban un sistema de conocimiento, pre científico, y re estructuraban un conocimiento pretendidamente científico, con una fuerza tal que no sólo permitió la emergencia de conocimiento nuevo, de su organización, sino organizar parte de la vida social y cognitiva de la modernidad. Esto se puede observar en la obra de los pensadores considerados como clásicos de las ciencias sociales.

A partir de ahí, las estructuras de conocimiento han tendido a reaccionar a dos de los estratos de conocimiento ante los cambios en el mundo: las de corto alcance,  respuestas ante acontecimientos emergentes y que impactan lo social fuera de lo ordinario; las de los ciclos sociales e históricos que implican sucesivas síntesis y organización del conocimiento previo. La acción de estos trabajos ha sido producto de obras de autores de generaciones y entre generaciones que se han inscrito en tradiciones de pensamiento, que las han renovado o propiciado bifurcaciones importantes.

Esta visión está cercana a la de Wallerstein (2005: 42) al señalar la evolución de la sociedad como un “sistema histórico” que se desenvuelve a través de ciclos y procesos de bifurcación que implica a su vez modificaciones cíclicas y bifurcaciones de las estructuras del saber, del conocimiento. Igualmente está cercana con Wallerstein en el sentido de que la crisis actual del sistema mundo, que implica la posibilidad del fin del Moderno Sistema Mundo, implica crisis de la estructura del conocimiento y que, todo indica son momentos donde fuerzas centrípetas y centrífugas de los estratos del tiempo se dan cita, y lo experimentamos como momentos de “cismogénesis” y “morfogénesis” del conocimiento. Pero en estos cambios cismicos y morficos, la comunicación y los medios de comunicación están en el centro del torbellino.

Cismogénesis y Morfogénesis. ¿Comunicación?

Hace unos años, Roger Silvertone (2004:14) se preguntaba por qué estudiar a los medios de comunicación. La respuesta que daba es que los medios de comunicación eran una dimensión esencial de la experiencia contemporánea, centrales en la vida cotidiana dado que era la textura general de las experiencias, y, por tanto, el modo de participar en la vida social y en la cultura actual.

La pregunta no es nueva, y quizá la respuesta tampoco, pero lo importante es el momento en que se hace por la dimensión global que han adquirido los medios de comunicación en la vida social contemporánea. Así como en el siglo XVIII apareció la atención a la cultura, y a la sociedad, a finales del siglo XX, el gesto parece dirigirse a la comunicación, de acuerdo con las miradas de algunas disciplinas como la sociología y la antropología que desde hace algunos años han comenzado a dialogar e incluir el enfoque de la comunicación (García Canclini, 2005), así como el hecho de que van reconociendo que es un objeto de estudio “reciente” (Martín Barbero, 2001).

Pero ese descubrimiento “reciente” es parte de un proceso al que poco se le concedió atención e importancia en el pasado y que se torna visible por diferentes procesos que han ganado dimensiones globales a nivel de entornos colectivos y diseminados en las diversas instancias de la vida social, en todas sus escalas. Pensamos en dos en concreto: el contexto histórico de la vida social; la realidad social y cognitiva cambiante; ambos alrededor de los cambios en los medios de comunicación.

El primero se refiere al fin de lo que Wallerstein (1996: 6) llama Moderno Sistema Mundial, un periodo histórico que encuadra entre 1789 y 1989, en el cual se han dado diversos periodos o ciclos de la vida social, política y económica que han sido fundamentales, como el que se gesto entre 1945 y 1989, hasta que al llegar a la década de los noventa, parece entrar en una radical bifurcación o disolución. Este periodo tiene las implicaciones de que ahí se conformaron las bases filosóficas y científicas de una estructura de conocimiento, y la base para la experiencia del orden y organización social. Su aparición y desarrollo implicó un orden general en movimiento y transición en todas las dimensiones, una forma de vivirlo, experimentarlo y conocerlo, y los actuales movimientos y tendencias en los tiempos recientes parecen indicar su disolución a partir de otras premisas, no necesariamente filosóficas, y aplicaciones científicas y tecnológicas divergentes a las empleadas anteriormente (González Casanova, 2004) que conforman un nuevo orden económico y sociocultural (Verdú, 2006).

Ello ayuda a entender por qué en los estudios de la comunicación, y de lo social en general, se ha convertido en un área de estudio y de reflexión, como un recurso analítico y heurístico que permita delimitar un orden temporal para estudiar el orden espacial, social y su movilidad a través de lo comunicacional y los medios de comunicación. Es en la mirada a esta temporalidad humana y social cuando se hace evidente que el proyecto moderno de la cultura se pierde al dejar de ser una memoria histórica y virtual para dar paso a una cultura comunicacional, relacional y transaccional (Brea, 2007).

Dentro de ese contexto está la imagen general de la globalización, que tiende a ser visto como un engrandecimiento de la comunicación, dentro de un mercado mundial, pero como apunta Fredric Jameson (1999: XII), es una imagen dentro en la que se esconden procesos antagónicos y en tensión, pero donde las relaciones son simbólicas expresadas dentro de los imaginarios colectivos para los cuales se requiere canales y circuitos económicos y comunicacionales.

El segundo se refiere a que no solo la realidad social ha cambiado, sino la cognitiva y ello comienza a hacer estallar las estructuras de conocimiento, tanto sociales como comunicacionales. No es gratuito que muchas de las tendencias de los estudios de lo social hayan girado a mirar a la globalización y que los estudios de la comunicación estén girando hacia lo digital, entornos donde no sólo se observa las tendencias generalizantes, sino cambiantes. Es como lo expresa Gittle Stald (2002) en el sentido de que la revolución de lo digital, más que en los usuarios, ha estallado en los investigadores de los medios por las condiciones cambiantes y móviles de sus contextos, procesos y sujetos de estudio.

Si bien se reconoce que el paso de estudio de los medios de comunicación centrados en la industria cultural han generado un conocimiento de la comunicación como transmisión, el paso a lo digital, con medios interactivos, conlleva una nueva base epistemológica centrada en la interacción, y esto implica una zona teórica y conceptual por revisar y construir, tanto en lo que se refiere a la globalización (Martin, Metzger y Pierre, 2006), como a la nueva comunicación (Aarseth, 2004; Jensen 1998), para dar cuenta de las nuevas realidades que emergen y construir un conocimiento de carácter científico (Fuentes Navarro, 2006).

Esto es el caso de la comunicación vista desde los nuevos medios que genera la necesidad de investigar una serie de conceptos y áreas de problemas por atender, como la interacción, la textualidad y los contenidos, la cultura mediada, la misma historia de los medios de comunicación (Jensen, 1998; Rasmussen, 2003; Thornburn y Jenkins, 2004).

La sociología cultural y la comunicación.

A finales de la década de lo ochenta del siglo XX se consideraba que dentro de los estudios de la comunicación se habían dado tantas crisis y cambios de paradigmas que lo que se vivía en esos momentos era un cambio más. A la década siguiente las cosas eran más complicadas: parecía avecinarse no una crisis, sino una zona de ruptura de alta intensidad que propiciaba la revisión de lo realizado hasta el momento.

Dentro del amplio campo de estudio de lo social, los estudios de la comunicación han tenido cambios y modificaciones, por lo general en paralelo a las ciencias sociales, las cuales junto con las estructuras del saber más amplias, propiciaron una cismogénesis y morfogénesis del conocimiento desde el siglo XIX. Desde entonces a la fecha se han dado ciclos y bifurcaciones.

Pero al interior de los estudios de la comunicación se han dado algunas modificaciones que han sido importantes en tres momentos: durante las décadas de los sesenta y setenta; la década de los ochenta; la década de los noventa. Esos momentos van acompañados con cambios en el mundo y cambios con los sistemas de la comunicación. Punto central es que en esos momentos los estudios de la sociología, la antropología, coinciden con los de la comunicación para entender las transformaciones socioculturales en el mundo, la aparición de la sociología cultural como una de las principales fuentes de estudio de la comunicación, que, desde entonces, ha sido una de las principales.

El espacio temporal de la sociología cultural igualmente coincide con los límites del Moderno Sistema Mundo, con la transición a una nueva realidad sociocultural y comunicacional, con la aparición de los nuevos medios, y en ese sentido ha sido una de las estructuras del conocimiento para comprender las zonas de cambio, y pareciera que es uno de los espacios para no sólo dar cuenta de las transformaciones, sino para edificar una nueva estructura de conocimiento.

Es por ello que lo que ha continuación realizaremos es una revisión histórica de lo que ha sido la relación de la sociología cultural y los estudios de la comunicación, de acuerdo a los tres momentos señalados anteriormente.

Antecedentes. Hasta la década de 1950.

Una sociología propiamente cultural aparece más nítidamente a partir de la década de los sesenta del siglo XX. Antes de ello, hay dos corrientes sociológicas que fueron importantes para la conformación de lo que se llegará a conocer como las corrientes fundadoras o paradigmas dominantes de los estudios de la comunicación: la sociología funcional-estructuralista y la sociología crítica.

Ambas sociologías, junto con la cibernética, fueron los principales enfoques de la comunicación durante la década de los cuarenta y de los cincuenta, y habría que decir que la sociología funcional-estructuralista fue la que más se difundió y se aplicó no sólo en los Estados Unidos, sino en diferentes partes del mundo. Es aquí donde se ubica la mayoría de los aportes de Laswell, Lazarsfeld, Lewin, Hovland, Schramm.

El enfoque funcional-estructuralista no apareció desde los primeros estudios académicos de la comunicación en los Estados Unidos, sino que fue resultado de un proceso previo de trabajo teórico y al cual llegaron a él en los cuarenta y a los cincuenta, en el cual hubo una serie de modificaciones importantes para concebir a la comunicación y la acción de los medios de comunicación. Si bien la mayoría de los libros al abordar esta tradición de estudio de la comunicación la presentan como un todo unificado, con una sucesión lineal de enfoques, pareciera que no fue tan simple ni lineal. Veikko Pietilä2 (1995) hace una revisión de la manera como este, y otros enfoques, no sólo conformaron un área de estudios de la comunicación, sino que buscaron legitimarlo como el enfoque adecuado y necesario para estudiarlo y definir el estudio de la comunicación desde el ámbito del estudio de los efectos, por razones de índole ideológica que sustentaban un intereses políticos y económicos, y en el ámbito académico implico la necesidad de organizar y delimitar las fuentes sociológicas, psicológicas y políticas que sustentarían las dimensiones metafóricas y meta metodológicas de los estudios de la comunicación.

Es decir, antes de su institucionalización académica en Estados Unidos como los estudios de la comunicación, ya había un pensamiento sobre la comunicación que se había ido realizando ante el desarrollo de los medios de transporte y de comunicación desde el siglo XVIII, como lo ha hecho notar Armand Mattelart (1996). A esto, habría que agregar que el enfoque de los estudios de las ciencias sociales era de corte cualitativo con lo cual se daba una relación más cercana con la vida social de la mayoría, y que no fue sino hasta la década de los treinta y cuarenta cuando fue reemplazada por una perspectiva positivista, con la cual trabajará la sociología funcional-estructuralista (Jankowski y Wester, 1993).

En los Estados Unidos, la primera escuela de sociología fue la que se estableció a finales del siglo XIX en la Universidad de Chicago, a la que se le llegaría a conocer como la “Escuela de Chicago”, y la cual no fue únicamente la primera escuela formal de sociología de los Estados Unidos, la más influyente en esa área hasta la década de los treinta, incluso más allá de su país. La Escuela de Chicago es generalmente conocida como un antecedente de la sociología funcional-estructuralista, o por sus aportes metodológicos de los medios de comunicación. Con Everett Rogers3 (1995), habría que decir que fue algo más: influidos por distintas corrientes como el pragmatismo de William James y de la filosofía y sociología de Georg Simmel4, veían a la comunicación como la base de la vida social, su interés por la vida social en la ciudad que se descomponía y se alteraba que junto con el recurso de abandonar a la universidad para ir a los escenarios donde se daban los procesos sociales de crisis y cambio social, les permitió no sólo abordar áreas de estudio diversos, entre ellos los medios de comunicación, y emplear recursos metodológicos varios como la etnografía, que serían retomados después, en la década de los sesenta y que influirán a algunos teóricos e investigadores de la comunicación y la cultura, como sería el caso de los Estudios Culturales británicos, y otras áreas de estudio, como el de las culturas juveniles, por mencionar sólo algunos.

Tanto en los estudios de sociología, como en los de la comunicación, la Escuela de Chicago fue relegada y olvidada por la mayoría, y la escuela funcional-estructuralista fue realzada a una categoría de teoría o enfoque totalizadora de la sociedad de masas (McQuail, 1991:76), desde la cual se concebía a la sociedad de determinada manera y de ahí la acción de los medios de comunicación, donde se retoman algunas ideas, conceptos y visiones de Comte, Durkheim, Tönnies y otros más (De Fleur y Ball-Rokeach, 1985).
                                                                                                                     
Por su parte, la sociología crítica, encabezada por algunos miembros de la Escuela de Frankfurt, es otra de las denominadas corrientes fundadoras de los estudios de la comunicación, de las teorías o enfoques totalizadoras de la sociedad (McQuail, 1991: 74) que influyeron en mucho y en varios lugares del mundo con sus estudios de la comunicación, principalmente por sus aportes sobre las industrias culturales y los primeros estudios sobre la ideología, que fueron una fuente importante para la corriente de la economía política que se desarrolló principalmente en los sesenta y setenta.

Muchas son las diferencias con la sociología funcional-estructuralista, una de ellas es que en sus estudios colocaron la balanza en gran parte en la parte social más que en la individual, aún con la incorporación del pensamiento freudiano en sus estudios de la sociedad y de la cultura. Un punto importante de sus estudios es que incorporan la acción de los medios dentro de un campo de acción mayor, la industria de la cultura, y a esta la oponen a una esfera mayor, la cultura. Punto importante es que sus reflexiones críticas y pesimistas sobre la industria cultural propiciaron un distanciamiento y rechazo no sólo hacia la cultura de masas, sino hacia otro tipo de culturas, como la popular, y la manera como la gente accede y usa a los medios de comunicación.

Ambas sociologías fueron sumamente influyentes en la mayoría de los países del mundo, siendo la funcional-estructuralista la más difundida y presente, incluyendo a la misma Europa, y no será sino hasta la década de los sesenta cuando comienza una renovación de los estudios de la comunicación, o, incluso, la investigación de la comunicación. Es en esos momentos cuando aparece la sociología cultural como una tercera vertiente sociológica como fuente de estudio para la comunicación.

De los sesenta a o los ochenta.

Con la llegada de los sesenta, comenzaron  una serie de movimientos en diferentes países donde hacen aparecer otros enfoques de estudio de la comunicación. En mucho, esto tendió a suceder más en Europa y América Latina que en los mismos Estados Unidos.

En la década de los sesenta en muchos países el predominio de la corriente funcional-estructuralista era el dominante y prevaleciente. Pero en algunos países suceden dos cosas: la investigación de la comunicación fue financiada y se fundaron centros de investigación. Fue ahí cuando comenzó la crítica a los paradigmas tradicionales, principalmente a la visión norteamericana y se buscan nuevas vías para su estudio. En algunos casos, la mirada abandonó a la sociedad y giro hacia la cultura, para lo cual coinciden tanto la sociología crítica, el estructuralismo, la semiótica, el marxismo. Esto se dejo sentir en algunas obras que surgieron entre los sesenta y los setenta en Francia, Italia e Inglaterra, con las cuales sus autores abordaron a la cultura y los medios de comunicación. El panorama de estos tiempos estuvo cruzado por diferentes acercamientos hacia el tema de los medios de la comunicación y las teorías sociales y culturales. Un ejemplo de ello lo podemos encontrar en el libro de James Curran, Michael Gurevitch y Janet Woollacot quienes en 1977 publicaron una antología de textos en el libro Sociedad y comunicación de masas, donde casi al final de la introducción los compiladores expresan sobre los textos que conforman el libro:

Es muy esclarecedor, dentro de este contexto, el que las más interesantes investigaciones contemporáneas hayan surgido de tradiciones teóricas muy distintas, hasta ahora no representadas en la investigación de las comunicaciones masivas: el marxismo, los estudios culturales y el análisis sociológico de la disidencia. The manufacture of news… fue una temprana manifestación de este campo en rápida expansión. Aunque apegado al paradigma lasswelliano (reformulado como “selección, presentación y efectos”), como armazón teórica, el libro incluye, no obstante, unas investigaciones que se apartan radicalmente de la concepción tradicional del proceso de comunicación (Curran, Gurevith y Woollacot, 1981: 14).

Libros, argumentos y referentes como los anteriores fueron parte de las versiones que se comenzaron a generar sobre los estudios de la comunicación, diferentes a la sociología funcional-estructuralista, y más cercanos a la sociología crítica, pero con diferencias y nuevas alternativas sociológicas. Es lo que expresa Veikko Pietilä (1994), en el sentido de que la versión que se genera con la “nueva izquierda” que hace una revisión y una crítica a la tradición norteamericana de los estudios de la comunicación y se abocaron a señalar la dependencia de los medios de comunicación con lo económico, lo político e ideológico.

Pero igualmente refleja otra versión de los estudios de la comunicación que fue más de corte cultural, o “culturalista” como la denomina Pietilä, pues la de la nueva izquierda y la culturalista, aunque con miradas y procedimientos distintos, en ciertos puntos coinciden, sobre todo porque hay escuelas y autores que se movieron en ambas versiones, y porque estaban muy cercanas en el tiempo una de otra. A la primera la ubica en la década de los sesenta, y a la segunda más cercana a los ochenta. Ambas forman una serie de renovaciones que se dieron en los sesenta, setenta y ochenta, principalmente en Francia, Italia e Inglaterra, donde la investigación sobre la comunicación era muy limitada, centrada en sus raíces intelectuales, las condiciones de desarrollo de los medios de comunicación en esos países, y con una influencia de la escuela norteamericana que era sensible en sus investigaciones. Pero en los sesenta, en los tres países, las cosas comenzaron a cambiar.

En Francia hubo una serie de autores que se destacan por la influencia que tendrían en el estudio de la comunicación. Para el caso de Francia es interesante revisar el artículo de Francis Balle e Idalina Cappe (1987) sobre el surgimiento de la investigación francesa donde señalan algunos de los investigadores que la pondrán en marcha a partir de los sesentas. Dentro de la tradición de la sociología cultural, algunos son importantes para nosotros.

En 1962 Edgar Morin publica el primer tomo de su libro, El espíritu del tiempo, en donde reflexiona sobre la manera tan pobre y tangencial que se había investigado a la comunicación de masas. Sobre su libro, Morin (1987: 121) expresa:

Partí del hecho de que en las sociedades modernas, policulturales, los medios de comunicación de masas difunden diversas culturas (educacionales, nacionales, religiosas y demás) en diferentes formas y en distinto grado, pero al mismo tiempo han creado una cultura específica, característica, basada en las condiciones de mercado. Este enfoque se basa en una definición de la cultura de masas como: a) un sistema en si y por sí y b) un sistema determinado (modelado y modificado por el sistema social y su historia).

Morin, como sucedió con otros, cambio el eje de estudio que Lasswell había apuntado con su pregunta, ¿quién dice qué a quién y con qué efecto?, por los ejes del proceso económico clásico, producción-distribución-consumo, con lo cual le permitió captar otras dimensiones sociales, y culturales, de la acción de los medios de comunicación.

Otro francés cuya obra es importante destacar fue Abraham Moles, quien durante los sesenta y setenta escribio varios libros sobre la comunicación y la cultura, donde permanentemente señalaba la importancia de ver que ambos están íntimamente relacionados, y propuso la visión de los medios de comunicación dentro de un marco más amplio, la ecología de la comunicación (De Moragas, 1981: 154-163). En 1967 publico el libro, Sociodinámica de la cultura, y en donde habló de “la cultura mosaico”, que fue importante para abrir nuevas rutas de los estudios de la comunicación y la cultura en Europa. No es sólo la visión que desarrollo Moles sobre la cultura, sino el modo como da cuenta de ella, a través de la integración de diferentes perspectivas, como la estructural, la semiótica y la economía del signo.

También, Balle y Cape mencionan a dos autores que en los setenta cuestionarron la manera como se estudiaba a la cultura de masas y la concepción omnipoderosa y homogenizadora de los medios de comunicación, ambos más en la década de los setenta. Por un lado la obra de Pierre Bourdieu, La distinción, publicada en 1979. En ese mismo año, Regis Debray, hace u diagnóstico para la izquierda francesa sobre las nuevas tecnologías de comunicación y enfatiza la importancia del estudio de la historia de la intelectualidad de Francia, para conocer el impacto político y cultural que se dará. Los trabajos de Debray hablan de una renovación de la izquierda francesa que se debate ante la creciente presencia de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de información, la nueva regulación de los medios, las nuevas formas de socialidad.

Las obras de Morin, Barthes, Moles y Bourdieu fueron respuestas a la manera como se estudiaba a la comunicación y a la cultura de masas, y con las que se percibe un creciente movimiento intelectual que estuvo presente en otros países europeos, en una etapa de revisión y creación.

En Italia,  Umberto Eco publico su libro, Apocalípticos e integrados, en 1964, donde hacía una revisión de las posturas que habían estudiado a la cultura de masas y fue uno de los primeros libros que aborda diversos temas de la vida cotidiana y diversos objetos de la cultura de una manera que pretende ser científica. El libro de Eco no sólo fue una obra que abrió una manera de organizar el conocimiento sobre la cultura de masas, y para estudiarla, sino que manifestaba la reacción de algunos sociólogos y semiólogos italiano sobre el estudio de la cultura de masas. La misma obra de Eco será una evidencia de lo anterior, ya que desde la semiología, y con obras como Estructura ausente (1967), Signo (1973) y Tratado de semiótica general (1976), aborda el tema de los mensajes de los medios de comunicación, y apunta hacia la manera como hay que interpretarlos, más que como producirlos, donde habla de la cultura como un sistema de signos, y junto con diversos artículos publicados en revistas y libros, aborda el tema de la manera como la gente interpreta los mensajes y la manera como entra al proceso comunicativo (Eco, 1982).

La obra de Franco Rositi es otra evidencia de la manera como, desde la sociología crítica se debate sobre la manera como la sociología ha estudiado a la cultura de masas, que sólo han atendido a un público que intenta comprender la situación de los medios de comunicación y no lograr una reforma política. Es decir, las sociologías únicamente describían, enjuiciaban, señalaban, pero no creaban la posibilidad de una intervención en la comunicación. Es por ello que Rositi (1985: 146) expresa:

Lo que hay que recuperar en primer lugar, y ulteriormente analizar en lugar de olvidar, en el campo de estudios que estamos examinando, es el universo de descubrimientos empíricos y de generalizaciones teóricas que han dado como resultado de individuación en el conjunto de mensajes transmitidos por los mass-media, de una específica y organizada estructura cultural (por la que adoptamos sin más la expresión “cultura de masas”), y el cuestionamiento de la relación funcionalidad/disfuncionalidad de esta cultura respecto a la estructura de las condiciones sociales de donde surge.

La obra de Rositi se desarrolló a finales de los sesentas y a principios de los setentas y en español la más conocida fue la de Historia y teoría de la cultura de masas (1980).

Quizá fue lo que aconteció en Inglaterra en los sesenta y setenta lo que más se llegaría a conocer como la vertiente o versión cultural más ampliamente, y en ocasiones, opacando a las otras reacciones sociológicas culturales. La formación del Center for Contemporary Cultur Studies (CCCS) en la Universidad de Birmingham y por la labor de liderazgo intelectual de sus padres fundadores, Richard Hoggart, Raymond Williams, E. P. Thompson y Stuart Hall, así como su labor de difusión de trabajos con los cuales fueron conocidos y su influencia fue creciendo más allá de los límites de su propio país.

Su labor comprendió la atención de los medios de comunicación como una parte de la producción de la cultura contemporánea y como un mecanismo ideológico y de poder que se difunde a través de las formas y objetos culturales, los mensajes de los medios. De esta manera, podemos ver dos grandes áreas de atención y de interés con los estudios de la comunicación: el estudio de la institucionalización de los medios de comunicación, y de la manera como producen sus formas culturales donde algunos libros de Raymond Williams fueron importantes, como el de Culture and society (1958) y el de Television: technology and cultural forma (1974), y en el segundo caso podemos ver los ensayos de Stuart Hall sobre el análisis ideológico de la televisión con su modelo enconding/decoding.

También es posible ver la influencia de este grupo a través de la manera como se expande su influencia a otros países y la manera como estudian a la cultura y los medios de comunicación, como sería el caso de John Fiske con su libro, Television culture (1987), así como una segunda generación de liderazgo de investigación del CCCS, con personalidades como David Morley y Roger Silverstone, ambos con estudios sobre las audiencias televisivas. La tendencia hacia el estudio de las audiencias fue creciendo y se convirtió en una de las principales áreas de investigación  con obras representativas de esta perspectiva de estudio como las de Ien Ang,  Watching Dallas: soap opera and the melodramatic imagination (1989), de Janice Radway, Reading the romance: women, patriarchy and popular literature (1987), de James Lull, World familias match televisión (1988).

Un caso especial para lo que ha representado para el estudio de la comunicación en general5, y para nuestro caso, es lo que aconteció en América Latina desde la década de los sesenta. No sólo porque fue la década en la cual se comenzó la enseñanza formal de la comunicación en las universidades, y fueron sus inicios en la investigación, sino porque los aportes teóricos que comenzaron a darse a partir de esos momentos fueron importantes para el concierto mundial de los estudios de la comunicación, y son los marcos desde los cuales se ha pensado e investigado a la comunicación en América Latina, en México.

América Latina amanece en la década de los sesenta con la influencia del paradigma norteamericano, principalmente aquel que emanó como parte de la teoría de la modernización (Sánchez Ruiz, 1986) y que fue parte del objetivo de la CEPAL  para contribuir al desarrollo de los países del tercer mundo, con lo cual se comenzó a investigar el papel de los medios de comunicación, en particular la radio y la televisión en el proceso de modernización latinoamericano, que se desarrollaría a través del Centro Internacional de Estudios Superiores de Periodismo para América Latina (CIESPAL) que siguió los lineamientos del paradigma norteamericano y donde la presencia de Wilbur Schramm fue determinante. La presencia de los estudios norteamericanos igualmente se hicieron sentir a través de la perspectiva de la difusión de innovaciones, basados en la obra de Everett Rogers, Diffusion of innovations, publicada en 1962.

Diez años después de los primeros trabajos de la CIESPAL para la modernización de América Latina, sus esfuerzos eran sumamente cuestionados y el paradigma norteamericano aplicado en diferentes países latinoamericanos fue mostrando sus deficiencias y fisuras. Algunos latinoamericanos que habían participado en algunos trabajos de investigación y en los diagnósticos sobre los medios de comunicación en América Latina impulsados por la CIESPAL, comenzaron a difundir la crítica al paradigma norteamericano y a la necesidad de crear un pensamiento comunicacional latinoamericano, como lo fueron Luis Ramiro Beltrán y Juan Díaz Bordenave, y antes lo había realizado el venezolano Antonio Pascuali en un libro publicado en 1963, Comunicación y cultura de masas.

Muchos de los trabajos en América Latina en los setenta se abocaron a trabajar desde la plataforma de la teoría de la dependencia y bajo las premisas de la sociología crítica y los estudios ideológicos, comenzaron a publicar algunos libros bajo la rúbrica que llegaría a conocerse como el  imperialismo cultural. Esos son algunos referentes de algo más amplio y complejo que sucedía en América Latina en la década de los setenta6, y que en medio de las tormentas, las crisis y los debates teóricos se estaba gestando algo.

A la crítica del paradigma funcional-estructuralista, a finales de los sesenta hubo una nueva revisión a la cual se sometían igualmente la sociología crítica y el discurso ideológico, pues se sentía que eran insuficientes para dar cuenta de los cambios sociales, políticos, económicos, culturales y comunicacionales que se estaban gestando en América Latina. No sólo se cuestionaba el uso de los recursos teóricos y metodológicos que provenían de esas fuentes teóricas, sino lo que ocultaban y no dejaban ser pensadas. De la cantidad de temas y agendas de estudio, eran tres las que se destacaban a principios de los ochenta: la cultura popular, la comunicación alternativa y las nuevas tecnologías de información.
El tema de la cultura popular fue la que introdujo una serie de cambios importantes en el enfoque de los estudios de la comunicación y de la cultura en América Latina. Un ejemplo de ello lo podemos encontrar en lo que acontecía en México a finales de los ochenta, con los inicios de los estudios de la cultura. Dentro de este panorama fue importante la experiencia de Jorge González, quien llego a ser uno de los principales teóricos e investigadores de la cultura popular en México y América Latina en los ochenta.

El aporte de González fue su propuesta de los Frentes Culturales como perspectiva de estudio de las culturas populares contemporáneas en México que publicó en su libro Cultura (s) (1986), y que fue el resultado de investigaciones previas y publicadas en libros como, Dominación cultural. Expresión artística, promoción popular (1981), y, Sociología de las culturas subalternas (1980). La obra de primera de González manifiesta una tendencia de reflexión y estudio sobre las culturas populares dentro de los procesos de modernización en las ciudades y dentro de entornos mediáticos.

El trabajo de Jorge González en México fue un impulso que estaba presente en América Latina en la primera mitad de la década de los ochenta. Un ejemplo de ello son los textos publicados en el libro del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, publicado en 1987, Comunicación y culturas populares, encabezados por las personalidades de Jesús Martín Barbero y Néstor García Canclini, quienes desde finales de la década de los sesenta venían trabajando el tema de la cultura popular y sus obras serían definitivas para el estudio de la cultura y de la comunicación a partir de los ochenta. Otro ejemplo sería el libro que coordinó García Canclini, y publicado en 1988, Cultura transnacional y culturas populares, que igualmente fue el producto de un congreso latinoamericano y donde se esbozan las tendencias de la época, las preocupaciones por entender y dar cuenta de la manera como las culturas populares latinoamericanas eran sujetas a cambios ante los procesos trasnacionales ante un nuevo impulso de la economía capitalista.

Néstor García Canclini publicó un libro en 1977, Arte popular y sociedad en América Latina, que fue importante para los estudios de la cultura popular, pero en 1982 publico, Las culturas populares en el capitalismo, donde aborda directamente el tema de las culturas populares y los procesos de urbanización y transnacionalización, a partir de lo cual le permite proponer el estudio de una serie de elementos que rompan con la visión tradicional de las culturas populares y que después lo llevarán a proponer una serie de enfoques para el estudio de la comunicación como sería el consumo cultural (1993), y las culturas híbridas (1990). En paralelo está la figura de Jesús Martín Barbero quien después de su libro, Comunicación masiva: discurso y poder, hará un giro importante dentro de sus formas de entender a la comunicación que se harán evidentes en su libro, De los medios a las mediaciones (1987), y se reafirmarán en otro más, Procesos de comunicación y matrices de cultura (1989). Los libros de Martín Barbero representaron un viraje de los estudios de la comunicación al proponer pasar del estudio de los medios a las mediaciones, tomando como eje de estudio a la cultura, y proponiendo un “mapa nocturno” para el estudio de la comunicación.

También podemos decir que la introducción de la perspectiva de estudio de la cultura propició la aparición de una serie de tendencias importantes para el estudio de la comunicación en América Latina, las cuales, igualmente a la postre, serán reconocidas como los aportes más importantes de Latinoamericana al estudio de los medios de comunicación, y son las que influirán en mucho a las tendencias de la investigación de la comunicación en la década de los noventas, que propiciarán un giro de una tendencia sociológica a otra de corte sociocultural. Nilda Jacks (1996) es quien lo ha expresado y lo podemos sintetizar en la siguiente tabla:

Consumo cultural:

Frentes culturales:

Recepción activa:

Uso social de los medios:

Modelo de las multimediaciones:

García Canclini

Jorge González

CENECA. Fuenzalida

Jesús Martín Barbero

Guillermo Orozco

Teoría sociocultural del consumo integrando teorías económicas, psicoanalíticas, antropológicas, sociológicas y comunicacionales

Disputa por la validación simbólica, en la que cada grupo sociocultural participa para hacer valer su identidad cultural

Estudio de la influencia cultural de la TV a través de la exploración de las relaciones concretas de producción de significado entre diferentes segmentos sociales y el mensaje televisivo.

Articulaciones que se establecen entre las prácticas de comunicación y los movimientos sociales, considerando las mediaciones del contexto cultural de los receptores.

Averiguar cómo se realiza la interacción entre la audiencia y la TV, tomando en cuenta el conjunto de mediaciones que se enlazan en lo cotidiano y en las prácticas sociales.

Fuente: Jacks (1996); Jacks y Ecosteguy (2005)

Podemos concluir este apartado diciendo que los inicios de la teoría e investigación de la comunicación en el mundo, y en particular en América Latina y México, representó la crisis de la perspectiva de la sociología funcional-estructuralista, la efervescencia de la sociología crítica, su crisis y la aparición de la sociología cultural, que por un momento conviven y debaten, y la sociología cultural apareció como una alternativa, una posibilidad, que a finales de los ochentas está consolidada y a partir de la década de los noventas estará presente en los estudios de la comunicación.

De los noventa al dos mil.

De acuerdo con Jesús Martín Barbero (1997: 15-16) los estudios de la comunicación se ubican en dos escenarios propios de la crisis: la modernidad y la identidad nacional. Sobre la modernidad, dice lo siguiente:

No sólo la modernización identificada con el desarrollo de las tecnologías de la información, también en la reformulación de la vigencia de la modernidad y en el pensamiento de la posmodernidad la comunicación ocupa un lugar estratégico. Habermas… liga expresamente la “praxis comunicativa” a la búsqueda y defensa de una racionalidad otra que la instrumental. Que es aquella en la que se hallan aún vivas las dimensiones liberadoras de la modernidad, esas que permiten cuestionar la reducción del proyecto a sus aspectos puramente técnicos y económicos. La razón comunicativa aparece así en el centro de la reflexión social llenando el vacío, la “orfandad epistemológica” dejada por la crisis de los paradigmas de producción y la representación, y proveyendo a la sociedad de un potencial de resistencia y orientación moral de que se alimentan los nuevos movimientos sociales, desde los étnicos hasta los ecológicos y feministas.

Por su parte, sobre la identidad nacional, expresa (1997: 18):

Lo que se está planteando no es que la identidad nacional sea efecto de la acción de los medios sino que éstos constituyen el espacio más ancho y cotidiano de convocación e integración nacional. Pero el espacio nacional sufre actualmente un doble desdibujamiento, que viene del contradictorio y complementario movimiento de globalización económica y fragmentación social, de mundialización de la cultura y revitalización de lo local: “interconexión universal” de las redes vía satélites y “liberación de las diferencias” étnicas, raciales, regionales, de género, de edad… La apertura del mundo se está convirtiendo en una constante invasión del espacio simbólico del nosotros por parte de ellos, y amenazada, la identidad tiende a redefinirse por contraste, por negación del otro. Pero al mismo tiempo todos los grupos sociales, ya sean políticos o culturales, buscan su visibilidad y reconocimiento a través de los medios.

Los dos escenarios que plantea Martín Barbero están en relación con una serie de cambios que se venían desarrollando desde finales de la década de los ochenta y que son una plena realidad en los noventa y que forman un escenario general, dominante y generalizado en todo el mundo

La presencia de la globalización representó una serie de retos para pensar al mundo, a lo social, pues su presencia tiene la fuerza de mover tanto las dimensiones amplias de las diferentes dimensiones de lo social, hasta las más íntimas como es la vida social e intima de las personas y de los grupos sociales. La globalización parece correr por diferentes vías y dimensiones para cubrirlo todo (Giddens, 2000) y las teorías de lo global irán reconociendo que en el pensamiento social ya se había dado desde el siglo XIX una rica veta de reflexión sobre los procesos de internacionalización y sobre la modernidad que son sus antecedentes, y se verá que las posturas son diferentes y se puede percibir que una cosa es la globalización y otra la globalidad, y dentro de esos procesos, la presencia de los medios de comunicación son un instrumento, una herramienta de lo global por las imágenes audiovisuales que circulan y conforman nuevas socialidades (Beck, 1998).

Uno de los primeros teóricos que abordan el tema de la globalización desde una perspectiva sociocultural fue Roland Robertson (1992). Punto importante de su obra es el señalamiento de que los ejes de la vida social se han alterado: de la relación de la sociedad con el individuo, se ha pasado al del sistema mundo con los grupos locales, las culturas locales, situadas histórica y socialmente. Es por ello que enuncia que la contraparte de la organización de la totalidad social que ha sido la globalización, su contraparte son las culturas locales, lo que él llama la glocalización.

Junto con Robertson, hubo una serie de reflexiones de diverso tipo sobre la teoría de la globalización y la cultura. Algunos tendrán como antecedentes las teorías del imperialismo cultural, en particular las obras d Schiller y de Mattelart, y propondrán que lo que vivimos es una nueva etapa de imperialismo cultural, cuyo líder es Norteamérica, como el caso de John Tomlinson en su libro, Cultural imperialism (1991). Otro caso es el de Arjun Appadurai con su libro, Modernity at large (1996) quien hace una crítica a los modelos centralistas de reflexionar desde un centro hacia la periferia, que tienden  a ver únicamente tendencias hacia la homogenización, cuando lo global es un proceso diverso, yuxtapuesto, múltiple y heterogéneo, y desde esa perspectiva es necesario estudiar a las culturas, por ello propone estudiarla desde los flujos, mediante diferentes tipos de paisajes: tecnología, dinero, medios, personas.

Es por ello que muchos investigadores de todo el mundo se abocan a estudiar la manera como el proceso global activa una serie de culturas locales, la manera como estas reaccionan y lo que acontece con las diversas culturas nacionales, los cambios en los espacios locales que tanto se desterritorializan como se vuelven a territorializar, las nuevas dimensiones de lo urbano, las identidades que estos procesos propician en diferentes tipos de actores y movimientos sociales, como puede verse en libros como el que editan Fredric Jameson y Masao Miyoshi en 1998, The cultures of globalization, el de Anthony King editado en 1997, Culture, globalization and the world-system, e igualmente el editado en 1993 por Jon Bird, Barry Curtis, Tim Putman, George Robertson y Lisa Tickner, Mapping the futures. Local cultures, global change.

La tendencia entonces ha sido la de desligar lo que es la globalización como un fenómeno económico sustentado en tecnologías y lo que ha sido la dimensión de la cultura, para acentuar su carácter social, cultural e histórico, como mundialización. En este punto hay una serie de fenómenos que se intersectan y parecen dar una visión de conjunto: a lo global se le tiende a ver como la etapa de la posmodernidad; imágenes varias propician la mirada de estudio para observar los cambios en la vida social y cultural, como sería el caso de los flujos, las hibridaciones, las yuxtaposiciones; la presencia del factor temporal dentro de los espacios sociales, que son recargados y diversificados; la presencia de objetos, imágenes y sonidos mundo, nuevas retóricas de la organización de comunidades y localidades dentro de entornos nacionales o locales. Y en ese punto entra la dimensión comunicativa y la acción de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de información y de comunicación.

No es sólo que las comunicaciones se han organizado como conglomerados con afanes de acción internacional y global, con programaciones y productos mediáticos de dimensiones tanto globales como mundiales (Sinclair, 2000), que ha propiciado el paso de una comunicación social por medio de una cultura de masas a una comunicación mediática (Lochard y Boyer, 1998), sino a una cultura igualmente mediática (Thompson, 1998), principalmente por los llamados Nuevos Medios, que se mueven a través de lo digital y propician diverso tipo de interacciones (sociales, grupales, tecnológicos), la organización de la vida social, comunitaria, institucionales; las identidades individuales y sociales, la percepción del tiempo y del espacio, las prácticas culturales, propician una diferenciación con la presencia de los medios de comunicación tradicionales, con los que conviven diariamente, a través de nuevas estéticas, narrativas, tecnicidades (Liestol, Morrison, Rasmussen, 2004; Howard y Jones, 2004; Jones, 1997). Esto implica que no sólo las organizaciones de la comunicación se han modificado en su acción como instituciones sociales, su presencia dentro de la economía, su diversificación tecnológica, estética y narrativa, la presencia y acción de los espectadores (Darley, 2002), quienes entran en una zona ciega para su conceptualización (¿usuarios, audiencia, comunidad, receptores, consumidores, público?). La acción de una cultura que se socializa masivamente para acceder, individual o colectivamente a ella, pasa a ser un universo disponible, para hacerla presente a las condiciones y recursos de los individuos, lo que James Lull (2001) ha llamado como “supercultura”.

En América Latina los cambios en el mundo, y en el continente, propicia que los temas que están a nivel mundial sean igualmente trabajados. Se percibe un cambio importante: de introducir a la cultura como la dimensión de análisis de la comunicación, se convierte en la mirada para observar procesos más amplios, donde se irá reconociendo la dimensión comunicacional y la presencia de los medios de comunicación en la construcción de identidades, ciudadanías, políticas culturales.

Los autores que impulsaron los cambios de perspectivas de estudio de la cultura, y de la comunicación serán igualmente figuras importantes y representativas, y su obra será tanto un cierto tipo síntoma del pensar y, también, los dominios cognitivos a los que muchos acuden para pensar e investigar a la comunicación.

La figura de Jesús Martín Barbero seguirá siendo clave, y su pensamiento se diversificará principalmente por artículos divulgados en revistas y libros colectivos, así como en algunos libros en colaboración como Televisión y melodrama, Proyectar la comunicación (1997) y Los ejercicios de ver (1999). Por su parte, Néstor García Canclini presentará su pensamiento en libros personales y colectivos. En 1991 publica, Públicos de arte y política cultural, en 1993, El consumo cultural en México, en 1994, Públicos de arte y política cultural y Los nuevos espectadores: cine, televisión y video en México, en 1995, Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización y Cultura y pospolítica. El debate sobre la modernidad en América Latina, en 1997, Imaginarios urbanos, en 1998, Cultura y comunicación en la ciudad de México. Modernidad y multiculturalidad: la ciudad de México a fin de siglo, en 1999, La globalización imaginada, en el 2002, Cultura y comunicación en la ciudad de México. Modernidad y multiculturalidad: la ciudad de México a fin de siglo, en el 2005, Diferentes, desiguales y desconectados.

En el caso de México la presencia de Jorge González será importante, por sus libros personales y por los colectivos que organizó. De los personales habrá dos: Mas (+) cultura (s) (1994) y Cultura (s) y ciber_cultur@.. (s) Inclusiones no lineales entre complejidad y comunicación (2003). De los colectivos, en 1994 publicó junto con Jesús Galindo el libro, Metodología y cultura, en 1996 con Guadalupe Chávez, México en la cultura I. Cifras clave, y en 1998, La cofradía de las emociones (in)terminables. Miradas sobre telenovelas en México.  También podemos citar a Jesús Galindo, quien de entre los diversos temas que abordó destaca para nuestro caso un libro personal y uno colectivo: el personal es el libro que publicó en 1994, Cultura mexicana en los ochenta. Apuntes de metodología y análisis, y el colectivo es el que publicó junto con José Lameiras en 1994, Medios y mediaciones. Los cambiantes sentidos de la dominación.

En la década de los noventa destacan dos nuevas figuras del estudio de la cultura en México. Ambos comenzarán con estudios sobre las culturas juveniles y lentamente irán ampliando sus miradas y reflexiones hasta llegar a pensar la modernidad y las identidades culturales. Por un lado, la presencia de Rossana Reguillo con libros como, En la calle otra vez. Las bandas: identidad urbana y usos de la comunicación (1991); La construcción simbólica de la ciudad. Sociedad, desastre y comunicación (1996); La emergencia de las culturas juveniles. Estrategias del desencanto (2000) y Horizontes fragmentaos. Comunicación, cultura, pospolítica. El (des)orden global y sus figuras. Por otro lado está José Manuel Valenzuela, quien comienza sus trabajos sobre las culturas juveniles desde una perspectiva sociocultural y, también coordina la elaboración de libros colectivos importantes. De los primeros tenemos, el libro publicado en 1988, ¡A la brava ese!, en 1997, Vida de barro duro. Cultura popular juvenil y graffiti, en 1998, El color de las sombras, en 1999, Impecable y diamantina. La reconstrucción del discurso popular. De los segundos, tenemos: en 1998, Procesos culturales de fin de siglo; en el 2000, Decadencia y auge de las identidades. Cultura nacional, identidad cultural y modernización; en el 2003, Los estudios culturales en México.

Un área importante donde confluye cierto dialogo entre la cultura y la comunicación fueron los estudios de la recepción, que junto con la propuesta del consumo cultural fueron muy influyentes durante la década de los noventa en América Latina y en México, aunque algunos de sus trabajos se ubican en la segunda mitad de la década de los ochentas. Si bien hay países donde estos enfoques se desarrollaron con mayor amplitud a través de diversos investigadores, sólo presentamos algunos a manera representativa, pero muy significativa. En Chile destaca la figura de Valerio Fuenzalida, con sus libros publicados en 1986, Educación para la recepción televisiva, y, Educación para la televisión en América LatinaLa televisión pública en América Latina. Reforma o privatización, publicado en el 2000, y Televisión abierta y audiencia en América Latina, en el 2002.  También podemos señalar  el libro publicado en 1991 junto con María Elena Hermosilla, El televidente activo. En Brasil podemos señalar las obras de Nilda Jacks, como la publicada en 1999, Querencia. Cultura regional como mediacao simbolica. En México, la figura indiscutible ha sido Guillermo Orozco, desde su primer libro publicado en 1987, Televisión y producción de significados, y otros más publicados en los noventas: Recepción televisiva. Tres aproximaciones y una razón para su estudio (1991), Televisión y audiencias. Un enfoque cualitativo (1996), Televisión, audiencias y educación (2001), así como varios libros colectivos mediante los cuales presenta diferentes perspectivas de la investigación en México, y de los estudios de la recepción, como: La investigación de la comunicación en México: tendencias y perspectivas para los noventas (1992), Televidencias: perspectivas para el análisis de los procesos de recepción televisiva (1994), Recepción y mediaciones. Casos de investigación en América Latina (2002).

La década de los ochenta fue fértil en la conformación de perspectivas y modelos teóricos y conceptuales para el estudio de la comunicación en América Latina, algo que no es tan claro en la década de los noventa. Las culturas populares fueron lentamente sustituidas por la atención al crecimiento de la mediación tecnológica, y su impacto en la sociedad, principalmente en lo que se refiere a la conformación de las nuevas identidades culturales, y la urgencia de pensar el desordenamiento de lo social, cultural bajo la mirada y la presencia de lo comunicacional. La atención hacia la hegemonía fue diluyéndose, lo mismo que nociones como habitus, campo cultural, ideología, y fueron ganando una serie de nociones por medio de las cuales se da una visión de las transformaciones a nivel continental dentro del escenario mundial, como multiculturalidad, hibridación, modernidad, matrices de cultura, mediaciones, lo global y lo local, desterritorialización, mitos, discursos, narrativas, imaginarios, ciudadanía, pospolítica.

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Notas:

1 Al respecto, expresa Morin (1991: 98-99): “El conocimiento del conocimiento precisa de la sociología del conocimiento para constituirse, y la sociología del conocimiento precisa del conocimiento para conocerse y legitimarse. Cada uno de los modos del conocimiento del conocimiento cogedera el bucle del conocimiento del conocimiento que, a su vez, cogedera su validez y complejidad. Ésta es la razón de que en este trabajo empleemos lo menos posible el término epistemología, a fin de romper con la visión simplificante, jerárquica y unilateral en virtud de la cual a la epistemología nunca le conciernen, ni la modifican, las ciencias que ella controla”.

2 El texto de Pietilä en el que nos basamos es un documento inédito y  traducido por Raúl Fuentes Navarro en 1995. El documento original fue publicado en 1994 en la revista Critical Studies in Mass Communication, Vol. 11, No. 4.

3 El documento en el que nos basamos es un trabajo inédito y traducido por Raúl Fuentes Navarro en 1995. El documento original fue publicado en: Philip Gaunt (ed.), Beyond agendas: new directions in communication research. Greenwood Press, Westport CT, 1993.

4 Para una visión de la vida, obra y pensamiento de Simmel, ver el libro de David Frisby (1990), Georg Simmel, México, Fondo de Cultura Económica, colección Breviarios, No. 512.

5 Ver De Moragas, Miquel (1981), particularmente el capítulo 3.

6 Recomendamos la lectura del libro de Raúl Fuentes Navarro (1992), Un campo cargado de futuro. El estudio de la comunicación en América Latina. México, FELAFACS.


Héctor Gómez

Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Colima. Profesor e investigador de la Universidad Iberoamericana León.

 

 

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