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BLACK SWAN O YA NO HAY AMOR EN EL CINE

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Por Susana Arroyo-Furphy

 

El título de la novela del italiano Rafael Bastier escrita en 1932 y llevada a la pantalla por Henry King, en 1942, con las impresionantes actuaciones de Tyron Power, Maureen O’Hara y Antony Quinn, The Black Swan,  ha servido de inspiración a Darren Aronofsky para realizar una cinta de audaces dimensiones.

Aronofsky, como buen director, ha tenido el gran tino de contar con excelentes protagonistas –conveniente caza de un lince– y hacerse además de provechosas novelas. Así lo demostró con Ellen Burstyn y Jeniffer Connelly, en Requiem for a Dream, 2000, basada en la novela de 1978 de Hubert Selby, Jr., filmada tras la incipiente  (Pi), con Sean Gullette, en 1998. Mucho tiempo después Hugh Jackman y Rachel Weisz –actual pareja de Aronofsky–, participaron en la poco afortunada The Fountain, en 2006. Más tarde, un formidable Micky Rourke, perfecto para el papel del que será, de hecho, un clásico filme: The Wrestler, en 2008. Ahora, en el 2010 ha contado con la mágica presencia de Natalie Portman, la incomparable Mila Kunis, el seductor Vincent Castel (a quien no le sacó mucho partido, por cierto), para su Black Swan, la cual le debe mucho a Barbara Hershey.


Antes de decidirme a escribir algo sobre esta película leí algunos comentarios y algunos foros, los cuales son muchas veces más honestos y decididos que la crítica internacional. En un foro se dijo con honestidad: “¿cuál fue el final de la película?”. Otra intervención, y fue la que me impulsó a escribir esto, decía: “yo voy al cine a ver actuar a los actores, no necesito que sepan bailar o hacer otra cosa”. Parecerían notas perogrullescas, ah, pero cuánta sabiduría hay en ello.

Veamos.

blackswan


La cinta transcurre en un tiempo abrupto con manejo de cámara impromptu, lo cual nos recuerda a   (Pi) y nos hace pensar en los estatutos de Dogma95, con el clásico manifiesto iniciado por Lars von Trier. Conforme la cinta va tomando su cauce, los movimientos de cámara en el hombro, acaban. Hay, sin embargo, tomas muy rápidas que distraen al espectador y lo llevan hacia mundos encontrados.

La protagonista, Natalie / Nina, se encuentra con ella misma. Ve objetos en movimiento cuando no lo están, confunde a las personas, se mira caminar en sentido inverso, en fin, estamos frente a un caso típico de esquizofrenia. (Podríamos pensar en: The Fight Club, David Fincher, 1999; Spider, de Cronenberg, 2002;  The Science of Sleep, Michel Gondry, 2006; The Soloist, Joe Wright, 2009. La lista podría ser larga).

El problema no queda ahí. El verdadero problema es que Natalie / Nina es bailarina de ballet. Todos los medios nos han dicho, re-dicho y vuelto a decir que la actriz pasó un año tomando clases de ballet y nadando (?) muchas horas diariamente. El problema de Natalie / Nina-bailarina-de-ballet es que quiere ser obsesivamente, desquiciantemente, esquizofrénicamente el papel principal, el cual es el black swan. Tal es su obsesión que su piel se agrieta de manera mágica –me encanta la escena en la que baila y las alas se desprenden de su piel, van naciendo como pequeñas plumas hasta que despliegan, portentosas, un auténtico regalo visual–, la piel se agrieta, decía, pues la bailarina Nina /Natalie, se considera a sí misma un cisne. Por cierto que cuando la conversión a cisne se da en las extremidades inferiores, como patas de un enorme pato, el cuadro logró extraer francas risas en el público. Eso no fue espléndido ni deleitoso, fue bastante ridículo. Creo que se le pasó la mano en los efectos al señor Aronofsky.

El problema, insisto, decía, es que su participación como cisne negro se ha convertido en objeto de deseo, las compañeras la odian, de por sí, ella no era muy amiguera que digamos, siempre está sola, su comportamiento es un tanto raro.

El otro problema, es que son muchos, la madre de N / N bailarina, está loca. La brillante participación de Barbara Hershey con su belleza venida a menos pero con inigualables cualidades como actriz, es una madre obsesiva con grandes desórdenes mentales entre los que está el de cuidar de manera afanosa y vehemente a N / N pues es su tesoro.

Así que N / N tiene varios problemas, uno lidiar con las manías y locuras de su madre; otro, desembarazarse de los cortejos de un Vincent Casel / Thomas Leroy, al que se le ha dado un rol esquelético, desde el nombre, y se le ha colocado como un simple donjuán; amén de batallar con las intrigas de las colegas bailarinas que la odian y le pintan “puta” en el espejo.

No satisfecha con tantos problemas se aúna uno de los más grandes, su rival. Sí, el libreto nos  presenta a la verdadera mala del cuento y ella es la estupenda Mila Kunis / Lily / otra-hermosa-talentosa-bailarina (de la cual también nos hemos enterado por todos los medios posibles que perdió peso, hizo ejercicio, etc., etc.).

Nina y Lily –nombres bastante simples para semejantes problemáticas chicas– llegan a hacerse amigas y comer hamburguesas juntas y además de drogarse, tener sexo en el baño con los primeros chicos que aparecen, cosa que a la conservadora N / N no le gusta y decide, aún entre drogas vencida, ir a casa y hacer el amor con la amiga M / L, la cual finalmente no era ella, sino ella misma, es decir, finalmente, para poder bailar bien, N / N se ha masturbado.

El mayor y gigantesco problema es que M / L ataca a N / N en su propio camarote, el cual le había pertencido a Winona Ryder, de quien la belleza empieza a alejarse por ser una bailarina un tanto mayor de edad. Ese camarote es invadido por M / L quien forcejea con N / N hasta que N / N le da muerte. Hasta aquí el argumento, aunque complejo y falaz, es comprensible. Estamos frente a una mujer esquizofrénica cuya enfermedad emergió hasta cierta etapa adulta de su vida. Suponemos, no lo sabemos pero suponemos que antes había sido más o menos normal.

Si N / N se da muerte a sí misma creyendo atacar a su contrincante M / L, o si accidentalmente rompió el espejo y se enterró un vidrio y apareció con “el espejo enterrado” en la última decena de minutos en su majestuoso baile; o, si nada de esto es cierto y ella sólo bailó mágicamente; o, si no bailó, no murió, no mató a nadie y quizá se encuentre en un manicomio; o, si nunca existió nada de lo enumerado más arriba, el honorable público jamás se enterará.

Me gustan los finales abiertos. Me parece plausible el manejo de escena, la excelente dirección de Aronofsky, me encanta Vincent Castel y soy una admiradora de la belleza y el talento de Natalie Portman, así como de Mila Kunis y de la soberbia Barbara Heshey.

La cinta es un despliegue de tecnología, la Portman y la Kunis parece que bailan aunque, dicho por expertos, lo hacen muy mal. Yo, como no soy experta me contento con lo que he visto.

La imagen de Vincent Casel haciéndole el amor a Mila Kunis y luego convertirse en la máscara del padre de Amadeus cuando escribía Don Juan: ¿era la misma, verdad?, es de dar miedo.

Sólo hay algo que en verdad no me agrada, y es que en el cine ya no hay amor. Todo se hace por obsesión (bailar), por egoísmo (las colegas y M / L), por vanidad (N / N, M / L, Vincent / Thomas, las malas que la odian), y por enfermedad: ella y su madre. Nadie ama a nadie y nadie ama nada. Es triste.


Finalmente creo que casi le sucedía a la Portman lo que le pasó a Winona Ryder en Girl, interrupted cuando la Academia le concedió el Óscar a Angelina Jolie y no a la actriz principal. La Academia se cuidó de no nominar a la excelente Kunis.

Último final (ya que el director se lo ha permitido, yo también lo hago con el permiso de los lectores). Hemos disfrutado a una excelente Mila Kunis que casi le arrebata la escena a la bella joven israelí: Natalie Portman.

 


Dra. Susana Arroyo-Furphy
Honorary Researcher Consultant

The University of Queensland


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