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Octubre 2003

 

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Filosofía, Cultura y Sociedad

La Humanidad Postergada: Excesos en el Uso de las Tecnologías de la Información

 

Por Gerardo Blas
Número 35

Podría parecer raro que en un medio como éste (una revista electrónica) realice una crítica al uso de las tecnologías de la información, pero, como bien dice el título, se trata de llamar la atención acerca de los excesos que se cometen en su uso.

En aras de la modernidad muchos de nuestros políticos, tecnócratas y educadores, defienden la utilización acrítica de estos recursos, como si por el simple hecho de ser utilizados se diera "valor agregado" al conocimiento.

Uno de los principales problemas de nuestra educación reside en la carencia o escasez de ciertas habilidades básicas, relativas sobre todo al razonamiento matemático, a la lectura y análisis de información y, un poco más elevado, al pensamiento crítico1. Estas habilidades pueden desarrollarse, y de hecho así ha sido durante la mayor parte de la historia humana, sin necesidad de recurrir a la más avanzada tecnología.

No quiero defender tampoco el punto de vista que niega la importancia de los avances tecnológicos y de las grandes ventajas que nos aportan. Pero cuando uno mira que los seres humanos, las personas, se ven amenazados con convertirse en meros apéndices de las computadoras, de las máquinas, dispositivos o pantallas, o en meros proveedores o usuarios de información, es fácil darse cuenta de que se están confundiendo los medios con los fines. La persona debe constituir un fin en sí mismo, y no ser supeditada a la tecnología, así sea con el pretexto de la modernización o el progreso.

¿Para qué organizar foros de discusión virtuales a través de Internet en los que los invitados únicos son el profesor y los estudiantes de un curso impartido durante varias horas a la semana? ¿Y qué hay de sustancial en el proceso de enseñanza-aprendizaje en el hecho de dar instrucciones por la internet para un trabajo escolar que debe entregarse al día siguiente? Es obvio que así no se fomentan necesariamente aspectos como la tolerancia, la argumentación lógica, la expresión clara y la convivencia interpersonal, valores todos ligados a la democracia, los cuales deben, por cierto, manifestarse en primer lugar en las aulas, lugares donde debe procurarse dar marcha atrás a los procesos de despersonalización de nuestras sociedades modernas, intentando en lo posible promover la comunicación interpersonal sin poner como intermediarios necesarios una pantalla y un teclado.

Sin duda que algunos elementos ligados al espacio virtual son de gran utilidad y trascendencia: la posibilidad de dotar de imágenes a los discursos escritos, las enormes posibilidades que brinda el hipertexto o la comunicación global instantánea con individuos o grupos de discusión que se encuentran distantes, potencialmente dispersos por todo el planeta. Para eso sí que habría que utilizar esos avances tecnológicos. Pero tendrá que seguir siendo una responsabilidad de las personas (profesores, estudiantes, investigadores, políticos, escritores) educar a los demás en aquellas habilidades básicas que nos hacen mejores seres humanos, más capaces de entender al mundo, de tratar de explicarlo y comprenderlo, de participar solidariamente en la sociedad, de dar sustento ético a nuestras actividades diarias, de vivir plenamente como personas, como ciudadanos y como individuos.

Ya muchos teóricos de nuestro tiempo han alertado sobre el alto contenido alienador de los inventos ligados a la difusión de información. Pero también es cierto que muchos de ellos han defendido el buen uso de ellos. Es decir, que la simple utilización de estas tecnologías de información no brinda automáticamente mejor calidad a los procesos educativos o civilizatorios, antes bien deberíamos tener cuidado con su uso o, dicho de otra forma, hacer un uso crítico y constructivo de esa tecnología.

¿Es posible aportar mejor ejemplo de alineación que una persona viendo televisión varias horas a la semana mientras la vida y su intensidad pasan a su lado (y se van de lado)? ¿O alguien que mata su tiempo frente a un soso, absorbente y poco formativo juego de video mirando su computadora portátil? ¿O la imagen de aquel ser humano que busca amistad, comprensión o pasión a través de la internet mientras a su alrededor van y vienen las personas?

En el siglo pasado, José Ortega y Gasset, criticando al hombre masa decía de él, entre otras cosas, que es aquel que utiliza las grandes creaciones de la civilización pero despojándolas de su espíritu2. No es imposible que detrás de un diestro usuario de la más avanzada tecnología encontremos a un nuevo portador de la barbarie, o bien a alguien que sólo utiliza estos avances para adormecer su conciencia. El peligro radica pues en caer en el engaño de creer que la mayor tecnologización va a dar como resultado necesario una mayor calidad en la formación de las personas y en la creación de un mundo más habitable.

La tecnología, y dentro de ella la ligada a la información y a la comunicación, debe ser un medio y no un fin en sí misma. ¿Debe sacrificarse por ejemplo la agudeza visual de un ser humano a cambio de estar horas y horas pendiente de una pantalla? ¿O sacrificar el bienestar físico general de un alumno, un profesor o un funcionario debido al hecho de tomar como una unidad de medida de buen desempeño el estar sentado frente a una computadora o un monitor? Muchas de la tareas así realizadas, y así medidas, pueden realizarse utilizando con mayor racionalidad estos medios, lo que llevaría no necesariamente a prescindir de ellos sino a disminuir su uso desmedido y acrítico. La tendencia que habrá de revertir es la expresada metafóricamente en la idea de que el ser humano sea utilizado como una pila que da vida a las máquinas.

Al mismo tiempo, estas tecnologías deben constituirse en un medio para construir una sociedad democrática, con personas física y mentalmente sanas y equilibradas, con un pensamiento crítico, tolerante, dispuestas a intercambiar puntos de vista; una sociedad en que las personas sean lo más importante. Una sociedad en donde los estándares a cumplir sean los relativos al bienestar, al conocimiento y al mejoramiento integral de las personas, y no aquellos que miden el simple uso de los aparatos o el tiempo que uno se mantiene atento a una pantalla. Esto último sin duda puede convertirse en un control totalitario, posible gracias al discurso de la calidad, la productividad y la eficiencia.

Tecnológicamente es posible medir el uso de los aparatos, pero lo que no se puede medir es la finalidad y la calidad de este uso. Y puede comenzarse por medir la cantidad (de horas frente al monitor, de consultas, de entradas, de mensajes intercambiados) para terminar por tratar de medir la naturaleza de estos mensajes, las intenciones y los pensamientos. La imagen orwelliana de "la policía del pensamiento" ya no resultaría tan remota en estos casos.

Por mi parte, doy la bienvenida al uso civilizado, razonado y apasionado de estos inventos y nuevas tecnologías, sin las cuales este texto que escribo aquí con la esperanza de que sea leído no podría ser descifrado por alguna de esas mentes humanas que se dan cita en este espacio. Claro que preferiría mirar los ojos de ese lector atento y estar ahí para apreciar sus acuerdos y desacuerdos, poder intercambiar puntos de vista y buscar argumentos que pudiera enfrentar a los suyos; terminar incluso en el reconocimiento de sus ideas y en la corrección de las mías. Poder mirar a un potencial buen amigo o a un enemigo: una persona, en fin, que no se dé por supuesta o a la cual se postergue en el nombre del progreso, de la modernidad o de la búsqueda simple de un mayor rendimiento económico.


Gerardo Blas Segura
Profesor del Departamento de Estudios Sociales y Relaciones Internacionales del Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México, México.

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