Género y comunicación
Número 9, Año 2, Noviembre - Enero 1997-98


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La Piel del Mimo

por : Eduardo Scheffler Zawadzki
scheffle@data.net.mx

Mira su rostro en el espejo y no encuentra más que soledad. Puede ver el par de ojos obscuros que Dios abrió con una caricia, así como los oídos dentro de los que sopló suavemente, enseñándole a escuchar. La nariz fina y respingada, moldeada con barro, agua y la divinidad de la tierra mojada. Las cejas sobre los ojos, esas cejas que siempre le han parecido tan extrañas. También puede ver sus labios delgados y pálidos, los labios en los que Dios olvido dibujar una sonrisa. Por eso cuando mira su rostro en el espejo, no encuentra más que soledad.


No sabe por qué se siente triste, pero cree que se debe a la ausencia de Mamá. Se marchó hace tiempo, se perdió entre la lluvia y nunca más regresó. Lo único que le queda de ella es la fotografía en donde sonríe con el rostro pintado de blanco. Trata de recordar su voz, pero en su memoria no encuentra más que silencio. Mamá no sabía hablar, pero sabía sonreír y cuando ella reía, reían los demás. Estudia la fotografía y desea que regrese. No sabe por qué se siente triste, pero cree que se debe a la ausencia de Mamá.


Mira al cielo y piensa en el polvo de estrellas. Piensa en que los sueños se modelan con ese polvo y un poco de calor. Su sueño es aprender a sonreír. En un cajón encuentra la pintura blanca de Mamá, la piel del Mimo, con que ella cubría su rostro y reía para hacer reír. Sus pequeños dedos, llenos de pintura, recorren los trazos de la cara que Dios alguna vez imaginó. Los ojos que abrió con una caricia, los oídos dentro de los que suavemente sopló. La nariz que moldeó y los labios en los que una sonrisa nunca dibujó.


Mira su rostro en el espejo y no encuentra más que soledad pintada de blanco. La piel de un Mimo melancólico cubre su faz. Con nostalgia ve el recuerdo del rostro de Mamá transformado en reflejo, un recuerdo mudo como su voz. Un recuerdo muerto, incapaz de sonreír. Da la espalda al espejo y avanza hasta la ventana de su diminuta habitación. En el reflejo del vidrio mira el rostro de un Mimo y no encuentra más que soledad.


Sus pies descalzos sienten el viento frío. Sus manos tiemblan cuando sus ojos miran al vacío. No recuerda quién es. Todo es un reflejo en el espejo roto de la realidad. De qué sirve hablar, para qué sirve sonreír. Da un paso al frente y su cuerpo cae. Jamás sabrá por qué Dios se olvidó de enseñarle a sonreír, pero la piel del Mimo cubre su rostro al igual que el de Mamá... lo último que piensa es que la muerte transformará su cara pálida en polvo de estrella y que, gracias a ese polvo, algún día un ser triste soñará ; soñará que sonríe al andar por el mundo con los pies descalzos, y que sonríe al hablar. Soñará que sonríe al ver su rostro en el espejo. Soñará eso, y nada más.


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