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Octubre 2002

 

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Cultura masiva

Los Top Five más dañados por la difusión televisiva

 

Por Claudia Quintero
Número 29

Académicos, intelectuales y elite "culta" le han echado el mal de ojo a la conocida "tele" no solo por ser mayoritariamente privada y comercial; lo incómodo de este medio audiovisual es que perteneciendo a los pocos que manejan las tecnologías de comunicación en el ámbito privado y comercial sea eminentemente un escenario de la cultura popular.

El siguiente resumen de artículo fue publicado en un reconocido diario de la prensa mexicana. El texto ilustra cierto paralelismo entre la mitología griega y el mundo en el México moderno:

Homero era un ciego que veía mucho mejor que la mayoría de nosotros. En el canto noveno de "La Odisea", nos relata la existencia de un pueblo que comía una extraña flor de loto de sabor agradable y efectos nefastos. Los que la probaban, reporta Ulises, ansiaban quedarse rumiando y perdían todo afán de esforzarse física e intelectualmente. Incluso los camaradas que Ulises tenía por más dinámicos y entusiastas, apenas comían la flor y se convertían en seres pasivos y apáticos. Idiotas, en el sentido original y clásico de la palabra.
Esta semana, todos mis instintos me indican que la peligrosísima flor de loto de Homero goza de cabal salud en las salas y recámaras de los hogares mexicanos desde Los Pinos hasta las profundidades de la sierra lacandona [sic]. Resulta que la variedad moderna de la flor de loto de nefastas consecuencias se llama televisión y, en su versión tropical mexicana, lleva por nombre "telenovela" […] Originalmente los medios de comunicación y los hombres de cultura tenían la misión de educar. Hoy, con nuestra pereza y afán de diversión, le hemos otorgado el privilegio de atontar. (Ruiz, 1999)

Varios intelectuales han convenido, y convienen hoy en día, con la postura de la doctora en filosofía Claudia Ruiz Arriola, por ejemplo, el escritor colombiano H. A. Faciolince. Ambos pensadores coinciden en que la televisión es una aversión cultural. Su preocupación es que, ante todo, esta tecnología hogareña reúne las características de un estupefaciente con el efecto de adormecer y no hacer pensar. Es el invento de la modernidad que ha atrasado a la "minoría culta, intelectual, estancándola, distrayéndola, robándole sus preciosas energías intelectuales" (explicación de la postura de Faciolince por Martín-Barbero y Rey, 1999, p. 16) y es la caja para idiotas de la que nunca se apartarán las mayorías dado su alto poder de "absorción" mental.

Como explica Claudia Ruiz, este efecto unilateral y omnipotente se da en México desde Los Pinos hasta las profundidades de La Sierra Lacandona, donde, en principio, el indígena chiapaneco, seguramente considerado por Ruiz dentro de la mayoría que se adhiere fácilmente al aparato televisor (las matemáticas son exactas, la suma minorías dan mayorías), es muy probable que no cuente con electricidad, por lo cual la atención regresa y se centra en la imagen simbólica de "Los Pinos" como grupo social minoritario, privilegiado, culto, con electricidad y al menos con cinco televisores en la residencia.

El privilegio de atontar (Ruiz, 1999) y La telenovela o el bienestar de la incultura (Faciolince, 1996, citado en Martín-Barbero y Rey, 1999, p. 15) son ejemplos de lo que los investigadores Jesús Martín-Barbero y Germán Rey llaman "el mal de ojo de los intelectuales" en su libro Los ejercicios del ver. Hegemonía audiovisual y ficción televisiva (1999). Para estos académicos de la comunicación, dentro del gremio de intelectuales en Latinoamérica persiste el padecimiento de un terrible ""mal de ojo" que les hace insensibles a los retos culturales que plantean los medios, insensibilidad que se manifiesta hacia la televisión" (p. 17). Pero el mal esperado lo padece la televisión, no los intelectuales en sí, ya que este "maleficio" se le ha sido deseado por ciertos académicos, intelectuales y por otros tantos hombres y mujeres de "cultura", elites que, desde su posición de poder, históricamente no han entendido qué hacer con la tecnología para el beneficio de la sociedad y que, según las anotaciones de ellos mismos, pesimistas culturales, parecen ser los más dañados por la difusión televisiva, ya que en ella solo se muestran cosas frívolas y la incultura del resto, de la masa, del pueblo.

Académicos, intelectuales y elite "culta" le han echado el mal de ojo a la conocida "tele" no solo por ser mayoritariamente privada y comercial; lo incómodo de este medio audiovisual es que perteneciendo a los pocos que manejan las tecnologías de comunicación en el ámbito privado y comercial sea eminentemente un escenario de la cultura popular. Para los intelectuales quejosos es evidente que los medios de comunicación cuentan con una historia lineal, de acontecimientos inmutables y determinados, cuyo fin no se ha realizado: Educar y promover la verdadera cultura, es decir, aquella de los que saben mucha historia de México y han leído cien años en el laberinto de la soledad sin haberse perdido entre las páginas de Lágrimas y Risas. Esa es la función histórica de los medios, la correcta y la que no ha sucedido para la televisión en México pues la historia simplemente se extravió, estimarían ellos.

La televisión no ha extraviado su historia, pero quienes oficialmente la han contado han omitido su implicación sociocultural por su poder de significación popular pues, como explican Jesús Martín-Barbero y Germán Rey, la televisión es el "lugar" neurálgico de perversos encuentros y desencuentros entre mayorías y minorías representadas orgullosas o frustradas: "la televisión tiene bastante menos de instrumento de ocio y diversión que de escenario cotidiano de las más secretas perversiones de lo social, y también de la constitución de imaginarios colectivos desde los que las gentes se reconocen y representan lo que tienen derecho a esperar y desear" (p. 17). La televisión hoy en día le sigue siendo incómoda a algunos pues tiene un lugar estratégico en las dinámicas de la cultura cotidiana de las mayorías:

[...] constituye hoy a la vez el más sofisticado dispositivo de moldeamiento y deformación de la cotidianidad y los gustos de los sectores populares, y una de las mediaciones históricas más expresivas de matrices narrativas, gestuales y escenográficas del mundo cultural popular, entendiendo por éste no las tradiciones específicas de un pueblo sino la hibridación de ciertas formas de enunciación, ciertos saberes narrativos, ciertos géneros novelescos y dramáticos de las culturas de occidente y de las mestizas culturas de nuestros países. (p. 18).

Para contrarrestar la solución simplista, maniquea, descontextualizada y por tanto risible que los apocalípticos de la televisión ofrecen (es decir, "apagarla" y fingir que no es importante lo que culturalmente en ella ocurre), Jesús Martín-Barbero y Germán Rey proponen hacerle una "limpia" al sentido de la televisión como objeto de estudio: En dado caso, no es la televisión en sí misma o como un todo la que refleja y refuerza la incultura y estupidez de las mayorías. La televisión está constituida por una programación de diversos formatos y géneros producidos bajo delimitaciones textuales o características de manufactura ofrecidas por las condiciones de producción de la industria. Son entonces varios los programas que hacen el quehacer televisivo. No todos y ni siquiera uno refleja y refuerza como mensaje exclusivo la "supuesta" incultura y estupidez de las mayorías. No existe tal incultura, existen distintas manifestaciones culturales, ni mejores ni peores, simplemente diferentes. Por esto, es erróneo confundir la rentable baja y "chabacana" calidad de ciertas producciones televisivas con formas de manifestación cultural. La televisión reproduce diversas valorizaciones culturales, no es simple reflejo o apariencia de la vida cotidiana de unos cuantos que aparecen ser los muchos.

El mal de ojo, comentan Jesús Martín-Barbero y Germán Rey, se elimina descomponiendo el círculo vicioso que ha mantenido a los intelectuales indispuestos a plantearse el reto de conocer y reconocer a la televisión como generadora de diversos textos culturales para atenderla en mayor medida bajo las dimensiones problemáticas que evidentemente tiene, pero que no la incapacitan como productora de cultura.

Listado de los Top Five más dañados por la difusión televisiva:

1. Claudia Ruiz Arriola
2. H. A. Faciolince
3. Ciertos académicos
4. Algunos intelectuales
5. Varios "cultos" ofendidos


Bibliografía:

Martín-Barbero, J. y Rey, G. (1999). Los ejercicios del ver. Hegemonía audiovisual y ficción televisiva. Barcelona: Gedisa.
Ruiz Arriola, C. (1999, febrero). El privilegio de atontar. Periódico Mural.


Mtra. Claudia Quintero
Catedrática del Departamento de Comunicación del ITESM, Campus Guadalajara, Jal., México

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