Razón y Palabra

México

Inicio

COLUMNA INVITADA

LOS AVATARES DE LA DEMOCRACIA EN MÉXICO:
LOS MEXICANOS Y SUS PROCESOS DE CONSTRUCCIÓN SOCIAL

AddThis

Fecha de publicación: 16 de junio de 2012

Por

Jorge I. Sarquís
David J. Sarquís

 

Introducción
Los mexicanos vivimos hoy día en un mundo cada vez más interdependiente y dinámico en el que se está rediseñando todo: la pareja, la familia, la sociedad misma y en consecuencia los sistemas políticos, los de organización económica y los de representación comunitaria. A pesar de los múltiples problemas que obviamente nos aquejan (muchos de ellos propiciados por la misma globalización), somos ya beneficiarios de algunos aspectos muy positivos de una internacionalización acelerada, el más importante de los cuales, desde la perspectiva política, tendría que ser el de la creciente preocupación de los mexicanos por la democracia. Las señales son, sin duda aún muy incipientes y los números de los participantes aún insuficientes, pero incluso para un observador rigorista, los signos son ya innegables (y desde un punto de vista optimista, incluso quizá alentadores): la sociedad civil en México empieza a desarrollarse y aunque el rumbo que pueda tomar su crecimiento está aún por verse, es un hecho que este desarrollo va a marcar el destino en el futuro político inmediato de los mexicanos, por lo que vale la pena revisarlo de manera crítica.


A pesar de la apatía y la desconfianza que aún caracteriza a buena parte de nuestro electorado y del escepticismo con el que la mayoría de los mexicanos percibe la cosa-pública en general, es señal alentadora el que cada vez se manifiestan menos inconformes, por ejemplo, con la observación extranjera de los comicios mexicanos o que nuestro costosísimo IFE sea señalado internacionalmente como modelo de organización en materia electoral para otros países en desarrollo. A pesar de la escasa confianza del público en los políticos y sus partidos, no deja de ser alentador que un debate entre candidatos presidenciales se vuelva tema de interés popular y que hayamos dado cordial acogida a las ideas ambientalistas, de igualdad de género, o de desarrollo científico-tecnológico que figuran ya, aunque pobremente aún, en el discurso político escuchado por una incipiente sociedad civil, que empieza a dar muestras de su propia capacidad de organización, más allá del control manipulador de los partidos políticos.

 
En materia de composición demográfica, las razones de Estado que llevaron a nuestras autoridades al esfuerzo institucionalizado de muchas décadas por “desindianizar” a la población indígena para hacerlos a todos sencillamente mestizos, ha dado paso a la tolerancia y aceptación de nuestra riqueza pluri-étnica y multicultural; el respeto y la defensa de los derechos humanos empieza a consolidarse gracias, en no poca medida, a la preocupación de la comunidad internacional, como lo demuestra el hecho de que las negociaciones en torno al libre comercio con la Unión Europea hayan tenido que librar los escollos causados por las imputaciones internacionales contra México, motivadas por supuestas violaciones a esos derechos.


Todo ello es parte del progreso impulsado por las actuales tendencias globalizantes/democratizadoras en nuestro país desde que culminó el conflicto bipolar hace apenas un par de décadas, sin que esto implique, en forma alguna, que todo marcha sobre ruedas para el desarrollo de la democracia en México. Esto está lejos de ser así, sin embargo, nos parece alentador que la opinión pública general empiece a interesarse más visiblemente por todos estos temas.


La reflexión que aquí queremos presentar requiere de algunas breves consideraciones iniciales que tienen que ver con el concepto mismo de democracia. No vamos a presentar ahora un estudio a profundidad sobre este tema, porque ello requeriría de un espacio mucho mayor del que disponemos en este momento. Huelga decir que, hablar de democracia significa mucho más que invitar a los ciudadanos a emitir un voto, incluso si las condiciones para elegir entre distintas opciones es real. En breve, entendemos la democracia como un régimen político de participación ciudadana crítica; como un estilo de vida en el que ser ciudadano implica  ser corresponsable junto con los gobernantes de la cosa-pública, en vez de un actor pasivo que vive en zozobra y a la deriva, condicionado por procesos de toma de decisión de los que se es enteramente ajeno.


Creemos que este es el espíritu de la idea de democracia que emana de la modernidad ilustrada y que los países desarrollados tratan (no siempre con éxito) de exportar al resto del mundo como parte de los procesos de globalización. Como proyecto de construcción social, y para trascender los límites de la abstracción utópica, la democracia exige, ante todo, de una población madura y preparada para asumir su responsabilidad ciudadana, de otra manera, aunque lograra instaurarse formalmente, nunca llegará a ser funcional. Es por ello que necesitamos explorar si es que, dadas las condiciones de la idiosincrasia del mexicano, podemos realmente aspirar a la concreción de un proyecto sólido de democracia.


En este nuevo contexto creado por el proceso de globalización, el México de apenas unos cuantos años atrás parece cosa de un pasado mucho más remoto, pero no debemos confundir cambio con devenir. El primero puede no ser más que contingente y aleatorio, el segundo solamente puede ser necesario y por ello dialéctico. En México es tema de la tradición oral que las cosas cambian para que todo siga igual. El leitmotiv de nuestra historiografía parece ser el curioso fenómeno de los caudillos parteros de la historia: los grandes cambios han ocurrido siempre primero por decreto, detonados por voluntades personales más que por la acción de masas más o menos conscientes –la sociedad civil en México es, como ya hemos dicho, en el mejor de los casos, apenas incipiente. Así nos llegó también la democracia –como sugerida por condiciones externas- y aunque apenas una minoría de mexicanos se describen al menos algo satisfechos con el funcionamiento de nuestra democracia, hasta donde se puede afirmar, éste (el democrático) ha demostrado ser el orden social más perfecto –y perfectible- (aunque ciertamente no el más fácil de implementar) que la humanidad ha conocido para brindar igualdad de oportunidad a todos y así alcanzar la realización de nuestra humanidad a plenitud en beneficio del colectivo, por eso vale la pena estudiarla, asimilarla y tratar de ponerla en práctica en todos los aspectos de nuestra existencia.


Para México, cualquiera que sea el destino, un papel protagónico de jerarquía en el nuevo siglo exige necesariamente una mayor participación ciudadana, una mayor corresponsabilidad de la gente común en la toma de decisiones que afectan su vida diaria, para orientarla hacia la construcción de la unidad sobre la diversidad, de la hegemonía sin ninguna condena a la homogeneidad. Todavía está por verse cual será la contribución mexicana a la historia de la humanidad en este terreno.

Leer texto completo

 

 

 

Anteriores

(2011)

Santo contra los pÁrvulos

Eric Uribales

 

Blog Action Week Against Acta - Blog Action Week Against #Acta

Alejandro Pisanty

 

MICROTARGETING POLÍTICO EN MÉXICO: UN RETO IMPOSTERGABLE

Sandra Baltazar Pérez

 

UN REPASO OBLIGATORIO: 90 AÑOS DE LA RADIO EN MÉXICO

Elizabeth Rodríguez

 

 

 

 

 

 

© Derechos Reservados 1996- 2010
Razón y Palabra es una publicación electrónica editada por el
Proyecto Internet del ITESM Campus Estado de México.