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Por Gerardo Blas Segura
Número 29
Bien sabemos
que la idea de democracia tiene su origen en el mundo griego clásico
y que tiene el sentido literal de "poder del pueblo".
La experiencia de las democracias antiguas fue relativamente breve.
Aristóteles clasificó a la democracia entre las formas
desviadas de gobierno, tomando en cuenta principalmente que
era un gobierno del pueblo cuyos intereses no correspondían
al bien común, sino únicamente al de las clases bajas1.
A partir de entonces la palabra democracia se convirtió durante
dos mil años en una palabra negativa y, según Giovanni
Sartori, , "durante milenios el régimen político
óptimo se denominó república y no democracia
[...] los constituyentes de los Estados Unidos eran de esta opinión.
En el "Federalist" se habla siempre de república
representativa, y nunca de democracia (salvo para condenarla). Incluso
la Revolución Francesa se refiere al ideal republicano, y
solo Robespierre en 1794, utilizó democracia en sentido
elogioso, asegurando así la mala reputación de la
palabra durante otro medio siglo. ¿Cómo es que de
un plumazo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX en adelante,
la palabra adquiere un nuevo auge y poco a poco adquiere un significado
positivo? La respuesta es que la democracia de los modernos, la
democracia que practicamos hoy, ya no es la de los antiguos"2.
Algunos desacuerdos en relación
a la esencia de la democracia
Pareciera ser entonces que cuando Rousseau enuncia sus ideas está
defendiendo una anacronía. Recordemos que El Contrato
Social fue escrito en 1762 -en pleno Siglo de las Luces, en
que siguiendo la luz de la razón se pretendía poner
fin a lo antiguo y se anunciaba lo moderno. Pareciera que su propuesta
de sistema político no miraba hacia el futuro sino hacia
el pasado, es decir, que hacía referencia a la democracia
"de los antiguos".
Antes de continuar hagamos algunas
precisiones para ver en detalle los argumentos que podrían
justificar estas afirmaciones. Para empezar es necesario tomar el
concepto de soberanía popular, que es medular, a mi juicio,
del pensamiento de Rousseau. Para él las sociedades civiles
tienen su origen en un contrato social, contrato que sólo
puede hacerse contando con el acuerdo de todos los contratantes
y acto mediante el cual un pueblo se convierte en pueblo; mediante
este contrato cada uno de los participantes "pone en común
su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la
voluntad general, recibiendo a cada miembro como parte indivisible
del todo"3. De esta manera
se da forma a un cuerpo moral y colectivo compuesto de tantos miembros
como votos tiene la asamblea. Este poder soberano producto del contrato
es de donde emana el poder y es completamente inalienable, ya que
de él proceden las leyes bajo las que vive la comunidad y
no es recomendable que las leyes generales queden bajo una voluntad
particular. Bajo esta perspectiva, voluntad particular es toda aquella
que no emana del pueblo reunido en su totalidad, por lo que se deduce
que la voluntad general no puede tener representantes (sean tribunos,
senadores, diputados, etc.) siendo éste un punto de conflicto
entre la democracia como él la propone y la "democracia
moderna" o, más bien, la democracia liberal. Rousseau
concebía al pueblo reunido en asamblea, legislando, como
lo hacían los antiguos griegos y romanos, o como lo hacían
-o debían hacerlo- en los pequeños cantones suizos
(en uno de los cuales nació y creció). Tiene pues
la osadía de proponer a esa Europa de las grandes entidades
políticas, centralizadas y con tendencias a crecer, el modelo
alternativo de la vieja polis en cuanto a la participación
de todos los ciudadanos, no en cuanto a la extremadamente
clasista manera de dividir la sociedad en libres y esclavos.
Pienso que él mismo sabía
de la dificultad de su proyecto, pues pensaba que su modelo político,
sólo podría ser seguido por unos pocos pueblos en
los que aún sobrevivieran esos valores antiguos, pueblos
en los que aún prevalecieran valores precapitalistas:
Tan pronto como el servicio público
deja de ser el principal asunto de los ciudadanos, y éstos
prefieren servir con su bolsillo a hacerlo con su persona, el
Estado se haya próximo a su ruina... es el movimiento del
comercio y de las artes, el interés de ganancia, la indolencia
y el amor a las comodidades lo que induce a cambiar los servicios
personales por dinero... la palabra "finanzas" es una
palabra de esclavos... en un país verdaderamente libre,
los ciudadanos hacen todo con sus brazos y nada con dinero4.
Pero si bien en El Contrato Social
no se aconseja alienar o depositar en representantes al poder
soberano (que sería el poder legislativo), sí acepta
que el poder ejecutivo pueda ser cedido temporalmente a una persona
o cuerpo colegiado (llamado técnicamente Príncipe),
al cual se le pueda revocar en caso necesario. Esto quiere decir
que la cesión de poder no es en sí misma un contrato,
sino sólo una aplicación de la ley aprobada por el
soberano. Rousseau no justifica que el que ejerce el poder se conciba
como una entidad superior al pueblo soberano, sino que debe concebirse
como su servidor:
Muchos han pretendido que el acto
de esta institución [del gobierno] era un contrato entre
el pueblo y los jefes que éste se da; contrato por el cual
estipulaban las dos partes las condiciones por las que una se
obliga a mandar y la otra a obedecer... la autoridad suprema no
pueda modificarse ni enajenarse, limitarla es destruirla. Es absurdo
y contradictorio que el soberano se entregue a un superior5.
A estas concepciones de Rousseau
vale agregar otras, sólo como botones de muestra del desacuerdo
entre la democracia "a la antigua" propuesta en El
Contrato Social y la democracia liberal. La relativa a la concepción
y utilización del criterio de unanimidad es de sumo interés.
Según el autor analizado, lo ideal es encontrar en
todos los asuntos un acuerdo total, unánime, pues cuando
éste no se da es un indicio de que algo está funcionando
mal:
...Cuando el nudo social comienza
a aflojarse y el Estado a debilitarse, cuando los intereses particulares
empiezan a adquirir fuerza... el interés común se
altera y encuentra oposición; ya no reina la unanimidad
en las votaciones; la voluntad general ya no es la voluntad de
todos6.
Es pues, sobre estas cuestiones,
la de soberanía popular, la de la imposibilidad de actuar
democráticamente nombrando representantes al poder legislativo
y las decisiones unánimes, en donde parece no haber punto
de encuentro entre ambas concepciones.
Recordemos que la democracia liberal,
"moderna", plantea, al igual que lo propone Rousseau,
el principio de que la titularidad del poder no nace con el Príncipe
sino que le viene por una concesión del pueblo; en donde
difiere notablemente, según hemos visto, es en que en la
democracia liberal sí se concibe el nombramiento de representantes
del poder soberano del pueblo, y la cuestión de la unanimidad
se deja francamente de lado. Aquí cabe resaltar la opinión
de Locke, quién pensaba que el derecho de la mayoría
se debe insertar en un sistema constitucional que lo discipline
y controle7.
La regla de la mayoría es
un mecanismo de operación, pero se considera fundamental
el respeto a las minorías y, por tanto, al individuo y su
esfera privada. En este rubro salta a la vista el asunto de la igualdad,
que para Rousseau es un valor que debe buscarse y alcanzarse pero
sólo en el sentido de que "ningún ciudadano sea
suficientemente opulento como para comprar a otro, ni ninguno tan
pobre como para ser obligado a venderse"8.
Pero para la democracia liberal este es un asunto complejo, ya que
no se puede ver el punto exacto en que termina el poder del Estado
y comienza el ámbito de lo privado que el Estado no puede
ni debe invadir.
Las discusiones sobre el asunto
de la democracia y su aplicación concreta han sido largas
y han consumido mucha tinta y energías, y todavía
falta mucho por discutir. Lo cierto es que para muchos la democracia
sigue siendo un valor digno de ser alcanzado y por lo tanto definido
en un concepto lo suficientemente abierto (quizá en esto
radique su dificultad) para que nadie llegue a imponerla, lo que
la convertiría en democráticamente indeseable. La
idea de la democracia implica también aceptar el valor del
individuo, así como la fe de que la historia puede moverse
y se mueve, en cierta medida al menos, mediante la voluntad de las
personas; de que no hay destino irrevocable y que como dice el mismo
Rousseau: "Un poco de agitación vigoriza las almas y
lo que realmente hace prosperar a la especie humana es menos la
paz que la libertad"9.
Notas:
1
Dice Aristóteles en el Libro IV de su Política:
"... hemos distinguido tres constituciones rectas [...]: monarquía,
aristocracia y república, así como tres desviaciones:
de la monarquía, la tiranía; de la aristocracia, la
oligarquía; y de la república, la democracia".
2
SARTORI, G., Elementos de teoría política,
Alianza Universidad, Madrid, 1992, p. 27.
3
ROUSSEAU, J. J., El Contrato Social, Libro I, Cap. VI.
4
Ídem, Libro III, Cap. XV.
5
Ídem, Libro III, Cap. XIII.
6
Ídem, Libro IV, Cap. I.
7
LOCKE, J., Segundo tratado sobre el gobierno
civil.
8
ROUSSEAU.J.J., Op. Cit. libro II, Cap. IV
9
Ídem., Libro III nota 9.
Bibliografía
consultada:
ARISTÓTELES, Política, Porrúa, México.
LOCKE, John, Segundo tratado sobre el gobierno civil, Fondo
de Cultura Económica, México.
ROUSSEAU, Jean-Jacques, El Contrato Social, Altaya, Madrid,
1992.
SARTORI, Giovanni, Elementos de teoría política,
Alianza, Madrid, 1992.
Gerardo
Blas Segura
Catedrático del Departamento de Humanidades
del ITESM Campus Estado de México,
México |