Razón y Palabra Bienvenidos a Razón y Palabra.
Primera Revista Electrónica especializada en Comunicación
Sobre la Revista Contribuciones Directorio Buzón Motor de búsqueda


Febrero
2005

 

Número del mes
 
Números anteriores
 
Editorial
 
Sitios de Interés
 
Novedades Editoriales
 
Ediciones especiales



Proyecto Internet


Carr. Lago de Guadalupe Km. 3.5,
Atizapán de Zaragoza
Estado de México.

Tels. (52) 58 64 56 13
Fax. (52) 58 64 56 13

Filosofía, Cultura y Sociedad

Capitalismo Salvaje y Globalización en la Periferia. Reflexiones en torno a La Ciudad de la Alegría

 

Por Gerardo Blas
Número 43

Los países de Oriente se han puesto nuevamente en la mira de los medios y de los organismos internacionales. Los tsunamis de diciembre pasado han revelado otra vez las grandes carencias y desigualdades que pesan sobre amplios sectores de la población de países como Tailandia, Indonesia, India. Carencias que se han vuelto más graves por la destrucción provocada por estos fenómenos naturales. Tal pareciera que la naturaleza se ensaña con los que ya de por sí padecen problemas añejos. La ayuda organizada está fluyendo para aliviar en algo este gran golpe a la población de esa región del planeta. Y ante esto surgen varias preguntas. Una de ellas gira en torno al porqué la solidaridad internacional sólo se expresa en situaciones de desastre evidente. No quiero decir con esto que no debiera solidarizarse el mundo ante países que sufren una desgracia de este tipo. Lo que quiero transmitir es ¿por qué no se buscan mecanismos de solidaridad más amplios que no sólo incluyan ayuda de emergencia ante grandes desastres sino también a paliar situaciones de atraso y miseria que parecieran inherentes a los proyectos de desarrollo capitalista? ¿Quién ayuda a los damnificados del desarrollo?

Precisamente, a partir de esta inquietud es que quiero realizar algunos comentarios tomando como pretexto una novela de Dominique Lapierre, La Ciudad de la Alegría, la cual, como sucede con toda buena novela-documento, puede ser comentada desde distintos puntos de vista. Desde un enfoque humano y filosófico es una obra que nos llama la atención acerca de la solidaridad humana en tiempos críticos y acerca de la búsqueda de la felicidad más allá del éxito económico y la posesión de bienes materiales.

La gente que Dominique Lapierre describe en esta obra es gente pobre –pobrísima– pero feliz en un sentido que no se encuentra fácilmente en los barrios altos o medios de otros países más prósperos. La supervivencia se convierte en una hazaña cotidiana para los pobladores de los numerosos barrios pobres de la India, protagonistas múltiples de este texto de Lapierre. Pero la hazaña de la supervivencia en lugares como los slum de Calcuta, es compartida por personas que, debido a nobles sentimientos e ideales elevados, elige vivir entre los desheredados del mundo y compartir con ellos sus dichas e infortunios, aun teniendo la posibilidad de vivir cómodamente en sus lugares de origen. Tales son los casos del médico norteamericano (Max Loeb) originario de Miami, del sacerdote Paul Lambert que llegó de Francia, así como de la figura magna e increíble de la Madre Teresa.

Desde un punto de vista sociológico e histórico el ambiente que describe el autor es el de un país tercermundista (la India de los años posteriores a la segunda guerra mundial) que intenta adaptarse al mundo moderno y paga caro el intento, tal como ha sucedido a otros países pobres, que además han padecido la explotación colonialista en su suelo.

Lapierre nos cuenta del gradual empobrecimiento de las familias rurales indias y su consecuente emigración a las grandes ciudades, en donde hace tiempo ya se ha terminado el sueño de la riqueza posible. Con este proceso se da también la desarticulación de los grandes núcleos familiares, rurales y tradicionales, que pasan a convertirse sólo en una referencia nostálgica de los individuos, envueltos en las relaciones sociales y laborales del mundo moderno. Describe, pues, la trágica e inevitable confrontación entre el campo y la ciudad, en donde el eterno perdedor es el campo atrasado, arrastrando a gran parte de la sociedad en este proceso.

En este mundo que transita entre la tradición y la modernidad, que vive simultáneamente entre el progreso y el atraso, es fácil encontrar situaciones de drama humano que representa esta lucha entre diversas maneras de concebir la economía y las relaciones sociales, como cuando nos narra la llegada de los productos de plástico a una aldea hindú, hecho que asesta un golpe mortal al alfarero del pueblo, y destruye tanto una economía familiar, como una serie de relaciones entre los habitantes de un pueblo y su alfarero, pues hay que recordar que en la sociedad tradicional hindú un determinado oficio se practica hereditariamente, de acuerdo a la casta, y así un oficio importante deja de existir por la competencia de los productos elaborados en serie en las fábricas de las ciudades.

El recuento de los horrores del capitalismo salvaje puesto a la práctica en este país alcanza niveles de barbarie, como el trabajo infantil, mal pagado y sobreexplotado; la venta de la propia sangre para malcomer unos cuantos días, o la comercialización clandestina de infantes, órganos humanos y placeres sensuales, cuya cuota más alta es aportada por las clases más míseras y depauperadas. Sumado a esto tenemos la corrupción policíaca y burocrática, el estancamiento económico y los desastres naturales –monzones, sequías, agréguense tsunamis – que hacen que la sociedad india se vea atrapada ocasionalmente por problemas que parecen no tener solución.

La convivencia entre grupos sociales que practican credos diferentes, con costumbres diversas y cosmovisiones distintas, es otra pincelada del mundo de la India que brinda el autor. A pesar del gran trauma de la partición –y quizá por eso mismo– la sociedad hindú ha aprendido, al menos en los barrios bajos donde vive la gente común, a ser tolerante con su vecino próximo, sea musulmán, hindú, budista, judío o cristiano.

Son también dignos de analizarse los altos contrastes existentes en este país. Uno no deja de sorprenderse ante el hecho de que mientras gran cantidad de personas pasan hambre y carecen de servicios básicos, el gobierno sea capaz de gastar fuertes sumas de dinero para obtener una bomba nuclear, o que en lujosos hospitales se afanen por obtener niños de probeta, mientras que en las calles de las grandes urbes la realidad pareciera indicar que si hay algo que sobra son, precisamente, los niños, en un país asolado por la sobrepoblación, en el cual los infantes mueren cada día por problemas de desnutrición o la carencia de un buen sistema de salud.

En estos inicios de año se realizaron las reuniones globales de Davos, Suiza, y de Porto Alegre, Brasil. No deben olvidarse las ventajas del capitalismo global, pero no hay que olvidar su lado salvaje, sobre todo en los países que continúan formando parte de lo que alguna vez se consideró la periferia.


Mtro. Gerardo Blas Segura
Profesor del Departamento de Estudios Sociales y Relaciones Internacionales del Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México, México.

Columnas anteriores