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Septiembre 2002

 

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Comunicación y la Telaraña

Les presento a mi computadora: "Camila"

 
Por Edgar Gómez
Número 28

El otro día recordaba una película que vi hace muchos años. Se llamaba creo que "Sueños Electrónicos" y era la historia de una computadora que se enamoraba de su dueño. Él le decía que lo suyo era imposible pero ella no entendía (interesante que la máquina haya sido Ella y no Él, hasta ahí se reproducen las cuestiones de género). No recuerdo qué pasaba después, pero la reflexión que me parece importante gira en torno a la forma en la que hemos integrado en nuestra cotidianeidad las tecnologías, en las cuales incluso hemos llegado a pensar como parte de nuestra familia. Películas que hablan de un futuro donde las computadoras (y en general las tecnologías) han llegado realmente a tener características humanas hay más de una. La computadora enamorada que mencioné es uno de los casos pero también ha habido otras paranoicas (el famoso Hal de Odisea 2010), el robot suicida en el cuento de Asimov (escuchar los problemas de la humanidad es un paquete muy grande, incluso para una máquina). ¿Creen que exagero? Sólo un par de comentarios para ejemplificarlo (personales y prestados).

De cómo un amor termina y otro inicia
La computadora que he tenido por más de 2 años se llama Camila, que en años-computadora ya es una viejita; ya no puede correr como solía hacerlo y su memoria ya no se acuerda de todas las cosas, le cuesta un poco de trabajo moverse y, para ser sinceros, ya no despierta en mí la pasión que antes me hacía ir corriendo a encenderla y usarla. Hace un par de meses, conocí una nueva computadora; liviana, con buena forma, nueva, más rápida y con menos peso. No es que haya cambiado lo que siento por Camila, pero desde que conocí a Petra (así se llama mi nueva máquina), mi vida se transformó; no tuve más remedio que comprarla y ahora vivo felizmente con las dos. Sin embargo, el otro día, Camila (supongo que en señal de protesta por mi adulterio tecnológico) se enfermó; un Emilio le llegó con engaños y le pegó un virus durísimo: Creí que la perdía. Le puse sus vacunas, la llevé al Ingeniero-médico y hasta estuve dispuesto a hacerle un transplante de tarjeta madre. Al final, su fortaleza venció al virus y logró sobrevivir. Desde entonces, ha tomado su segundo aire y hasta me ha hecho olvidar a mi laptop (Petra), que pasa cada vez más tiempo guardada en su funda. Lo que debo confesar es que tengo dos nuevas amiguitas; Rosy, mi lectora de minidisc que siempre me acompaña en mis caminatas vespertinas y Chuchi, mi cámara digital que se lleva muy bien con Petra pero no con Camila.

Esta historia puede (o no) ser ficticia; lo interesante es el lenguaje que utilizamos para nombrar los recursos tecnológicos y la manera en la que los personificamos y animamos . Es decir, que les damos atributos y características que son humanos y que otorgamos almas y sentimientos a dichos objetos. Frases como "mi computadora está enfermita", "Mi coche está haciendo un berrinche", "ándale televisioncita, funciona", "qué te pasa #$%#&#, "por qué no quieres jalar?" y muchas otras no son raras de escuchar. Esto me lleva a pensar en los cyborg (mitad humanos y mitad máquinas), Idea no del todo lejana. Naief Yehya en su libro "El cuerpo transformado" propone que hemos sido cyborgs por mucho tiempo; ya que usamos tecnologías para extender nuestras limitaciones humanas: gafas para ir más allá de nuestras carencias visuales, aparatos para el oído, y ahora, con los avances en medicina, hasta corazones y pulmones. Nuestra comunicación es cada vez más mediada (teléfonos, faxes, correos electrónicos, etc.) y nuestra realidad también (noticias en televisión, cine, uso del Internet etc.). ¿No estaremos llegando al futuro? ¿Será éste futuro el que queremos?

Hasta la vista Baby y otros clásicos del futuro
El otro día veía un documental sobre las últimas versiones de robots que han salido. No debiera impresionarme y, sin embargo, cuando veo a una máquina caminando como humano, hablando como humano (espero que no racionando como éste, ojalá y en eso las máquinas sean menos destructivas), y haciendo cosas de humanos como jugar ping-pong, tocar un piano o cantar, no puedo más que preocuparme por lo que viene. No se trata de ser neoluddita y frenar el desarrollo con la pancarta de la vida atecnológica y preindustrial, de hecho estoy a favor del uso de la tecnología porque creo que es una herramienta posible para el desarrollo, es sólo que yo soy de la generación que vio Terminator y el futuro planteando una dualidad de poder entre máquinas y humanos, y no me parece del todo agradable. Incluso si las máquinas son tan atractivas como la protagonista de Blade Runner o tan tiernas como la versión posmoderna de Pinocho en Inteligencia Artificial. El planteamiento tampoco es que dejemos de querer a nuestros utensilios domésticos como queremos a nuestras novias, esposos o madres (ojalá ningún lector o lectora tenga una confusión más grave con respecto a esto), pero sí que tengamos una reflexión constante en relación a cómo integramos dichos elementos en nuestra vida y así poder valorarlos en una dimensión más adecuada. Finalmente, lo que importa no es si las máquinas se pueden enamorar de nosotros los humanos, sino que nosotros no nos enamoremos de nuestras máquinas (o por lo menos no tanto como para dejar a nuestras parejas por ellas). Está bien que las cuidemos, las utilicemos correctamente, las limpiemos y hasta las estimemos, pero eso de arroparlas, mimarlas, comprarles sombreritos y demás ya no me parece del todo sano, en todo caso sí muy personal. ¿Y usted, cómo llama a su computadora?


Mtro. Edgar Gómez
Profesor-investigador en la la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima, México. Se ha dedicado a investigar la cibercultura desde hace 5 años. Ha escrito textos sobre Comunicación Internacional, Comunidades Virtuales y la Comunicación Mediada por Computadora (CMC) en diversas publicaciones. Es colaborador del laboratorio para la Cibersociedad y es coproductor de un programa de radio de músicas del mundo

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