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Big Brother

 

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Inevitabilidad de Big Brother
 

Por Alfredo Troncoso
Especial Big Brother

EL género humano no tolera mucha realidad.
T. S. Eliot

A pocos días de su aparición en las pantallas mexicanas ya ha comenzado la bochornosa plegaria en periódicos, revistas y medios en general: "no nos obliguen a ver esto, no nos degraden, no degraden a los esclavizados participantes, no pisoteen la dignidad humana". Y después, con gesto amenazador: "¿qué no nos merecemos nada mejor? ¿No hay nadie con la fuerza moral para oponerse? ¿Se van a cruzar de brazos nuestros legisladores?" Y por último, ya en patética resignación: "conste que si nadie hace nada no podré impedir que mis hijos lo vean... ni que yo lo vea (aunque no esté de acuerdo)... ¿en serio hasta en los baños hay cámaras? ¡Se puede poner bueno!"

No quiero participar en el repugnante debate sobre medidas para salvaguardar la moral de una ciudadanía que se pretende indefensa, me niego a pensar siquiera que haya que tratar a los adultos como si fueran niños. No hay moral sin libertad. Ahí donde se contempla la censura no puede haber ni moral ni dignidad humana que defender. Tampoco quiero decir verismos sobre los escasos méritos estéticos de Big Brother, es evidente que estamos ante un simple fenómeno de cultura popular, de entretenimiento televisivo --y no hay porque reabrir la rancia disputa en torno a la supuesta ilegitimidad del entretenimiento.

Una vez expresada mi indignación ante la indignación moralista (que no moral) de los censores, quisiera empezar a tratar de comprender porqué el programa es tan irresistible, porqué es experimentado como una fatalidad por defensores y detractores, como el último decreto de su majestad mundial la TV.

Con la excepción de Estados Unidos (y sería asunto de todo un estudio averiguar porqué el programa aburrió al público americano), Big Brother ha sido un fenómeno arrollador en las televisiones de los países donde se ha presentado, países como Inglaterra, Alemania, Holanda, Italia, Argentina y España. Contrario a lo que suelen pensar los detractores del programa, no es la promesa de desnudos en el baño lo que nutre las expectativas del público, de hecho en la mayoría de las versiones en diversos países las cámaras en el baño sólo sirven para fines de seguridad, no de transmisión. En cuanto al sexo, en aquellas versiones donde lo hubo (¿o su escenificación?), dejó más a la imaginación que las películas para niños. ¿Qué es entonces lo que atrae al público?

Big Brother y la mayor parte de los programas de la compañía holandesa Endemol responden a lo que en términos más o menos contradictorios se ha dado por llamar "real TV", "truth TV" o incluso, en pleno oximorón, "reality show". Aunque hay que aclarar que se distingue de las versiones pseudo periodísticas de reality show en la medida en que es, abiertamente, entretenimiento, no información (otra cosa habría que decir sobre la necesidad de regular el derecho a la información en esas variantes del "truth TV"). En la "real TV, como en todo entretenimiento, el público se relaja en cuanto a los límites entre realidad y juego. Lo primordial, sin embargo, es que el público se ha puesto a exigirle a sus ficciones televisivas que, además de ser ficticias, sean reales. Dicho en otras palabras, las audiencias parecen haberse cansado de las escenificaciones, personajes e historias concebidas exclusivamente por los productores, quieren substituir a los personajes por gente como ellos y a las historias escenificadas por situaciones "reales" donde se ven las cámaras e intervienen el público y el azar.

Está por demás decir que no se llega al punto en que el público es soberano, la voz cantante la sigue llevando el productor que, a pesar de todo, narra una historia con actores que creen, y hacen creer, que no son actores. Aún en el caso en que las reglas sean enteramente transparentes y que Televisa no le de instrucciones a sus "actores", la casa y la situuación son ya un guión. A pesar de su desplazamiento de los límites entre realidad y ficción, Big Brother sigue siendo una escenificación, una narración, una ficción... un reality show ¿Dónde está el placer entonces? En el juego, en el efecto de realidad paradójicamente producido a partir de la renuncia a la ilusión. Big Brother es una ilusión que renuncia a la ilusión, una ilusión desilusionada.

¿Transgresión? Sí, pero narrativa. Big Brother es al fin un juego, un fenómeno relativamente inocuo que, en tanto que narración, se nutre de la plusvalía de sentido que le dan el público y el azar. Si está a punto de convertirse, según todas las previsiones, en el programa de mayor rating en la TV mexicana, será porque los espectadores habrán decidido verlo, no verlo, discutirlo, odiarlo... Habrán decidido, como ante toda ficción, suspender por un momento los límites entre realidad y juego.


Dr. Alfredo Troncoso
Asesor en educación en valores para la democracia en IMIFAP, asesor en comunicación de masas en GRAO y profesor del Seminario de medios de Comunicación en el Tecnológico de Monterrey campus Edo de Méx., México.