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Febrero 2002

 

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In-mediata

La caída de la cuarta pared

 
Por Leonardo Peralta
Número 25

Hace algunos años, cuando me encontraba estudiando la carrera, uno de mis profesores arrojó a la audiencia una teoría que, a nuestro parecer, era descabellada. Su idea decía que con el avance de las tecnologías de procesamiento de señales de video y audio, pronto estaríamos en posibilidad de vivir en casas transparentes: lugares donde podríamos ser objeto de fisgoneo y vigilancia en beneficio de quien dispusiera del ánimo y los recursos para hacerko.

Aún cuando ya había leído "1984" de George Orwell y conocía la existencia de cámaras espía y los negros antecedentes de países ex-comunistas que no tuvieron empacho de reclutar a millones de ciudadanos para espiar a otros tantos millones, me parecía irreal la teoría de mi recordado profesor. La labor me parecía muy pesada y con escasos beneficios en sociedades donde la información obtenida por medio del espionaje podría volverse contra su patrocinador (cosa que acabó sucediendo con Vladimiro Montesinos en Perú).

Pasaron los años: Internet se convirtió en un medio de comunicación auténtico, la televisión se dejó llevar por la ola de los talk shows y mis pensamientos lúgubres sobre una sociedad vigilada se fueron perdiendo conforme otras cosas ocupaban mi mente. Sin embargo, debajo del agua se gestaba una revolución que haría valederas las palabras que escuché años atrás en el salón de clases.

Todo comienza con una idea sencilla: el mejor espectáculo es la realidad misma. De hecho, los talk shows se nutren de esta idea para exponer entre gritos y sombrerazos los patéticos problemas que sufren ciudadanos comunes para magnificarlos y darles tintes épicos. Lo siguiente fue llevar los problemas de la realidad a la realidad misma. Series como The Real World de la cadena MTV exploraron las posibilidades de seguir incesantemente a determinados individuos mientras conviven juntos en la misma casa (y a veces en la misma cama). Ciertamente, la convivencia y roce entre personas desconocidas (y casualmente atractivas) genera historias muy interesantes y jugosas.

Al mismo tiempo aparecen en la década de los 90 programas de videos caseros, mismos donde vemos pedacitos interesantes de la vida de seres comunes a quienes les ocurren cosas extraordinarias (como ver su casa devorada por un volcán o estar en el camino de un tornado). Estos programas se vuelven tan populares que tiempo después aparecen series que recuperan imágenes de disturbios, persecuciones policiacas y delitos (obra y gracia de las omnipresentes cámaras de vigilancia), hasta llegar a los videos semiclandestinos donde se recopilan escenas de accidentes, trifulcas sangrientas, suicidios, mutilaciones; hasta llegar a la leyenda urbana de los snuff movies. La tecnología le daba al espectador el papel de ser su propio director de cámara.

Sin embargo, ¿por qué depender de videos caseros de baja calidad, si el mejor experimento puede ser tener a los personajes interactuando PERMANENTEMENTE? Es en ese momento (finales de la década de los 90) cuando la tecnología del video, un público ávido de diversiones y empresas de medios dispuestas a jugar rudo abren el camino para la serie que cruzaría de manera permanente la puerta de la televisión de la realidad: Big Brother.

Este programa, idea de un tal John de Mol, holandés, resume las posibilidades de una televisión sin ataduras éticas y dispuesta a jugarse la reputación con un espectáculo que roza las fronteras del voyeurismo descarado. Puede ser que todo mundo ya sepa de qué se trata este programa, pero a quienes no tengan idea les recomiendo el sitio "oficial" de la versión mexicana: <http://www.esmas.com/bigbrother/>.

Sin embargo resumo las premisas básicas del show: un grupo de personas son encerradas en una casa y obligadas a convivir por un periodo de 101 días, allí son sometidos a una serie de pruebas y del juicio del público, quien determina quién se queda en la casa y quién se va. El último residente en la casa gana. Así de sencillo. Con el tiempo han surgido copias de esta idea como Love Cruise de la cadena Fox e Inquilinos, producción orgullosamente mexicana a cargo de ZoomTV. Sin embargo la idea principal es la misma: "embotellar" la realidad en una casa y el emitir el resultado las 24 horas del día.

Más allá de lo que el programa arriba citado implica en nuestra sociedad del entretenimiento, lo interesante es aquello que los nuevos paradigmas en las industrias de medios pueden hacer con las audiencias. La realidad vende y sobre todo cuando es escandalosa: no hay nada más gratificante que asomarse a la ventana del vecino, criticar su mobiliario, sus malos gustos y su esposa. La realidad en este nuevo envase responde también al hastío que produce en la gente la poca creatividad de la mayoría de las creadoras de contenidos audiovisuales, encerrados desde la década de los 90 en una pendiente de reciclajes de ideas, historias y programas.

Las empresas mediáticas, en feroz competencia por llevarse la mayor tajada de audiencia global, privilegian los contenidos de alto impacto que reditúan en ganancias de corto plazo, sin pensar que quizá siguen el camino de los romanos que convirtieron las antiguas ceremonias a los dioses en carnicerías brutales dentro de los coliseos.

Lo que comenzó como una buena idea de entretenimiento para las masas, se ha convertido en una tendencia donde la privacidad se convierte en un bien escaso, tanto para los famosos acosados por los papparazzi como para hombres y mujeres comunes que se convierten en protagonistas involuntarios de dramas reflejados en programas como Infieles, donde el uso masivo del espionaje y la persecusión culminan con morbosas confrontaciones entre una persona infiel y su amante-esposo(a)-novio(a).

Irónicamente el más grande "reality show" producido en los últimos tiempos fue la trasmisión en vivo y cadena mundial de los atentados a las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono en Washington. La ficción se ha convertido en espantosa imagen de una realidad nueva y atemorizante, las imágenes en vivo y en directo saltaron de los noticieros para convertirse en la materialización de nuestros sueños, hasta llegar el día de hoy, donde los ojos perennes del video amenazan nuestra privacidad en aras de ilustrar lo inusual.

Ha llegado, pues, la era de la televisión real, donde los protagonistas somos nosotros y las historias son nuestros problemas y traumas, todo en vivo, en trasmisión directa desde la mesa de nuestra cocina o la cabecera de nuestra cama. Bienvenidos al mundo transparente


Lic. Leonardo Peralta
Escritor y socio director de la agencia Alebrije Comunicación.

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