Dimensiones Internacionales
de la Comunicación
Número 7, Año 2, junio - agosto 1997


| Número del Mes | Anteriores | Contribuciones | Sobre la Revista | Sitios de Interés | Directorio

Cultura Política, Comunicación y Democracia

por: Jesús Galindo Caceres
Universidad de Colima

I. Cultura política.
Primera aproximación.

Lo político aparece en el horizonte de la configuración social en nuestro medio desde el siglo diecinueve. Esta situación es peculiar en dos sentidos, por una parte en apariencia son muchos los cambios en estos casi dos siglos de vida supuestamente independientes, eso podría haber afectado la situación perceptiva colectiva de lo político, y por otra parte está la persistencia en la centralidad a pesar de todo. Sobre esta dualidad se puede apuntar una hipótesis, o varias. Lo político es el lugar del sujeto del poder, pero también su coartada.

Digamos que en algún momento parecería que los actores políticos tienen reales posibilidades de dirección de la vida pública, pero en otras sólo son parte de la apariencia de esa dirección, el verdadero sujeto está en otra parte y es conveniente que no sea del todo visible. En este sentido es pertinente la pregunta por la percepción del mundo por parte de los actores polítios. ¿De qué se dan cuenta?, ¿hasta dónde se dan cuenta?, ¿hasta dónde actúan lo que se dan cuenta?. Todas estas preguntas llevan a la configuración de las bases para la conceptualización de la llamada cultura política.

Otro antecedente. La ciencia política contemporánea tiene a la política como una región que tiende a perder importancia y a transformarse. El parámetro de esta situación lo marca una lectura del tránsito de la modernidad por la historia de occidente. La modernidad se caracteriza por la emergencia de lo civil sobre lo político, del orden del mercado sobre el orden del estado. En este sentido lo político aparece como una configuración social de lo pre-moderno, donde las imágenes de los estados monárquicos son prototipo de orden y control frente a la libertad de los agentes del mercado, y los nuevos sujetos de la acción macro social. Lo político así queda connotado con el poder central y único, mientras que el mercado se configura en una pluralidad que compite y dinamiza desde la multitud de voluntades enfrentadas en la lucha por un espacio social abierto .

Es peculiar que el estado, figura de la centralización del poder, aparece en la modernidad como el mediador en las luchas del mercado, y en particular como el árbitro en los conflictos entre particulares, y lo más llamativo, evita que una voluntad monopolice la oferta en el mercado, es decir, una figura de centralización impide que se verifique la centralización. Y esa es la vida del estado y de la política en la modernidad, el punto clave es el papel de lo central en la vida social de lo plural. Y ahí nos hemos ido casi todo el siglo veinte, discutiendo la figura del estado en una economía de mercado, y luchando por ocupar el lugar del estado en la gestión y administración de la vida pública.

En este sentido la cultura política no es igual en una formación social con un estado que ocupa el gobierno de todo el espacio social público, que en una formación social donde el estado está limitado en sus funciones y donde la vida pública es en su mayoría ocupada por agentes civiles. En una visión esquemática una corresponde a la sociedad pre-moderna y otra a la sociedad moderna. Y aún está el debate sobre la llamada sociedad postmoderna y su primacía regional de la cultura sobre la política y sobre la economía. Desde el esquema presentado las sociedades latinoamericanas son más afines con la configuración pre-moderna aún teniendo elementos de la moderna. En el caso de México la situación es interesante, tiene un centralismo politico parecido a una dictadura, una economía de mercado, y un estado que favorece a los agentes económicos poderosos al tiempo que atiende a los débiles. Todo un caso. Y de ahí que México sea un gran territorio por explorar y analizar en su cultura política.

La cultura política connota entonces en primer lugar a los actores políticos, aquéllos que tienen interés y que lo manifiestan en acción, por dirigir la vida pública. En sociedades como la mexicana estos actores son relativamente escasos, se concentran en los lugares del poder institucional, sobre todo el partido gobernante mayoritario, y circulan por los corredores de la jerarquía partidaria y de las plazas públicas de los gobiernos de diverso nivel. Estos actores son minoría, pero el espacio social que ocupan no es tan reducido, las ciudades tienen una planta laboral importante dedicada a estos clientes de la región política. Resulta entonces que lo político también tiene un peso económico directo como dador de empleo. La cultura política que se deriva de esta situación queda determinada por el tamaño del presupuesto dedicado directa o indirectamente a la clientela partidista.

La situación anterior refuerza la tesis de la pre-modernidad social, el poder político resuelve la vida material de una parte significativa de la población en forma directa, con ello se crea una sólida dependencia entre el cargo político y los que viven directamente del presupuesto. Habría que agregar a este escenario a todos aquellos que dependen de este marco de privilegios, y con ello se completa un cuadro social amplio de dependencia de la llamada sociedad política en forma económica básica. Aquello de vivir fuera del presupuesto es vivir en el error, junto con aquello de que el que a buen árbol se arrima buena sombra le cobija.

Por supuesto todo este arreglo trae consecuencias políticas y económicas generales no del todo satisfactorias. Por un lado se configura a la política como una casa de beneficiencia y una agencia de Ciego Lola Álvarez Bravo.empleos y negocios, lo cual desvirtúa el corazón de la relación entre política y administración pública, según algunos. Y por otra parte aumenta el tamaño de los aparatos de gobierno lo que tiene un impacto directo en la economía global en forma perniciosa. El cuadro general vuelve a ser el de un estado que no es moderno y no promueve la iniciativa privada y la competencia, según los parámetros de las reglas sociales vigentes a nivel mundial. Y en el caso de la cultura política el efecto es la configuración de una imágen todo poderosa del gobierno que desplaza a cualquier otra personalidad pública, y la respectiva vinculación dependiente de esa imagen en sentido y en acción. El PRI es todo, nos quejamos, y el PRI vuelve a ganar.

En este contexto puede configurarse una noción de cultura política de un nivel de abstracción mayor. Los actores sociales ocupan algún lugar en el espacio social, y se mueven en alguna dirección en él. En esa doble ubicación espacio-temporal, tienen alguna imagen de la totalidad social y de las partes que la componen, así como algún tipo de relación-vínculo con cada una de esas partes. Este escenario es la base de configuración de la cultura política. Basta con agregar el sentido de su acción en la composicion y organización, así como su conciencia e intención.

La cultura política estaría configurada en el sentido y en la acción. Por una parte en la forma-representación del mundo social y su composición y organización, y por otra el comportamiento intencionado sobre esa composición y organización. En la dimensión individual cada persona tiene una imagen y una idea del mundo en que vive y de la ubicación en él, y desde esa percepción actualiza un comportamiento consecuente. Dime en qué lugar te adscribes en la vida social y te diré que cultura política posees.

El elemento central de la noción es la relación con lo social por parte de los individuos. El punto de partida es su entorno inmediato y la ubicación percibida de ese entorno con el escenario social general, es decir la percepción y valoración del propio lugar en relación al todo. Esta situación es de sentido al mismo tiempo que de comportamiento, las acciones son consistentes con la percepción.

La cultura política se modifica en tanto que se descubran nuevos vínculos entre el entorno inmediato y el resto del escenario y el devenir social, así como vínculos entre las diversas partes entre sí. Es decir, en tanto que aumente la percepción de la composición y la organización sociales. Y por otra parte la cultura política cambia cuando las acciones tienen intencionalidades más ambiciosas en el efecto buscado en la composición y la organización, en decir, en la relación entre las partes y en su actividad y orden en movimiento. El actor social puede pasar de un status de relativa inactividad política porque su cultura aumentó o se complejizó, porque su deseo de intervención en la vida pública y su gestión se desarrolló. Puede darse el caso inverso, que el desinterés y la inactividad aumenten.

La configuración situacional es central en esta propuesta. Depende de las situaciones concretas donde los individuos participen la configuración de la cultura política. Es un juego social amplio. Algunos se moverán a partir de la energía social que llega a sus situaciones, así como los sentidos que la afecten en el discurso y las acciones de los demás.

La configuración situacional se complica y enrriquece cuando los referentes son semejantes, por ejemplo los medios de difusión, la escuela y la familia. Estos diversos lugares afectan a grupos de individuos, y lo hacen simultáneamente. Son lugares de la configuración social que configuran textos-discursos que son consistentes con cierta configuración de composición y organización. Es decir, lo político de la vida social en tanto dirección del comportamiento y del sentido, reside en forma concentrada y altamente activa en los lugares públicos de la textualización sobre lo social, donde se ofrecen las visiones y versiones básicas de cómo vivimos, de cómo es el mundo. La población consume esos textos y los reproduce, su visión del mundo es la visión del mundo de los escritores de esos textos, escritores que han configurado visiones desde los lugares del poder, desde los lugares donde se ordena la vida social.

Identificar los textos generales de la vida social, así como sus lugares de difusión y a sus escritores, ofrece una perspectiva del orden social y de la configuración general de la cultura política en sentido. El otro rostro del asunto es el comportamiento, si la gente actúa como los textos prescriben el círculo se cierra, si no lo hacen hay que averiguar otras fuentes de textualidad, así como identificar las situaciones donde texto y escenario no coinciden y por tanto promueven a rupturas y a búsquedas alternativas de configuración social.

II. Cultura de información y cultura de comunicación.
Segunda Aproximación.

La cultura política en la primera aproximación aparece como una configuración resultado de la vinculación de los actores sociales con los procesos públicos de composición y organización sociales. La densidad aumenta cuando la vinculación es mayor, disminuye cuando se reduce el vínculo. Esta visión opera sobre individuos y sobre grupos, es decir sobre pequeñas ecologías de acción y representación, percibidas desde lo macro como partes mínimas de la composición social general. Se hace necesario configurar la relación de esas partes con las formas mayores así como con los movimientos y energías generales del tiempo espacio social.

Si la noción opera sobre la parte social esto implica que la perspectiva de la totalidad es la que complementa lo percibido en lo particular. El punto es que ambas visiones de hecho son simultáneas aunque la racionalidad analítica las separe y enfatice en distinta escala o momento reflexivo. Sólo percibiendo la ecología política general y la configuración de la cultura política ahí distribuída, adquiere sentido la mirada particular a un sector o grupo de actores. A esto hay que agregar la visión del movimiento energético general de la sociedad bajo atención comprensiva. El punto aquí es lo que sucede en el proceso perceptivo y lo que puede ser descrito analíticamente.

A la primera aproximación le hacen falta el contexto de lo general y las relaciones operadoras entre lo particular y la totalidad, así como la visión del movimiento. En esta segunda aproximación el objeto será la configuración de los elementos del movimiento de la cultura política, para la tercera se cerrará la propuesta con la perspectiva de lo macro.

Para aportarle movimiento a la noción de lugar y percepción que define la cultura política casi como posición social, dos dimensiones de su configuracion serán presentadas como los hilos de la sutura social de lo particular y lo general. Por una parte la cultura de información, y por otra parte la cultura de comunicación.

La cultura de información en principio se percibe por las prácticas asociadas a procesamiento informativo. En cierto sentido toda acción social implica información. De esta manera las prácticas pueden ser colocadas en un continuum de menor a mayor presencia de configuración informática. Ahí quedarían ubicadas las acciones según sus necesidades de información. Hay acciones de una gran complejidad, hay acciones muy sencillas. Las manuales tenderán a poca densidad, las intelectuales a gran densidad, y algunas otras serán de tipo mixto. Esto en términos generales.

Cada acción realizable se verifica en una situación concreta contextualizable con antecedentes y consecuentes y con relaciones de proximidad o lejanía de otras situaciones contemporáneas. Este marco situacional delimita la ecología de los hechos de la cultura de información. El mundo social prescribe ciertas composiciones situacionales para su funcionalidad organizada. Todo actor social tiene necesidad de adaptarse a esos patrones prescriptivo-descriptivos, normativos, de comportamiento situacional. Esto supone un manejo de información específico para cada situación, así como un manejo de información para secuencias y referencias de acción. Ese es el punto clave de la cultura de información, lo que el actor necesita de información para actuar con pertinencia en una situación concreta.

Esta visión situacional supone alternativas de realización de la acción según la relación particular del actor con la información que la situación requiere. En primer lugar puede manejar justo lo necesario para realizar la situación en los umbrales de pertinencia normativa y el éxito pragmático del momento. Si esto sucede puede calificarse su competencia informativa como óptima, tiene la cultura de información pertinente para actuar según el mundo social gue vive. Pero puede darse el caso de que no posea la información suficiente, entonces la acción estará por debajo del rendimiento óptimo. Y por supuesto puede tener mayor información de la necesaria con lo cual su comportamiento estará por encima de la norma, cumplirá la norma y algo más. Todas estas opciones se configuran según la cultura de información del actor correspondiente.

Sucede que cada situación está relacionada con un marco situacional más amplio, marco que se extiende a la totalidad de la vida social organizada. Ese contexto también forma parte de la cultura de información. Cada actor social tendrá cierto tipo de información de esos contextos situacionales a sus acciones concretas, y según perciba las relaciones de esos contextos con su comportamiento configurará un mapa de lo social más o menos completo. Su cultura de información será más densa o más leve según la complejidad de ese mapa social. Y por supuesto que esto afecta su cultura política según el tipo de representación obtenida de la relación entre el propio individuo y el mundo vivido y su composición y organización, así como la participación en los procesos de configuración social.

En nuestro medio la mayoría de los actores sociales circulan por ciertos pasillos del mundo social, manejando la información mínima suficiente para sobrevivir en sus trayectorias individuales con más o menos éxito, pero con poca información sobre el edificio social donde esos pasillos se ubican, con poca información sobre las estructuras que sustentan los caminos por donde circulan los impulsos individuales. La cultura de información se reduce a la propia vida, el propio nicho espacio-temporal y los referentes y contextos de esas particularidades son lejanos e incluso extraños. En tales condiciones la cultura política mar-ca una ubicación exterior a los órdenes que fijan y conmueven la vida social. La mayoría de los actores sociales lo son en una dimensión política mediada por estas condiciones de la cultura de información y la cultura política.

La cultura de información tiene otros parámetros de su con-figuración, algunos provienen de las situaciones concretas, otros del marco general social de circulación y puesta en forma del conocimiento sobre el mundo. Entre la vida cotidiana de cada actor concreto y los marcos de la vida social que lo condicionan media la configuración de la cultura de información. Cultura que tiene imágenes de lo particular en cada acción individual, pero que corresponde a formas sociales generales en las cuales los indivi-duos se ponen en forma. Y más allá de esta polaridad de escalas micro y macro está la interacción, la red global interactiva que configura la gran mediación entre los individuos y las institu-ciones, entre las energías individuales y el movimiento social general. La información tiene en esas configuraciones valor de energía y de forma, según la puesta en escena y el marco normativo- configurativo.

Un elemento central de la cultura de información lo consti-tuye la propia motivación e intencionalidad de individuos y gru-pos respecto a la información. El que los individuos y grupos actúen bajo su propio impulso de búsqueda de información hace una gran diferencia. Un sujeto más informado puede estar en mejor situación de actuar o de optar. En nuestro medio estos sujetos son aún escasos, pero tiende a aumentar su población entre los sectores sociales más expuestos a las tecnologías de información. Esta situación ha promovido expectativas de cambio, las cuales requieren profundización. No deja de ser sugerente pensar que lo que ha sujetado siempre sea detonador de liberación, la in-formación. Pero falta la otra dimensión del asunto, la cultura de comunicación.

La forma información supone sujetos que operan sobre objetos, y de objetos que operan sobre sujetos como objetos de otros sujetos. Como veremos en el próximo apartado esto configura una for-ma social general que lleva operando mucho tiempo. Aquí lo que importa es enfatizar su oposición a otra forma que configura la parte complementaria de la cultura política, la cultura de comu-nicación. En la forma comunicación lo que acontece es el encuen-tro entre sujetos, lo que no puede ser en la forma información donde sólo puede haber un sujeto. En comunicaón hay dos, y esa es la gran diferencia.

La cultura de comunicación supone la necesidad de contacto entre los actores sociales para componer y organizar al mundo social, y donde lo relevante no es la consecuencia de ese contacto, sino el contacto mismo. La configuración social de comunicación se verifica en la red de contacto entre los diversos actores, lo que sucede entonces es secundario a la relación misma. En la in-formación no, las relaciones siempre son medios de fines parti-culares. Como puede apreciarse las diferencias son muy grandes en tanto formas generales, pero en tanto formas dimensionales de la cultura política la situación puede no ser tan radical, sino más bien dialéctica.

Los actores sociales interactúan entre sí para diversos fines, dentro de una sociedad de información como la nuestra. En esas interacciones necesitan información, pero también necesitan del otro. Esta segunda necesidad es la que marca la cultura de comu-nicación. Para muchas tareas la colaboración con otros se hace indispensable, la interacción con ellos se verifica mediada por la necesidad de la finalidad del trabajo conjunto. Hay muchas otras actividades que podrían realizarse en colaboración con otros. Cuando los actores sociales perciben al mundo social como una interrelación de redes tienen una mirada con alta cultura de comunicación; si la percepción marca separaciones, distancias, incluso diferencias insalvables e intolerancias aislacionistas, entonces estamos ante una pobre cultura de comunicación.

La cultura de comunicación mueve hacia al otro y reduce la importancia del yo, promueve la interacción, el contacto, la colabo-ración, la solidaridad. Si el mapa social de los actores socia-les no incluye el contacto con otros como central, la cultura de comunicación es baja, y por tanto la cultura política no se configura en una tendencia horizontal, sino más bien vertical, de dominantes y dominados, de sujetos y objetos, nunca de suje-tos con sujetos, de iguales.

En nuestro medio hay más cultura de información que de comunicación, esto tiene como resultado una cultura política más autoritaria que democrática. Este juego de configuraciones permite percibir campos de composición y organización social donde se escenifican diversas densidades de las formas dimensio-nes de la cultura política. La perspectiva se torna más comple-ja y diversa, y aún falta la visión de la forma social general.

III. Sociedad de información, sociedad de comunicación y democracia. Tercera aproximación.

El punto ahora es la aproximación al marco general de la vida social donde la cultura se configura. El movimiento de la energía social tiende a ponerse en la forma de cierta estructu-ración global de la vida. Ese nivel de configuración donde las instituciones fijan y conducen lo que se mueve tiene diversos ámbitos, desde lo particular hasta lo general hay formas socia-les que configuran la percepción y la acción. La cultura de información constituye uno de estos ámbitos, y el efecto de su estructuración lleva un tipo de sociedad denominable como socie-dad de información.

Antes de continuar con esta relación un comentario sobre los tipos sociales generales. De la propuesta general de cuatro tipos, la comunidad de información, la sociedad de información, la sociedad de comunicación y la comunidad de comunicación, son los dos centrales los que aquí son pertinentes. Ambos forman parte del tronco del criterio de tipologización de la asociación frente a la comunidad, pero se diferencían en que uno atiende a la dimensión de información y el otro a la de comunicación. Esto supone una breve aclaración.

El criterio lógico sigue de cerca a la mirada reflexiva so-bre lo histórico. En Occidente hubo un momento de emergencia de la individualidad, ese momento toca a nuestra época contemporá-nea. La individualidad de occidente tiene como eje configurador a la razón y a la voluntad. La imagen esCocina Lola Álarez Bravo de una concentración energética que muta de forma cuando se percibe a sí misma como voluntad autónoma de acción, y después viene el tiempo de la difusión de esta mutación de la conciencia. Es decir, mientras la conciencia en el poder tenía la coartada de la exterioridad, lo divino, los hombres dominaban a los hombres siguiendo un li-breto que era escrito con gran cuidado y atención. El estado y la historia coinciden con la escritura, y en primer lugar la es-critura sagrada, dictada por la exterioridad. Las monarquías son en este sentido formas típicas de la pirámide social, de la forma general de la sociedad de la información. Pero la seculari-zación hizo su presencia y la ley normativa sustituyó al dogma religioso. Los primeros individuos son los gobernantes en nom-bre de la ley humana y racional, forma radical del deber ser impuesta por unos sobre otros en nombre de la racionalidad.

La individualidad aparece en cierta región de la sociedad de información donde la escritura y la racionalidad tenían su nicho, y desde ahí se conmueve al edificio monárquico pero no a la forma general de la socieded de información. El ideal en-tonces es una sociedad de individuos racionales, formas parti-culares de la reflexividad secular. Nace entonces la forma ge-neral de la sociedad de la comunicación, la sociedad de la horizontalidad, del acuerdo posible entre seres libres y autónomos en su convicción y criterio. Pero la realidad de la sociedad jerárquica venció y la propuesta de la democracia tomó forma de una sociedad autoritaria.

La individualidad ha sido el gran mito de la forma pre-moderna de lo social hacia la modernización democrática. Pero mientras la política corazón de la monarquía, proponía la democracia, la economía configuraba al mercado y a su individualidad alternativa, la de los empresarios libres y autónomos. El ideal político no se realizó, pero la sociedad de mercado inauguró una época que aún es vigente hoy, el tiempo de los hombres que pueden fundar imperios sin aval exterior, sólo con la fuerza de su voluntad y su capacidad de manejar los recursos a su disposición. El libera-lismo económico tomó la forma del ideal político dentro de la for-ma general de la sociedad jerarquizada y autoritaria de la infor-mación. El resultado fue la tendencia universal a los monopolios.

La política ha mantenido cierta ficción sobre la sociedad de la comunicación, de la democracia, viviendo en formas verti-cales diversas de control central. Lo real es la sociedad de in-formación. Es decir, ambos tipos sociales han convivido durante los últimos dos siglos en formas concretas peculiares y variadas. La universalidad de la individualidad y su autonomía ha sido el gran mito vivo de este gran movimiento. Lo que sucedió es histo-ria contemporánea, los súbditos se han convertido en consumidores, la figura del ciudadano es ideal y ausente. Lo que tenemos son formas políticas más cercanas a la dictadura que a la democracia, y un espacio de interacciones donde aún el ideal de la sociedad de los iguales, de la comunicación, tiene juego y gasto de ener-gia.

La sociedad de la comunicación es una forma general que su-pone ciudadanos libres, autónomos, racionales, que interactúan entre sí configurando una gran red de interacciones donde el todo se autogobierna y se autotransforma, sin necesidad de un centro que norme o controle. La ciencia política contemporánea llama a este fenómeno autopoiesis, y declara que este es el horizonte de las sociedades por venir, frente a las sociedades con centros manteni-dos a un alto costo de la energía total del sistema social. La democracia del siglo dieciocho se configura así en una visión de una sociedad por venir mucho tiempo después, que no correspondía a su época, y que no se configuraría según aquellos visionarios lo imaginaban, sujetos como estaban a las lógicas de su tiempo.

La democracia que se ha buscado en estos dos siglos no es la salida a la sociedad de información, es una configuración más de su formas particulares. La sociedad de comunicación implícita en la utopía democrática es otra, una sociedad que supone a indi-viduos y totalidades sociales muy distintas a las actuales. Pero conviene que las grandes poblaciones de trabajadores y consumi-dores apuesten a la democracia de la sociedad de información, pues de esa manera gastan su ímpetu individual político posible en refuerzos a una sociedad jerarquizada, autoritaria, centrali-zada y altamente costosa para la propia energía social y la energía de la naturaleza.

Ahora llega el momento de relacionar a los tipos sociales generales con las dimensiones de la cultura política apuntadas an-tes. La cultura de información en general refuerza a la sociedad de información. La cultura de comunicación promueve a la sociedad de comunicación y tensa a la sociedad de información. Las imágenes primarias son muy simples. Una sociedad con un centro fuerte, donde todos los caminos conducen a un punto controlador del todo se alimenta bien con una mentalidad donde los actores buscan información para hacer lo que les toca hacer. Si los actores sólo buscan una adaptación a las normas prescritas centralmente todo va bien, pero si los actores intentan saltar las normas o ir más allá, la sociedad de información se tensa en enfrentamientos y conflictos, como sucede con la nuestra.

Si los actores buscan conformar una voluntad central alter-nativa a la vigente, toda la sociedad sufre un desgaste en el enfrentamiento de poderes centrales en competencia. Esta tensión se diversifica si las voluntades se multiplican, y de una gran tensión se puede pasar a pequeñas tensiones manejables por el gran poder central, o a un proceso de desestructuración del poder central y por tanto a una crisis de gobierno en el todo social. De una crisis tal puede devenir un nuevo centro, o la ausencia crónica de él, lo cual condiciona la posible emergencia del mo-delo autopoiético de la sociedad de la comunicación. Estos diver-sos escenarios dependen de las fortalezas de la cultura política vigente. Es el caso que una cultura política configurada en la forma de una sociedad de información tienda a esa forma suceda lo que suceda, pero si está presente una buena dosis de mentali-dad pro sociedad de comunicación, en ciertas condiciones se pue-de dar un cambio en la forma social general.

Todos estos juegos de escenarios posibles son compatibles con la trayectoria de nuestra sociedad contemporánea. En el caso de México tenemos una cultura política de sociedad de información y una forma social general correspondiente. La cultura de infor-mación es adaptativa en general, con pocos elementos de búsqueda de configuración de escenarios distintos de acción y percepción. Aunque existe el conflicto por desgaste e inhabilidad de los ocu-pantes del centro rector. Puede venir un cambio en los ocupantes, pero no en la forma general de la jerarquía y la autoridad. El asunto de la cultura de comunicación está muy verde, casi inexis-tente. La cultura política general tenderá a nuevas sociedades de información cuando mucho, improbable un cambio de fondo.

Todo esto lleva a pensar en el alcance de hipótesis de transformaciones importantes en nuestro medio, o en el conte-nido de lo que denominamos transformaciones no importantes. Cambios de tono o textura pueden ser suficientes para promover el opti-mismo o el sentido de que hubo grandes cambios. La satisfacción en la tensión hacia un cambio puede conformarse con poco aunque parezca mucho, es decir, puede ser mucho lo que desde otro punto de vista es relativamente poco.

Así visto, nociones como democracia pueden aparecer como visiones que configuran un horizonte de cambio en diversos esce-narios y configuraciones. Y el mismo sentido del cambio o la continuidad también tienen efecto de percepción que pueden proporcionar visiones muy diversas. Y esto no es terrible, es más bien el horizonte de nuestros tiempos construyéndose en parámetros que permiten menos certidumbre pero más libertad, menos claridad pero más pluralidad, menos normas pero más movimiento-. El juego de hipótesis está presente como nunca, mucho puede ser imaginado, y también actuado. Y sobre todo, están los otros, los demás, los que también tienen su punto vista y su posibilidad de hablar y de actuar. En la apuesta de este texto, la comuni-cación es también una actitud, una mentalidad, una disposición. Cuando el ego afloja, cuando el juego se hace presente, cuando el contacto con el otro es no sólo un medio, cuando estar impor-ta más que ser, bueno cuando todo eso está presente es más fá-cil pensar en un mundo diferente junto con otros. La cultura política es un concepto que emerge en nuestros años, pero tiene una herencia de otros siglos. En cierto sentido es la forma suave de hablar de lo político, pero queda aún vigente la forma dura, y también la posibilidad de ya no hablar de lo político en absoluto y hablar sólo de cultura, y en una de esas ni siquiera de cultura, de otra cosa. Los conceptos tienen his-toria y pueden ser tomados muy en serio, y cuando esto sucede somos tomados por ellos y su ligamento a otros tiempos ya no vigentes. Una buena actitud puede ser hablar de ellos sin tanto respeto o miedo, los cambios también se configuran en el len-guaje y la relación con él.

6 de mayo de 1995, Vallejo.

BIBLIOGRAFIA

AGUILAR CAMIN, Héctor (1982). Saldos de la Revolución; cultura y política de -México 1910-1980. Editorial Nueva Imagen, México.

ALTAMIRANO, Graziela et al. (1985). La revolución mexicana. (Cuatro tomos). Instituto Mora y SEP-cultura, México.

AI CAMP, Roderic (1983). Los líderes políticos de México. Fondo de cultura económica, México.

ADAMS, Richard N. (1978). La red de la expansión humana. Ediciones de la casa chata, México.

BALANDIER, George (1990). El desorden. La teoría del caos y las ciencias sociales . Editorial Gedisa, Barcelona.

BRUNER, Jerome (1988). Realidad mental y mundos posibles. Editorial Gedisa, Barcelona.

BERGER, Peter y Thomas Luckmann (1979). La construcción social de la realidad. Amorrortu editores, Buenos Aires.

BUCKLEY, Walter (1977). La sociología y la teoría moderna de los sistemas. Amorrortu editores, Buenos Aires.

COSIO VILLEGAS, Daniel (1975). El sistema político mexicano. Joaquin Mortiz, México.

COSIO VILLEGAS, D. (coordinador) (1981). Historia general de México (dos tomos). El Colegio de México, México.

CARDOSO, Ciro (coordinador) (1984). México en el siglo XIX, Editorial Nueva Imagen, México.

CHINCHILLA PAWLING, Perla (compiladora) (1994). Historia e interdisciplinariedad. Universidad Ibero-americana, México .

DOWSE, Robert E. y Jonh A. Hughes (1979). Sociología política. Alianza editorial, Madrid.

DEUTSCH, Karl W. (1971). Los nervios del gobierno. Editorial Paidós, Buenos Aires.

DAHL, Robert A. (1994). ¿Después de la revolución?. La autoridad en las sociedades avanzadas. Gedisa, Barcelona.

DE CERTEAU, Michel (1985). La escritura de la historia. Universidad Iberoamericana, México.

ESCALANTE GONZALBO, Fernando (1992). Ciudadanos imaginarios. El Colegio de México, México .

FOSSAERT, Robert (1994). El mundo en el siglo XXI. Siglo veintiuno, México .

FORESTER, Tom (1992). Sociedad de alta tecnología. Siglo veintiuno, México .

FRISBY, David (1992). Fragmentos de la modernidad. Editorial Visor Madrid.

FERRATER, José (1984). Diccionario de filosofía. Alianza editorial Madrid.FROST, Elsa Cecilia (1990). Las categorías de la cultura mexicana, UNAM, México.

GALINDO CACERES, Luis Jesús (1994). Cultura mexicana en los ochenta. Apuntes de Metodología y análisis. Universidad de Colima, Colima.

GARRIDO, Luis Javier (1982). El partido de la revolución institucionalizada. Siglo veintiuno, México.

HAYLES N. Katherine (1993). La evolución del caos. Editorial Gedisa, Barcelona.

IBAÑEZ, Jesús (1979). Más allá de la sociología. El grupo de discusión; Técnica y crítica. Siglo veintiuno de España, Madrid.

JAYNES, Julian (1987). El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral. Fondo de cultura económica, México.

JAQUES, E. (1984). La forma del tiempo, Editorial Paidós, Buenos Aires.

KEENEY, Bradford P. (1987). Estética del cambio. Editorial Paidós, Buenos Aires.

LOMNITZ-ADLER, Claudio (1995). Las salidas del laberinto. Editorial Joaquín Mortiz, México.

LEWSKI, Gerhard E. (1993). Poder y privilegio. Paidós, Barcelona.

LOCKE, John (1993). Ensayo sobre el gobierno civil. Ediciones Nuevomar, México.

LUHMAN, Niklas (1991). Sistemas sociales. Lineamientos para una teoría general. Universidad Iberoamericana, Alianza editorial, México.

MCLUHAN, Marshall y B.R. Powers (1991). La aldea global. Editorial Gedisa, México.

NAVARRO, Pablo (1994). El holograma social. Una ontología de la socialidad humana. Siglo XXI, Madrid.

NICOLIS, Gregoire y Ilya Prigogine (1994). La estructura de lo complejo. Alianza universidad, Madrid.

PICO, Josep (compilador) (1988). Modernidad y postmodernidad. Alianza editorial, Madrid.

PAZ, Octavio (1983). El ogro filantrópico. Seix Barral, Barcelona.

PACEY, Arnold (1990). La cultura de la tecnología. Fondo de Cultura económica, México.

POPE ATKINS, A. (1992). América Latina en el sistema político internacional. Editorial Gernika, México.

ROUSSEAU, J.J. (1969). El contrato social. Editorial EDAE, Madrid.

RUBIO CARRACERO, José (1990). Paradigmas de la política. Antrhopos, Barcelona.

SERRANO GOMEZ, Enrique (1994). Legitimación y racionalidad. Anthropos-UAM-Iztapalapa, Barcelona.

TONIES, Ferdinand (1979). Comunidad y asociación. Ediciones Península, Barcelona.

THOM, René (1987). Estabilidad estructural y morfogénesis. Editorial Gedisa, Barcelona.

TURNER, Frederick (1971). La dinámica del nacionalismo mexicano. Editorial Grijalbo, México.

THOMPSON, John (1993). Ideología y cultura moderna. Teoría crítica social en la era de la comunicación de masas, UAM-X, México.

UNIKEL, Luis (coordinador) (1978). El desarrollo urbano de México. El Colegio de México, México.

VARELA, Francisco J. (1990). Conocer. Editorial Gedisa, Barcelona.

VON BEYME, Klaus (1994). Teoría política del siglo XX. Alianza editorial, Madrid.

ZERMEÑO, Guillermo (compilador) (1994). Pensar la historia. Universidad Iberoamericana, México.


Regreso al índice de este mes