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Por Edgar Gómez
Número 25
Quisiera decir
que, como estudioso de la tecnología (y tengo que sincerarme
y decir que como enamorado de ella), me parece importante el hecho
de que esta no es sólo una herramienta y, por lo que propongo
cuatro historias breves como una forma de recordarnos (¿o
recordarme, quizá?) que a veces sigue siendo mejor el viejo
estilo de las cosas que las tecnologías utilizadas sólo
por el hecho de usarlas. Vayan entonces estos ejemplos.
Un mal necesario
(ahora en multimedia)
Hace un par de semanas fui al dentista. Sin ánimo de convertir
este relato en una historia de horror o en un drama (más
horror que la visita en sí y más drama que el que
hice no puede haber), diré que en principio todo aconteció
con normalidad: el dentista hablando del viejo refrán que
dicta que el "sacamuelas" es uno de los males necesarios
(en respuesta a mi queja acostumbrada de cada visita) y él
aprovechándose de que mi boca no podía en ese momento,
ser una fuente de insultos. De repente, el dentista me dijo: "Quiero
enseñarte algo". Con las reservas comprensibles ante
una frase de ese tipo en un contexto como el anterior, esperé
a que se alejara un poco. Él encendió su computadora
(con la cual había tomado mis datos al principio) y comenzó
a cargar un programa de cuyo nombre no quiero acordarme. Empezó
a mostrarme cómo afectaban las caries a los dientes, cómo
debían cuidarse estos y lo turbio que se ponía el
futuro si dichas caries llegaban a extenderse. Luego del educativo
uso, en repetidas ocasiones, de la misma animación, regresamos
al asunto que nos competía, el dentista siguió su
recorrido higiénico por mi boca, ya de por sí torturada,
y de repente exclamó de nuevo: "Mira, esto también
es interesante". Débil por la situación tan poco
democrática en la que me encontraba, bajé de la silla
(o como se llame ese instrumento de tortura), le seguí nuevamente
hasta el monitor de su computadora y vi un par de animaciones más,
esta situación que se repitió en 4 ocasiones en total.
Al final, deprimido por todos los males que acababa de ver en Flash1
le pregunté al doctor si todo eso que acababa de ver estaba
dentro de mi boca, a lo que él respondió "Oh,
no, tu boca está bien, lo que pasa es que acabo de comprar
este programa y quería enseñártelo"
"No hay, no
hay"2 cibernético
Llegando a la central camionera (que es como el aeropuerto, pero
de los pobres) pedí un boleto a una señorita que,
artísticamente, se lijaba las uñas con una precisión
digna de ser aplaudida. Con una mezcla de incredulidad y hastío,
me informó de que el sistema se había caído.
Sin querer herir sus sentimientos, pero sí subir a un camión
que me trajera a casa, le pregunté si era posible que me
vendiera un boleto y lo llenara a mano. Ella, mirándome como
se suele mirar a los pecadores, los bandidos o los que desconocen
que con la tecnología no se juega, me devolvió un
rotundo: "No". Quisiera decir que la historia tuvo un
final feliz, que el sistema se recuperó de su caída,
que mi boleto pudo imprimirse, que tomé el camión.
Sin embargo, no todas las historias terminan bien y ésta
llegó a su fin cuando me trasladé al módulo
de otra compañía y me informaron sobre la ruta que
quería cursar: "Acaba de salir, el siguiente es en 3
horas".
Viajar sin salir
de casa (ni para comprar el boleto)
En su libro "La Psicología del Internet", Patricia
Wallace cuenta la anécdota de cuando iba a hacer un viaje
y decidió buscar los vuelos más económicos
y que le convinieran más en el sistema SABRE (sistema en
línea para hacer reservaciones e itinerarios de vuelo). Encendió
su computadora, se conectó al Internet y comenzó la
búsqueda. Después de 45 minutos de frustraciones porque
no entendía el uso del sistema, tomó la salomónica
decisión de hablar por teléfono a una agencia. Una
señorita muy amable le resolvió su problema dándole
el mejor itinerario, a muy buen precio, en sólo 10 minutos.
10+10 siguen siendo
20
Esta historia me la contó un alumno de la Maestría
en Tecnología Educativa de la Universidad, que comentaba
que en una ocasión fue a una oficina gubernamental y la señorita
tenía que hacer varios cálculos, uno de los cuales,
era sumar diez más diez. Después de hacerlo hábilmente
en la calculadora, Milton (así se llama el protagonista de
esta historia) le dijo "diez más diez es veinte, no
tenía que usar la calculadora para ello", a lo que la
señorita respondió "Si, sólo estaba comprobando".
Sin duda ninguna de
estas historias es lejana de las experiencias diarias de muchas
personas en distintas partes del mundo, y aunque la tecnología
aporta grandes avances en casi todos los ámbitos de la vida
moderna, los negritos en el arroz siguen siendo constantes: cajeros
que se quedan con las tarjetas, cobros de llamadas telefónicas
que fueron hechas desde un teléfono clon, virus que terminan
con toda la información de nuestros discos duros, horas y
horas gastadas en buscar información en Internet, etc. Si
usted, estimado lector o lectora, tiene alguna historia similar,
compártala conmigo (ya que todavía no existe una PROFECO3
para la civilización o para la tecnología). Aunque
bien dicen que mal de muchos, consuelo de tontos.
Notas:
1
Programa que se utiliza para hacer
animaciones
2 El "No hay, no hay",
era un personaje de la serie cómica mexicana "¿Qué
nos pasa?". Este personaje, siempre detrás de un mostrador,
era una parodia de aquellos que tienen poco tacto con los clientes
y siempre niegan que haya el producto que se vende en la tienda,
siendo además absurdos en sus pretextos.
3 Procuraduría Federal
del Consumidor, organismo que se encarga en México de atender
las quejas ciudadanas sobre empresas y servicios.
Mtro.
Edgar Gómez
Profesor-investigador en la la Facultad de
Letras y Comunicación de la Universidad
de Colima, México. Se ha dedicado a investigar la cibercultura
desde hace 5 años. Ha escrito textos sobre Comunicación
Internacional, Comunidades Virtuales y la Comunicación Mediada
por Computadora (CMC) en diversas publicaciones. Es colaborador del
laboratorio para la Cibersociedad y es coproductor de un programa
de radio de músicas del mundo |