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2007

 

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Cine y Libros

Quisiera hablar del Diario de un Loco Enfermo de Cordura, de Juan Saravia*

 

Por Susana Arroyo-Furphy
Número 58

Ha llegado a mis manos un libro por casualidad. Y es que fue una casualidad coincidir el verano pasado en la bella Barcelona con mi gran amiga Blanca Mart, compartir algunos momentos deliciosos, caminar por las legendarias calles de la Ciudad Condal, especialmente del viejo barrio de Sarrià; admirar a su lado el río de la hermosa Cerdanyola desde el balcón de su casa y recibir de sus manos -en préstamo- este magnífico ejemplar: Diario de un loco enfermo de cordura, de Juan Saravia, amigo de Blanca. Este libro, cuya excelente escritura e impresionantes ilustraciones lo hacen una obra sui generis, fue una deliciosa lectura en mi viaje de regreso a esta Australia que es mi hogar desde hace ya casi cinco años.

Blanca me ha dicho que el libro es de ella, que tiene una dedicatoria del autor y que se lo he de regresar en algún momento. Pero quisiera quedarme con él, releerlo, tener una copia propia y poder fijar mis ojos varias veces en algunos pasajes excepcionales o en las dramáticas y expresivas ilustraciones.

Juan Saravia, amigo de mi amiga Blanca, ha escrito un delirio. Él lo ha llamado Diario pero creo que se trata de un texto auténticamente apasionado en el límite del misticismo.

La lectura del Diario…, me ha hecho pensar en Becket desde las primeras líneas cuyas referencias son a un hombre vagabundo, pintor, filósofo, sin casa, sin pretensiones. No fue una sorpresa para mí ni un azar que encontrara citado al novelista y poeta irlandés algunas páginas más adelante.

El impresionante bagaje literario y filosófico de Juan Saravia y su escritura aparentemente fácil y ligera, me han cautivado. Así como me ha subyugado la descripción minimalista del paisaje urbano en el que las calles de Amsterdam o Michoacán y el Parque o la Avenida México parajes de la colonia Hipódromo Condesa donde curiosamente yo crecí, me coloca en un lugar desprotegido, un ámbito neutro y frágil donde el autor me cuenta y me descubre lugares que me son auténticamente familiares.

Desde una perspectiva semiótica (peirceana, desde luego) la obra -Diario…- se sitúa en el signo cuyo representamen1 está virtualmente (denotado y connotado) en el lugar de la relación de otro, un Segundo llamado su Objeto, en este caso la obra, la cual nos remite in situ (lingüística-temática-ideológicamente) donde la realidad presentada apela a un Tercero llamado su Interpretante. Si yo como lectora me coloco en el lugar de Interpretante de ese signo-obra, y encuentro lugares comunes de la narración que me hacen concebir el mismo espacio (aunque no el mismo tiempo descrito, pero sí, insisto, el mismo espacio), entonces el Objeto de ese signo es representado en mi memoria al igual que en la memoria colectiva.

Es así como se crea la semiosis ilimitada2 o la producción de sentido. Es, en este caso, cuando la memoria apela a la realidad representada.

En el Diario se nos habla de un encuentro aparentemente simple y anodino: el encuentro de un escritor con un artista, el pintor. La sencillez de la exposición y la cuidadosa descripción del relato nos remontan a Platón, el diálogo entre el maestro y el alumno. Ya otro Juan -el de Valdés- nos referiría a un diálogo similar, aunque éste versaba sobre el lenguaje. En el Diario… Juan –Saravia- no maneja el diálogo maestro alumno sino artista vs. artista, o en términos semióticos: la ausencia del artista por la oposición del hombre pintor-escritor; o quizá mejor la relación complementaria de un artista y su obra con otro artista y la obra contada de la relación entre los dos.

Un escritor encubierto en el ropaje de un burócrata maneja la diversidad de la esencia de la vida con las enseñanzas y preceptos de un vagabundo quien es superior a todo ser sobre la tierra, es un asceta, un epicúreo, un místico, un abandonado, un desarraigado, un solitario, un paria, un ser inmerso en la saudade.

El escritor y su hombre manejan la ecléctica de los problemas existenciales mediante un escudo racional: el escritor compra las pinturas del vagabundo, las cuales ilustran el libro de manera mágica y dolorosa a la vez, en una correspondencia abismal. El sentido de la vida para el vagabundo es el sentido de la verdad, de la ausencia de necesidades terrenales, de la negación a la posesión material, del sufrimiento como forma de vida, del estado de consternación y meditación.

Entre Nerval, Kandinski, Cortázar, se desarrolla la diatriba personal del escritor-narrador del relato sobre su propia e inútil existencia y la necesidad de proporcionar cuidado y alimento al desgraciado sabio pintor.

La obsesión por la locura, las reflexiones sobre la nada en citas de Melville, Camus, Sartre, Mallarmé o Cioran, mientras el narrador-escritor lee a César Vallejo, a Huidobro, a Ezra Pound, así como escucha a Vivaldi o a Serrat, nos traslada de lugares conocidos en un suburbio de la Ciudad de México a la profunda lectura de los poetas malditos o de los nihilistas.

Su recuento sobre El Principito, la magistral obra de Antoine de Saint-Exupéry, las disquisiciones sobre la guerra mundial y las peripecias del aviador, me han remontado a las tantas lecturas que he hecho de esa minúscula e imprescindible lectura.

Diario de un loco… es tan absurdo como real, tan inconcebible como imaginable. El autor maneja el principio ontológico en la existencia descabellada de un ser que se niega o mejor aún, que no se concibe a sí mismo poblador de este planeta. Se trata del relato de una relación más allá de lo humano: ¿mística? Es el recuento de un mundo dentro de otro mundo. Con la diferencia exacta y singular de que el mundo que rodea al vagabundo becketiano es mucho más libre y profundo, alejado de las impurezas sociales.

Del vagabundo no sabremos nada, no tiene historia, no hay pasado, hay un presente incierto. Solamente conocemos de él lo poco que el narrador nos dice desde un punto de vista asombrado y lúgubre. Sabemos que no tiene casa, que casi no come, que de vez en cuando va a los Baños María pues necesita “una arregladita”, pero no sabemos su historia. Su futuro es predecible. En la dedicatoria del libro leemos:

In Memoriam
Artemio Acevedo Herrera
Temo
? – 2005

Lo cual nos da la idea de un nombre: Artemio. En la historia lo conoceremos como “Temo”, el hipocorístico o abreviación (lo que suele llamarse diminitivo) de Artemio. Fecha de nacimiento: incierta. No sabremos nunca la edad ni los detalles de este hombre salido de la nada… y a la nada regresará.

Mucha tristeza nos ha dejado Juan Saravia en su espléndido relato. Mucha sabiduría plasmada en unas cuantas páginas y gran sentido de la humanidad.

El Diario de un loco enfermo de cordura es una de esas obras que duelen y que quedan en la memoria del lector por mucho tiempo.

Me quedo con las palabras del vagabundo-Temo-Saravia: Cuando más nos enamoramos de la vida llega la muerte.


La publicación de la que habla la autora de esta reseña, Susana Arroyo-Furphy, tiene un tiraje bastante limitado. El autor está dispuesto a que se lleve a cabo una edición mayor con alguna editorial que se interese en la publicación comercial del libro.

Cualquier comentario al respecto, favor de dirigirlo a: juan.saravia@hotmail.com


Notas:

* Saravia, Juan. (2005). Diario de un loco enfermo de cordura. México, H. Ayuntamiento de Tuxpan de Rodríguez Cano, Veracruz. 78 p.
1 A Sign, or Representamen, is a First which stands in such a genuine triadic relation to a Second, called its Object, as to be capable of determining a Third, called its Interpretant, to assume the same triadic relation to its Object in which it stands itself to the same Object. (Ch. S. Peirce, Collected Papers).
2 La semiosis ilimitada es el fenómeno por el cual un signo da nacimiento a otro signo y, especialmente, un pensamiento da nacimiento a otro pensamiento.


Dra. Susana Arroyo-Furphy
Investigadora, The University of Queensland, Australia

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