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2004

 

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Filosofía, Cultura y Sociedad

Se Buscan Héroes

 

Por Mariano Robles
Número 39

Cuando pienso en el maltrato a los niños, cuando veo que hay un atentado que acaba con la vida de doscientas personas y deja heridas a miles, cuando veo los intentos de totalitarismo en la política internacional por parte del país más poderoso, es el momento en que me pongo a pensar, por qué me indigno ante ello. He pegado a muchas bancas en momentos de impotencia y en mis momentos de coraje he golpeado muchas puertas, pero me doy cuenta que no es lo mismo el daño que hago a esos objetos, que el daño que se puede hacer a las personas. Los acontecimientos de los que hablamos anteriormente lo testifican. ¿Por qué?

Hubo una vez un filósofo que vivió en el siglo V antes de nuestra era, se llamaba Sócrates, y era un ser tan molesto que se le pidió que se presentara a juicio acusado de dos cosas: corromper a la juventud y no alabar a los dioses del estado. El hombre se presento, y pudiendo pedir que alguien lo defendiera frente a un jurado compuesto por varios cientos de personas elegidas al azar, por cálculos, trató de defenderse solo.

A la primera acusación respondió contando su historia:

Él había sido uno de los militares que participaron en la batalla frente a los persas, batalla que sólo se había ganado gracias a la confianza del enemigo en que por su tamaño y por su nombre podía vencer fácilmente a pueblos tan pequeños como los griegos; y por el coraje y deseo de libertad que tenían los griegos aun cuando la cantidad de ciudadanos no era suficiente para enfrentar a un ejercito de tal envergadura. Él había servido a la polis ateniense de diversas maneras y toda su vida había tratado de ser así. Un día visitó el oráculo de Delfos, en él la sacerdotisa o pitonisa le hizo saber que él era el hombre más sabio de Atenas. Sócrates salió consternado por tal afirmación y pensó que la sacerdotisa se había equivocado; tratando de mostrar que esto no era así, se fue preguntando por las calles a la gente por lo que hacían y lo que sabían de lo que hacían, pero se dio cuenta que las personas a las que cuestionaba no sabían nada de lo que hacían ni para qué lo hacían, sólo lo hacían; como Sócrates les mostraba que no sabían y sólo respondían con lo que la gente decía que ellos hacían o con palabras muy elaboradas pero sin sentido, se molestaban y se iban dejando hablar sólo al buen Sócrates. Entonces nuestro filósofo se dio cuenta por qué le habían dicho que era el hombre más sabio, porque él era capaz de darse cuenta que no sabía, mientras que los otros no se daban cuenta de que no sabían, y al darse cuenta perdían la oportunidad de saber. Sócrates descubrió que todavía había mucho por hacer por la polis, a partir de ese momento se dedicó a tratar de enseñar a la gente a descubrir su virtud, cuestionando todo hasta el límite en el que la gente tenía la posibilidad por cuestionarse por su razón de hacer lo que hacía y de ser lo que era. Si eso era corromper a la juventud, era culpable.

De no amar a los dioses del Estado también se le acusó, a lo que Sócrates respondió diciendo, que él tenía un demiurgo que le decía lo que tenía que hacer y qué preguntar a la gente para que encontrara su virtud. ¿Cómo podía creer en el demiurgo (dios menor) sin creer en los padres de este?

El jurado resolvió que era culpable con una diferencia de muy pocos votos, pero hacía falta determinar cuál sería su sanción. Sócrates volvió a tomar la palabra y cuestionó a los jueces acerca de su labor, el jurado que había sido seleccionado al azar como era la costumbre en aquella época, no supo responder a la pregunta de qué era la justicia y por qué hacían lo que hacían. Sócrates terminó diciendo al jurado que, si no le permitirían continuar con su virtud de enseñar a la gente a descubrir ésta, lo mejor que podrían hacer sería condenarlo a muerte, pues de lo contrario, él seguiría enseñando a los jóvenes a encontrar su virtud; seguiría corrompiendo a la juventud. El jurado obedeció a su petición; claro cuál podía ser el veredicto después del coraje que les pegó este hombre; por una diferencia brutal decidieron darle muerte.

Era posible que el filósofo huyera (como era la costumbre cuando se condenaba a muerte), huir para Sócrates era la muerte pues ya no podría realizar su labor, no lo hizo. Se quedó y tomo un veneno inteligente (como las bombas actuales) que mataba a los culpables y a los inocentes los dejaba vivos, la sicuta. Mientras sentía que se le adormecía el cuerpo por el veneno que había ingerido, sus discípulos, los jóvenes corrompidos, le preguntaron ¿por qué no había huido, acaso no temía a la muerte? Sócrates respondió; o la muerte es un permanecer dormido eternamente, y a quién no le gusta dormir; o es estar con aquellos que cumplieron con su virtud y a quién no le gustaría estar con los grandes hombres que han vivido conforme a su virtud, los héroes. Sócrates murió. La muerte no lo venció, pues quizá fue la máxima lección que les pudo dar a sus discípulos, morir por aquella virtud.

Parece ser que Sócrates es un loco, prefiere la muerte que dejar de hacer aquello que cree es su virtud. ¿Qué es lo que hace que seamos capaces de dar la vida por algo, o será por alguien?

Me parece que la muerte es un absurdo cuando doy la vida por un objeto, pero no me parece lo mismo cuando la doy por alguien; ¿qué produce la diferencia? A mi forma de ver, lo produce el sentido de mi existencia. Cuando veo a un hombre morir por la pérdida de un bien material, me extraña y me pregunto si no tendría nadie que lo extrañara, si habría pensado en el significado de perder la vida por ese bien. Por ejemplo: en la devaluación del año 85 en México aumentó el número de suicidios; ¿valió la pena el suicidio, o no valía la pena la vida?

Lo que sucede es que al encontrar un sentido a nuestra vida, ese sentido hace que todo lo demás pueda parecer pobre frente a lo que se busca; pero cuando lo que se busca es de naturaleza inferior a lo que somos es un absurdo. ¿Cómo podemos valorar algo de menor valor y perder la vida por ese algo menor que nosotros? Es como el personaje de Smeagol en El Señor de los anillos, que se lanza al fuego con tal de no perder el anillo en el cual tenía cifrada su existencia. ¿Acaso da lo mismo un anillo que una vida?

¿Por qué tener bienes materiales, por los bienes materiales mismos? Servirá al hombre abandonado en una isla desierta el haber descubierto un tesoro. ¿Qué sentido tienen los bienes materiales? Parece ser que son medios para obtener bienes mayores. Pero la pregunta más importante es ¿acaso habrá algún bien material que valga más que mi propia vida, que mi propio sentido? porque si lo hay, entonces mi vida tiene poco valor, no tiene sentido. Las cosas materiales son reemplazables, pierdo un reloj y aunque me duela, compro otro. Pero ¿por qué no es lo mismo en el caso de los padres o de los hijos o de la persona amada? Últimamente parece que la ciencia ha llegado a hacer que las personas sean igual, pierdo un hijo, me mando a hacer otro igual (aunque cueste caro), pero digo que no es el mismo; y mi acercamiento a él tampoco será el mismo, porque no es algo útil, es alguien; tiene un significado distinto.

Peor aun es el momento en el que la vida ni siquiera cuenta con la reflexión por el sentido, Camus lo expresa de manera perfecta en unas cuantas palabras.

Despertar, tranvía, cuatro horas de oficina o de fábrica, comida, tranvía, cuatro horas de trabajo, cena, sueño y lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado al mismo ritmo, es una ruta fácil de seguir al mismo tiempo. Pero un día surge el por qué y todo comienza con esa lasitud teñida de asombro1.

Hay ocasiones en las cuales sólo nos queda o el suicidio o el restablecimiento; ser Sócrates, por ejemplo, frente a un sistema que nos aplasta, que nos parece absurdo porque no responde a las necesidades de los gobernados; pero también podemos permanecer inertes, muertos en vida, como máquinas; para qué enfrentarse al sistema si es tan cómodo permanecer haciendo lo que los demás hacen, formando parte del jurado o del público que condenan a muerte al inocente. El choque con esa decisión es la búsqueda por el sentido, por ello dice Pablo Milanés "la vida no vale nada si se traiciona a un hermano, cuando supe de antemano lo que se le preparaba, la vida no vale nada si cuatro caen por minuto y al final por el abuso se consigue la celada". Por qué dar la vida. Nosotros podemos ser esos que corrompen a la juventud o esos que mejor no se arriesgan a ser tachados como enemigos de la polis por querer enseñar a los jóvenes a buscar su virtud; a ser ellos, personas: únicas, dignas, irremplazables. El asunto importante es que nadie puede dar lo que no tiene; o en otras palabras, nadie puede enseñar a encontrar el sentido, cuando él no ha encontrado sentido a preguntarse por el sentido, pues hacen falta las razones necesarias para creer en el sentido.

Nadie puede enseñar lo que es amar a otro, pero cuando se ama todo mundo quiere compartir lo valiosos que es el amor. La existencia humana no se limita a relacionarse utilitariamente con los objeto, mucho menos si se hace así con las personas; la existencia humana tiene la posibilidad de relacionarse en forma gratuita con los otros alguien. Cuando me da tristeza la muerte de mi hermano, media la relación de parentesco que tenemos con él; pero cuando me indigna lo que ha sucedido en España ¿qué es lo que media? nada. Es algo gratuito, es un reconocimiento gratuito de que el otro es tan valioso como uno mismo, de que por más buenas o malas que hubiesen sido la personas que viajaban en esos metros, no se merecían esa muerte, y lo que nos indigna es que se les haya dado trato de un objeto reemplazable a esas personas que por naturaleza eran únicas, a esos que eran dignos de respeto. Aun cuando no gano nada con ello, sé que hubiese querido que se les respetara como tal, como personas.

En el caso anterior es muy claro. Hay ocasiones en las cuales es mucho más sutil el cosificar a otros, el emplearlos como medios para nosotros. El caso del niño maltratado es realmente sutil, pues parece que los padres tienen derecho a educar a los hijos y que educarlos es un bien para ellos, y que el fin de educarlos justifica los medios por los que se alcanza dicho fin. ¿Por qué no, si educar es un bien para cualquiera?

El problema radica en que incluso la educación no está por encima de la integridad del niño, de la persona del niño; es preferible un niño mal educado y sano, que uno educado pero no sano. ¿Por qué? Por que incluso la educación adquiere dignidad por el resultado que se obtiene con ella en el niño, por el bien que le produce a éste. El niño es digno por sí mismo y no por la educación que recibe. La educación lo puede formar para ser y desarrollarse de mejor manera, pero no es él.

Los niños no son ni buenos ni malos, son inocentes; la cuestión es que nosotros podemos participar en la formación de ellos como personas íntegras; o como personas que rechacen a la sociedad; o como personas que dependan de la sociedad En pocas palabras, personas que recuperen el sentido de su existencia o que sufran su existencia. Dándonos cuenta de esto, surge la cuestión de la responsabilidad.

¿Qué es lo que hace falta? Hace falta Quijotes que se enfrenten a molinos sin ningún temor de recibir una paliza, que se atrevan a velar las armas toda una noche por ofrecer la gloria a su Dios y a su amada; que tomen su caballo y montando día y noche con dolores en la espalda ocasionados por la monta, y ardores en las manos por cargar la lanza y blandir la espada, se enfrenten sin temor al grupo de vándalos que se presenta queriendo detener su paso en la búsqueda de lograr el sueño para los demás, gratuitamente.

Lo que falta es la esperanza que, aunque algunos puedan pensar que es el nuevo opio del pueblo, es humana; y como dice Alberto Cortés, refiriéndose a la humanidad en su totalidad, en un poema que se intitula Soy un ser humano: "soy el que abrió la caja de Pandora que guardaba los males del planeta, no escapo la esperanza, en buena hora, por ella sobrevivo y soy poeta". Si nos atrevemos a esto hay sentido en nuestra vida.


Mariano Robles
Universidad Anáhuac, México DF, México.

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