Por Susana Arroyo-Furphy
Número
56
El
libro Autores Judeoconversos en la Ciudad
de México es una obra erudita, mas
no es una obra que deba quedarse en los estantes
de las bibliotecas sin ser leída, pensada
y valorada por todos. En sus 150 páginas
los lectores poco conocedores de la realidad
de los judeoconversos podemos reconocernos entre
los detractores o entre los infractores.
Conocí
a la Dra. Linda Dabbah de Lifshitz en la Facultad
de Filosofía y Letras de la UNAM, cuando
ambas éramos estudiantes. Nos reconocimos
vecinas de la zona norte de la Ciudad de México
y sonreímos. Asistimos asiduamente a las
cátedras de nuestros sabios maestros de
quienes bebimos las letras: abrevadero, crisol,
fuente de luz. Ambas devorábamos los textos
de las materias de la carrera de Lengua y Literaturas
Hispánicas, hacíamos listas interminables
de los libros que debíamos adquirir y
de los que compartiríamos, aunque el Diccionario
de Lingüística de Jean Dubois fue
muy difícil dividir; pensamos que si una
se quedaba con la parte de la “A”
a la “M” y la otra con el final del
abecedario sería ésta una solución
salomónica pero un tanto impráctica
y un mucho antiacadémica. Bromeábamos
frente a situaciones como éstas y otras
como la de poner nombres a los profesores, algo
que hemos hecho todos los estudiantes de todos
los tiempos. Fue una época intensa y divertida.
Después
de terminar los estudios y tras un año
de posgrado, debido a circunstancias personales
y familiares, Linda dejó el Colegio de
México para luego continuar y concluir
la maestría y el doctorado en Letras en
la UNAM. Sus estudios de la literatura judaica,
principalmente la escrita por mujeres, la han
llevado a participar en congresos nacionales
e internacionales y a recibir invitaciones para
publicar en revistas especializadas, pero lo
más importante es que Linda ha conservado
la capacidad de expresar su asombro, inquietud,
dolor, ternura, admiración y respeto por
las comunidades judías que han experimentado
los horrores de la humanidad a lo largo de los
años.
Linda Dabbah
y Becky Rubinstein ofrecen, en este libro, la
semblanza y las vicisitudes de 11 escritores,
scholars (en el sentido más amplio) en
los tiempos de la Colonia y sus posibles encubrimientos
debido a sus orígenes judaicos.
Dos razones
me motivaron a leer la obra de Dabbah-Rubinstein.
La primera, como lo he mencionado, mi entrañable
amistad con una de las autoras; la segunda surgió
cuando vi en el índice la semblanza de
Sor Juana, mi amada monja jerónima. Y
como se habrá de imaginar, miré
dos veces el título y corrí (en
sentido recto, además del figurado) a
leer lo que de ella se decía en relación
con un posible origen judío.
Los nombres
de algunos de mis autores preferidos, como el
de Juan Ruiz de Alarcón, revoloteaba en
incesantes dudas, confabulaciones y vínculos
adheridos a una o varias familias judías.
Ahí estaban Fray Bernardino de Sahagún,
Fray Bartolomé de las Casas, Fray Diego
Durán y el sabio, amigo íntimo
de Sor Juana, Carlos de Sigüenza y Góngora,
entre otros.
Al apresurarme,
decía, a la lectura de las biografías
y eventos narrados por las autoras, comentados
hábilmente con datos certeros y hondamente
documentados, mi sorpresa iba en aumento.
Dabbah-Rubinstein
señalan con mesura y gran cuidado las
implicaciones de una obra de esta naturaleza
con lo que los lectores de todos los tiempos
hemos considerado o mejor dicho dejado de considerar;
las autoras se han cerciorado de ciertos hechos
y relaciones judaicas con los otrora conocidos
cristianos y lo hacen citando fuentes altamente
confiables como Carlos González Peña
e Irving A. Leonard, entre muchos otros literatos,
estudiosos versados en temas de la literatura
colonial.
En sus disquisiciones,
Dabbah-Rubinstein apelan a la verdad, al descubrimiento
y a la razón. Han manejado un excelente
aparato crítico y una metodología
basada en juicios factuales. La indeterminación
de algunos pasajes de las obras escritas por
los autores estudiados, como es el caso de Sor
Juana en su famoso poema: “al no ser de
padre honrado”,
El no ser de
padre honrado
fuera defecto, a mi ver,
si como recibí el ser
de él, se lo hubiera yo dado.
las autoras
ligan de manera coherente y sistemática
las asunciones referidas al posible origen judío,
lo cual permite a los lectores (y nos obliga)
a mirar, remirar, dudar y entrever el tejido
tenue y sutil pero firme y rotundo del encubrimiento
que ellos mismos hicieron para salvarse de la
Inquisición y de los detractores.
Sor Juana deseaba,
por alguna razón, atenuar la importancia
del “Asbaje”, colocándolo
en segundo término por su origen supuestamente
vasco (el cual era un código conocido
para converso) y por tanto de procedencia “sospechosa”.
(p. 116).
Algunas prácticas
religiosas o la recurrente negación de
las mismas trepida en el discurso retórico
o poético de los autores analizados.
La mirada artera
de Dabbah-Rubinstein logra el convencimiento
del lector en su reiterada alusión, referencia
virtual, al mundo judaico, el cual ellas bien
conocen, poniendo al descubierto lo que para
los lectores es novedad sorprendente.
No se puede
negar la alienación de quienes temían
verse descubiertos y acusados, como tampoco se
puede negar el dolor y la tristeza que circunda
el hecho de desvelar un problema que nos concierne
a todos: persecución, escarnio, mentira,
acusación, sometimiento, amargura, muerte.
Las obras pertenecen
a sus autores y a su tiempo, son producto irreductible
de la realidad que se vive, del pasado y del
presente y en el caso de los autores judeoconversos,
de la realidad que se espera transformar en libertad
de pensamiento, de palabra y de acción.
Nos encontramos
frente a un material que es un hito en la historia
de la literatura novohispana. Hay muchos hallazgos,
demasiados como para reducirse en tan breve espacio.
Sin embargo, las autoras han dejado una brecha
abierta para que las nuevas investigaciones iluminen
el camino de la verdad.
El trabajo de
las doctoras Dabbah y Rubinstein es una de esas
lecturas que convulsiona, es una de esas obras
que nos obliga a todos los seres humanos a reconocer
y respetar la dignidad y la labor de escritores
que deben enarbolar la bandera única del
talento y la sensibilidad sin importar razas
o creencias.
La literatura
es una; el idioma, la edad, la época,
la latitud, la religión o el origen, son
solamente marcos de su representación.
Finalmente, las obras de estos autores judeoconversos
han quedado para la posteridad y para ser vistos
con los ojos de la literariedad1
más que con los ojos criminales del poder.
Notas:
*
Rubinstein, Becky y Herlinda Dabbah Mustri. 2002.
Autores judeoconversos en la Ciudad de México.
Secretaría de Cultura del Gobierno del
Distrito Federal. México.
1 Si se admite
-lo que no es necesario- que el discurso literario
constituye una clase autónoma en el interior
de una tipología general de los discurso,
su especificidad puede ser considerada o como
el objetivo último (que no se logrará
sino por etapas) de un metadiscurso de investigación,
o como un postulado a priori que permite suscribir
por adelantado el objeto de conocimiento buscado.
Según R. Jakobson, quien ha optado por
esta segunda actitud, el objeto de la ciencia
literaria no es la literatura sino la literariedad,
es decir, lo que autoriza a distinguir lo que
es literario de lo no-literario.
Dra.
Susana Arroyo-Furphy
Investigadora, The University
of Queensland, Australia |