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CARENCIA Y TRASCENDENCIA: LADY GAGA Y U2

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Por Walter Islas Barajas

 

 

En los últimos días (hablo de la primera y la segunda semana de mayo), en el centro de México se han presentado personas que bien podríamos llamar íconos de la música pop y la música rock-pop. El impacto mediático y cultural que han producido en los aficionados a sus canciones tendría grados diferentes, por tratarse de gente del espectáculo con bagajes artísticos algo diversos.

Lady Gaga se ha presentado dos veces en el Foro Sol de la ciudad de México. Leí algo que ya no es raro en el caso de conciertos de figuras por demás conocidas: que algunos fanáticos de la estrafalaria/ocurrente/algo-escandalosa cantante de temas como Poker Face y Bad Romance acamparon horas antes del inicio de los espectáculos para ser los primeros en ingresar al predio cercano al Palacio de los Deportes y a las calles de Añil y Río Churubusco.

Hay gustos para todos, dirían algunos. Podría haber un plan excelente de mercadotecnia, promoción, teatralidad, vestuario y composiciones pegajosas y rítmicas que rodearía a la cantante mencionada. Mas, en mi opinión, una cosa es la recordación, los altos niveles de ventas y los diversos éxitos en las listas de popularidad de medios especializados y en los conteos de millones de vistas en sitios como YouTube. Y otra cosa es la sustancia musical, la verdadera honestidad artística, la trascendencia de singles dentro de algunos años en las mentes de algunos miles de personas.

Con perdón de la intérprete que ha usado ‘vestidos’ compuestos a base de piezas de carne de res, dudo que ella llegue a legar a un gran público temas que superen una prueba fundamental en la educación sentimental/artística del ser humano: la prueba del tiempo, de los años transcurridos para una canción determinada. La inmediatez es un signo de nuestro tiempo, pero corre el riesgo de pintar decenas o cientos de creaciones culturales (pop, rock, hip-hop, etcétera) de una superficialidad tan enorme que las haría desaparecer de la memoria y de los iPods y los discos duros de miles de personas.

En contraste, con varios años sin conseguir la ubicación de alguna de sus canciones en las listas de popularidad; con bastante más edad que Stefani Joanne Angelina Germanotta (nombre real de la cantante neoyorquina) y con décadas de trayectoria un poco desigual pero constante, de álbumes sobresaliente y discos regulares (es mi humilde opinión, se respetan los pareceres diferentes), U2 también se ha presentado en la capital mexicana. En su caso, en el Estadio Azteca.

Los cuatro irlandeses que conforman esta banda de rock pop, pese a haber iniciado su camino artístico a finales de los años 1970, han conseguido un registro nada despreciable: canciones recordables, temas que llegan a la mente y al corazón de los escuchas; creaciones con dosis de experimentación o con ritmos básicos de rock and roll o rythm and blues; temas con carga humanitaria, romántica, política o llanamente emocional. U2 ha sabido transitar de álbumes-insignia de su capacidad creadora –The Unforgettable Fire, The Joshua Tree, Achtung Baby– hasta temas más ‘recientes’ que han luchado por satisfacer a sus fanáticos de toda la vida y por ingresar en el gusto volátil de públicos más recientes –con canciones como Beatiful Day, Walk on, Vertigo o Get on your boots –.

Por último, un dato de una fuente confiable me permite compartir esto: anoche (el jueves 12 de mayo), U2 cenó en el restaurante Dulce Patria –en la ciudad de México– y Bono, el líder del grupo, tuvo el detalle de ofrecer un minuto de charla y posar para una foto con la hermana de una amiga mía. La hermana y mi amiga están que no caben en ellas, y cito a la primera: “Bono es uno de los rockstars más grandes de todos los tiempos”. Ahí queda la trascendente opinión. Ahí queda la huella que dejan algunos músicos.

 

 

Walter Islas Barajas

Comunicólogo egresado del Tecnológico de Monterrey (ITESM), Campus Estado de México. Editor en el despacho Colofón, diseño y comunicación -especializado en diseño editorial y comunicación organizacional-. Ha colaborado como reseñista de álbumes de rock en El Financiero y como reseñista de álbumes de jazz en el suplemento El Ángel (de Reforma). Ha publicado el poemario Lloran los ríos (Ed. Praxis), y publicado un cuento en la antología Entre gozos y rebozos. Nostalgias del campo (Palabras y Plumas Editores).


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