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EL ORDEN DE LA COMUNICACIÓN1

Por Jesús Becerra
Número 61

Resumen. A las etapas lógico históricas de la dominación del capital, que Marx llama de “subsunción formal” y “subsunción real”, debe añadirse una tercera que explique la naturaleza y funcionamiento del capitalismo actual. Esta tercera forma que completa y comprende las anteriores, consiste en la dominación simbólica. La naturaleza del tercer orden es comunicacional y opera tanto a nivel estructural como individual. Asistimos, con esto, al primer modo de producción que es también un modo de comunicación en pleno. La postulación de un modo social de producción de sentido supone, por una parte, introducir la categoría "comunicación" como demarcador lógico histórico, y desglosarlo en el operador lógico "modo de apropiación" y la disposición histórica como "configuración simbólica". El documento incluye la revisión de categorías y conceptos de la filosofía y la teoría social del marxismo. Cierra con algunos elementos iniciales para la caracterización del modo y la configuración comunicacional a nivel de instituciones y sujetos. Lo que esta propuesta pone en juego es la posibilidad de generar una teoría comprensiva que coloque la comunicación como un centro de los procesos sociales, desde donde pueda erigirse la necesaria comunicología.

 

Cada época histórica se nos presenta como estado actualizado de los proyectos y conflictos que la hicieron sobrevenir. Generaciones en turno intentan nuevas formas de negar a sus contrarios; frecuentemente lo hacen aceptándolos para mantenerlos al alcance de los argumentos. En el prolongado roce de herencias, los materialistas juegan a admitir la existencia de las ideas y los idealistas a dar entrada a la materia. Sin embargo, esa concesión esconde una estrategia de autoafirmación: aceptamos al otro y le imponemos una anterioridad que no es suya, sino un dispositivo para circular entre las preguntas que aquél nos ha asestado por siglos. Hace mucho que el problema no es de existencias, sino de determinaciones: eres y devienes, pero de otra parte provienes. Materialismo e idealismo se persiguen sin extinguirse, porque sólo al subsumir el objeto del otro como producto se libran de resultar tautologías sin capacidad de explicación.
                       
En esta historia, aunque el pensamiento, sus culturas y sus prácticas son producciones, en sus efectos, es decir, en sus posibilidades de reproducción, no pueden sino ser apropiaciones. Para la acepción que el hacer humano ha acarreado a lo largo de las civilizaciones, apropiar es más que extraer para poseer; hacer propio significa ejercer y activar. Así, las ideas que la materia idea y las concreciones que las ideas materializan, denuncian génesis diversas en apariencia, aunque convergentes en un principio fundamental: ser especímenes de una especie de otro orden.
                       
Desafortunadamente, la comparecencia de las doctrinas de producción y subordinación ha recorrido una historia de monólogos cruzados, donde las terminologías y los relatos armados con ellas han pretendido desfondar su propia génesis –ésa a la que nos hemos referido como juego de subordinaciones de lo otro con fines de autoafirmación–, al grado que sólo mediante un rodeo es posible encontrar afinidades. Se trata de aquella homología estructural denunciada por la posibilidad de interrogar a dos tradiciones mayores con las mismas dudas: ¿cuánto de lo que niegas te afirma? A fin de que constituyas, ¿qué te constituye?

Esta dialéctica es asumida en el presente documento con el establecimiento de una clave: x, y en la expresión básica

y=f(x)
Donde y está en función de x. 
                       
En esta clave, la lucha en cada época consiste en la asunción de la posición x para subsumir y. El propósito inicial del texto es caracterizar f como subsunción, con aquello que tiene de apropiación y articulación. Para ello, toma de punto de partida algunas explicaciones materialistas que interesan a los fines de la discusión, y pretende encontrar en sus argumentos aquello que para subordinar, alude a otro dominio que las comprenda, subsunción subsumida bajo la figura

[x0=f(y0)] flechaT[y1=g(x1)]

Donde se ha introducido flechaT como variable del cambio a través del tiempo. Los subíndices 0 y 1 expresan el estado inicial y el posterior. Por lo que refiere a f, su paso por el tiempo podría presentarse como f1, sólo que tratándose de una inversión en virtud de la cual x pasa de ser subsumida a subsumir, la notación requerida sería f -1, muy útil para expresar ciertas propiedades semióticas, pero insuficientemente clara cuando se pretende enfatizar el cambio. De este modo, con g se quiere representar una subsunción de segundo orden, función compleja del dominio x, en última instancia sujeto al tiempo histórico, de lo que se desprenden cinco planteamientos: a) toda función es lógica, b) toda función tiene una historia, c) toda historia es una función de (está sujeta a) lo histórico, d) la historia tiene una lógica e) la lógica, como función, tiene una historia. Las correspondencias lógica – historia y lo lógico – lo histórico son correspondencias en lo concreto y lo abstracto, respectivamente.

En este juego, lo simbólico (x) hereda la oposición frente a lo material (y); con ello gana visibilidad en nuestra época en que la pinza económico política puede ser descifrada como mecanismo de comunicación. En lo que sigue, se propone el restablecimiento de algunos conceptos marxistas, originalmente encaminados a desmontar la lógica del desarrollo del capitalismo en su estadio decimonónico. Al efecto, se ofrecen algunas líneas para postular categorías mejor adecuadas a los movimientos sociales presentes, dotados de otras complejidades y acaso de una diversa naturaleza. En esta nueva semblanza teórica, se proponen argumentos para ubicar los procesos comunicacionales en alguna centralidad que permita intentar explicaciones desde donde antes sólo había preguntas. En particular, se atiende el boceto marxista de una contradicción lógico histórica fundamental, la que se da entre el capital y el trabajo asalariado, entendida como dominación de éste por aquél. Se trata de su poco conocida tesis de las subsunciones formal y real del trabajo en el capital. Desde ellas, se deriva un cierre que es generador porque su tangibilidad deriva de instaurar lo concreto real, al que subsume desde un orden abstracto.

 

Lógica e historia

La oposición de la naturaleza contra el accidente o la clase contra el caso, lo universal contra lo particular o la necesidad contra la contingencia es tan vieja como la conciencia, quizá porque para nacer a ésta le baste con postular dicha oposición. La conciencia se percata de sí misma cuando nota que nota lo concreto no en cuanto tal, sino contra algo que es lo abstracto. El prodigio de la conciencia no consiste tanto en proponer lo abstracto para recoger en él lo concreto y sus determinaciones, como en establecer la relación de contrariedad que lo abstracto sostiene con lo concreto para, de una vez, instaurarle sus principios, es decir, apropiárselo.
                       
Para el ser que se mueve en lo concreto tanto como para quien se despliega en lo abstracto, el mundo es relativamente simple; la complejidad proviene de intentar la conexión de dominios, porque entonces nada habrá suficientemente terrenal que carezca de proyecciones incluso en otras entidades elementales, ni nada será tan etéreo que por lo menos no denuncie el tipo de cuentas que forman su linaje y lo anclan.
                       
Así, la conciencia se piensa a sí misma, objeta su naturaleza en virtud de sus accidentes, pero también se muestra capaz de dudar de las contingencias que debe a su clase. La conciencia, sorteando las muertes individuales que por  escrúpulo se fue infligiendo para mostrarse capaz de rebasarse a sí misma, algo tardó en acreditarse a la vez como permanencia y devenir -no sabemos cuánto: el tiempo también fue su invención. La conciencia reglamenta y acontece para producir aconteceres a su propia escala.
                       
Es por naturaleza y por contingencia, por lo que hoy podemos hablar de lógica y de historia, aun más, de una contradicción que al oponerlas, las confirma. Entre las prácticas como presencias y las posibilidades como ausencias existe un hiato previsto por una ley que se expresa como modo de ser y hacer, es decir, como una abstracción que no se deja leer por los sentidos, pero es visible para la razón. Una ley se expresa en enunciados donde se predica identidad para una categoría. Ésta asume, así, un carácter de generalidad y de articulación. No hay, hablando con propiedad, ley de los singulares y los discontinuos, pero al lado de cuanto como concreción existe, algo permite reconocer su unicidad: la distancia que lo separa de la norma y que es el objeto de dicha norma. Se trata de la hiancia, como llaman los neolacanianos al espacio de salvedad donde caso y regla se alejan. Tal espacio no es aquello que debe ser resuelto en la práctica clínica o en la corrección de la teoría, sino la clave para reconocer lo que el caso tiene de singular y lo que la regla tiene de articuladora de las particularidades.
                       
Con esto, una categoría resulta no sólo dispositivo de conciliación, sino punto o, mejor, modo de articulación. Los privilegios que ella dispensa, vuelven legible y circulable el mundo; legalizan las particularidades para que lo singular no se disuelva en la indiferencia. La postulación de una categoría no sólo permite entender el mundo; lo ejerce, introduce naturaleza y contingencia, algo que ni estructuralistas ni materialistas han alcanzado a integrar: orden sujeto al cambio y cambio sujeto al orden. De esas continuadas interrupciones está hecha, a jirones, la dimensión que llamamos humanidad. El necesario reconocimiento de lo impar por referencia al modelo, no debería resultar ajeno a la estrategia del pensamiento social.
                       
En cambio, sospechar el modelo en la presentación diversa de los elementos, es tarea más propia de poetas: entrever en la continuada sucesión de las singularidades el juego que finge las diferencias y asumir que hay cosas que juzgamos invisibles –como los espejos– sólo porque son dispositivos para hacer ver. El pensamiento laberíntico de Jorge Luis Borges devela, entre otros, ese principio. Una de sus frecuentadas fugas ilustra el desliz entre la especie y el espécimen: particularmente, suscribe con John Keats una tesis que aquí interesa por su ejemplaridad; a condición de ser representada, el ave singular no es sino mera instalación concreta de su especie, hasta que, repetida y respetada por el tiempo (“no hollada por hambrientas generaciones”), se vuelve ave arquetípica, plena de presente. En alusión a su “Oda a un ruiseñor”, Borges (2004: 95) dice del poeta:

Keats, en el jardín suburbano, oyó el eterno ruiseñor de Ovidio y de Shakespeare y sintió su propia mortalidad y la contrastó con la tenue voz imperecedera del invisible pájaro.

Una frase al cierre desgasta la materia del ruiseñor de Keats, Ovidio y Shakespeare, y lo recupera para el mundo simbólico (2004: 97): “Tanto lo han exaltado los poetas, que ahora es un poco irreal”.
                       
Así, parece revelarse una primera regla para la humanidad: por su capacidad de individuación, sólo el hombre concreto es espécimen de una especie. Sólo a él, pleno de leyes que desdoblan categorías, las contingencias lo calan de realidad (esa abstracción, esa primeridad peirceana con la que llenamos lo real en tanto segundidad). Alguna lógica de trascendencia propicia que la especie se defina mediante la abdicación de cada ser en favor de su historia. Es la misma lógica que permite asumir una sociedad humana como cultura, como configuración de la memoria. Al final, lógica e historia son dos énfasis, dos modos de los que se vale la conciencia en tanto producto social para enfrentar naturaleza a contingencia. Nada hay que le sea desmesuradamente continuo, general, nada minuciosamente único, discreto.

Las tradiciones de oriente y de occidente conocen diversos métodos para operar las antinomias. Cada una de éstas es, por tanto, producto de un modo específico de hacer propuestas al mundo. En particular, el método marxista construye la propia desde la oposición abstracto/concreto como dicotomía lógico/histórico. En ella se fincan los planos por donde corren los conceptos de análisis y las categorías de explicación. Conviene, al afecto de ganar proximidad, citar la declaración de Friedrich Engels de 1859 (S.F., t. I, p. 351) a propósito de la Contribución a la crítica de la economía política, de Karl Marx, establece lo siguiente (énfasis nuestro):

Aun después de descubierto el método, y de acuerdo con él, la crítica de la economía política podía acometerse de dos modos: el histórico o el lógico. Como en la historia, al igual que en su reflejo literario, las cosas se desarrollan también, a grandes rasgos, desde lo más simple hasta lo más complejo, el desarrollo histórico de la literatura sobre Economía política brindaba un hilo natural de engarce para la crítica, pues, en términos generales, las categorías económicas aparecerían aquí por el mismo orden que en su desarrollo lógico. Esta forma presenta, aparentemente, la ventaja de una mayor claridad, puesto que en ella se sigue el desarrollo real de las cosas, pero en la práctica lo único que se conseguiría, en el mejor de los casos, sería popularizarlas. La historia se desarrolla con frecuencia a saltos y en zigzags, y habría que seguirla así en toda su trayectoria, con lo cual no sólo se recogerían muchos materiales de escasa importancia, sino que habría que romper muchas veces la ilación lógica. [...] Por tanto, el único método indicado era el lógico. Pero éste no es, en realidad, más que el método histórico, despojado únicamente de su forma histórica y de las contingencias perturbadoras. Allí donde comienza esta historia debe comenzar también el proceso discursivo, y el desarrollo ulterior de éste no será más que la imagen refleja, en forma abstracta y teóricamente consecuente, de la trayectoria histórica; una imagen refleja corregida, pero corregida con arreglo a las leyes que brinda la propia trayectoria histórica; y así, cada factor puede estudiarse en el punto de desarrollo de su plena madurez, en su forma clásica.

Los aparentes saltos y zigzagueos acusan un desarrollo no lineal de desvíos e interrupciones que suponen que la continuidad se da mediante los relevos del sentido en diferentes niveles: hay una gestalt con la que la conciencia resuelve el espacio de lo concreto para volverlo mundo. Aun dejando de lado el viejo problema de la determinación desde lo legal o desde lo concreto histórico, puede observarse de inmediato que la propuesta materialista de Engels construye el plano histórico como plano donde se origina la ley, omitiendo cuanto de accesorio y lábil presenta lo concreto, cuanto de lectura, es decir de abstracción, tiene lo histórico. Por el contrario, en el discurso citado, el orden de lo lógico se desvanece como el espacio originario y de reserva para la conciencia, orden desde el cual lo histórico se despliega diferenciado y legible. Otra es la disposición necesaria para concebir lo concreto como efecto de concreción y despliegue de propiedades actualizadas.

Aunque por razones de pertinencia el énfasis en este ensayo se coloca en objetos humanos y sus relaciones, se postula que el ejercicio de la conciencia como subsunción de lo concreto en lo abstracto (y en x) resuelve problemáticas al interior de diversas disciplinas. Al respecto, pueden ser citadas relaciones en las cuales el desdoblamiento corre como concreción. De modo notable, la genética dentro de la biología, o las relaciones entre fisiología y anatomía porque aluden no sólo a la diferencia de órdenes, sino a las escalas de tiempo en las que éstos operan, que recientemente pueden ser mejor nombradas con la oposición genoma/fenómeno. No lejos de esto, en la vinculación entre las matemáticas y la física, se levanta una historia en la que con frecuencia lo concreto complejo ha sido develado desde lo abstracto y aun se han establecido objetos o entidades puramente ideales o matemáticas que, en su estatuto de modelos, permiten describir propiedades mediatas complejas o borrosas y aun ausencias u omisiones en el mundo real.

 

Modo de Producción y Formación Social.

En el célebre prólogo a su Contribución a la crítica de la economía política, Marx resume los resultados de sus estudios, previos a la redacción de El capital. Las diversas declaraciones que integran el fragmento del prólogo que se reproduce a continuación, condensan mucho del itinerario de discusiones que sus seguidores han retomado. Por nuestra parte, a fin de establecer un orden argumental que integre progresivamente la discusión, referiremos donde corresponda los pasajes del texto que hemos numerado entre corchetes (1986: 4 a 6, énfasis nuestro):

[1] En la producción social de su existencia, los hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad, [2] relaciones de producción que corresponden a un determinado estadio evolutivo de sus fuerzas productivas materiales. [3] La totalidad de esas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se alza un edificio jurídico y político, y a la cual corresponden determinadas formas de conciencia social. [4] El modo de producción de la vida material determina el proceso social, político e intelectual de la vida en general. [5] No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia. [6] En un estadio determinado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o –lo cual sólo constituye una expresión jurídica de lo mismo– con las relaciones de producción dentro de las cuales se habían estado moviendo hasta ese momento. [7] Esas relaciones se transforman de formas de desarrollo de las fuerzas productivas en ataduras de las mismas. Se inicia entonces una época de revolución social. Con la modificación del fundamento económico todo ese edificio descomunal se trastoca con mayor o menor rapidez. Al considerar esta clase de trastocamientos, siempre es menester distinguir entre el trastocamiento material de las condiciones económicas de producción, fielmente comprobables desde el punto de vista de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en suma, ideológicas, dentro de las cuales los hombres cobran conciencia de este conflicto y lo dirimen. [8] Así como no se juzga a un individuo de acuerdo a lo que éste cree ser, tampoco es posible juzgar una época semejante de revolución a partir de su propia conciencia [¡pero en la conciencia puede radicar mucha de la explicación por la que la sociedad se encuentra en un cierto estado!], sino que, por el contrario, se debe explicar esta conciencia a partir de las contradicciones de la vida material, a partir del conflicto existente entre fuerzas sociales productivas y relaciones de producción. [9] Una formación social jamás perece hasta tanto no se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas para las cuales resulta ampliamente suficiente, y jamás ocupan su lugar relaciones de producción nuevas y superiores antes de que las condiciones de existencia de las mismas no hayan sido incubadas en el seno de la propia antigua sociedad. [10] De ahí que la humanidad siempre se plantee sólo tareas que puede resolver, pues considerándolo más profundamente siempre hallaremos que la propia tarea sólo surge cuando las condiciones materiales para su resolución ya existen o, cuando menos, se hallan en proceso de devenir. [11] A grandes rasgos puede calificarse a los modos de producción asiático, antiguo, feudal y burgués moderno de épocas progresistas de la formación económica de la sociedad. Las relaciones de producción burguesas son la última forma antagónica del proceso social de la producción, antagónica no en el sentido del antagonismo individual, sino en el de un antagonismo que surge de las condiciones de vida de los individuos, pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la producción burguesa crean, al mismo tiempo, las condiciones materiales para resolver este antagonismo. [12] Con esta formación social concluye, por consiguiente, la prehistoria de la sociedad humana.

Lejos de lo que podría creerse cuando el contacto que se tiene con Marx anima a tachar de fetichismo su pensamiento materialista, resulta posible, y acaso válido, afirmar que El capital, además de un estudio extenso de procesos sociales en cuanto determinados especialmente por leyes económico políticas, es una propuesta teórica profunda para descosificar el pensamiento sobre dichos procesos. No sólo el capitalismo como abstracción, sino aun el capital como relación [supra, 2, 6, 7, 8] mediada por personas y cosas (para mediar personas y cosas), someten a prueba la potencia explicativa de una categoría lógico histórica y especialmente económico política, llamada modo de producción (MP) [4]. Que el MP establezca relaciones entre personas en función de sus relaciones con las cosas, indica que el MP es, funcionalmente, articulación. El que estas articulaciones establezcan desde un punto conveniente conexiones, las hace determinaciones como forma en que los elementos se conectan en oposición o alianza.
                       
Un primer balance de lo citado, arroja algunas propiedades de la operación social en su devenir. Destacan algunas subordinaciones, la del individuo a la sociedad [1], la de ésta a sus leyes [1 a 12], la de las ideas a las condiciones materiales [1, 5, 8], la del presente a la historia [1 a 12]. En su dialéctica, la conformación de las relaciones sociales ocupa el lugar del centro de los conflictos y los esfuerzos por superarlos.
                       
Es sabido que Marx produjo la categoría lógica MP para pensar la historia, es decir, para periodizar desde un criterio generalizador y entonces explicativo [11 y 12]. Para él y sus seguidores, las unidades que rompen el sinuoso e ilegible continuo del devenir social deben buscarse en aquellas eficaces convenciones más bien lejanas a la voluntad [1] pero antes a la conciencia y, que los seres humanos han suscrito para organizarse en las tareas de la reproducción social. El materialismo dialéctico de Marx ejerce en el movimiento concreto – abstracto la producción de lo lógico, y en el retorno  abstracto – concreto, la producción de lo histórico. Por ello, cuando habla de MP alude de una vez las dos dimensiones (lógico abstracta e histórico concreta). Sin embargo, en su doble naturaleza, una categoría dialéctica como la que analizamos, moviliza preferentemente un espacio; así, el pensamiento de los modos se inscribe en lo lógico y sirve para trazar la ruta de lo histórico que otra categoría persigue: Formación Social (FS) [9 y 12], con la que podría completarse, por fin, el ejercicio de pensamiento de ida y vuelta. Sin embargo, en tanto el materialismo marxista no ha construido cuanto hace falta para cerrar la correlación, y sus seguidores tienen como irresuelto el debate entre las acepciones y tratos que deben dar a lo concreto, se requiere otro tipo de esfuerzo para desbrozar el camino hacia un pensamiento que después de conceder que los órdenes de realidad abstracto y concreto, y de socialidad lógico e histórico no sólo deben nombrados, sino operacionalizados, asuma la tarea de explorar desde la perspectiva hasta entonces subordinada, aquellas grandes antinomias y las relaciones que las hacen posibles.
                       
Resulta pertinente atender la manera en que Marx, ora enfatizando el carácter concreto-histórico, ora el legal-lógico de los largos procesos en el devenir de la humanidad, alude a FS y MP en un mismo análisis. La discusión viene a las cuentas porque en este texto hacemos valer la oposición MP/FS como antinomia lógico/histórico, sin que la petición pueda ser sostenida más que por argumentación propia a contrapelo de una tradición más bien marcada por las discrepancias entre los autores. No siendo el propósito aquí el ampliar o siquiera describir las fluctuaciones en las acepciones de las categorías, sino asentar las que se requieren para administrar la lectura de las propuestas para nuestro itinerario de discusiones, sólo se tendrá por referencia necesaria una caracterización básica. Al efecto, revisamos un pasaje de Nicos Poulantzas (1985, 4 y 5, énfasis en el original):

Por modo de producción no se designará lo que se indica en general como económico, las relaciones de producción en sentido estricto, sino una combinación específica de diversas estructuras y prácticas que, en su combinación, aparecen como otras tantas instancias o niveles, en suma como otras tantas estructuras regionales de aquel modo. Un modo de producción, como dice de una manera esquemática Engels, comprende diversos niveles o instancias: lo económico, lo político, lo ideológico y lo teórico, entendiéndose que se trata ahí de un esquema operativo y que puede operarse una división más completa. El tipo de unidad que caracteriza a un modo de producción es el de un todo complejo con predominio, en última instancia, de lo económico, predominio en última instancia para el que se reservará el nombre de determinación.

Toda lectura de los tiempos como organizados en modos materiales de producir es un ejercicio de corte con que el pensamiento demarca las sucesiones y las organiza en torno a una explicación adelantada, donde lo material determina a lo material y subordina a lo inmaterial. Así, cuanto en Poulantzas hay de apertura hacia dimensiones no económicas resulta mera declaración, puesto que la distribución de funciones a que alude no es reducción provisional, con lo que serviría como dispositivo de análisis; en tanto superdeterminación distribuye unidireccionalmente las funciones desde la economía y pierde de vista cuanto ésta tiene de contrato y asunción: soslaya que las relaciones económicas no sólo son base sino, a su turno, subordinaciones al modo social de devenir. Definir un modo social como una forma de relación objetivo subjetiva, supone entender el MP no sólo como relaciones sociales de producción, sino la integración de ellas con las fuerzas productivas [2, 3, 6, 8] por la vía de la sujeción institucionalizada y simbólica, ya que sin ésta todo potencial de producción no alcanza siquiera la condición de activo social. Por su parte, las relaciones sociales están definidas por aquellos contratos tácitos o expresos, con que los actores sociales, en función de sus adscripciones grupales y posiciones relativas, se enfrentan económica, política y simbólicamente para procurarse los bienes que son necesarios a su sostenimiento y al desarrollo de la lucha social que los define. Si bien para el marxismo las fuerzas productivas se integran por medios materiales y subjetivos como el trabajo vivo, incorporarles componentes intangibles como el gusto o la voluntad, el temor o la ambición dentro de la demanda, es un ejercicio necesario para mediar las intersubjetividades y dotar de historia a las prácticas sociales, hasta ahora vistas entre la libre espontaneidad y la apretada determinación, dos formas de escatimar conciencia a las prácticas y al mercado. Un carácter incluyente del MP como historia objetivada y subjetivada resulta relevante para caracterizar las formas de dominación que el capital como relación ejerce sobre el trabajo, según se presenta más adelante.

Lo concreto en desacuerdo.
Caso de desarrollo más bien tortuoso es el de la categoría FS. Si bien, el concepto no es de amplia circulación, tampoco se circunscribe al pensamiento marxista, donde su caracterización aún hoy en día constituye un problema por sí mismo. Entre otros lenguajes, el jurídico también reconoce el término. El artículo 2 de la Constitución Italiana afirma: “La República reconoce y garantiza los derechos inviolables del hombre, ya sea como individuo, ya sea en las formaciones sociales donde se desarrolla su personalidad y exige el cumplimiento de los deberes inderogables de solidaridad política, económica y social” (en Bobbio y Mateucci, 1985: 718). Así, se encuentra la FS en un nivel intermedio entre el sujeto y el estado, para garantizar el respeto de los derechos de aquél, de modo que las sociedades, asociaciones y grupos integran formaciones sociales.
                       
Quizá en parte porque el propio Marx no parece haberse interesado en establecer el corte conceptual entre MP y FS, a muchos de sus seguidores les cuesta definir lo que debe ser incluido en cada una. Conviene a los fines de la presente discusión, repasar algunas acepciones de la última especialmente. Una que llama la atención es el planteamiento de Nicos Poulantzas por la forma en que pierde las cuentas iniciales del plano de lo abstracto, en su paso hacia el concreto. Dice (1985: 6. Énfasis en el original):

El modo de producción constituye un objeto abstracto-formal que no existe, en sentido estricto, en la realidad. Los modos de producción capitalista, feudal, esclavista, constituyen igualmente objetos abstracto-formales, porque tampoco poseen esa existencia. Sólo existe de hecho una formación social históricamente determinada, es decir, un todo social –en el sentido más amplio– en un momento de su existencia histórica: La Francia de Luis Bonaparte, la Inglaterra de la revolución industrial. Pero una formación social, objeto real-concreto, siempre original porque es singular, presenta [...] una combinación particular, una imbricación específica de varios modos de producción “puros”.
                       
La imbricación que debe notarse, ante todo, es la de un par de propiedades en la categoría desde la declaración de Poulantzas: por un lado, afirma que el modo de existencia de la FS es concreto, real, histórico, y no abstracto-formal como el MP; por el otro, que esa concreción, no siendo pura, es concreción de varios MP combinados. Este tipo de cuentas ha empañado la categoría FS en grado suficiente para hacerla perder su utilidad como dispositivo del pensamiento. El colocar lo lógico como puro para entonces enfrentarlo a lo histórico como su contrario, introduce una distancia adicional e inconveniente entre los dos planos, que impide concebir la FS en sí misma, y abre la posibilidad, en cambio, de reducirla a suma simple de MP diversos. Si bien es cierto y como tal queda entendido, que un modo como el capitalista (MPC) no alcanza nunca a cubrir la totalidad de los procesos de la producción, de ello resulta falso afirmar que conviven diversos MP en uso equivalente de jerarquías como para hacerlos comparecer en la misma categoría; por el contrario, entender los espacios de exceptuación como porosidades funcionales al Modo mayor es reconocer cuanto de lógico deben mantener las operaciones de concreción de una categoría cuando se la asocia con otra que deviene su par dialéctico. Ello implica que, de la misma manera, ha de resultar posible pensar en cualquier FS, en su singularidad, descartando que su complejidad aluda a impurezas propias. Es decir, ha de admitirse como posible pensar en una FS específica en su hic et nunc como una forma pura de sí misma, con sus baldíos en la producción en calidad de partes constitucionales. Cada MP en la historia conoce sus propias contradicciones y sus afinidades. Querer darles cabida a todas ellas en el espacio de su concreción FS sólo debería resultar válido si antes allá mismo, en la forma abstracta, éstas estuviesen previstas puesto que una oposición que sólo aparece en uno de los planos implica que se ha abstraído o concretado mal.
                       
Aunque Marx en el prólogo citado antes emplea los términos formación social [9] y formación económica de la sociedad [11] con ciertas diferencias de matiz que admiten para el primero y articulan en él más dimensiones sociales que la económica, diversos autores, siguiendo a Lenin en “¿Quiénes son los ‘amigos del pueblo’?” (Lenin, 1974) han intercalado en el primer término el adjetivo de la determinación típicamente marxista, para hablar de una Formación Económico-Social. La innecesaria insistencia parece haber conducido a diversos desajustes semánticos. Vale la pena citar dos:
                       
En un primer recuento, Emilio Sereni (Luporini y Sereni, 1982: 70) declara la imprecisión que constituye identificar la FS con base económica, con relaciones de producción y con MP a pesar de que él mismo, en seguimiento a la tradición leninista de Ekonomicheskaia obshchestvennaia formaciia, alude a la categoría como formación económico-social o FES. Sus argumentos, a pesar de no insistir en mezclas o imbricaciones como hace Poulantzas, retratan sin embargo, una FES más alusiva a categorías económicas que propensa a decantarse en una FS efectivamente incluyente y articuladora de otras dimensiones. El asunto se presta a varias observaciones, pero es una la que resulta pertinente a nuestros propósitos: el que deba aclararse que lo que separa las categorías MP y FS no son las naturalezas abstracta de una y concreta de la otra, sino económica de aquélla y múltiple de ésta, o incluso de modalidad y etapa, respectivamente, deja ver que probablemente a lo que las categorías quisieran aludir les estorbe el énfasis del nombre y su consecuente caracterización. Un par conceptual siempre debería montar sus elementos de modo que flanqueen un mismo espacio semántico, a fin de que la comparecencia de uno sea la necesidad del otro, alusión lógica incluso en por ausencia.
                       
Un segundo caso en que resulta de interés seguir la insistencia en lo económico, pero en esta ocasión al grado de separarlo de lo social, es el de René Gallissot, quien plantea (ídem, 179. Énfasis en el original):

Como la formación capitalista es única y tiende a la universalidad, y supone, incluso como condición, el mercado mundial, la relación entre formación económica y formas sociales se invierte: en el precapitalismo, la formación económica está comprendida en las formas sociales; en el capitalismo, es la formación económica la que contiene a las formas sociales; éstas son todavía múltiples pero se hallan en el interior de la misma formación económica, con referencia a un modo de producción mundial. [...] El concepto de formación económica no puede concernir casi más que al capitalismo, pues, en el precapitalismo, la organización social no está presente bajo la forma directa o exclusivamente económica. Por ejemplo, el poder del señor feudal es a la vez dirección y explotación económica, comando militar, autoridad y justicia personal, patronazgo, o sea jefe de comunidad y tutor religioso. El patronato, por el contrario, es lisa y llanamente de condición económica.

Lo que falta en las cuentas del autor es la observación de que el paso del feudalismo al capitalismo supone no sólo una complejización del mercado históricamente inédita, sino de las relaciones mismas entre personas, entre cosas y entre relaciones, con la institucionalización de prácticas que por su funcionalidad correspondían antes a la casa feudal y ahora corren bajo las mismas leyes de valorización abstracta del capital. Aun dejando de lado las industrias de la representación, hablar de una formación económica desnuda de dimensiones intangibles, sólo es posible como abstracción, nunca como un ejercicio para efectuar una periodización confiable. Que la formación económica antes y durante el capitalismo sea otra, es cierto, pero ello ya queda abiertamente implicado en la designación de éste como MP.
                       
Existe una deficiencia más en la caracterización de FS que importa retomar a fin de constituir un corredor entre lo abstracto y lo concreto, para pensar lo propio de ambos órdenes. Dice Luporini (ídem: 17):

El modelo [de formación económico-social] se constituye en la oposición entre las leyes generales de la producción (válidas para todas sus formas históricas) y las leyes especiales –integradoras o modificadoras de las precedentes– que definen una formación económico-social determinada.
Probablemente esta ubicación de la FS a nivel intermedio entre lo lógico y lo histórico explique mucho del aparente titubeo en la caracterización de la categoría, y la consiguiente petición que se le hace de dar cuenta tanto de lo propio de una sociedad en una época dada, como del modo en que su respuesta es explicable desde lo propio de otras sociedades en épocas dadas. El planteamiento resulta interesante porque asume la existencia de niveles de integración lógica (“hacia arriba”) o de desagregación histórica (“hacia abajo”) de lo social, de manera que la riqueza del modelo permita dar mejor cuenta de la complejidad con que lo real y lo simbólico traban sus relaciones. Aunque Luporini arriba a ciertas propiedades de la FS (entre las que se cuenta la citada) tras la revisión de dicotomías lingüísticas, no aprovecha lo suficiente el empréstito. En las disciplinas que atienden el lenguaje, incluidas las que tienen su origen en la psicología, las neurociencias y la filosofía, habla y discurso quedan, en la constitución de criterios para el pensamiento, como generadores del plano de lo dicho. Puesta la escala en términos lingüísticos, lo que Luporini y otros hacen cuando postulan niveles de legalidad general y especial, sin dejar nombrado el plano de la concreción misma, resultaría comparable a una postulación de una lengua en dos niveles, sin que los actos de habla resulten aludidos in situ, sino sub species al plano semilógico/semihistórico, en una extraña forma de confundir la concreción mediada por concreción a medias. Es probable que la cercanía en el discurso de Marx para referirse a un MP y una FS haya dificultado dejar a aquella categoría el carácter legal con todos sus desniveles. Una teoría de las homologías sociedad-sujeto como la que se requiere para definir el papel constitucional de la comunicación, puede contribuir a establecer algunos asideros para repensar la herencia explicativa de  cierto materialismo temeroso de tocar piso en la construcción y actualización de sus dicotomías.
                       
A fin de prolongar sólo hasta donde resulte necesario el recuento de las desavenencias en la definición de lo concreto por parte de diversos marxistas, completamos con un recuento de tópicos, derivados mayormente de un debate sobre las tesis de Luporini y Sereni. Para efectos de la discusión que aquí se prepara, resulta conveniente cerrar con dos posturas frente a los principales desacuerdos:
                       
a) Si la identidad de la FS es oscilante, lo es también su relación con MP, respecto a la cual se define. Ya se ha discutido una acepción de FS como mezcla de modos, como la que presenta Poulantzas. Autores como Glucksmann (Ídem, 170) han planteado la capacidad que los FS tienen para sobrevivir a varios MP, llegando a ser, incluso, un mecanismo morfológico de transición. No hace falta avanzar mucho antes de encontrar las inconsistencias, pues el planteamiento supone que para casos como el de la Inglaterra preindustrial y la del siglo XVIII o XIX pudiera hablarse de la misma sociedad y el mismo tipo de procesos en lo social al tiempo que la lógica de su reproducción fuese otra. Es cuestión de plazos visualizar la relación entre la constancia del “mundo de las cosas” y los cambios en las reglas del juego: sólo desentendiendo las trayectorias de lo singular resulta posible no ver que a donde éstas apuntan es, precisamente, hacia la existencia de un orden que, si rige las continuidades de lo concreto, es porque administra su estatuto de despliegue y movimiento.
b) Sintéticamente, afirmamos con Texier (Ídem, 193) que MPdiferenteFESdiferente;FS, aunque no admitimos que aquél es reductible a unidad o interconexión histórica y geográfica de FSs.

Por lo que al asunto presente corresponde, será después de transitadas algunas discusiones, cuando podremos ocuparnos –aquí mismo– en  proponer un par conceptual no sólo provisto de énfasis en lo simbólico, sino armado desde su inicio en la oposición operativa lógico/histórico. Antes, debemos atender los juegos de la dominación desde la perspectiva marxista y proponer una observación: en Marx, conceptos analíticos como trabajo, capital, relaciones de producción y fuerzas productivas de la sociedad, como sustantivos presentan siempre la propiedad de inscribirse en los órdenes concreto y abstracto, a diferencia de lo que ocurre con las categorías explicativas MP y FS que, a pesar de constituirse en los conceptos referidos, se resuelven respectivamente como énfasis abstracto (lógico) o concreto (histórico). Esto deja ver que incluso la oposición donde lo histórico gana identidad es ya un resultado del pensamiento, una abstracción.

 

La subsunción del trabajo en el capital.

La propiedad central del MPC es la dominación del trabajo por el capital, proceso que ratifica la doble inscripción de las categorías mayores del marxismo en un dominio abstracto, que es el lógico, y otro concreto, que es el histórico. Se trata de un esbozo excluido de la versión final de El capital (1984) rescatado y publicado como Capítulo VI inédito del Libro I (2001), un texto póstumo poco conocido y menos atendido (la versión final del Libro I de El capital incluye como VI el capítulo “Capital constante y capital variable”). A esta dominación Marx se refiere como subsunción del trabajo en el capital, término que Pedro Scaron, traductor de la versión publicada por Siglo XXI asocia con subordinación (subsunción de a por b) y con inclusión lógica (subsunción de a en b o, diríamos nosotros, dominación como remisión a un dominio). Con preferencia por este sentido lógico, podemos recordar que una tesis central de la operación del MPC consiste en la reproducción del capital en más capital por la vía del aprovechamiento o explotación del trabajo asalariado, lo cual no es otra cosa que la transformación del trabajo en capital. Aun cuando Marx considera la subsunción como subordinación en los hechos, el carácter formal de ésta queda patente (Ídem: 18): “En realidad, la dominación de los capitalistas sobre los obreros es solamente el dominio sobre éstos de las condiciones de trabajo”. Si bien más adelante distingue los modos y momentos de la subsunción, desde ahora podemos entender que se trata de dominación de lo abstracto sobre lo concreto, de la forma sobre el proceso, hasta que la subordinación se vuelve estructural y produce las condiciones especiales para su reproducción, independientemente de la configuración material en que se vehicule. El paso de la etapa de dominación formal a la etapa de dominación real queda expresado en estas frases:

La característica general de la subsunción formal sigue siendo la directa subordinación del proceso laboral –cualquiera que sea, tecnológicamente hablando la forma en que se lleve a cabo– al capital. Sobre esta base, empero, se alza un modo de producción no sólo tecnológicamente específico que metamorfosea la naturaleza real del proceso de trabajo y sus condiciones reales: el modo capitalista de producción. Tan sólo cuando éste entra en escena se opera la subsunción real del trabajo en el capital. (Ídem: 72. Énfasis en el original.)
                       
Hasta ahora, se ve que el sometimiento que logra el capital en tanto relación, sigue un orden para consumarse: de lo abstracto a lo concreto, de lo formal a lo real, de lo contractual a lo técnico. A efectos de ubicar nuestro tiempo, bastaría con declararnos en la plenaria del MPC para asumir que la subsunción que hoy opera es, según las cuentas antes hechas, la de tipo (o momento) real. Sólo se requeriría enfatizar en que el modo social histórico de relacionarse para producir descansa en el modo técnico de organizar el trabajo en todas las ramas de la economía. Luego, al voltear hacia una de ellas, la de las industrias culturales, aparecen dos grandes posibilidades de lectura: en una primera, este sector profundiza y arraiga la subsunción real, pasando incluso la industria cultural antes por un proceso donde es subsumida formalmente. En la segunda lectura, el énfasis en el ejercicio social que llamamos comunicación, especialmente la de nuestra época, permite postular categorías que subsumen en ella las económico políticas y facultan ubicar la nuestra como una tercera época de subsunción, ésta de tipo simbólico.

El papel de los medios de comunicación en la época de la subsunción real
Un caso que ilustra la primera forma de leer el Capítulo VI inédito, sin abrirse paso desde categorías comunicológicas, se encuentra en Indústria cultural informaçâo e capitalismo, de César Bolaño (2000), donde el ejercicio del pensamiento marxista encuentra en el desarrollo de las llamadas industrias culturales, un caso especial de desempeño que obliga a retomar, explícita, aunque acaso tangencialmente el concepto marxista de subsunción. Bolaño quiere reconstruir el proceso por el que el capital produce las mercancías culturales al modo en el que los productores directos originales fueron expropiados de sus condiciones de subsistencia en el mercado, y se convirtieron en vendedores de fuerza de trabajo. Al efecto, Bolaño se enfrenta a un triple reto: postular la mercancía simbólica, el productor simbólico y el consumidor de bienes simbólicos previamente a la aparición del capitalismo formal. Lo singular del esfuerzo, consiste en asumir la construcción desde el impecable orden de lo material, siguiendo un itinerario de pensamiento que recuerda al visto en El capital para caracterizar el origen del MPC.
                       
A fin de economizar argumentos, Bolaño afirma de una vez un doble valor del trabajo en las industrias culturales, según el cual los artistas, periodistas y técnicos producen a un tiempo dos mercancías: un producto o servicio, y sus consumidores como públicos (Ídem: 222 y ss.). Para completar el tríptico, del productor se ocupa luego. Por ahora, nuestro autor describe cómo la industria cultural, en el momento de difundir sus productos mediáticos, produce los públicos que los anunciantes necesitan comprar para venderles sus mercancías. Seguramente, cierta razón asiste a Bolaño cuando afirma que el papel de las industrias culturales en el desarrollo del capitalismo es privilegiado, porque ellas aúnan las esferas de la producción y la circulación, al tiempo que vinculan ramas industriales. Parte del énfasis parece innecesario porque desatiende que hay ya un entendido de que es propia de la actividad que llamamos servicio la simultaneidad de producción y consumo. Igualmente, convendrá recordar que una mercancía se realiza en el mercado y que, donde les corresponde a los medios de comunicación operar y valorizar es en el ámbito de la circulación. Después de todo, comunicar y circular significan hacer fluir.
Cabe, entonces, centrarse en otros cuestionamientos: ¿no crean por lo regular las industrias, y por sus propios circuitos, los consumidores que necesitan? Por ejemplo, una empresa de electrodomésticos, automóviles o computadoras, al producir las nuevas generaciones de sus productos y marcar, consecuentemente, los ritmos de la obsolescencia, ¿no genera acaso mercado a la manera de condiciones para el consumo, con el consumidor perfilado incluido? Más ladinamente, ¿no resulta posible colocar en ese mismo flanco de la avanzada industrias farmacéuticas, tabacaleras y de alcoholes, siquiera por su capacidad de enganchar para reproducir demanda? Llevado el asunto a cierto extremo, al final, no habrá rama de la economía que no se beneficie de un cierto estado de la oferta simbólica donde los imaginarios consisten en numerosas apetencias, siendo un haz de ellas el que favorece a los medios de comunicación, presentándolos como necesidad de consumo en el amplio mercado de bienes simbólicos. En pocas palabras, es en virtud de un juego de abstracciones como debe explicarse la mecánica de las economías de producción y consumo, y entender que si las industrias culturales juegan un papel importante en ellas es por su adscripción al ámbito de lo intangible, que es desde donde sus especificidades deben ser explicadas.
                       
Pero quedaba por caracterizar la solución de Bolaño a su tercer reto: la producción lógico – histórica del productor cultural. Adonde primero habría que pedir atención es a un supuesto que parece permear las cuentas del autor: en el mercado capitalista concurren industrias de distinta edad o nivel de desarrollo, pero de un linaje equivalente tal, que los conduzca a repetir la vieja saga del despojo. Según esto, aunque las nuevas tecnologías hayan hecho posible la generación de nuevos productos y prácticas, digamos culturales, siempre la mitología de la expropiación pide que un productor originario sea desposeído, como ocurrió siglos atrás, para que el capital tienda sus redes de generación y circulación. Es decir, se descarta la capacidad capitalista de establecer un modo técnico capaz de hacer más que acomodar los procesos de producción ya existentes. Dice Bolaño (Ídem: 230) que el capital sólo puede apropiarse de la fuerza de trabajo del productor cultural (artista, periodista, técnico) expropiándolo de los medios de acceso a los públicos, lo que fue posible a partir del desarrollo de las tecnologías de la comunicación y su imposición como forma hegemónica de difusión de los productos culturales. Esto supone que el MPC se encuentra siempre en condiciones de autoenajenarse su propia producción social, de modo que deba iniciar desde el principio expropiando cada nueva rama que su organización de la técnica y del mercado ha hecho posibles.
                       
Caso aparte lo constituye el campo artístico, que no se deja incorporar a la lógica de la producción capitalista: aquellos productores culturales sometidos a las necesidades del mercado, simplemente no son artistas que  el campo reconozca como tales. Diversos pasajes y términos como “economía a la inversa” o “pérdida de la escasez”, de Las reglas del arte, de Bourdieu (1997) podrían ser invocados para acotar la noción de la expropiación. Según el pasaje que sigue, existe un tipo de artistas (cuya importancia en la constitución del campo del arte obliga a ver esta excepción al modo de producción sin la arrogancia con la que suele desestimarse la coexistencia de diversas formas de producir), que son artistas porque imponen su propia lógica a la producción y la circulación de sus obras:

Estos campos [de producción cultural] son la sede de la coexistencia antagónica de dos modos de producción y de circulación que obedecen a lógicas inversas. En un polo, la economía anti-«económica» del arte puro que, basada en el reconocimiento obligado de los valores del desinterés y en el rechazo de la «economía» (de lo «comercial») y del beneficio «económico» (a corto plazo), prima la producción y sus exigencias específicas, fruto de una historia autónoma; esta producción, que no puede reconocer más demanda que la que es capaz de producir ella misma, pero sólo a largo plazo, está orientada hacia la acumulación de capital simbólico, en tanto que capital «económico» negado, reconocido, por lo tanto legítimo, auténtico crédito, capaz de proporcionar, en determinadas condiciones y a largo plazo, beneficios «económicos» [...] (Ídem: 214.)

Por otra parte, respecto a la expropiación del periodista, el técnico y similares, debe decirse que cuando un MP como el capitalista se ha instalado a plenitud, ha echado a funcionar su lógica mediante la organización técnica que asegura su reproducción. Y si bien se mantienen aquellas condiciones relacionales que permitían declarar por lo menos una subsunción formal, las reglas imperantes muerden con tal fuerza las prácticas sociales, que poco margen habrá para que aquellos procesos culturales ahora industrializados tengan incluso la oportunidad de generar formas libres efímeras a las cuales expropiar. Periodistas, técnicos y similares, en su finitud, sólo cuentan con la oportunidad de experimentar el ejercicio precapitalista en tanto historiadores de sus propias prácticas. Dar cabida a la idea de una expropiación continuada, sólo resulta posible, pues, desde el plano abstracto: es la especie cultural la que es expropiada en su comparecencia en el mercado; los sujetos concretos como especímenes finitos y ciudadanos de su tiempo aparecen a estas alturas subsumidos desde el principio en una lógica cultural que les impone patrones de percepción y gusto, aun cuando sólo sea para romper con ellos.
                       
Lo que esta explicación del sometimiento como expropiación homóloga de la clase y de los individuos excluye, es la apropiación en la cual consiste un intento de subsunción final. Y no es que el estudio sobre las industrias de comunicación proporcionado por César Bolaño equivoque la estrategia al atender de un modo ciertas especificidades en el proceso de las luchas entre el aparato social y las representaciones. Como ocurre en las concesiones de los contrarios en filosofía, cada encuadre teórico hace comparecer el tipo de propiedades intrínsecas y relacionales que convienen a su afirmación, y admite los puntos de fricción que requiere para impulsarse y perseverar antes de declarar agotado el encuadre. Desde la lectura que aquí se construye, el ocultamiento de la apropiación en la expropiación significó dar entrada a una subsunción inversa a la que proponemos: lo simbólico en lo material, justamente aquello que el proceso histórico económico desmiente al librar confrontaciones inéditas en la arena simbólica. Por oposición, el asunto da pie a intentar una base teórica que interrogue a conveniencia las concreciones de lo simbólico, y todo al amparo de una apropiada lectura a las afirmaciones de Louis Althusser (1985: 168. Énfasis en el original):

Cambiar de base teórica es, por lo tanto, cambiar de problemática teórica, si es verdad que la teoría de una ciencia, en un momento dado de su historia, no es más que la matriz teórica del tipo de preguntas que la ciencia plantea a su objeto; si es verdad que, con una nueva teoría fundamental aparece en el mundo del saber una nueva manera orgánica de hacer preguntas al objeto, de plantear problemas y, en consecuencia, de producir respuestas nuevas. […] Este planteamiento justo del problema no es el efecto de la casualidad; es, al contrario, el efecto de una teoría nueva, que es el sistema de plantear problemas en forma justa: el efecto de una nueva problemática. Toda teoría es, por lo tanto, en su esencia, una problemática, es decir, la matriz teórico-sistemática del planteamiento de todo problema que concierne al objeto de la teoría. […] Poner en duda la definición del objeto es hacer la pregunta de la definición diferencial de la novedad del objeto detectado por la nueva problemática teórica. En la historia de las revoluciones de una ciencia, todo trastorno de la problemática teórica es correlativo a una transformación de la definición del objeto, a una diferencia asignable al objeto mismo de la teoría.

La subsunción simbólica
Para postular la segunda lectura sobre el concepto de subsunción, ahora con el afán de constituir de paso una teoría comunicológica, habrá que volver al pensamiento donde aquél se origina. Lo primero que debe ser notado es que, por necesidades de lógica, Marx contrapone a lo largo de su obra primero la mercancía fuerza de trabajo a capital, en el proceso de circulación; luego opone a sus poseedores en el proceso de producción. A partir de ello, ofrece su manifiesto sobre la mejor manera de entender las contradicciones: escrituras en lo concreto de oposiciones o antinomias generadoras. Con énfasis en el conflicto, en la categoría marxista MP se lee: Si bien las cosas establecen relaciones, son las relaciones las que definen lo que las cosas son. (El estructuralismo iría por otro lado al sostener que las relaciones se procuran el tipo de cosas que convienen a su ser: f -¹.)
                       
Ahora podemos proponer que en el primer momento, llamado de subsunción formal, el productor directo es separado de sus posibilidades de reproducción como resultado de un conjunto de procesos sociales que socavan con distintos grados de violencia la lógica del modo de producción precedente. En términos sociales, se trata de la extinción de clases propias del modelo precedente, vía tres pérdidas: de la legitimidad en lo político, de la rentabilidad en lo económico y de la visibilidad en lo simbólico. Sin necesidad de ser materialmente expropiado de sus medios de producción, el reciente proletario es esquilmado a través de la mecánica de un mercado renovado que al imponer tasas de pertinencia política, productividad económica y convertibilidad simbólica, establece para el conjunto social un nuevo modo de reproducirse (Castillo Mendoza y García López, 2001), una especie de abstracción que se concretará en configuraciones y prácticas específicas.
                       
La necesidad de prevalecer en que consisten los juegos del mercado, produce entonces una clase que es nueva por su relación con la dominante y por su papel en el proceso productivo. De acuerdo con Marx, la clase excluida reingresa al mercado para vender el único bien que conserva: su capacidad de trabajo, compuesta por su fuerza, por su saber artesanal y, agregamos, por su “irracional pero bienvenida” voluntad de ser, una mercancía compleja creada y forzada por una demanda económica, política y simbólica. Hasta entonces, hemos dicho que el sometimiento es sólo por la vía formal, es decir, se sustenta en una mera lógica de cambio de títulos sobre un mismo entramado social.
                       
Llega el tiempo en que el trabajo intelectual pagado por el capital fructifica en la técnica necesaria para reorganizar el proceso productivo en torno al nuevo saber hacer, y así se consuma la dominación hacia el trabajo, con la aparición de un modo técnico propio del modo social de relacionarse para producir (Figueroa, 1986: 21). En adelante, con la subsunción real, el trabajador pierde la posesión socialmente válida del saber productivo, que se vuelve en sí mismo mercancía, principalmente en poder de la clase dominante. Las contradictorias relaciones entre las clases quedan así mediadas y sostenidas por el factor material del saber hecho técnica (máquina, modo y ritmo de operación). Es la toma de la verdadera plaza de la economía y el orden por el capital.
                       
En principio, parecería ser este recuento el mínimo suficiente para caracterizar un MP cuando la mirada se articula fundamentalmente desde la economía. Sin embargo, si hemos de hablar de la cultura que le es propia al modelo de reproducción social, tendremos que reconocer que a éste le falta por lo menos otro énfasis: algo debe dar cuenta de los procesos de apropiación del sentido por donde esta lógica de clases definidas en torno a su papel en los procesos de trabajo encuentre su acomodo: las oposiciones entre las clases generan imaginarios propios para cada una, de modo que las luchas entre ellas se libran no sólo en la arena de las posesiones, sino que, cada vez más, se establecen en el terreno de las representaciones.
                       
Antes de postular el modo propio de los actos simbólicos sociales, debemos hacer un cierre provisional. En síntesis, hemos dicho que subsunción es articulación. De acuerdo con el planteamiento marxista de las subsunciones (que llamaremos 1 y 2), definidas lógica e históricamente como sucesión de lo formal a lo real, debemos plantear que el paso a la forma de dominación real no sólo profundiza la de tipo formal, sino que también la subsume en sí, es decir, en la segunda etapa no sólo el capital subsume el trabajo mediante su modo técnico de producción, sino que además la forma de subsunción 1 es subsumida en la forma de subsunción 2. El asunto no es trivial: acusa que la oposición capital-trabajo pone en conflicto la forma del conflicto mismo para negarlo y superarlo con una forma de oposición más eficiente. Pero este movimiento no cesa y se pasa a una etapa 3, que subsume a la segunda, imprimiendo a la relación una lógica diferente, de nuevo una de naturaleza formal, que es la simbólica. El mecanismo puede representarse analíticamente con la siguiente figura

x1x2x3
flecha_abajof       flecha_abajog      flecha_abajoh
y1y2y3

Donde las puntas de las flechas verticales definen el orden determinado (rango o codominio, en lenguaje matemático) por el orden determinante que corresponde al origen de la flecha (dominio, en lenguaje matemático). En el esquema, x es el eje de  “lo formal”, mientras que y integra lo que Marx llama “lo real”. Debe notarse el efecto de los cambios en el tiempo, que invierten la forma de la dominación formal (f) derechareal (g) derecha formal (h).

Es importante señalar que no se afirma que en algún episodio el trabajo logre invertir la dominación en su favor, sino que la naturaleza evolutiva del mercado define el tipo de luchas en las que él va sucumbiendo al capital, sucesivamente formal (legal – político), “real” (técnico – económico), formal (simbólico – comunicacional).

 

La comunicación como modo de apropiación

El despliegue histórico de los procesos referidos supone la existencia de una gramática de facto que vuelva legibles las culturas y permita su comunicación. Al igual que resulta válido llamar mercados a las economías por sus posibilidades de conversión, circulación e intercambio, tal gramática de las representaciones como sistema de combinatorias faculta también el pensamiento de las culturas como mercados, cuyas transacciones se despliegan en modos de articulación. Cada producto cultural es conjugado principalmente en el acto del consumo, respecto a otros productos a los cuales se opone con algún grado de firmeza o concesión y con algún grado de resonancia permanente o efímera. Al final, llamamos prácticas culturales a un conjunto de intercambios sancionados por un código de equivalencias del que derivan su circulabilidad y del que desprenden su sentido. Técnicamente hablando, el mercado material es subsumido en otro de tipo simbólico y bienes simbolizados en tanto se despliegan nuevos procesos de culturalización de la economía: una redefinición del valor de las mercancías en función de su pertinencia simbólica como capacidad de apelación, antes que derivado de sus costos de producción y circulación; la disponibilidad de los productos y servicios más que en los anaqueles, en los escenarios mismos de la vida cotidiana, con la cual debe interactuar en sus luchas mercado-cotidianidad por interdefinirse; un movimiento que, de ida, produce una masa de productores y consumidores sólo sostenible mediante la violentación simbólica de sus representaciones, que consiste, de venida, en un contramovimiento de desmasificación formal a base de confecciones y consumos diferenciados. Así, una lógica de la apropiación como proceso cultural puede definirse como la absorción del valor de cambio económico de los objetos, en un valor de uso específico de un sujeto o su grupo, históricamente situados. La cultura, que establece las condiciones de convertibilidad simbólica, queda entonces sujeta a las conversiones de sus propias tasas y, al final, definida por las prácticas a derrocarla.
                       
Postulemos entonces, a manera de hipótesis, un modo de comunicación al que podamos referir como Modo de Apropiación Social (MAS) donde la cultura asuma la escala y forma del individuo vivo, a la vez que se constituya en un bien sujeto a las leyes generales de fetichización, circulación y consumo, acaso una mercancía en sí misma.
                       
La petición del MAS supone la instauración lógica e histórica, en primer lugar, de un mercado ad hoc de bienes y prácticas simbólicos de producción y consumo, y en segundo lugar, de un proceso de subsunción simbólica que debe completar por fin el ciclo de reproducción del capital. El mercado de la demanda, acaso más notoriamente que el de la oferta, es mercado simbólico. Primero, en lo formal, establece relaciones para aquello que de ausencia tienen las concreciones, es decir, cada mercancía vale no sólo por lo que promete, sino por su posición entre dos distancias: una inicial a la que pudo haber quedado reducida y otra hasta donde pudo haber sido (una valora el producto, la otra habilita el espacio para la demanda y su consiguiente oferta). Luego, ya en el plano material, la suficiencia dimensional en tamaño, tiempo y accesibilidad para el desarrollo del comercio de los sentidos en gran escala. Todo ello alude, por supuesto, a la generación de una cultura de masas al lado de una producción masiva de bienes de consumo.
                       
En vecindad con las fábricas y los consumidores, el proyecto social se completa con la reformulación propia de las instituciones y sus públicos. Junto a las magníficas edificaciones de la economía y la política, la sociedad moderna erige en sus mismas escalas descomunales las moles de la razón, la moral y la memoria, en dispositivos como las constituciones, las enciclopedias y las jurisprudencias, siempre con la función de circular y dar fluidez. Desde ahí, el ejercicio del mundo como producción del mismo es una ilusión de mercado que otras épocas mercantiles no conocieron, y el triunfo de la razón quedará sometido a los dogmas del intercambio material y simbólico.
  
El subsumir las dimensiones de la economía y la política en la dimensión de lo simbólico, como quiere la absorción del concepto Modo de Producción Social (MPS) en el de su subjetivación - colectivización, o MAS, debe satisfacer la doble condición de servir para explicar desde lo simbólico el ejercicio de la producción, la circulación y el consumo al que la categoría económico política denomina, y además dar cuenta de aquello que ésta deja de lado a pesar de construirse desde lo abstracto: el universo del sentido, que es el espacio que reclama postular al sujeto como individuado y culturalizado a la vez.
                       
A fin de preparar el recuento mínimo de las posibilidades de descripción y explicación que la anteposición de lo simbólico ofrece al estudio de lo material, habrá que partir de algunas preguntas, después de postular que la apropiación, en tanto movimiento lógicamente impuesto e históricamente colocado, relaciona por su naturaleza abstracta lo colectivo y por la concreta lo individual. Las preguntas son éstas:

  • ¿Puede entenderse el conjunto de los procesos que han llevado a las transformaciones históricas más que como una necesidad de redefinición de las formas de producir, como el resultado de una voluntad de apropiarse?
  • ¿Puede entenderse el conjunto de los procesos que han llevado a cada modo de producción a afirmarse y evolucionar para mantenerse, más que como un mecanismo ciego de las formas de producir, como una apropiación vía consumo por los sujetos del ideario del modelo para incorporarse a la cultura del mismo?
  • ¿Pueden explicarse las perversiones y desacatos a sus propias reglas por parte de los modos de producción –como la fase actual del capitalismo nominativo y especulativo antes que productivo– más que como simples desvíos refuncionalizables en la lógica del sistema de producción, como muestras fehacientes de que no es en el fondo la producción lo que prima en la reproducción social, sino el modo de apropiársela, de donde resulta que es éste el sentido último de la producción?
  • ¿Es posible y útil, en última instancia, ensayar la reperiodización de la historia, no a partir de la categoría MPS, sino de una categoría lógica de mayor ubicuidad, MAS que, siendo síntesis de procesos materiales y simbólicos, antecede, acompaña y finiquita cada etapa que la primera categoría quiere recortar?

Si las anteriores preguntas admiten provisionalmente y en algún sentido una respuesta afirmativa, dejan su constatación a la revisión de los procesos que las prácticas historiográficas han recogido y hecho hablar desde un discurso normalizado. En otras palabras, reclaman el cierre del circuito dialéctico con un dispositivo de pensamiento: una categoría de análisis que, como MAS, producción lógica para el análisis histórico, inscriba la lectura de la concreción material en un sistema legal. Corresponde a otro esfuerzo de construcción  de teoría de la comunicación integrar algunos argumentos en respaldo al tono afirmativo que piden las interrogantes enunciadas. Ahora, se impone una discusión de la categoría en diversas maneras asociada a la ley del MPS, y que es la de Formación Social (FS).

A tono con lo que hemos apuntado, si aquella primera categoría, MPS, emerge del paso concreto – abstracto para inducir la lógica que gobierna los procesos concretos, la segunda queda establecida como despliegue y concreción de la otra. Ir de lo abstracto a lo concreto es lo que permite leer la historia como sucesiones hilvanadas de sentido, si bien, desde el materialismo, tal sentido (término inusual en él) no es otra cosa que el sistema de determinaciones concreto – concreto que sólo se ve “desde arriba”. No en balde, toda determinación al ser una relación, tiene por dominio el orden de lo abstracto.
                       
Una vez introducida la categoría materialista histórica FS, tan poco atendida y menos acordada, puede plantearse que, correspondientemente, los modos sociales de apropiación son generalizaciones de prácticas relativas efectuadas por sujetos concretos para apropiarse del mundo, en tanto individuos y en tanto clases o grupos. Este despliegue de aspiraciones, gustos, repulsas o fobias detrás de las prácticas, aun en su inmaterialidad, no dejan de ser concreción de un modo de relacionarse y producir sentido. Este nivel de operacionalización en una formación comunicacional que exige la teoría de los Modos, podemos denominarlo como Configuración Simbólica (CS), enfatizando con el término el tipo de naturaleza y relaciones de contingencia que interesa anteponer a MPS/FS y asociarlo como pareja a MAS. Así, la categoría CS queda apuntada como par eminentemente histórico del pensamiento social en términos de MAS en cuanto categoría eminentemente lógica. A la CS correspondería el análisis y explicación de las prácticas concretas en cuanto dotadas de sentidos propios (o sinsentidos sociales) y ubicadas en contextos históricos para construir las intersubjetividades y postular el sujeto como operador de una función tan impalpable como irresistible.
                       
El giro del término producción hacia el de apropiación, y el paso de lo material a lo simbólico obedecen a que, al final, la sola propuesta de una cultura de masas entre los procesos de reproducción social alude a la dimensión comparativamente menos tangible de lo representacional entre los firmes de los intercambios económicos y los contratos políticos. A propósito de esta cultura, cabe una última serie de reflexiones: si bien es posible datar la formación de las masas como grupos grandes, anónimos y heterogéneos, a las expulsiones de contingentes humanos de los talleres a las factorías, del campo y las villas a las ciudades, de la autosuficiencia y el autoconsumo al empleo laboral y el consumo productivo, de los modos y ritmos libres de la producción a la racionalidad ingenieril, ¿acaso son entendibles estos procesos como otra cosa que una reconfiguración de modos de ser, como sucesiones de continuidades y rupturas de proyectos donde el apetito por la ganancia se enfrenta permanentemente a la voluntad de ser, de manera que su historia es la búsqueda por redefinirse el uno y la otra? ¿Es la cultura otra cosa que una voluntad colectiva de definirse, de apropiarse? ¿No existe acaso una homología entre el dogma de la libre circulación para la extinción de los dogmas, y el dogma de la sociedad como comunicación cuando aquélla propende a la cohesión de la violencia y el ejercicio de la última se debate entre la reafirmación del individuo y la claudicación del sujeto?
                       
Asistimos, con esto, al primer modo de producción que es también un modo social de comunicación en sentido pleno. Lo que a partir de las formas propias de producir, circular y consumir sentido se da, es una época histórica con una identidad específica, y que suele llamarse "posmodernidad", entendida por Fredric Jameson (1995) como lógica cultural del capitalismo avanzado.
     
Un segundo argumento para dar centralidad al espacio simbólico en la construcción del Modo Capitalista como modo comunicacional, puede intentarse a partir de las cuentas económicas de Marx en El capital, donde especifica como regla de mercado en la lucha intercapitalista la del trabajo socialmente necesario, mecanismo de competencia entre los productores. Ahora se presenta una etapa mejor asentada del capitalismo, paradójicamente,  porque descansa en lo abstracto: se ha procurado, después de un modo técnico para la producción, un mercado de bienes simbólicos con su modo de apetecerlos. La emergencia histórica de un consumo socialmente necesario, supone un mecanismo de competencia (en la acepción que la lingüística generativa da al término) que produce una cultura de consumo y una estética que le es propia.
                       
Pero, aun consistiendo la subsunción simbólica en una posible etapa final del capitalismo, no supone la llegada del plazo último para establecer las posiciones en el conflicto social, o la dominación definitiva de una clase por otra: es, precisamente, la apropiación el acto objetivo de subjetivación lo que mejor define el tipo de luchas que ahora se libran, especialmente con los usos cada vez más personalizables de las tecnologías, consumidas para integrar comunidades de apropiación e intervención. Esto obliga a plantearse la factibilidad de que la pérdida de presencia de la vieja noción de masa atomizada e indiferenciada, anuncie no la desaparición real de ella, sino su transmutación a formas más eficientes por la debilitación de la resistencia en el imaginario social. Lo que la Configuración presente arroja como característica, no son sólo las disputas por apropiarse, sino algo más importante, las luchas por definir el sentido de las apropiaciones de los otros. Las sutilezas con que ahora se libra el conflicto relacional consisten en apropiarse de las prácticas de apropiación de los otros (dominación de la dominación: f g).
                       
La AS puede aludir a todos los dominios en tanto objetos de la conciencia. Hay, pues, diversas articulaciones, eficientes incluso gracias a que pasan por fuera de la conciencia. (El ejercicio de articular es de anular, filtrar, contrastar, acentuar, adecuar y, en última instancia, apropiar.) La apropiación referida en MAS es tanto de objetos de la conciencia como de objetos ajenos a ella. El paso de estas apropiaciones a aquéllas es una apropiación de segundo grado. Esto supone que las apropiaciones pueden articularse con otras en un mismo nivel o transnivelarmente. Los modos de producir mezclados en una FS aluden a la propiedad que tiene lo concreto de exhibir las internervaduras de las propiedades que están previstas en lo abstracto como tensión constitutiva en el Modo dominante, y que cobran vida en el plano vivo de las concreciones.

 

Elementos de la configuración comunicacional.

A fin de avanzar por espacios que la discusión materialista ha dado por relevados, requerimos una construcción conceptual que, reconociendo los flancos abstracto y concreto de lo social, proponga una explicación de cuanto la configuración social deriva de prácticas complejas de apropiación social que operan articulando diversos niveles de generalidad y que recorren, por tanto, el espacio flanqueado por los sujetos y las sociedades en la historia. Tal propósito escapa a los alcances del presente documento. Anima, en cambio, un programa de trabajo constitucional ahora mismo en proceso que reconoce como centrales dos componentes fundamentales para explicar la esencia articuladora del orden simbólico: el sujeto y el tiempo.
                       
Las condiciones presentes, sin embargo, sólo permiten entrar a tono con el énfasis que la corriente materialista de estudios de comunicación aludida en el presente trabajo –la de la economía política– concede a las industrias de la comunicación, y concluir esta parte de la discusión con algunos descriptores que pueden ser útiles para preparar otros desarrollos. Así, más que intentar un cierre, la sección final pretende constituirse en elemento de alguna integración en dos escalas, medios masivos y sujeto.

Mediaciones e identidad
En una primera aproximación, son las industrias culturales las instituciones que de manera visible establecen paulatinamente las escalas de lo que en materia de cultura constituye los signos de los tiempos a escala social e individual, que hoy llamamos posmodernos. Esto vale por decir que aquéllas son constituyentes esenciales y funcionales de las identidades en tanto proveen los referentes y los mecanismos para su circulación. Los rasgos distintivos que hoy denuncian la constitución de una cultura mediada tecnológica, industrial y estéticamente pero que, al constituirse en estrategia de articulación y apropiación subsume la forma histórica de las luchas son, de manera destacada:

Una estética audiovisual producto de una sofisticación de los lenguajes audiovisuales y del desarrollo tecnológico que ha generado un “modo de ver el mundo” a través del aura de lo espectacular. Desde esta reconfiguración, los proyectos de sociedad e individuo piden formas para ser consumidos en una lógica de fruición seductora pero efímera. Son las micronarrativas de lo banal el mecanismo por excelencia que se afina durante el siglo XX, para volver al sujeto el continuo operativo de la posmodernidad. Desde la indiferenciación de lo masivo, productos seriales de la sociedad, como la llamada generación x son modelos para armar en que los sujetos participan cuando juegan a desindividuarse. Entre ellos, como entre los más desposeídos, las prácticas del consumo obedecen a una racionalidad propia, a una estrategia para volver y volverse tangible en un mundo donde, como señala García Canclini (1989)  lo sólido se evapora.

Una gramática de los medios derivada de “modos específicos de ver el mundo”, que constituyen una “lógica” del consumo. En especial, los escaparates electrónicos restablecen la distancia entre el sujeto y su mundo, entre sus condiciones vividas y las posibilidades primero percibidas, luego anheladas y padecidas. Una especie de sintaxis de la mirada, con la que se ejerce la cotidianidad como forma consumible termina produciendo ciudadanos videntes aunque ellos mismos poco visibles, asimilados a los estándares funcionales que Mattelart (1995) llama de “individuos calculables”, constituidos mediante ecuaciones de producción – consumo y costo – beneficio.

Un posicionamiento de los medios dado por el desarrollo del imaginario social, que les ha conferido credibilidad y poder de convocatoria tales que en muchos sentidos las demás instituciones deben competir con ellos. Entre éstas, el Estado mismo cede cada vez más su centralidad en la construcción del sentido de lo social, que es asiento del poder. Dueños de la capacidad de definir tanto lo objetivo como su sentido (es decir, su subjetivación), los medios constituyen un campo especial porque pueden delimitar según sus necesidades los confines de lo público y de lo privado. El ejercicio último de consagración y descalificación sociales, al recaer en las industrias culturales, las enviste de un poder especial, el poder de administrar la violencia.

El asiento principal de la violencia simbólica, tal como la ha definido Pierre Bourdieu (1998 y 2000): forma de administración y usufructo de las diferencias sociales, en las que el sujeto violentado desarrolla una adhesión a sus condiciones de dominación, a partir de la adopción de los mismos esquemas de percepción desde los cuales resulta sometido ideológicamente y aun físicamente dañado. Al ser las industrias culturales, y especialmente la televisión, los medios que despliegan el modelo de lo socialmente válido, aceptable y apetecible, se desenvuelven como referentes para la constatación de la distancias por recorrer –para la mayoría nunca alcanzables– en la carrera social, esto es, los medios administran para efectos de consumo la constatación de las diferencias de las que se construyen las identidades.

Una situación de libertades y ejercicios tal que en la práctica, el régimen de posesión y operación de los medios es casi una garantía de que éstos no gozarán de libertad plena para el ejercicio democrático. Esto es, constituidas las industrias culturales en empresas orientadas a lograr la prevalencia de la lógica de la reproducción material y simbólica, ellas mismas sólo en casos de excepción logran escapar de la propia sujeción que tejen en su entorno. De esto deriva una centralidad histórica de los medios para jugarse en ellos los proyectos sociales, sean de sostenimiento o de subversión, de fragmentación o de unificación.

Un estatus de vigilancia mediática según el cual buena parte de lo que ocurre socialmente, ocurre sólo si tiene presencia en los medios. De igual modo, mucho de lo que la gente sabe de su entorno, lo conoce a través de los medios. Como dice Bourdieu (2003), el ejercicio de censura del entorno que lleva a cabo la televisión no consiste de manera activa en cancelar ciertos aspectos o sujetos efectivamente existentes, sino en subexponerlos en el conjunto de su oferta de mundo, de modo que la televisión oculta por lo que muestra.

La reformulación de una cultura de masas como anticultura, en los términos en que Umberto Eco (2001) describe las quejas de los “apocalípticos ante la cultura de masas”, es decir, como una cultura meramente funcional a la constitución de públicos y sociedades, de individuos atomizados que, en vez de valerse del acceso a las producciones culturales a fin de lograr una cierta emancipación, terminan por dar a la masificación de ideas y productos un sentido inverso, donde la apropiación simbólica consiste por lo menos en la pérdida de la autenticidad. La pragmática de la serialización del consumo termina por imponer sus escalas a los casos de unicidad de la producción cultural y artística.

La reformulación de los escenarios políticos, en tanto que los medios han dejado de ser escaparates en los “tiempos fuertes” de la política (Martín-Barbero, 1990), para ser los espacios donde se definen algunos procesos fundamentales, cada vez en mayor extensión e intensidad. Los medios fijan también la agenda pública desde la cual el mundo se administra para su consumo simbólico. Además de definir el sentido de lo actual, estas industrias de lo efímero llevan a cuestas la memoria colectiva más vívida y la nota de la viabilidad de las aspiraciones sociales.

La constitución de los mercados como mercados de bienes simbólicos, puesto que en lo económico, los medios juegan un papel importante para la reproducción del sistema, poniendo en circulación los imaginarios que subyacen a la conformación del mercado, al menos en el componente de demanda final, tanto en su forma efectiva como en su cuota esperada en el acto de inversión, ya que no hay capital de inversión importante en la actualidad ni decisión de cierto nivel que no provengan de un cierto acceso e interpretación de la información. Además, los medios constituyen industrias tan vastas, que no solamente se encuentran desplazando cada vez más a las instituciones financieras del centro de los conglomerados empresariales, sino que han sido ellos el único sector rentable en tiempos de recesión abierta, tal como ocurrió en los ochenta en América Latina.
La recomposición educacional, especialmente a cargo de la televisión. Puede afirmarse, Guillermo Orozco (1994) que toda la televisión educa y que la exposición a ésta sobrepasa el tiempo efectivo en el que los sujetos se enfrentan a ella. La televisión desplaza parcialmente los roles de los profesores, de los padres, de los consejeros, de las niñeras de los amigos, y aun los del niño mismo. En cualquier caso, por aportar referentes de contenido y forma para la socialización, los medios en general definen los avatares de las culturas a tal grado que bien puede periodizarse la historia desde el siglo XX según los pasos y usos de los medios. Así, ocupando la televisión una posición central en el campo del poder, pueden escrutarse las formas de nuestras culturas bajo la identificación de las culturas de pantalla y sus agentes como sujetos de pantalla.

Las funciones del sujeto.
Detrás los mecanismos de dominación recién bocetados, el individuo aparece como campo de articulación de las luchas simbólicas en las que consiste la subsunción en tiempos del orden comunicacional. A aquél le queda no sólo la tarea de hacer cuerpo con o contra su entorno, sino antes, y más penosamente, con su propia noción de sí: ubicarse en su tiempo es recibirse y darse en herencia. La caracterización necesaria en este punto apenas da inicio aquí, y lo hace a manera de intento de recuperación formal del ser dinámico originado en la sociología de Pierre Bourdieu para preparar su articulación con la semiótica de Algirdas Julien Greimas (1976). Lo que ambos paradigmas comparten es el constituir teorías explicativas del modo de producir entes, uno en el orden disipativo de la sociedad y el otro en el orden estructurado del relato en su acepción más amplia.
                       
Con efectos de prepago, uno podría comenzar por cuestionar a partir de qué derecho resulta posible utilizar las categorías laboriosamente desarrolladas por un autor a lo largo de una obra compleja y larga, en un sentido que, sin méritos de por medio, intente volcar algunas de las implicaciones teóricas. En paralelo al discurso de la sesión inaugural de Pierre Bourdieu (2002: 7), uno también podría preguntarse si las categorías no están hechas precisamente para evitar que sus usuarios deban justificar el echar mano de ellas aun en acepciones contrarias a aquellas para las que fueron concebidas. Al final, nada impide asumir las categorías como pensamiento vivo.
                       
Proponemos, pues, los siguientes enunciados de síntesis de una discusión por ser desplegada y que ya apunta cuanto de retorno de lo formal tiene nuestra época. La tesis que se esboza es que el sujeto es sujeto de la función de ser para relacionarse y de ello derivar su saber y hacer. Las coordenadas centrales de las funciones implicadas –donde el tiempo sólo aparece implícito en tanto se asuma que relación es ejercicio de adquisición–son: sujeto, conciencia, habitus y violencia simbólica. De acuerdo con esto, la relación entre función y sujeto deriva de lo siguiente:
i.          Acción – actor (actante). Ambos son funtivos  (“Existe función semiótica, cuando una expresión y un contenido están en correlación, y ambos elementos se convierten en FUNTIVOS de la correlación”, Eco, 2000: 83) de la relación a-a´: r1.
ii.         Función – funtivo es una relación de segundo orden: r2 y homóloga a r1, es decir, r1~r2.
iii.        El sujeto está sujeto a sus relaciones, según se expresa en ii.
iv.        La conciencia es una relación proyectada (f, g, h son proyecciones matemáticas de un orden a otro del tipo f: AderechaB) del sujeto con sus relaciones; se trata de una relación con las relaciones abstractas , por lo tanto es relación de tercer orden: r3. Con lo que la homología se amplía a r1~r2~r3.
v.         Pero, siguiendo a Pierre Bourdieu, las relaciones cognoscitivas3 del sujeto suelen estar dominadas por las relaciones2. La violencia simbólica (vs) alude a la relación  r2 - r3. Él mismo establece que una toma de conciencia de su adhesión cognitiva y volitiva (r4) no basta para deshacer la subsunción de r3 en r2 porque la relación es estructural.
vi.        La sociología del poder supone que opera al margen de la voluntad y la conciencia del sujeto.
vii.       La noción de habitus supone que r3 no es sólo una relación de tipo cognoscitivo, o de preferencia de consumo (gusto), sino también de actuación. El rechazo (Bourdieu, 1997: 265 y ss.) a la noción de conciencia supone que: a) r3 no sólo es conciencia (es, además, gusto y disposición para la práctica: “3” es tripartito); b) lo que r3 tiene de conciencia, siempre está definido por su relación tirante con r2, por lo que no se trata de una conciencia pura del tipo r3 – r3.
viii.      Sin embargo, tampoco debe excluirse el componente cognoscitivo en r3. Fuera de él, las otras propiedades del habitus son imposibles: el sujeto social es un sujeto de conciencia. El habitus como “principio de estructuración social de la existencia temporal, de todas las anticipaciones y los presupuestos a través de los cuales elaboramos prácticamente el sentido del mundo, es decir, su significado, pero también, inseparablemente, su orientación hacia el porvenir...” (Bourdieu, 1997: 479), es un saber.
ix.        El saber del sujeto supone un objeto sujetado a r2. Con él establece relaciones3 de deseo (valoración). La naturaleza de r3 como relaciones dominadas –vs– supone que no basta el conocimiento/desconocimiento para que se dé la vs; se requiere el gusto por el objeto y luego la intención de alcanzarlo. La vs supone movilización por reconocimiento de ausencia (introduce la noción identidad-diferencia). La negociación continuada es violencia consumada; el otorgamiento es violencia para motivación, pero no extinta.
x.         La vs tiene mucho de no consciente, 3 pero supone que el sujeto conozca lo suficiente (3>r3; r3>0) para que la vs tenga lugar.
xi.        Contingencia = 0≤p<1; donde 0 = imposibilidad, 1 = seguridad, p = probabilidad. La incertidumbre aquí expresada incluye la imposibilidad como resultado.
xii.       El sujeto (S), como contingente, es S2 (es decir, S en r2).
xiii.      Desde ahí, todas las relaciones con otros S2'...S2" (porque S2 = S2ij) son relaciones que aparecen como relaciones en presencia S2 1,1 - S2 1,2 -…; sin embargo, por tratarse de un sujeto contingente (S2 = 0≤p<1), sus relaciones también pueden ser de ausencia por ser ellas mismas contingentes.
xiv.      Las “relaciones en ausencia” (=╦) permiten diferenciar/notar las exclusiones y carencias. Las apetencias tienen el signo negativo que corresponde a la disyunción con el objeto de deseo y motivos de las luchas. Por lo que un espacio vacío en r1, r2 funciona como punto de articulación (por lo tanto, subsunción) a condición de no estar vacío en r3 como conciencia, gusto y disposición para la práctica.
xv.       La violencia simbólica es, pues, vs2, vs3, .
xvi.      La subsunción simbólica tiene como operador privilegiado la imposición p≠1 y la amenaza p=0. La homeostasis del sistema se da en el rango que deja la incertidumbre probabilística 0<p<1. Las luchas por la apropiación y articulación se cifran en 0 y 1. A lo largo de la historia siempre lo han hecho así, en r1, r2, que ahora se haga desde r3, es lo que distingue el orden 0,1 de la comunicación.


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Notas:

1 Agradezco las asesorías matemáticas a Gema Mercado Sánchez y Agustín Enciso Muñoz.


Jesús Becerra Villegas
Doctor en Ciencias de la educación. Universidad Autónoma de Zacatecas. Unidad Académica de Ciencia Política.

 

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