Por Leonardo Peralta
Número 25
Hace algunos
años, cuando me encontraba estudiando la carrera, uno de
mis profesores arrojó a la audiencia una teoría que,
a nuestro parecer, era descabellada. Su idea decía que con
el avance de las tecnologías de procesamiento de señales
de video y audio, pronto estaríamos en posibilidad de vivir
en casas transparentes: lugares donde podríamos ser
objeto de fisgoneo y vigilancia en beneficio de quien dispusiera
del ánimo y los recursos para hacerko.
Aún cuando ya había
leído "1984" de George Orwell y conocía
la existencia de cámaras espía y los negros antecedentes
de países ex-comunistas que no tuvieron empacho de reclutar
a millones de ciudadanos para espiar a otros tantos millones, me
parecía irreal la teoría de mi recordado profesor.
La labor me parecía muy pesada y con escasos beneficios en
sociedades donde la información obtenida por medio del espionaje
podría volverse contra su patrocinador (cosa que acabó
sucediendo con Vladimiro Montesinos en Perú).
Pasaron los años: Internet
se convirtió en un medio de comunicación auténtico,
la televisión se dejó llevar por la ola de los talk
shows y mis pensamientos lúgubres sobre una sociedad vigilada
se fueron perdiendo conforme otras cosas ocupaban mi mente. Sin
embargo, debajo del agua se gestaba una revolución que haría
valederas las palabras que escuché años atrás
en el salón de clases.
Todo comienza con una idea sencilla:
el mejor espectáculo es la realidad misma. De hecho, los
talk shows se nutren de esta idea para exponer entre gritos y sombrerazos
los patéticos problemas que sufren ciudadanos comunes para
magnificarlos y darles tintes épicos. Lo siguiente fue llevar
los problemas de la realidad a la realidad misma. Series como The
Real World de la cadena MTV exploraron las posibilidades de seguir
incesantemente a determinados individuos mientras conviven juntos
en la misma casa (y a veces en la misma cama). Ciertamente, la convivencia
y roce entre personas desconocidas (y casualmente atractivas) genera
historias muy interesantes y jugosas.
Al mismo tiempo aparecen en la década
de los 90 programas de videos caseros, mismos donde vemos pedacitos
interesantes de la vida de seres comunes a quienes les ocurren cosas
extraordinarias (como ver su casa devorada por un volcán
o estar en el camino de un tornado). Estos programas se vuelven
tan populares que tiempo después aparecen series que recuperan
imágenes de disturbios, persecuciones policiacas y delitos
(obra y gracia de las omnipresentes cámaras de vigilancia),
hasta llegar a los videos semiclandestinos donde se recopilan escenas
de accidentes, trifulcas sangrientas, suicidios, mutilaciones; hasta
llegar a la leyenda urbana de los snuff movies. La tecnología
le daba al espectador el papel de ser su propio director de cámara.
Sin embargo, ¿por qué
depender de videos caseros de baja calidad, si el mejor experimento
puede ser tener a los personajes interactuando PERMANENTEMENTE?
Es en ese momento (finales de la década de los 90) cuando
la tecnología del video, un público ávido de
diversiones y empresas de medios dispuestas a jugar rudo abren el
camino para la serie que cruzaría de manera permanente la
puerta de la televisión de la realidad: Big Brother.
Este programa, idea de un tal John
de Mol, holandés, resume las posibilidades de una televisión
sin ataduras éticas y dispuesta a jugarse la reputación
con un espectáculo que roza las fronteras del voyeurismo
descarado. Puede ser que todo mundo ya sepa de qué se trata
este programa, pero a quienes no tengan idea les recomiendo el sitio
"oficial" de la versión mexicana: <http://www.esmas.com/bigbrother/>.
Sin embargo resumo las premisas
básicas del show: un grupo de personas son encerradas en
una casa y obligadas a convivir por un periodo de 101 días,
allí son sometidos a una serie de pruebas y del juicio del
público, quien determina quién se queda en la casa
y quién se va. El último residente en la casa gana.
Así de sencillo. Con el tiempo han surgido copias de esta
idea como Love Cruise de la cadena Fox e Inquilinos, producción
orgullosamente mexicana a cargo de ZoomTV. Sin embargo la idea principal
es la misma: "embotellar" la realidad en una casa y el
emitir el resultado las 24 horas del día.
Más allá de lo que
el programa arriba citado implica en nuestra sociedad del entretenimiento,
lo interesante es aquello que los nuevos paradigmas en las industrias
de medios pueden hacer con las audiencias. La realidad vende y sobre
todo cuando es escandalosa: no hay nada más gratificante
que asomarse a la ventana del vecino, criticar su mobiliario, sus
malos gustos y su esposa. La realidad en este nuevo envase responde
también al hastío que produce en la gente la poca
creatividad de la mayoría de las creadoras de contenidos
audiovisuales, encerrados desde la década de los 90 en una
pendiente de reciclajes de ideas, historias y programas.
Las empresas mediáticas,
en feroz competencia por llevarse la mayor tajada de audiencia global,
privilegian los contenidos de alto impacto que reditúan en
ganancias de corto plazo, sin pensar que quizá siguen el
camino de los romanos que convirtieron las antiguas ceremonias a
los dioses en carnicerías brutales dentro de los coliseos.
Lo que comenzó como una buena
idea de entretenimiento para las masas, se ha convertido en una
tendencia donde la privacidad se convierte en un bien escaso, tanto
para los famosos acosados por los papparazzi como para hombres y
mujeres comunes que se convierten en protagonistas involuntarios
de dramas reflejados en programas como Infieles, donde el uso masivo
del espionaje y la persecusión culminan con morbosas confrontaciones
entre una persona infiel y su amante-esposo(a)-novio(a).
Irónicamente el más
grande "reality show" producido en los últimos
tiempos fue la trasmisión en vivo y cadena mundial de los
atentados a las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono
en Washington. La ficción se ha convertido en espantosa imagen
de una realidad nueva y atemorizante, las imágenes en vivo
y en directo saltaron de los noticieros para convertirse en la materialización
de nuestros sueños, hasta llegar el día de hoy, donde
los ojos perennes del video amenazan nuestra privacidad en aras
de ilustrar lo inusual.
Ha llegado, pues, la era de la televisión
real, donde los protagonistas somos nosotros y las historias son
nuestros problemas y traumas, todo en vivo, en trasmisión
directa desde la mesa de nuestra cocina o la cabecera de nuestra
cama. Bienvenidos al mundo transparente
Lic.
Leonardo Peralta
Escritor y socio director de la agencia Alebrije
Comunicación. |