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Mayo 2002

 

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Comunicación y la Telaraña

Crónica de un día en la oficina (y moraleja)

 
Por Edgar Gómez
Número 26

Diariamente llego a la oficina entre las 8 y las nueve de la mañana (dependiendo de si tengo o no clases). Cuando entro, normalmente, lo primero que hago es prender la computadora; mientras aparece una imagen que tengo de fondo de pantalla, van iniciándose uno a uno los programas que están programados por default: el correo electrónico, los sistemas de messengers (mensajeros) y un ICQ. De verdad me siento privilegiado, porque mientras que a algunos de mis colegas les pagan por ver televisión, a otros por leer el periódico y a unos más por escuchar radio, a mí me pagan por chatear (dicho esto en el más académico de los sentidos). Hace ya varios años que me dedico a estudiar lo que sucede en las llamadas comunidades en línea, interesándome especialmente por cuestiones sobre identidad, socialización, comunicación, y estoy convencido de que el Internet plantea un reto para la investigación de la comunicación que, además (y lo digo con un poco de nostalgia), está de moda entre los compañeros y compañeras académicos. Estaba absorto en estos pensamientos de lo trascendente de nuestro trabajo cuando apareció una ventana en la pantalla, con un saludo cordial, son apenas las 9:10 de la mañana.

Espacio y Tiempo
El mensajito cordial pertenecía a un colega que trabaja en Medellín, que me preguntaba sobre una bibliografía que había quedado de pasarle porque estamos construyendo un texto juntos. Al lado, mi compañero de cubículo me preguntaba mi dirección electrónica para mandarme un documento sobre un curso que vamos a dar a los aspirantes, minutos después leía este correo y se lo regresaba con mis observaciones, eran las 9:30. De repente, mi colega colombiano me decía que había leído un texto mío y que le había interesado, que me enviaba otro él. Al mismo tiempo, aparecía en mi pantalla un aviso de que mi amiga que vive en Francia había iniciado sesión. Comenzó hablándome de su computadora, que había estado descompuesta, y preguntándome por los amigos comunes que tenemos en Colima (donde, aunque ni yo lo crea, vivo). Un poco después de intercambiar saludos, buenos deseos, un par de bromas y un par de fotos de cuando era niña, nos despedimos (aunque me paguen por chatear, tampoco hay que abusar). Acto seguido, la secretaria de la Facultad, que se encuentra como a unos 46 pasos de mi oficina (pasos de alguien de estatura normal), me mandó un mensaje urgente avisándome de que tenía una llamada telefónica. Cuando regresé de atenderla ya tenía un par de mensajes y un correo electrónico, uno de una alumna que vive en Veracruz y que estuvo en un taller que di en Aguascalientes pidiéndome una referencia bibliográfica; el otro de una chica española que está haciendo su tesis sobre Comunicación Mediada por Computadora y que quería datos de mi trabajo; y por último de un alumno de una universidad que conozco en la Ciudad de México que me preguntaba sobre la capacidad de los medios para incidir en la vida cotidiana de las personas (a estos dos últimos no los conozco más que de bytes). Eran apenas las 10:30.

Un rato más tarde, y tratando de concentrarme en este texto, me llegó el correo de una profesora de Canadá con la que estamos organizando la sesión dedicada a la apropiación de Internet en diversas culturas (valga el gol) en un congreso de Estudios Culturales en Finlandia, y que me pedía cierta información. Me puse a pensar....

A ver, hoy no ha venido ningún estudiante de mi facultad a hacerme una pregunta, saludarme con una manzana (por eso soy profesor, porque pensé que siempre había alumnos con manzanas) ni a pedirme nada y sin embargo, dos estudiantes, uno del D.F. y otra de Veracruz, lo hicieron (lástima de manzanas virtuales). Por otro lado, el profesor que está al lado y una que vive en el norte del continente y uno que vive en el sur, me mandaron casi al mismo tiempo sendos documentos que regresé por la misma vía, la electrónica. Y por último un par de amigos, una en Francia y otros en la cafetería nos saludamos e intercambiamos un par de impresiones sobre cualquier cosa. ¿Y ese concepto que decían en las primarias que había?.... ese del... ¡ah, sí! ¡Espacio! Pues creo que ya está un poco pasado de moda porque si tengo el mismo contacto con un profesor que está a 20 centímetros que con una que está a 3000 kilómetros, algo está ocurriendo. En realidad estas cuestiones de la distancia y del tiempo, son unas de las que más se habla cuando se hace apología de Internet. Henri Bakis, un francés que lleva más de 20 años trabajando con la relación entre espacio geográfico y telecomunicaciones, plantea que éstas han transformado las nociones clásicas del tiempo y del espacio, por lo que propone una nueva forma de concebir esta relación. Por ejemplo: ¿qué pasa cuando se tarda más en llegar de la casa al aeropuerto que lo que dura el vuelo? O en mi caso, ¿qué importan los kilómetros cuando la rapidez de comunicación se da por la conexión a Internet más que por las carreteras? (tendremos que cambiar ese bolero de "Contigo en la distancia" yo propondría modificarlo a "Contigo en el e-mail").

¿Comunidades de Interés?
Otra de las apologías del Internet es la posibilidad de conectar intereses independientemente de los lugares en donde éstos se encuentran. En mi caso tengo colegas y amigos con los que me comunico con cierta regularidad en lugares tan cercanos como Alemania y Monterrey (que para mí están a la misma distancia, a sólo un click de "enviar"), y en realidad lo que me une a ellos es nuestro mutuo interés en la investigación de la comunicación, en los problemas del mundo, en los viajes o en el fútbol. Y estoy seguro que si me interesara el rugby, el sake japonés (con sushi, por supuesto), o los cantos zulúes, podría encontrar personas que compartieran dichos intereses y que estarían dispuestos a intercambiar recetas, imágenes o canciones conmigo.

Nuevamente la distancia desaparece y el tiempo se acorta (en el entendido que para contactar a alguien así en el pasado se requería un poco más de energías y tiempo). Casos hay muchos, el de una chica española que toma un diplomado con su mamá sobre literatura feminista, una vive en México, la otra cerca de Barcelona, y las dos están haciendo el mismo curso por Internet (supongo que una forma de sentirse unidas). O el caso de una chica colombiana que tiene a su novio en Nueva York y con el que se "ve" a diario sentados ambos en sus computadoras (con la sofisticación de las cámaras y micrófonos). Ni hablar de la posibilidad de votar por su candidato fuera del país (ésa sí es democracia electrónica) o de leer todas las mañanas el periódico local de Goa (una playa hippie de la India). Sin embargo, más que lo chusco, fantástico o curioso que esto pudiera ser, lo que vale la pena recalcar es la posibilidad de establecer redes de interés en cualquier parte. Como dice Castells, "en la realidad los individuos están reconstruyendo el modelo de interacción social con la ayuda de las nuevas posibilidades tecnológicas para crear un nuevo modelo de sociedad: la sociedad red" (2001, p.154). Y esa posibilidad no debería desperdiciarse (y no digo que los clubes de fans interculturales de Britney Spears sean necesariamente malos), sino que se tendría que explotar al máximo esa capacidad que da la tecnología de poder establecer vínculos de cooperación (y desarrollo, para completar el concepto).

Moraleja
Hace un par de semanas, en el teatro Camilo Torres de la Universidad de Antioquia en Medellín, Colombia, hablaba con un grupo de estudiantes sobre la importancia de convertir a Internet en el medio que siempre soñamos los que pasamos por una escuela de comunicación; barato, accesible, libre, lúdico, experimental, con una (posible) gran difusión, y no para reproducir lo que ya tenemos de sobra en los medios tradicionales, sino para realmente "crear" una red que impacte productiva y positivamente en el ámbito del arte, la academia y la sociedad en general.


Fuentes:

Castells, M. (2001). La Galaxia Internet. Espana: Plaza & Janes.


Mtro. Edgar Gómez
Profesor-investigador en la la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima, México. Se ha dedicado a investigar la cibercultura desde hace 5 años. Ha escrito textos sobre Comunicación Internacional, Comunidades Virtuales y la Comunicación Mediada por Computadora (CMC) en diversas publicaciones. Es colaborador del laboratorio para la Cibersociedad y es coproductor de un programa de radio de músicas del mundo

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