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cineastas veteranos y en buena forma

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Por Walter Islas Barajas

 

 

Fecha de publicación: 25 de diciembre de 2012

A mediados de noviembre de 2012, en el centro de México, dio inicio una edición más de la Muestra Internacional de Cine, una serie de momentos programados que permiten correr la cortina y atisbar ejemplos de cinematografías que avanzan lo mismo en circuitos comerciales que en salas que no tendrían demasiados espectadores, pero sí largometrajes propositivos, que apuestan por filmes más personales, artísticos en unos casos, que buscan que dichos espectadores usen más su inteligencia, sus juicios de valor, sus capacidades para analizar historias, guiones, montajes, actuaciones.

En el caso de las exhibiciones que se realizan de forma anual en diversos espacios de la zona metropolitana de la capital mexicana, sobresale a juicio de quien esto escribe una película italiana que obtuvo hace unos meses el Oso de Oro en el prestigiado Festival de Berlín (Alemania) y cinco premios David di Donatello en Italia –entre ellos, Mejor película y Mejor Director–; una creación que revisita una de las muchas obras de William Shakespeare que han sido llevadas a la gran pantalla, pero con tintes diferentes a los que en su día colocaron en el celuloide directores como Joseph Mankiewicz (en 1953, en una producción en la que actuaron Deborah Kerr, Marlon Brando, James Mason y John Gielgud).

Me refiero a la creación inteligente y quizá difícil de asimilar por auditorios masivos, de los octogenarios hermanos Paolo y Vittorio Taviani, quienes han sido capaces de representar el drama de la pluma del autor inglés -Julio César- en una prisión de su país (Italia), con reclusos que actuaron de un modo auténtico, convincente; con delincuentes encerrados en una cárcel que le dieron realismo y emoción sincera a las escenas de César debe morir, un film acertadamente rodado en blanco y negro y en color, con lo cual se alcanza un contraste interesante en cuanto a las emociones que puede transmitir.

En una nota de la periodista Ana Marcos Madrid, en El País (26-XI-2012), se lee: “ La premisa de enmarcar a estos presos tiene por objeto crear en el espectador el mismo sentimiento de contradicción que los Taviani experimentaron durante el rodaje y contribuir, de paso, a la empática universalización. ‘Odiamos a la Camorra, las terribles consecuencias de la mafia en nuestro país, pero no pudimos evitar forjar cierta amistad con los presos, sentir compasión y piedad por unos hombres que jamás hubiéramos imaginado fueran capaces de interpretar de esta manera’, apunta. Taviani atempera el argumento con el eco que aún retumba en su cabeza de las palabras de uno de los guardias de seguridad de Rebibbia, al noroeste de Roma. ‘No olviden nunca que los verdaderos protagonistas son los huérfanos y las viudas, las víctimas de estos presos’ ”.

Por otro lado, en otro diario español, La vanguardia (23-XI-2012), Salvador Llopart señala: “César debe morir, de los Taviani, es una película documental, por lo que tiene de constatación de una realidad. Pero también es una tragedia multiplicada por el propio drama de los internos. Emocionante, intensa y áspera realidad; seca como un trago de ginebra, salvaje y excelsa a la vez”. En opinión del autor de este Contenedor, es admirable el esfuerzo de los realizadores por, diría, beber a su manera de las aguas del neorrealismo italiano posterior a la Segunda Guerra Mundial –con ejemplos como los de Rossellini, Visconti, De Sica–, y usar a actores no profesionales para comunicar dos dramas intensos y universales: la visión dramatúrgica de la muerte del emperador romano, y las tonalidades descarnadas que varios criminales convictos son capaces de imprimir en dicho drama.

César debe morir es una cinta que vale la pena ver, con ojos bien abiertos, con la capacidad de notar que el arte de la representación teatral y de la recreación de un drama para la pantalla grande puede transformar, aunque sea un poco, la vida de seres condenados a aislamiento, soledad, y a purgar condenas por actos reprochables. Un filme bien realizado, que puede dotar de unos gramos de esperanza a esos presos en una cárcel italiana, que quizá alguna vez puedan realmente rehacer, en cierto modo, su vida… sin olvidar las faltas que cometieron.

 


 

Walter Islas Barajas

Comunicólogo egresado del Tecnológico de Monterrey (ITESM), Campus Estado de México. Editor en el despacho Colofón, diseño y comunicación -especializado en diseño editorial y comunicación organizacional-. Ha colaborado como reseñista de álbumes de rock en El Financiero y como reseñista de álbumes de jazz en el suplemento El Ángel (de Reforma). Ha publicado el poemario Lloran los ríos (Ed. Praxis), y publicado un cuento en la antología Entre gozos y rebozos. Nostalgias del campo (Palabras y Plumas Editores).


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