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COLUMNA INVITADA

SANTO CONTRA LOS PÁRVULOS

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Por Eric Uribares

 

Apúntale a las piernas, no se te vaya ir la mano y lo descalabras, le dije a Ray mientras él sostenía la resortera. No se pierde nada, así hay que tratar a los impostores, contestó y después contuvo la respiración para que no le brincara el pulso y se preparó para tirar. Todavía no estamos seguros de que no sea el Santo, apúntale a las piernas, insistí, para no correr el riesgo de partirle la cabeza a un famoso. Deja de molestar o se nos va la oportunidad, dijo, y entonces callé, esperando el momento de la pedrada.

Aquel verano Ray me invitó a pasar las vacaciones en la casa de descanso que tenía su familia. El lugar, un oasis para cualquiera, estaba ubicado en un fraccionamiento del cual su papá era administrador. Los adultos disfrutaban las constantes visitas de los famosos que tenían ahí sus casas y, nosotros, el tamaño de los jardines y albercas.

¿Adivinen quién es nuestro vecino y está invitado a cenar hoy con nosotros?, preguntó el papá de Ray un día tras jugar en la alberca. Los dos nos vimos a los ojos y levantamos los hombros mostrando indiferencia. Pues el Santo, el mismísimo Enmascarado de Plata. Al oír aquello nos quedamos boquiabiertos, sobre todo Ray, que a su edad era un experto en la trayectoria y películas del luchador. ¿Y es su amigo? pregunté con entusiasmo. No, pero el señor es nuestro nuevo vecino y se me hizo un buen detalle darle la bienvenida, respondió. Por qué no lo dijiste antes, hubiera traído unas fotos para que me las autografiara, reprochó mi amigo. No estaba muy seguro y me daba pena entusiasmarte en vano, además, su llegada estaba programada para mañana, pero ayer vi luces en la casa y, como buen anfitrión, toqué a su puerta y sin darle oportunidad a los pretextos lo invité a cenar, dijo, y al ver que Ray estaba a punto de un reclamo mayor nos animó: vayan afuera, frente a su casa dejó el auto estacionado.

Salimos a prisa y nos quedamos sin aliento cuando lo vimos. Mira que precioso deportivo recién encerado, dije. Es más que eso, se trata de su famoso Volkswagen Karman Ghia cincuenta y ocho, con tracción delantera y motor convertido a 1500 cm3,  contestó orgulloso. Estuvimos contemplándolo por varias horas en las que mi amigo platicaba sus conocimientos sobre el luchador: datos biográficos, estadísticas y anécdotas personales.

Cuando llegó la noche fuimos los primeros en sentarnos a la mesa mientras la mamá de Ray daba los últimos toques al guiso que había sacado del horno. Todos estábamos ansiosos por la llegada del invitado. Nadie abría la boca hasta que el papá de Ray acabó con nuestra emoción al hacernos una advertencia. Se me olvidaba decirles que no quiero que atosiguen al señor con sus preguntas, ya habrá otros días para los autógrafos, hay que tratarlo como a una persona común. Cuando terminó de hacer la aclaración, sonó el timbre. ¡Seguramente es él!.. gritó la señora desde la cocina.
El padre de mi amigo abrió la puerta. No supimos qué hacer ni qué decir cuando vimos que no traía máscara. Era un hombre regordete, de cara cuadrada y pelo muy corto. Al saludarlo sentí unas manos muy gruesas, tanto, como su voz. En seguida Ray se disculpó y fue a la cocina con su mamá. Yo hice lo mismo  y escuché a mi amigo repitiendo sin aliento: ¡No trae máscara¡ ¡No trae máscara! Cállate, claro que no trae máscara, viene de vacaciones y no empieces a molestarlo, recuerda lo que dijo tu papá, respondió la madre y tras darnos unos platones con ensalada y puré nos obligó a regresar a la mesa.

Durante la cena, Ray se limitó a ver con detenimiento al invitado. Su papá en cambio, no paró de enumerar las maravillas del fraccionamiento: el campo de golf, la privacidad, las albercas en cada casa y demás cosas parecidas. Nadie hizo referencia a sus peleas  ni a su fama, lo tratamos como a un familiar más y eso pareció gustarle al Santo que sonreía a la menor provocación.

Al terminar la cena, la mamá de Ray ofreció al luchador una cubita y él contestó que prefería tequila porque andaba mal de la garganta. Al escuchar eso mi amigo hizo un gesto y me pateó bajo la mesa. Pasamos a la sala de estar, frente a la chimenea, ahí se sirvieron las bebidas para los adultos y a nosotros nos dejaron tomar rompope. El papá de Ray seguía en las mismas. Presumía que a una hora en auto se podía llegar a las mejores playas del país, muy parecidas a las del Caribe. Pues estaría muy bien visitarlas para darme una idea de cómo es el mar Caribe, contestó el invitado. Entonces Ray se atragantó con el rompope y se disculpó para ir al baño. Yo lo seguí.

Qué te pasa, pregunté mientras él se limpiaba la playera. Cómo me preguntas eso, parece que no te das cuenta que el invitado es un farsante, contestó. A mí me parece de a verdad. Pues qué no oíste su voz, es demasiado ronca para ser del Santo, respondió ofendido. Está enfermo de la garganta, contesté. Enfermo mangos, además hay otras cosas, el Enmascarado de Plata no toma alcohol, lo dijo públicamente en 1943 cuando le ganó el cinturón de peso medio al Murciélago Velásquez. Pues ya pasaron muchos años de eso y ni modo que declare que es un borrachín. No, el no toma alcohol y punto, además dijo que no conocía bien el Caribe, lo cual es falso, porque sus primeras películas, Santo contra el cerebro del mal y Santo contra los hombres infernales las filmó en Cuba, me dijo y salió del baño sin esperarme.

De regreso, la plática estaba muy animada. El Santo pidió otro tequila y Ray me buscó la mirada. Aprovechando la distracción que provocaba el invitado, rellenamos nuestros vasos. Los adultos platicaban sobre temas que nos aburrían, continuaron bebiendo y nosotros aprovechamos para ir al comedor y sin perder detalle, seguir con el rompope.

Fue en esos momentos cuando la mamá de mi amigo derramó una copa sobre el invitado y él dijo que tendría que marcharse. De ninguna manera, estamos pasando una velada magnífica y este incidente no la arruinará, comentó la señora y fue por una sudadera limpia. En un par de minutos el Santo tenía la muda de ropa entre sus manos y se disculpó para ir a cambiarse al baño. No se preocupe, estamos entre amigos, puede quitarse la camisa aquí en la sala, respondió la madre de mi amigo. El Santo, motivado por el alcohol, no dudó en mostrar su torso desnudo para ponerse la sudadera. Mira la barriga que se carga este tipo, dijo mi amigo asombrado. Si bien era cierto que aquel vientre no era digno de admiración, tampoco me parecía muy grande o diferente del que mostraba el Enmascarado de Plata en sus películas. Pues no está marcado pero tampoco es para tanto, además debes tener en cuenta que el Santo ya tiene sus añitos y no es lo mismo, hasta tu papá se ve más barrigón que en las fotos  de cuando eras bebé, dije. No, esa no es barriga, parece lavadora, no tiene ni los músculos de luchador. No exageres, además esto no es el cine, es la vida real, respondí y vi que Ray aceptaba mi respuesta con tristeza.

Me retiré al baño y ahí pensé en mi amigo. Estaba molesto porque todo ese asunto de la falsedad del invitado había puesto a Ray muy nervioso y aburrido. Al salir, estaba decidido a no hacerle caso, pero al llegar al comedor vi algo que me sorprendió: aprovechando que el papá de Ray dormía en los sillones, el Santo bailaba una pieza romántica con la mamá de mi amigo. La abrazaba de la cintura y le decía cosas al oído, a la señora no parecía importarle y hacía algo parecido.

Me acerqué a Ray. Tenía las mejillas sonrojadas. Estaba borracho pero no me dio tiempo de burlarme porque inmediatamente dijo: El Santo sabe bailar mejor, este impostor tiene las piernas de plomo, en El Santo contra los Zombies y  en El tesoro de Moctezuma se avienta unas piezas que envidiaría cualquier barrigón como este. Eres muy tonto, eso no es lo importante, yo me estaría preocupando por otras cosas, por ejemplo, que el Santo se quiere ligar a tu mamá. El Santo no haría eso, es un caballero y sabe respetar a una mujer casada. No es cierto, tú mejor que nadie sabes que siempre en sus películas se liga a una muchacha, dije y me callé al ver que el luchador pellizcaba el trasero de la señora, entonces seguí, mira, a poco no crees que el Santo es mujeriego, yo creo que también las encuera. Sí, tienes razón, también las encuera, no lo he visto porque mi papá no quiere que vea El barón Brákola pero dicen que en esa salen muchas como dios las trajo al mundo. Después, Ray se quedó en silencio hasta que dijo que tenía náuseas y vomitó escandalosamente sobre la mesa.  Aquella situación acabó con la fiesta, la mamá dejó el baile, el papá se despertó y a los pocos minutos el invitado agradeció la noche y se fue. A nosotros nos mandaron al cuarto con regaños y amenazas.

El asunto nos costó una semana de castigo. Teníamos prohibido cruzar los límites del jardín. Sin embargo, aquello no pareció no importarle a Ray,  quien al día siguiente, mientras yo nadaba, se mantuvo al pie de la alberca, pensativo. Ya olvídate de todo eso y vente a jugar, insistí muchas veces. Él no decía nada, a lo mucho sumergía los pies.

En el transcurso de esa tarde escuchamos música en el jardín vecino y nos subimos a la azotea cuidando no ser vistos. Desde allí vimos al Santo asando carnes y bebiendo cerveza tras cerveza. Ray no le apartaba la vista y fue en esos momentos cuando me platicó cómo averiguar si aquel era o no un impostor. Hay dos formas de saber si nos miente, la primera es una gran cicatriz que tiene en el glúteo derecho, se la hicieron en 1966 cuando ganó el campeonato semicompleto al Espanto I, un aficionado se trepó al cuadrilátero con una botella partida a la mitad y se la encajó en la nalga. Pues va a estar difícil bajarle los chones y no creo que acceda aunque se lo pidamos de buena gana, respondí intentando no reírme. Hay otra, dijo, el Santo no sabe nadar, todas las secuencias en las que necesita aventarse al agua son actuadas por un extra. Esa está más fácil, respondí.

Nos dio la noche pensando cómo podríamos hacer que el Santo nadara frente a nosotros. Seguimos en la azotea viendo al luchador. Se había dormido en el jardín tras beber medio cartón de cervezas. No tenemos opción, hay que aventarlo a la alberca, dijo Ray. Pero no hoy, está muy ebrio y aunque no sea el Santo se nos ahoga, respondí. Cierto, me voy a dormir, mañana será un día difícil, dijo, se bajó de la azotea y se metió a la casa. Me quedé un rato más observando el cielo mientras pensaba que todo este asunto había echado a perder las vacaciones, Ray estaba insoportable y me hubiera gustado mandarlo al demonio. De pronto, el borracho despertó. Lo miré detenidamente y vi que se bajó los pans y fue a orinar a la alberca. No traía calzones, el reflector del jardín apuntaba directamente a su cuerpo, vi que salía el chorrito amarillo y me dio risa, de pronto, recordé las palabras de Ray y busqué su trasero. Entonces, supe que no podía ser un impostor, pues desde mi lugar podía verle una enorme marca en medio de la nalga. Bajé corriendo para contarle a mi amigo pero ya no estaba despierto. Esa noche no pude dormir, decidí darle una lección a Ray y no contarle lo de la cicatriz. Quería vengarme por arruinar las vacaciones.

Al otro día nos instalamos en la azotea. Tiempo después salió nuestra presa y vimos que empezó a inflar una cama para la alberca. Ray bajó por la resortera y empezó a buscar muchas piedras. Cuando regresó, el hombre ya descansaba sobre el agua. Claro que es el Santo, no sabe nadar, por eso infló su cama, le dije para darle una última advertencia. Tú no sabes nada, me contestó. Decidí bajar por un salvavidas para arrojarlo en el momento en que se cayera a la alberca. Mi amigo comenzó a apuntarle. Le recomendé que le diera en las piernas para no partirle la cabeza a un famoso. Me dijo que no molestara, que nomás lo iba a desequilibrar para que terminara en el agua. Cerré los ojos esperando el quejido del Santo, pero de pronto, se escuchó el motor de un carro y detuvimos nuestro plan. Era otro convertible que hizo sonar el claxon un par de veces. Cuando oyó eso, el hombre de la alberca cayó al agua, nadó perfectamente hasta la orilla y fue hacia la puerta de entrada. Del auto bajó un hombre corpulento.  Se saludaron sin mucho entusiasmo y platicaron algo que no intentamos escuchar porque el brillo plateado de su máscara atrajo nuestra atención.

No hacía falta ser un experto como Ray para saber quién era el recién llegado. Pasó bajo nosotros y nos dedicó un pequeño saludo. Nos quedamos pasmados toda la mañana. Durante ese tiempo vimos al otro hombre estacionando los convertibles en el garage, barriendo el jardín y cortando el pasto.


Después de aquel día mi amigo se paseaba como pavo real inflando el pecho. El verdadero Santo no fue a cenar a la casa pero todas las vacaciones lo vimos asolearse, sin beber alcohol ni quitarse la máscara.

 

 


 

 

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