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2004

 

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Filosofía, Cultura y Sociedad

¿Infancia es Destino? La Alternancia como Prueba de Fuego para la Democracia Mexicana

 

Por Gerardo Blas
Número 40

Para muchas personas en nuestras sociedades hablar de política constituye una acción de mal gusto, un apego perverso a discusiones sobre el poder o, en el mejor de los casos, una simple y llana pérdida de tiempo. Lo que esto demuestra es que la política no se ve ya como un instrumento para encontrar soluciones a nuestros problemas comunes, sino únicamente como el pretexto para entrar al campo de batalla de los muy desprestigiados políticos. Sin embargo, si nos parece que la política no es lo que debiera ser, tengo la impresión que algo debiéramos hacer para acercarla, un poco al menos, al ideal que quisiéramos se pareciera.

Ayer apenas, en una perspectiva histórica del tiempo, simplemente no existía democracia en nuestro país. La presidencia imperial y el PRI, partido de estado, monopolizaban los espacios de decisión y participación política. A nadie hay que recordarle que lo que hoy llamamos democracia, aun con sus muy visibles insuficiencias, parecía un ideal bastante lejano. Era, en efecto, una broma de mal gusto mencionarla en las esferas del poder, y cuando se hacía alusión a ella en espacios alternativos, no parecía sino uno más de los sueños guajiros de personas que parecían llevarse mal con la realidad.

Hoy, sin embargo y pese a todo, existe la posibilidad de elegir. Es comprensible, no obstante, que una gran cantidad de ciudadanos (y ciudadanas, para estar a tono con el leguaje políticamente correcto) se sientan decepcionados ante las opciones reales. ¿Por quién habría que votar... por el menos peor? Pero esta falta de estatura política de los personajes públicos no debería constituir el pretexto para alejarse de la política, o para abstenerse de votar o para dejar que otros, muy pocos, decidan hacia dónde deben ir las cosas en un país entero. Es verdad que existen ciertas decisiones que nos sobrepasan, pero el número sigue siendo importante en algunos casos, y la presión popular sigue teniendo algunos efectos, igual que los votos emitidos en una jornada electoral. Quizá lo que haga falta para darle mayor altura a la política sea que la participación masiva de los ciudadanos convenza a los políticos de la necesidad de elevar su mirada y su espíritu.

Probablemente, parafraseando una frase famosa, los mexicanos tengamos la clase política que nos merecemos.
Y hoy, que tenemos la posibilidad real de dar un paso más para consolidar la democracia mexicana, las circunstancias parecen ponerse en contra. Costó demasiado trabajo, mucha sangre, sudor y lágrimas, literalmente, para llegar a donde estamos, para lograr que el voto se contara y se respetara, un principio tan pero tan simple, pero frecuentemente escamoteado.

Si la democracia no arregla todos nuestros males debe ser por lo menos un conjunto de reglas para discutir sobre ellos y llegar a soluciones pactadas. Pero hay que darle oportunidad. En México parece existir una maldición (una constante histórica inquietante) que mata a las instituciones democráticas antes de llegar a su madurez, incluso ha acabado con ella antes de que salga de su más temprana niñez. Ya desde las primeras elecciones en la primera república federal mexicana, en 1824, se protestaba por la manipulación cínica de la llamada voluntad popular, por la compra descarada del voto (para lo cual se necesitaba la existencia de una clases popular miserable dispuesta a intercambiar su sufragio por un poco de pan, o tortilla). Costó demasiado arrancarle el poder al emperador Iturbide y sus secuaces, costó demasiado darle el poder a un ciudadano convertido en presidente por la fuerza del voto popular... y sin embargo, esa primera república federal mexicana no resistió la prueba de la alternancia apegada a la ley. El estado de derecho se quebrantó para negar la fuerza de los votos como el camino verdadero para transmitir el poder político. El segundo periodo presidencial de esa república fue el producto de la ilegalidad y las componendas en lo oscurito.

Y si seguimos rascando en nuestra historia notaremos cómo se ha repetido ese mecanismo: antes que la alternancia legalmente sustentada en el voto se hacía uso de la fuerza de las bayonetas, o se utilizaba todo el poder del Estado para imponer al sucesor o para continuar en el cargo. Los movimientos democratizadores llegaban a poner fin a los abusos... para recomenzar después de un breve lapso democrático: el demócrata Francisco I. Madero, presidente surgido de las urnas, fue asesinado por representantes de las fuerzas más conservadoras de México, la democracia mexicana del siglo XX no aguantó ni un solo periodo presidencial; y lo que siguió al asesinato de Madero fue la etapa más sangrienta de la llamada revolución mexicana: lucha fratricida que no tuvo un final feliz, pues la revolución institucionalizada no se materializó en un régimen democrático. El Partido Nacional Revolucionario, antecesor del PRI, inició su vida electoral orquestando un fraude en contra del candidato opositor José Vasconcelos. Y ya sabemos la continuación de la historia: setenta años de partido único, conviviendo con otros partidos que nunca fueron opciones reales de gobierno. El Partido Oficial, surgido de la Revolución Mexicana (así, con mayúsculas) se convirtió en guardián de nuestra pureza revolucionaria. Nos cuidaba y nos guiaba. No fuera a ser que si nuestro voto realmente se tomara en cuenta votáramos por la reacción, por la derecha contrarrevolucionaria que atentara contra las conquistas más preciadas de la Revolución Mexicana. Y así nos fue.

En el siglo XX la democracia mexicana fue prácticamente inexistente. ¿Y qué hay de la democracia mexicana en el siglo XXI? Además del desprestigio que arrastra se ha convertido también en fuente de frustraciones. Y quizá esto sea inevitable, pues la democracia no es la varita mágica que arregla todos los entuertos. Pero, como decía, hay que darle oportunidad. Y, al menos en parte, esa oportunidad consiste en no cerrar la puerta de la alternancia.

Se hace inevitable hacer mención a la gran popularidad que actualmente tiene el jefe de gobierno de la ciudad de México, y a la gran cantidad de ataques que ha tenido de parte de sus enemigos políticos que lo quieren sacar de la carrera presidencial de 2006. Nos guste o no, Andrés Manuel López Obrador se ha convertido en el portaestandarte de la izquierda mexicana, y como tal, no deberían elaborarse artimañas para eliminarlo de la jugada electoral. Precisamente lo que está en juego es la credibilidad de las normas democráticas en nuestro país. Si se le regatea la participación a un personaje que representa una alternativa y que está dispuesto a respetar las reglas electorales para intentar llegar al poder, en realidad lo que se está poniendo en duda es si la democracia mexicana es viable. Nadie debe considerarse a sí mismo como el guardián de la salud política de los mexicanos.

Los ciudadanos mexicanos debemos tener opciones reales. Ante la polarización de nuestra sociedad lo menos que se debe hacer es eliminar a una de las opciones posibles. No se puede saber a ciencia cierta si López Obrador ganará o no las próximas elecciones presidenciales. Lo que sí podemos dar como un hecho es que sacándolo de la jugada se acrecentará el descontento de los sectores, numerosos, que lo apoyan. Estamos, en estos años iniciales del siglo XXI, a punto de poner a prueba a la recién nacida democracia mexicana. ¿Seremos capaces de consolidarla y respetar la voluntad de la mayoría? ¿O utilizaremos alguna artimaña, sea novedosa o rescatada de nuestra añeja experiencia, para escamotear el resultado del sufragio? ¿Seremos capaces de aceptar un resultado electoral que no nos guste?

Ahí está uno de los retos que tenemos que afrontar en estos meses y estos años. Pero bien pensado, si la democracia funciona y la alternancia sigue siendo posible, tendremos entonces la capacidad de corregir el rumbo en el siguiente sexenio. De las equivocaciones es de donde se sacan frecuentemente las mejores enseñanzas. Pero no habrá que tropezar con la misma piedra. ¿Cuánto durará la experiencia democrática de México en este siglo XXI? ¿Infancia es destino?


Mtro. Gerardo Blas Segura
Profesor del departamento de Estudios Sociales y Relaciones Internacionales, ITESM Campus Estado de México, México.

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