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Marzo 2002

 

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In-mediata

Animación japonesa: una educación sentimental

 
Por Leonardo Peralta
Número 25

Para Caleb y Beatriz, culpables de todo esto

Confieso que veo animación japonesa desde hace ya más de veinte años. Siendo muy pequeño me encontré con el televisor y me declaré adicto a él, mirándolo desde los tres años de edad una media de ocho horas al día. En aquellos años era un consimidor voraz de imágenes que iban de los noticiarios a las telenovelas y las caricaturas, pasando por los comics del Pato Donald, denostados ampliamente por Armand Mattelart en su libro "Para leer al Pato Donald". De todo ese mar de imágenes que transitaron por mis ojos aparecieron personajes de ojos grandes, muy grandes; con tramas que iban de lo brutal a lo tierno y de lo bello a lo más grotesco. Todo ello en dosis de media hora en la televisión marca K2 que tenía mi familia en la sala de la casa.

Eran caricaturas de títulos como Candy, La Princesa de los Mil Años, Belle y Sebastian y José Miel. Todas ellas trataban temas que rebasaban lo que cualquier telenovela hubiera expuesto: niños abandonados por sus padres o sujetos al abuso de brutales tutores, historias de amor enmedio de un Apocalipsis provocado por la aproximación de un planeta desconocido o de la Primera Guerra Mundial y la búsqueda de la felicidad de personas que han perdido irremediablemente familia y amor. Todo esto rebasaba sin duda las tramas sencillas de las caricaturas americanas donde los buenos y los malos peleaban permanentemente por dominar el universo o el corazón del ser amado. Era un mundo nuevo de ojos grandes y acciones mágicas.

Pasaron los años y me convertí en adulto, pero supe de muchas personas que, como yo, habían sido tocadas por la estética y la narrativa de la animación japonesa (mejor conocida como anime). Este fenómeno artístico y mediático nacido en Japón pocos años depués del fin de la Segunda Guerra Mundial ha tomado por asalto al mundo en las últimas décadas, no parece detenerse ante nada y en su avance promete modificar el sentido de la estética prevaleciente en Occidente desde los tiempos del Renacimiento.

Lo que comenzó como el intento desesperado del doctor Osamu Tezuka por sacar adelante a su familia se convirtió en una industria que mueven miles de millones de dólares al año alrededor del mundo por medio de historietas (manga) o de videos y películas animadas (anime) que tratan temas tan disímbolos que van del golf al matrimonio sin problema alguno.

Sin embargo, pese a su creciente importancia e impacto en la sociedad de occidente, su análisis serio se ve limitado por estereotipos que lo hacen ver como un medio de expresión menor y banal. Nada más equivocado, y a continuación menciono algunos de dichos estereotipos:

  • La animación japonesa es infantil y/o violenta: a pesar de lo que se suele ver en la televisión abierta, los temas que trata dicho género son tan variados que van de la novela histórica (Samurai X, Only Yesterday) a las reflexiones más profundas del papel de la tecnología en la cosmovisión del ser humano (Robot Carnival y Akira). Además de que existen recreaciones de novelas en animación (Mujercitas) y las paradojas entre el machismo y la condición femenina (Ranma 1/2). Todo esto sin olvidar tramas mágicas y tecnológicas como Dragon Ball Z y Macross.
  • La animación japonesa es de mala calidad: a pesar de que uno de los fundamentos de la animación japonesa es la reducción de la velocidad de cuadro de 16 fotogramas por segundo a sólo 6, la calidad de los trazos y del dibujo pueden ser tan exquisitos como los de Disney en su película Fantasía. La mencionada película Akira de Katsushiro Otomo es muestra de la calidad potencial de la calidad artística del género.
  • La animación japonesa no aporta nada nuevo en la estética moderna: considerando que las raíces de este fenómeno tienen su origen en el pintor del siglo XVIII, Hokusai, podemos decir que su estética se nutre de la tradición nipona más rancia y que su adopción para consumo masivo ha sido tan bien aceptado que millones de personas en todas partes lo consideran tan expresivo y rico visualmente como cualquier obra gráfica moderna.

Ya Umberto Eco señala en su obra Apocalípticos e Integrados el desdén con el que la crítica trata a los comics, y por ende a sus primos orientales. Al ser producto de consumo masivo, se supone de inmediato que es un producto pobre y de baja calidad. Sin embargo, la fuerza de la globalización ha ayudado a romper con este tipo de esquemas y a darle a la obra gráfica de consumo masivo el lugar que se merece, al menos en ojos de su público.

Quizá el cambio generacional de comunicólogos que viene en camino pueda abordar este y otros fenómenos considerados de baja estofa (como la música grupera, tropical y norteña) con menos prejuicios y más ánimo de conocer los fermentos de la verdadera y cotidiana cultura popular, a la manera en que hoy se rehabilita la obra del otrora considerado cantante de prostitutas e infieles; Agustín Lara.


Lic. Leonardo Peralta

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