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Por Leonardo Peralta
Especial Big Brother
La polémica se calienta
con cada día que pasa, e irónicamente el ojo de la
atención pública se centra más en el asunto
que hoy nos ocupa: Big Brother como espectáculo y escándalo
al mostrar la vida de un grupo de personas encerradas las 24 horas
en los límites de una casa. De aquí se derivan las
polémicas, los probables boicots y el espectáculo
que durante más de 100 días entretendrá a la
opinión pública, a menos que la realidad misma nos
proporcione diversiones más atractivas.
George Orwell no creería
lo que se hizo con su novela que denuncia los totalitarismos que
asomaban la cabeza enmedio de los bombardeos durante la Segunda
Guerra Mundial. De cualquier modo, la cultura de masas no tiene
empacho en absorber imágenes representativos de males que
nos amenazan para convertirlos en punto de venta. En esta ocasión
le tocó a un ícono (el Gran Hermano) que ya había
sido abordado en términos comerciales por Riddley Scott en
su célebre comercial para Apple Computer, trasmitido en el
Super Bowl de 1984.
Sin embargo, el concepto Big Brother
no solamente se aplica a un libro o un comercial de televisión;
ahora la idea se aplica al último experimento de reality
tv, ideado por la empresa holandesa Endemol y desarrollado en México
por Televisa para su lanzamiento al aire en marzo de 2002. La mecánica
del programa queda explicado a detalle en su website, amén
de que para cuando este artículo vea la luz, ya estará
trasmitiéndose en todo el país, por lo que deseo escribir
sobre otros asuntos que rodean este controversial programa.
Si existe una polémica alrededor
de este asunto, es debido a las voces que se han alzado contra este
programa, considerándolo vejatorio del marco legal respecto
a contenidos televisivos, además de objeciones morales a
un programa donde, aparentemente, se vulnerará el derecho
a la privacidad de las personas al exponer todos los ángulos
de su vida en el espejo indiscreto de la televisión. En este
momento aparece en la mente de algunos impugnadores la palabra sexo
como amenaza tras el confinamiento voluntario de quienes protagonizarán
este programa.
Sin embargo, ¿no vivimos ya una sociedad que permite y alienta
la invasión de la privacidad de manera cotidiana? Esta pregunta
es fundamental, ya que la polémica tiene como eje la suposición
de la que sociedad mexicana jamás había sido expuesta
a este tipo de estímulos y que son completamente ajenos al
entorno mediático de los mexicanos . Para desconcierto de
muchos, puede ser que nuestra sociedad no solamente sea receptiva
a este tipo de contenidos, sino que los demanda y los espera con
entusiasmo.
Se puede afirmar que los mexicanos
ya llevamos más de una década recibiendo contenidos
televisivos originados en personas reales viviendo situaciones extraordinarias.
El origen de esta tendencia se encuentra en la década de
los años 70, cuando los avances en el desarrollo de aparatos
de grabación de video llegaron al punto en que se pudo ofrecer
al mercado cámaras pequeñas, fácilmente manejables,
baratas y cuyas videocintas podían verse en la televisión
de la sala. Esta oferta impulsó a millones de personas alrededor
del mundo a comprar aparatos para grabar escenas de su vida cotidiana
(a la manera en que los hermanos Lumière comenzaron sus experimentos:
filmando la vida de su familia y su entorno cercano).
A lo largo de los años 80
estos aparatos se convirtieron en compañía inefable
en fiestas, graduaciones, bodas y todo tipo de festejos. Sin embargo,
algunas imágenes eran de caídas, resbalones, accidentes
menores, etc. Esto impulsó en los Estados Unidos a crear
programas que reunían algunos de estos videos, que eran trasmitidos
por televisión. Programas como el norteamericano America's
Funniest Videos y el mexicano Sopa de Videos, exhortaban a la gente
a enviar su material casero para el disfrute del gran público
(previa remuneración al videoasta aficionado). Este fue el
principio de lo que ahora se conoce como reality tv, o en español,
televisión realista.
Sin embargo, a finales de los años
90, los videos chuscos habían alcanzado su límite
de audiencia y la gente pedía algo más. ¿Qué
era ese algo más? De aquellos millones de personas que grababan
escenas de su vida cotidiana, había algunos cuantos que atestiguaban
hechos extraordinarios como explosiones, incendios, huracanes, tornados,
terremotos y demás calamidades geológicas. Además,
las cámaras de videovigilancia, popularizadas en esa misma
década ofrecían contenidos de alto impacto dramático
(asaltos, disturbios, atentados, delitos varios, etc); todo ello
con un costo muy bajo de producción y con un alto impacto
en las audiencias. Este fue el origen de programas como The Most
Amazing Videos en los Estados Unidos, y en México el programa
Policías, producido con la participación de agentes
de orden en la Ciudad de México.
Estos programas no solamente nutrieron
las pantallas de televisión, sino que también poblaron
los estantes de no pocos hogares con videocintas que resumían
Los Más Espectaculares Choques de Autos, Los Mejores Golpes
del Fútbol, Las más Violentas Trifulcas Deportivas,
etc. De esta explosión de videos con escenas reales y violentas
durante la década de los 90 se originaron videocintas como
Faces of Death, que mostraba escenas de muertes grotescas tomadas
de videos caseros grabados durante conflictos, ejecuciones, asesinatos
y demás incidentes sangrientos. Quizá este fue el
inicio de la leyenda de las snuff movies que gravita en el imaginario
colectivo en los última década.
Sin embargo, las tendencias demostraban
que el hambre de los medios por contenidos espectaculares era constante
y no se detendría con tomar imágenes de la realidad
y colocarlas en la pantalla chica. El siguiente paso fue, hasta
cierto punto, natural y consistió en que los medios iban
y grababan la realidad de lo que sucedía en las calles, pero
no con afán periodístico, sino con el ánimo
de atraer las audiencias; no con la noticia, sino con la anécdota
y el escándalo. La mesa estaba servida para programas como
Duro y Directo, Ciudad Desnuda y Cereso Rojo, donde las imágenes
y no los hechos que narraban eran el espectáculo.
Sin embargo, esta fórmula
se agota pronto, pero no por el desánimo del público,
sino por las presiones de diversos grupos que terminaron con este
género de programas. Sin embargo, en Holanda se gestaba el
siguiente nivel de programas televisivos. Todo en el marco de la
gran crisis de contenidos durante los años 90, donde el retorno
de viejas fórmulas televisadas y de programas de hacía
varias décadas, como Chespirito en sus primeras emisiones
o el canal de caricaturas Boomerang, cuyo lema es "lo bueno
vuelve", forzó a los medios a seguir explorando el único
camino nuevo que tenían a la mano: la reality tv.
La idea principal de Big Brother
es el último eslabón de la evolución de este
tipo de contenidos: si la vida de la gente real es tan atractiva,
¿por qué no embotellar la experiencia? Al encerrar
un grupo de personas dentro de las paredes de una casa y obligarlos
a vivir juntos, el roce constante provocará una serie de
historias incidentales hasta cierto punto inesperadas (considerando
que muchas variables están controladas). Este es el atractivo
del programa y la fuente del escándalo; pero debemos admitir
que este tipo de contenidos llevan un largo rato junto a nosotros,
y que esta veta de entrar en la intimidad de las personas (vía
talk show o reality tv) sigue siendo atrayente para el público
y redituable para los anunciantes, por lo que es difícil
predecir su final.
El resto de los juicios quedan en
manos del espectador.
Originalmente publicado
en el diario Unomásuno
Websites
relacionados :
<http://www.endemol.com>
(empresa productora del programa a nivel internacional)
<http://www.bigbrother.com.mx>
(site oficial del programa)
<http://www.afavordelomejor.org.mx>
(una de las organizaciones que impugna el programa Big Brother)
Lic.
Leonardo Peralta
Escritor y consultor en nuevas tecnologías
de información. |