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QUISIERA HABLAR DE la película La vie en rose,
La Môme, de Olivier Dahan.

Por Susana Arroyo
Número 60

La entrega de Óscares será dentro de unos días y los organizadores de la famosa “carpeta roja” están preocupados por la lluvia, por la no-fiesta, por la constante amenaza de huelga de los escritores, por los colores de los vestidos de las famosas que a veces arruinan el rojo escarlata de la alfombra o carpeta o tapete o felpudo, si es que la estatuilla se la lleva el castizo canario Javier Bardem. Le preguntaré a mi amiga Soraya, quien es canaria, cómo le dicen a este trozo de tejido de lana o de otras materias, y de varios dibujos y colores, con que se cubre el piso de las habitaciones y escaleras para abrigo y adorno, según lo define la RAE.

Pero yo no quiero hablar de la carpeta roja o de lo rojo sanguinario cruel y violento gusto por los que hacen cine y por los que vamos a verlo, qué desgracia, como la ensalada de ‘beetroot’, betabel, remolacha o como quieran ustedes nombrarle, pimiento colorado, tomate, ‘ketchup’ y todos los ingredientes derivados del color escarlata con que condimentaron los cruentos hermanos Cohen al pobre salvaje autista depravado de Javier Bardem. Aunque ya lo habíamos visto vestido de escarlata y cometiendo sandeces y alevosías a la bella Natalie Portman en su caracterización del cardenal odioso y odiado, temido y crucificado en la película moderna sobre Goya, en Los fantasmas de Goya, cuya excelente actuación se ha visto ensombrecida (¿engrandecida? ¿o solamente porque es de los Cohen fue nominado?) con el extraño personaje (nada extraño sea creado por los draconianos hermanos Cohen) en No Land for Old man, cuyo título entendí muy tarde, lo siento; creo que todo es debido a que no le entiendo a Thommy Lee Jones pues su dicción es pésima: casi no abre la boca al hablar y tiene un sonsonete bastante molesto, ¿no creen? Últimamente siempre habla igual. Su personaje en El valle de Elah, por el que creo que es otro que también ha sido nominado, me pareció bastante sórdido y heredero de las sagas norteamericanas, esto es de Estados Unidos, pues Norteamérica también contiene a Canadá, ah, sí, y a México, por si muchos no lo saben o confunden México con Centroamérica o Sudamérica, pero para ciertos fines da igual: nos siguen “pintando” gordos, bigotones, tontos (Vid. Traffic), cantando canciones a los “gringos” para despertarlos de las borracheras o de los balazos que han recibido. En fin, que no entendí la relación con el título, lo siento.

Algo parecido me sucedió cuando miré, remiré y contemplé la elegía que se hace a/de Daniel Day Lewis: soberbia, solamente él pudo hacer eso, casi tres horas, sí señores, casi 180 minutos viendo, observando, cuantificando, increpando, descubriendo, alardeando, manipulando, gestando, todo lo que se les pueda ocurrir en la cinta There Will Be Blood. Aunque creo que se llama diferente, pero la manera auténticamente grotesca como Daniel quien en la película también se llama Daniel- mata al hijo de Edward Norton (¿verdad que el joven es exactamente ÉL en aquella viejita La raíz del miedo/Primal Fear con el no-actor Richard Gere?), es por demás redundante, altamente hiperbólica, pleonástica, ultrametafórica, sí, todos los tropos conjuntados en su más alardeante exageración para mostrar las cualidades histriónicas (?) del superactor irlandés a quien habíamos admirado en Mi pie izquierdo/My Left Foot o el día sangriento de su padre encarcelado. Ahora en el cine, hay que ir a mirar cómo retozan y se divierten los famosos. Lo que sí le agradezco a Danielito es que haya mejorado su irlandesa dicción, la cual era más agradable al oído pero casi ininteligible para una persona monolingüe como yo. La verdad es que siempre he requerido de subtítulos, aunque sea en inglés.

Todo sea por dar circo a los romanos. Y no es que nosotros los cinéfilos seamos romanos, pero de cualquier forma necesitamos el circo, según lo creen o inventen la Warner Bross, la Century, o todas las productoras que se han amalgamado y que ahora nos ofrecen imágenes simpáticas con niños pesando en la luna o unicornios paseando por las nubes como símbolo de su pureza, ingenuidad, lozanía.

Fuera del sangriento, violento, sanguinario, macho, masculino, varonil, viril, estrepitosamente rudo cine actual y esperando ser llamado tanto productores, maquilladoras, músicos, directores, tramoyistas (perdón, no es teatro), montajistas, actores, etc., a la escena que precede a la carpeta roja, tenemos una flor que surge libre, cantarina, niña/vieja, mujer madura, siniestra, versátil, grotesca, vibrante, etérea: Marion Cotillard, haciendo el papel de una de las cantantes más controvertidas del mundo y a quien mi madre admiraba por sobre todas ellas: Edith Piaf.

Hace mucho tiempo que no me sentía tan vulnerable frente a una cinta cinematográfica. Y quiero admitirlo públicamente. La actuación de Cotillard me parece excelsa, divina, única y esplendorosa, tortuosa, depresiva, aniquilada. siempre viva, dolorosa hasta las lágrimas sinceras de angustia vertida por tanta pasión.

Sin embargo, no me hagan caso, tal vez me equivoque. Me ha pasado muchas veces pero la verdad, no me interesa. Yo le doy mi humilde estatuilla hecha de palabras y emoción a la joven maravillosa que me impresionó por su belleza y versatilidad en Love me if you Dare/Jeux d'enfants, aquella extraña muy francesa cinta en la que compartía créditos con el guapísimo Guillaume Canet, quien no sé por qué siempre va en créditos detrás de las mujeres con las que actúa como Amelie/Audrey Tatou. Guillaume es sencillamente delicioso, basta con admirarlo en Hunting and Gathering, que es el nombre que le han puesto en inglés a la cinta Ensemble, c'est tout, del director Claude Berri, en la cual hay una sorpresiva e inteligente actuación de Laurent Stocker.

Cotillard aparece en la película Big Fish de Tim Burton, quien por cierto no la dejó actuar demasiado, concediéndole el papel de nuera embarazada de Albert Finney.

Pero yo quiero hablar de Edith/Marion.
Y quiero hablar además de mis fallos como cinéfila, crítica, articulista de este seudo séptimo arte que me fascina al igual que a ustedes.
Para muestra...

Año              Lo obtuvo             Por la peli                  Lo debió obtener


1996

Frances McDormand

Fargo

Frances McDormand

Fargo

1997

Helen Hunt

As Good as it Gets

Judi Dench

Mrs. Brown

1998

Gwyneth Paltrow

Shakespeare in Love

Cate Blanchet

Elizabeth

1999

Hillary Swank

Boys don’t cry

Hillary Swank

Boys don’t cry

2000

Julia Roberts

Erin Brockovich

Ellen Burstyn

Requiem for a Dream

2001

Halle Berry

Monsters Ball

Judi Dench

Iris

2002

Nicole Kidman

The Hours

Salma Hayek

Frida

2003

Charlize Theron

Monster

Charlize Theron

Monster

2004

Hillary Swank

Million Dollar Baby

Kate Winslet

Eternal Sunshine of the Spotless Mind

2005

Reese Witherspoon

En la cuerda floja

Felicity Huffman

Transamerica

2006

Helen Mirren

The Queen

Helen Mirren

The Queen

2007

Marion Cotillard

La vie en rose

Marion Cotillard

La vie en rose

      

     
Lo obtuvo Lo debió obtener ¿Qué le pasó a la Academia?
      
      

Tras mi propuesta de reconocimientos convenientes y convenidos a las actuaciones femeninas por la llamada Academy of Motion Picture Arts and Science, y solamente por tratarse en esta reseña sobre una actriz que ha encarnado con fuerza, valentía, ingenuidad y firmeza a la vez, y que se encuentra nominada por tal Academia, prosigo a realizar un análisis de la película y el personaje.
Encuentro una relación de faneroscopía entre la verdad dicha al espectador como realidad de sentido en la vida de Edith Piaf y la representación formal de los elementos (cualidades) que observamos en actos (características formales e informales: voz, cejas, labios, cuerpo, pelo) la mujer que sabemos que no es Edith Piaf pero que a nuestros ojos lo es, de acuerdo con las leyes que gobiernan el sentido presentado al espectador bajo el o los pensamientos que de ella tenemos y por sus actuaciones (actos), debido todo esto a la experiencia o conjunto de experiencias comunes al objeto, en este caso a la persona representada.
De acuerdo con Peirce, el faneron es un fenómeno que se presenta en nuestra mente aquí y ahora de algo real o no.
En el caso de Piaf/Cotillard, se cumple fenomenológicamente el proceso y el decurso del faneron.
"Mi opinión es que hay tres modos de ser. Sostengo que podemos observarlos directamente en los elementos de todo lo que está presente en nuestra mente en todo momento de una manera u otra. Son el ser de la posibilidad cualitativa positiva, el ser del hecho actual (es decir "en acto"), y el ser de la ley que gobernará los hechos en el futuro" (Peirce, CP 1-23).
Nuestro sabio lógico-matemático nos obliga a pensar en la idea. Este será uno de los aciertos más grandes de Pierce, así como uno de los más cercanos a la lógica y a la filosofía. Pero, insisto, nos debemos ceñir al conglomerado semiótico.
El signo Edith Piaf no existe, sin embargo se presenta y se representa ante nuestros ojos por medio de Marion Cotillard quien canta (aunque sabemos que no es su voz la que escuchamos) pero mediante su actuación y serie de actuaciones nos hace pensar, nos da la idea de que ella es una cantante. Y es Edith Piaf.
Una de las maneras formales de expresar el fenómeno de la faneroscopía, es, desde luego interpretando a Pierce, por medio de tres (claro, la triada nuevamente) elementos indescomponibles:
- primans: cualidades generales no materializables pero que pueden serlo como los colores, las formas
- secondans: existentes o hechos (los existentes se consideran en su capacidad para oponerse)
- tertians: leyes, pensamientos mediadores, hábitos colectivos.

Así, ejemplificando el fenómenos único, verdadero e irrepetible de la relación Piaf/Cotillard/Piaf, tendríamos:
- primans: estatura, complexión, gestos, cara, manos, brazos, comportamiento, pelo, ojos, labios, voz:
- secondans: baste observar una foto de Piaf para reconocerla en Cotillard; de manera opuesta y complementaria: baste observar una foto de Cotillard para pensar en Piaf; hechos: comportamientos, historia, fama, actuaciones;
- tertians: leyes: las que rigen los rasgos: el pelo de la moda de la época, el comportamiento que permtiera reconocer a una mujer francesa de principios del siglo XX; pensamientos mediadores: la capacidad de hacernos creer que se trata del sufrimiento de una mujer quien fuera una niña abandonada y viviera los bajos fondos de una sociedad posterior a la guerra, los abusos, su inclinación por las drogas, su excelente y mágica voz, su comportamiento congruente en los hábitos que reconocemos como vividos por la actriz.
Proceder a la faneroscopía de un fanerón cualquiera, es descomponer a ese fanerón en fanerones elementales, es decir en cualidades (consideradas bajo su aspecto monádico), en existentes y en hechos (considerados bajo su aspecto diádico) y en leyes o conceptos que gobiernan esos existentes y esos hechos (considerado bajo su aspecto triádico o mediador).
Así observamos, nos deleitamos, sufrimos, reconocemos, intuimos, admiramos, veneramos a una Cotillard/Piaf/Cotillard, con la que por fortuna para los espectadores, le queda aún un gran camino por recorrer y más perfectas actuaciones por prodigar al mundo.
Felicidades, Marion Cotillard.

Estimados lectores:
Lamento mucho que al finalizar esta reseña, advirtiera quien esto escribe que las últimas líneas fueron escritas con el conocimiento de la obtención de la codiciada estatuilla por la gran Marion Cotillard.


Dra. Susana Arroyo-Furphy
Investigadora, The University of Queensland, Australia.

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