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Por Claudia Quintero
Número 29
Académicos,
intelectuales y elite "culta" le han echado el mal de
ojo a la conocida "tele" no solo por ser mayoritariamente
privada y comercial; lo incómodo de este medio audiovisual
es que perteneciendo a los pocos que manejan las tecnologías
de comunicación en el ámbito privado y comercial sea
eminentemente un escenario de la cultura popular.
El siguiente resumen de artículo
fue publicado en un reconocido diario de la prensa mexicana. El
texto ilustra cierto paralelismo entre la mitología griega
y el mundo en el México moderno:
Homero era un ciego que veía
mucho mejor que la mayoría de nosotros. En el canto noveno
de "La Odisea", nos relata la existencia de un pueblo
que comía una extraña flor de loto de sabor agradable
y efectos nefastos. Los que la probaban, reporta Ulises, ansiaban
quedarse rumiando y perdían todo afán de esforzarse
física e intelectualmente. Incluso los camaradas que Ulises
tenía por más dinámicos y entusiastas, apenas
comían la flor y se convertían en seres pasivos
y apáticos. Idiotas, en el sentido original y clásico
de la palabra.
Esta semana, todos mis instintos
me indican que la peligrosísima flor de loto de Homero
goza de cabal salud en las salas y recámaras de los hogares
mexicanos desde Los Pinos hasta las profundidades de la sierra
lacandona [sic]. Resulta que la variedad moderna de la flor de
loto de nefastas consecuencias se llama televisión y, en
su versión tropical mexicana, lleva por nombre "telenovela"
[
] Originalmente los medios de comunicación y los
hombres de cultura tenían la misión de educar. Hoy,
con nuestra pereza y afán de diversión, le hemos
otorgado el privilegio de atontar. (Ruiz, 1999)
Varios intelectuales han convenido,
y convienen hoy en día, con la postura de la doctora en filosofía
Claudia Ruiz Arriola, por ejemplo, el escritor colombiano H. A.
Faciolince. Ambos pensadores coinciden en que la televisión
es una aversión cultural. Su preocupación es que,
ante todo, esta tecnología hogareña reúne las
características de un estupefaciente con el efecto de adormecer
y no hacer pensar. Es el invento de la modernidad que ha atrasado
a la "minoría culta, intelectual, estancándola,
distrayéndola, robándole sus preciosas energías
intelectuales" (explicación de la postura de Faciolince
por Martín-Barbero y Rey, 1999, p. 16) y es la caja para
idiotas de la que nunca se apartarán las mayorías
dado su alto poder de "absorción" mental.
Como explica Claudia Ruiz, este
efecto unilateral y omnipotente se da en México desde Los
Pinos hasta las profundidades de La Sierra Lacandona, donde, en
principio, el indígena chiapaneco, seguramente considerado
por Ruiz dentro de la mayoría que se adhiere fácilmente
al aparato televisor (las matemáticas son exactas, la suma
minorías dan mayorías), es muy probable que no cuente
con electricidad, por lo cual la atención regresa y se centra
en la imagen simbólica de "Los Pinos" como grupo
social minoritario, privilegiado, culto, con electricidad y al menos
con cinco televisores en la residencia.
El privilegio de atontar (Ruiz,
1999) y La telenovela o el bienestar de la incultura (Faciolince,
1996, citado en Martín-Barbero y Rey, 1999, p. 15) son ejemplos
de lo que los investigadores Jesús Martín-Barbero
y Germán Rey llaman "el mal de ojo de los intelectuales"
en su libro Los ejercicios del ver. Hegemonía audiovisual
y ficción televisiva (1999). Para estos académicos
de la comunicación, dentro del gremio de intelectuales en
Latinoamérica persiste el padecimiento de un terrible ""mal
de ojo" que les hace insensibles a los retos culturales que
plantean los medios, insensibilidad que se manifiesta hacia la televisión"
(p. 17). Pero el mal esperado lo padece la televisión, no
los intelectuales en sí, ya que este "maleficio"
se le ha sido deseado por ciertos académicos, intelectuales
y por otros tantos hombres y mujeres de "cultura", elites
que, desde su posición de poder, históricamente no
han entendido qué hacer con la tecnología para el
beneficio de la sociedad y que, según las anotaciones de
ellos mismos, pesimistas culturales, parecen ser los más
dañados por la difusión televisiva, ya que en ella
solo se muestran cosas frívolas y la incultura del
resto, de la masa, del pueblo.
Académicos, intelectuales
y elite "culta" le han echado el mal de ojo a la conocida
"tele" no solo por ser mayoritariamente privada y comercial;
lo incómodo de este medio audiovisual es que perteneciendo
a los pocos que manejan las tecnologías de comunicación
en el ámbito privado y comercial sea eminentemente un escenario
de la cultura popular. Para los intelectuales quejosos
es evidente que los medios de comunicación cuentan con
una historia lineal, de acontecimientos inmutables y determinados,
cuyo fin no se ha realizado: Educar y promover la verdadera cultura,
es decir, aquella de los que saben mucha historia de México
y han leído cien años en el laberinto de la soledad
sin haberse perdido entre las páginas de Lágrimas
y Risas. Esa es la función histórica de los medios,
la correcta y la que no ha sucedido para la televisión en
México pues la historia simplemente se extravió, estimarían
ellos.
La televisión no ha extraviado
su historia, pero quienes oficialmente la han contado han omitido
su implicación sociocultural por su poder de significación
popular pues, como explican Jesús Martín-Barbero y
Germán Rey, la televisión es el "lugar"
neurálgico de perversos encuentros y desencuentros
entre mayorías y minorías representadas orgullosas
o frustradas: "la televisión tiene bastante menos de
instrumento de ocio y diversión que de escenario cotidiano
de las más secretas perversiones de lo social, y también
de la constitución de imaginarios colectivos desde los que
las gentes se reconocen y representan lo que tienen derecho a esperar
y desear" (p. 17). La televisión hoy en día le
sigue siendo incómoda a algunos pues tiene un lugar estratégico
en las dinámicas de la cultura cotidiana de las mayorías:
[...] constituye hoy a la vez el
más sofisticado dispositivo de moldeamiento y deformación
de la cotidianidad y los gustos de los sectores populares, y una
de las mediaciones históricas más expresivas de matrices
narrativas, gestuales y escenográficas del mundo cultural
popular, entendiendo por éste no las tradiciones específicas
de un pueblo sino la hibridación de ciertas formas de enunciación,
ciertos saberes narrativos, ciertos géneros novelescos y
dramáticos de las culturas de occidente y de las mestizas
culturas de nuestros países. (p. 18).
Para contrarrestar la solución
simplista, maniquea, descontextualizada y por tanto risible que
los apocalípticos de la televisión ofrecen (es decir,
"apagarla" y fingir que no es importante lo que culturalmente
en ella ocurre), Jesús Martín-Barbero y Germán
Rey proponen hacerle una "limpia" al sentido de la televisión
como objeto de estudio: En dado caso, no es la televisión
en sí misma o como un todo la que refleja y refuerza la incultura
y estupidez de las mayorías. La televisión está
constituida por una programación de diversos formatos y géneros
producidos bajo delimitaciones textuales o características
de manufactura ofrecidas por las condiciones de producción
de la industria. Son entonces varios los programas que hacen el
quehacer televisivo. No todos y ni siquiera uno refleja y refuerza
como mensaje exclusivo la "supuesta" incultura
y estupidez de las mayorías. No existe tal incultura, existen
distintas manifestaciones culturales, ni mejores ni peores, simplemente
diferentes. Por esto, es erróneo confundir la rentable
baja y "chabacana" calidad de ciertas producciones
televisivas con formas de manifestación cultural. La televisión
reproduce diversas valorizaciones culturales, no es simple reflejo
o apariencia de la vida cotidiana de unos cuantos que aparecen ser
los muchos.
El mal de ojo, comentan Jesús
Martín-Barbero y Germán Rey, se elimina descomponiendo
el círculo vicioso que ha mantenido a los intelectuales indispuestos
a plantearse el reto de conocer y reconocer a la televisión
como generadora de diversos textos culturales para atenderla
en mayor medida bajo las dimensiones problemáticas que evidentemente
tiene, pero que no la incapacitan como productora de cultura.
Listado de los Top Five más
dañados por la difusión televisiva:
1. Claudia Ruiz Arriola
2. H. A. Faciolince
3. Ciertos académicos
4. Algunos intelectuales
5. Varios "cultos" ofendidos
Bibliografía:
Martín-Barbero, J. y Rey,
G. (1999). Los ejercicios del ver. Hegemonía audiovisual
y ficción televisiva. Barcelona: Gedisa.
Ruiz Arriola, C. (1999, febrero). El privilegio de atontar.
Periódico Mural.
Mtra.
Claudia Quintero
Catedrática del Departamento de Comunicación
del ITESM, Campus Guadalajara, Jal., México |