Por Susana Arroyo-Furphy
Número
58
Ha
llegado a mis manos un libro por casualidad.
Y es que fue una casualidad coincidir el verano
pasado en la bella Barcelona con mi gran amiga
Blanca Mart, compartir algunos momentos deliciosos,
caminar por las legendarias calles de la Ciudad
Condal, especialmente del viejo barrio de Sarrià;
admirar a su lado el río de la hermosa
Cerdanyola desde el balcón de su casa
y recibir de sus manos -en préstamo- este
magnífico ejemplar: Diario de un loco
enfermo de cordura, de Juan Saravia, amigo
de Blanca. Este libro, cuya excelente escritura
e impresionantes ilustraciones lo hacen una obra
sui generis, fue una deliciosa lectura
en mi viaje de regreso a esta Australia que es
mi hogar desde hace ya casi cinco años.
Blanca me ha
dicho que el libro es de ella, que tiene una
dedicatoria del autor y que se lo he de regresar
en algún momento. Pero quisiera quedarme
con él, releerlo, tener una copia propia
y poder fijar mis ojos varias veces en algunos
pasajes excepcionales o en las dramáticas
y expresivas ilustraciones.
Juan Saravia,
amigo de mi amiga Blanca, ha escrito un delirio.
Él lo ha llamado Diario pero
creo que se trata de un texto auténticamente
apasionado en el límite del misticismo.
La lectura del
Diario…, me ha hecho pensar en
Becket desde las primeras líneas cuyas
referencias son a un hombre vagabundo, pintor,
filósofo, sin casa, sin pretensiones.
No fue una sorpresa para mí ni un azar
que encontrara citado al novelista y poeta irlandés
algunas páginas más adelante.
El impresionante
bagaje literario y filosófico de Juan
Saravia y su escritura aparentemente fácil
y ligera, me han cautivado. Así como me
ha subyugado la descripción minimalista
del paisaje urbano en el que las calles de Amsterdam
o Michoacán y el Parque o la Avenida México
parajes de la colonia Hipódromo Condesa
donde curiosamente yo crecí, me coloca
en un lugar desprotegido, un ámbito neutro
y frágil donde el autor me cuenta y me
descubre lugares que me son auténticamente
familiares.
Desde una perspectiva
semiótica (peirceana, desde luego)
la obra -Diario…- se sitúa
en el signo cuyo representamen1
está virtualmente (denotado y connotado)
en el lugar de la relación de otro, un
Segundo llamado su Objeto, en este caso la obra,
la cual nos remite in situ (lingüística-temática-ideológicamente)
donde la realidad presentada apela a un Tercero
llamado su Interpretante. Si yo como lectora
me coloco en el lugar de Interpretante de ese
signo-obra, y encuentro lugares comunes de la
narración que me hacen concebir el mismo
espacio (aunque no el mismo tiempo descrito,
pero sí, insisto, el mismo espacio), entonces
el Objeto de ese signo es representado en mi
memoria al igual que en la memoria colectiva.
Es así
como se crea la semiosis ilimitada2
o la producción de sentido. Es, en este
caso, cuando la memoria apela a la realidad representada.
En el Diario
se nos habla de un encuentro aparentemente simple
y anodino: el encuentro de un escritor con un
artista, el pintor. La sencillez de la exposición
y la cuidadosa descripción del relato
nos remontan a Platón, el diálogo
entre el maestro y el alumno. Ya otro Juan -el
de Valdés- nos referiría a un diálogo
similar, aunque éste versaba sobre el
lenguaje. En el Diario… Juan –Saravia-
no maneja el diálogo maestro alumno sino
artista vs. artista, o en términos semióticos:
la ausencia del artista por la oposición
del hombre pintor-escritor; o quizá mejor
la relación complementaria de un artista
y su obra con otro artista y la obra contada
de la relación entre los dos.
Un escritor
encubierto en el ropaje de un burócrata
maneja la diversidad de la esencia de la vida
con las enseñanzas y preceptos de un vagabundo
quien es superior a todo ser sobre la tierra,
es un asceta, un epicúreo, un místico,
un abandonado, un desarraigado, un solitario,
un paria, un ser inmerso en la saudade.
El escritor
y su hombre manejan la ecléctica de los
problemas existenciales mediante un escudo racional:
el escritor compra las pinturas del vagabundo,
las cuales ilustran el libro de manera mágica
y dolorosa a la vez, en una correspondencia abismal.
El sentido de la vida para el vagabundo es el
sentido de la verdad, de la ausencia de necesidades
terrenales, de la negación a la posesión
material, del sufrimiento como forma de vida,
del estado de consternación y meditación.
Entre Nerval,
Kandinski, Cortázar, se desarrolla la
diatriba personal del escritor-narrador del relato
sobre su propia e inútil existencia y
la necesidad de proporcionar cuidado y alimento
al desgraciado sabio pintor.
La obsesión
por la locura, las reflexiones sobre la nada
en citas de Melville, Camus, Sartre, Mallarmé
o Cioran, mientras el narrador-escritor lee a
César Vallejo, a Huidobro, a Ezra Pound,
así como escucha a Vivaldi o a Serrat,
nos traslada de lugares conocidos en un suburbio
de la Ciudad de México a la profunda lectura
de los poetas malditos o de los nihilistas.
Su recuento
sobre El Principito, la magistral obra
de Antoine de Saint-Exupéry, las disquisiciones
sobre la guerra mundial y las peripecias del
aviador, me han remontado a las tantas lecturas
que he hecho de esa minúscula e imprescindible
lectura.
Diario de
un loco… es tan absurdo como real,
tan inconcebible como imaginable. El autor maneja
el principio ontológico en la existencia
descabellada de un ser que se niega o mejor aún,
que no se concibe a sí mismo poblador
de este planeta. Se trata del relato de una relación
más allá de lo humano: ¿mística?
Es el recuento de un mundo dentro de otro mundo.
Con la diferencia exacta y singular de que el
mundo que rodea al vagabundo becketiano es mucho
más libre y profundo, alejado de las impurezas
sociales.
Del vagabundo
no sabremos nada, no tiene historia, no hay pasado,
hay un presente incierto. Solamente conocemos
de él lo poco que el narrador nos dice
desde un punto de vista asombrado y lúgubre.
Sabemos que no tiene casa, que casi no come,
que de vez en cuando va a los Baños María
pues necesita “una arregladita”,
pero no sabemos su historia. Su futuro es predecible.
En la dedicatoria del libro leemos:
In
Memoriam
Artemio Acevedo Herrera
Temo
? – 2005
Lo cual nos
da la idea de un nombre: Artemio. En la historia
lo conoceremos como “Temo”, el hipocorístico
o abreviación (lo que suele llamarse diminitivo)
de Artemio. Fecha de nacimiento: incierta. No
sabremos nunca la edad ni los detalles de este
hombre salido de la nada… y a la nada regresará.
Mucha tristeza
nos ha dejado Juan Saravia en su espléndido
relato. Mucha sabiduría plasmada en unas
cuantas páginas y gran sentido de la humanidad.
El Diario
de un loco enfermo de cordura es una de
esas obras que duelen y que quedan en la memoria
del lector por mucho tiempo.
Me quedo con
las palabras del vagabundo-Temo-Saravia: Cuando
más nos enamoramos de la vida llega la
muerte.
La
publicación de la que habla la autora
de esta reseña, Susana Arroyo-Furphy,
tiene un tiraje bastante limitado. El autor está
dispuesto a que se lleve a cabo una edición
mayor con alguna editorial que se interese en
la publicación comercial del libro.
Cualquier
comentario al respecto, favor de dirigirlo a:
juan.saravia@hotmail.com
Notas:
*
Saravia, Juan. (2005). Diario de un loco
enfermo de cordura. México, H. Ayuntamiento
de Tuxpan de Rodríguez Cano, Veracruz.
78 p.
1 A Sign, or
Representamen, is a First which stands in such
a genuine triadic relation to a Second, called
its Object, as to be capable of determining a
Third, called its Interpretant, to assume the
same triadic relation to its Object in which
it stands itself to the same Object. (Ch. S.
Peirce, Collected Papers).
2 La semiosis
ilimitada es el fenómeno por el cual un
signo da nacimiento a otro signo y, especialmente,
un pensamiento da nacimiento a otro pensamiento.
Dra.
Susana Arroyo-Furphy
Investigadora, The University
of Queensland, Australia |