Por Leonardo Peralta
Número 28
Es conocido
de todos que hasta hace un par de décadas, México
era una nación exportadora de contenidos mediáticos.
Las telenovelas mexicanas se volvieron conocidas en todo el planeta:
en lugares tan remotos como China y Rumania la televisión
emitía las tragedias de las heroínas nacionales en
dosis de media hora. Esto le dió a Televisa la proyección
internacional que la consolidó como una de las empresas de
medios más importantes de Latinoamérica.
A la manera que en la época
de oro del cine mexicano, la influencia de personajes como el Chavo
del Ocho traspasó las fronteras nacionales y se convirtieron
(tal y como las películas de charros en los años 40)
en elementos definitorios de lo mexicano ante el mundo. La cosmovisión
y los valores mexicanos fueron adoptados por Latinoamérica
como propios: así como la Virgen de Guadalupe es Emperatriz
de América, el ser mediático mexicano se volvió
en modelo abajo del Río Bravo.
Una amiga residente en Venezuela
me comenta que a los mexicanos se nos dice "manitos" en
virtud de que un personaje telenovelero (María, la del Barrio)
hablaba así y allá se interpretó como la forma
usual de llamar a un mexicano. De ese nivel es la influencia mexicana
en la cultura latinoamericana. Sin embargo, el tiempo corre y las
condiciones de los medios cambian, modificando las estructuras de
la producción mediática en todo el mundo.
El paradigma televisivo pasó
de los talk shows en los años 90 a los reality shows que
padecemos diariamente. En este proceso, productoras independientes
como Endemol y FreemantleMedia desarrollaron un sistema de producción
basado en la creación de conceptos y su posterior franquicia
a televisoras locales en todo el mundo. De esta manera, las empresas
productoras se concentran en el desarrollo de ideas creativas mientras
que las televisoras producen el programa y lo comercializan en el
mercado local.
Este nuevo esquema de producción
de contenidos audiovisuales toma todas las ventajas de la globalización
y trabaja bajo supuestos más parecidos a los de la producción
de electrodomésticos, donde el aparato es diseñado
en Japón, manufacturado en México, publicitado a través
de una agencia de Nueva York y comerciales producidos en Barcelona
con modelos suecas.
Este modelo se vuelve rentable para
las nuevas empresas mediáticas porque en vez de tener sus
propios departamentos creativos, lo único que deben hacer
es comprar la franquicia, tropicalizarla y producirla, con el valor
agregado de que estos productos audiovisuales globales ya están
probados en otros auditorios y la televisora compra a lo seguro,
contrario al mecanismo de incertidumbre que implica realizar un
programa desde cero. Además, como subproducto en beneficio
de la televisora queda un grupo de personas populares y explotables
para la empresa, sin tener que pasar por el complejo proceso de
creación de una cantante de moda o un actor consagrado.
Aunque no se comenta mucho al respecto,
este modelo de producción parece que será la norma
en los años por venir, ahorrando costos, mejorando los márgenes
de ganancia, pero dejando tras de sí dos inquietudes que
ahora expongo.
¿Qué pasará
con la producción nacional? La compra de franquicias hace
innecesaria la creación propia de la televisora. Y aunque
es dudoso que se termine la producción nacional de contenidos,
es obvio que las televisoras privilegiarán los proyectos
de franquicia, más rentables que la telenovela tradicional.
Quizá el nicho por venir para la televisión mexicana
es la de producir eventos especiales como la visita del Papa o las
jugadas de nuestra selección nacional en eventos internacionales.
¿Teminará el reinado
de la telenovela latinoamericana? Aunque este panorama es poco factible
debido a la tremendamente arraigada tradición de consumo
mediático en América Latina y México, podemos
ver que con el paso de los años el patrón de consumo
cultural irá migrando lentamente de las narrativas tradicionales
a nuevas formas de expresión audiovisual, más cercanas
a la hipertextualidad y a la narrativa en tiempo real. Ante ello
las televisoras tendrán que hacer nuevas propuestas audiovisuales.
Las preguntas probablemente sean
muchas más, pero como suele suceder en los procesos históricos,
el tiempo será el que defina lo que ocurrirá, sin
embargo, por lo que se puede vislumbrar, estamos a las puertas de
una revolución mediática que se enlazará con
otros fenómenos, como la adopción de estándares
digitales de televisión y de alta definición para
el año 2005, así como la crisis publicitaria que viven
los medios y que ya se extiende por más de 2 años
seguidos y no tiene visos de remitir.
¿Alguien quiere agregar algo?
Lic.
Leonardo Peralta
Escritor, socio director de
Alebrije Comunicación y colaborador
del semanario Cambio |