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QUISIERA HABLAR DE Doce Afectos 1

Por Susana Arroyo
Número 60

 

La palabra “afectos” puede no ser suficiente para referirse al denuedo retórico-poético de los doce escritores de quienes se me ha encomendado el honor de introducir su lectura. Sin embargo así, en plural, intento otorgarle su justo sentido, el cual pretende situarse a la altura de sus creadores.

El término “afecto”, viene del latín affectus, del cual señala la Academia: “Cada una de las pasiones del ánimo, como la ira, el amor, el odio, etc., y especialmente el amor o el cariño”. Quizá la palabra “afecto” puede no decir gran cosa, sin embargo: ...luego el sentido llena la palabra, como decía Neruda. De esta manera creo justificar la referencia que hago a las obras de una docena de escritores en las cuales ellos hablan, denuncian, señalan, manifiestan, indican, perciben, dilucidan sobre sus afectos.
Doce miradas hacia temas recurrentes: la vida, la muerte, el amor, la pérdida, la expresión de pena por la ausencia. Doce visiones, doce perspectivas. Odas a las abuelas, a las mujeres, a los otros, a la gente cercana, a los afectos.

La lectura de los Doce afectos 2 como los he llamado, me hace pensar en Rilke, en Neruda, en Borges, en los grandes maestros cuyas obras son parte del acervo de la humanidad; pero en especial, me han recordado al viejo Whitman, sí, en nuestros Doce se ha desplegado el deseo ferviente del poeta de Hojas de hierba, del cantor a la naturaleza, a la vida, a la humanidad: “Creo que una hoja de hierba, no es menos que el día de trabajo de las estrellas, y que una hormiga es perfecta, y un grano de arena…”. El regocijo del cantor a sí mismo –el del deseo  inexpugnable del hechizo perpetuado en palabras: “Yo imperturbable, a mis anchas en la Naturaleza”– ha encontrado eco y resonancia, cristal y angustia en las palabras llenas de sentidos de los escritores de esta antología. Los signos poéticos de nuestros autores se entrelazan con los de Whitman: “Mis signos son un capote contra la lluvia, fuertes zapatos y un bastón cortado en el bosque.”

La literatura ha sido y será un océano para los que escriben y un refugio para los que leen. He aquí, ahora, el abrigo que nos procuran estos Doce escritores de la vida, de la muerte, de la luz y de las sombras.

La poesía de Caty Cabezas es la de los lugares comunes descritos con magia. Lúgubre y taciturna: “Una de aquellas noches,  cerró todas las puertas”. Caty nos recuerda a César Vallejo: “Hay golpes en la vida, tan fuertes ... ¡Yo no sé!”. La poeta se desnuda “Yo, me reuniré con mis muertos”, gime y llora. Nos regala sus vehementes coplas y con ella se abre esta página de historias varias.

En “El Enroque”, de José Luis Carralero, hay una combinación antagónica de misticismo y de lucubraciones profanas. Luego el autor, en sus poemas, nos habla de ángeles, de sentidos anagógicos, de desenlaces funestos en un tono real-maravilloso. “A la Juani” es un poema libre, composición de refranes, antiguas canciones madrileñas, una elegía con sabor nacional.

Lo cotidiano, lo simple, lo real, lo tan cercano que parece nuestro; Martha Díaz de Kuri nos recrea sabores, olores, sensaciones: “chocolate, jengibre, mantequilla, menta y canela impregnaban el ambiente”. La escritora, con dulzura, hace de lo común, una alabanza: “es la hija del finadito, que se nos adelanta”.

Elsa Flores Valdés logra resolver un difícil acertijo en “En el asfalto”, donde se combina un juego de colores, en alegría aparente, sobre la mancha urbana. El acendrado espíritu de la autora, la lleva a relatar el tormento: “con la angustia encerrada entre los pliegues de la falda de manta”, y la temible realidad: “y los colores de la injusticia bordados en la blusa”.
María Elena Madrid en “Una vez más”, nos recuerda la fragilidad del ser humano, la vulnerabilidad. “Hamelin” es una súplica ensordecedora a la música, a la alegría. Diversidad de temas y matices, envoltura mística. La memoria perturbada y perdida es más lúcida que nunca en su poesía. Tan difícil tema: el amor, es tejido con suavidad y firmeza: “Hilos que son lazos, fuertes como los nudos de los marineros”.

Frente al recuerdo del padre Álvarez, “El gordito”, desespera y avergüenza. Antonio Martínez Parente, de manera singular relata en breves líneas lo que a muchos inquieta. En “Declaración” hay colores entrelazados con el amor y en otras partes de su obra: “…seguimos parados como libros a la espera de ser tomados algún día del estante”, el autor se confunde con nosotros.

En “¡Ay, Santa! Poema para un danzón”, Claudia Martínez Parente Ricaud, traza una rítmica balada musical, llena de emoción; en “Tremolina”, las dulces y complejas imágenes se recrean en medio de la desolación de un pequeño, desde: “pero la tristeza de Nacho era más pesada que un camión lleno de piedras”, hasta: “sin lograr que tanto amarillo iluminara su cara”; argamasa de luces y de llanto.

 “…perdí su nombre en las angustias del camino, se lo comieron vivo las hormigas”, desconsolada imagen cuyo sentido es agonía disfrazada de elementos naturales. Guillermina Monroy nos prodiga la fauna, la cual se da cita en el eterno tintinear de la lluvia confundida con la selva. Selva que es una silva, mágica mezcla de dolor y piedad, de pasión y lamento. Es simplemente un canto a la vida.

Victoria Navarro, en una tesitura altamente borgiana, nos remite al poeta argentino de manera vivaz y moderna: “Por  las  tardes respondo a mi cuantiosa correspondencia electrónica”. La autora entreteje el cómo y el dónde hacia la ficcional historia cuya realidad se halla al alcance de la mano: San Ángel, San Jacinto, Coyoacán; para demostrar así que “la frontera  entre fantasía y realidad sí existe,  pero  es ficticia”. En su cavilación hay una suerte de mentira que subyuga: “¿Ya nunca habrá mañanas o noches? ¿Ya no más sol o luna?”

Tangible y certera, sincera y decadente, la faceta que muestra Sara Robbins nos incomoda, nos enfrenta a su visión de la clase media: “hoy no es lunes” para empezar la dieta. Seguida de “…en paz” con Luciano, que asombra y entusiasma. Es pena y angustia: “Heredera de tu sentido del humor lo pongo a reposar un tiempo”.

Sara Robbins, gracias por tu semblanza agradecida que nos abarca a todos.

 “Paisaje interno” de Eurídice Román de Dios, nos colma de misticismo lleno de pasión y vida. Sus poemas son evocación de afectos, aromas y trinos, muerte. Crisol de naturaleza escindida en el paisaje, cristales, intensidad luminosa: “abuela, trozo de sol que cargo dentro”. Pródiga y exuberante: “Recuerdos alegres y felices con sabor a garbanzo”.

Amante de la aliteración, Martha Vázquez Lacroix ríe con “risa caricia anticipada”. Martha nos deleita con un paisaje de olores y colores entre tamarindos y flamboyanes, descubriéndose a sí misma en el impasse de la aflicción: “La boca de mi amado era mi amada”. Más tarde se despliega en el intenso sabor del oxímoron: “Soy mensajera de la espina que ofrece mariposas”. Martha, en paradoja incansable, continúa: “El tiempo de olvidar ya levantó su cosecha”.

La perfecta hormiga whitmaniana, halla eco y palpitar en el hondo clamor de Martha, quien ya no podrá llenar su chal con margaritas. Martha, entre epítetos y abismos, derrama su llanto lloroso en las ventanas de Tepotzotlán.


1 Vázquez Lacroix, Martha (Coordinadora). 2005. Doce Afectos. Antología. México, Plaza y Valdés Editores. 161 p.

2 Los autores de esta antología son: Caty Cabezas, José Luis Carralero, Martha Díaz de Kuri, Elsa Flores Valdés. María Elena Madrid, Antonio Martínez-Parente Ricaud, Claudia Martínez-Parente Ricaud, Guillermina Monroy Zavala, Victoria Navarro Amieva, Sara Robbins, Eurídice Román de Dios, Martha Vázquez Lacroix.


Dra. Susana Arroyo-Furphy
Investigadora, The University of Queensland, Australia.

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