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BESTIAS DEL SUR SALVAJE: NATURALEZA Y FANTASÍA DESLUMBRANTES

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Por Walter Islas Barajas

 

 

Fecha de publicación: 22 de abril de 2013

En la pasada edición de la entrega de los premios Oscar –esos conocidos y criticados reconocimientos estadounidenses a determinadas producciones cinematográficas--, una muestra de sencillez, de retorno a cierta esencialidad en la forma de filmar películas, de poner en el centro de la trama el punto de vista de una niña afroamericana de seis años con capacidad de mirar la escasez y la autosuficiencia vital como algo cotidiano, atrajo ciertas miradas… mas no alguna de las estatuillas.

Se trata de un caso no muy común de emplear actores fuera del esquema de lo que se conoció hasta hace unas décadas como el star system de Hollywood. De una historia vitalista llevada a la pantalla, una historia que traza con aciertos dramas grandes y pequeños en la existencia de cualquier niño o niña, cuya vida apacible en apariencia se complica un buen día cuando el cambiante entorno trastorna la calma circundante, cuando el adulto que cree que cuida de él o ella exhibe sufrimiento, violencia física y verbal hacia el infante en cuestión.

Bestias del sur salvaje (Beast of the southern wild) es, para el autor de este Contenedor, de lo mejor que se ha producido en el cine norteamericano en los últimos años. Gran parte de su mérito se basa en una acción simple y reconocible: el deseo de querer observar más allá del ombligo cibernético de gigantescos efectos generados por computadora, de ingresar visual y emocionalmente a una porción del país más poderoso del planeta, la cual contiene pobreza y dolor –como en cualquier sitio de la Tierra--, pero es habitada por seres humanos que deben fortalecerse, animarse unos a otros, que se apegan a su terruño sin importar demasiado una catástrofe ambiental –una inundación producto de un deshielo sin paralelo--, sin tomar demasiado en cuenta qué van a comer o dónde van a establecerse. Lo que importa es estar vivos, tener una camioneta medio desecha aunque equipada con barriles que pueda navegar en un río y poder pescar frutos del mar fresquísimos, comibles crudos a un minuto de ser capturados.

Esta película, escrita por Lucy Alibar y Benh Zeitlin, es a juicio de quien esto escribe una lección destacada de cómo emplear la cámara en mano, un recurso usado con enorme capacidad por directores como el polémico danés Lars von Trier (Bailando en la oscuridad, Dogville) que inyecta cercanía y más humanidad al relato fílmico.

Es, asimismo, una dosis de talento narrativo al poner en nuestros ojos y oídos una suerte de cuento verdaderamente poético por momentos, en el que la fotografía luminosa y colorida de Dan Richardson; la música de Dan Romer y el propio coguionista y realizador Benh Zeitlin (tensa a ratos, festiva en algunos minutos, con tintes sonoros de notas cajun o zydeco en verdad llamativas); y la actuación de la pequeña Hushpuppy (interpretada de manera notable por Quvenzhané Wallis) se ensamblan en armonía para entregarnos una película que maravilla por su simplicidad, sus momentos de irrealidad –encarnados en un grupo de jabalíes o cerdos salvajes– y su reflejo de individuos que subsisten con poco, en un entorno llamado La tina que podría estar a las afueras de la emproblemada zona de Nueva Orléans, pero que Hushpuppy considera como “el sitio más bonito en el mundo”.

Recomendables, en particular, las secuencias de: una celebración en la que la niña corre a varios metros de algunos fuegos artificiales; una breve estancia en lo que parecería una casa de mala nota, en la cual Hushpuppy es llevada a la cocina por una de las trabajadoras, para que observe un acto de magia gastronómica; y uno de los diversos enfrentamientos con Wink, su papá (interpretado correctamente por Dwight Henry), en el que de un modo tosco y excesivo en arrebatos violentos, enseña a su hija a ser “el hombre”, a ser fuerte, a sobreponerse al dolor y las carencias… a sobrevivir, en una palabra.

Lejos del desinterés de los premios mencionados antes, festivales  de cine como Sundance (EE UU) y Cannes  (Francia) sí otorgaron galardones a Bestias del sur salvaje. Algo bueno habrán visto en esta producción estadounidense de 2012 filmada en Louisiana.

 


 

Walter Islas Barajas

Comunicólogo egresado del Tecnológico de Monterrey (ITESM), Campus Estado de México. Editor en el despacho Colofón, diseño y comunicación -especializado en diseño editorial y comunicación organizacional-. Ha colaborado como reseñista de álbumes de rock en El Financiero y como reseñista de álbumes de jazz en el suplemento El Ángel (de Reforma). Ha publicado el poemario Lloran los ríos (Ed. Praxis), y publicado un cuento en la antología Entre gozos y rebozos. Nostalgias del campo (Palabras y Plumas Editores).


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