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Abril 2003

 

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In-mediata

Naqoyqatsi: tres ensayos

 
Por Leonardo Peralta
Número 32

Na-qoy-qatsi: (nah koy' kahtsee) N. From the Hopi Language.
1. A life of killing each other. 2. War as a way of life. 3. (Interpreted) Civilized violence.

Nota del autor: para escribir el presente ensayo me baso en la película Naqoyqatsi, dirigida por Godfrey Reggio y mientras escribo escucho la música de este filme escrita por Philip Glass y ejecutada por el chelista Yo-Yo Ma. No estará de más que conozcan un poco más acerca de esta película en el sitio <http://www.qatsi.org>
¡Gracias!

There is no more nature
La existencia posmoderna está basada en el uso de la tecnología con el fin de llevar hasta las últimas consecuencias en la extensión de las capacidades humanas hasta llevarla a los límites de la omnisciencia y de la omnipotencia. Después de la invención de la bomba atómica, los seres humanos están en posibilidad de desencadenar las mismas fuerzas que crearon el universo para su propósitos.

Los seres humanos estamos en capacidad de ver todo, escucharlo todo, construirlo todo y (evidentemente) destruirlo todo. La vida posmoderna requiere de todo el poder de la ciencia para conocer la naturaleza y poderla dominar. El dominio de los elementos naturales es una premisa indispensable para que nuestra sociedad pueda subsistir. Sin el control de los elementos los seres humanos están tan desamparados como un grupo de bovinos enmedio de un llano.

En la condición posmoderna la naturaleza pierde por completo las connotaciones religiosas y se vuelve solamente un almacen de activos fijos para el consumo humano: energía, alimentos y lugares habitables. El ser humano se trepa en su conocimiento convertido en tecnología y de allí su poder se vuelve infinito, cosa bastante extraña considerando que los seres humanos somos fisiológicamente frágiles al entorno. Sin embargo, el poder no puede ser completo si no lleva implícita la posibilidad de destrucción. El poder sobre un ecosistema no es absoluto si no conlleva la posibilidad de arrasarlo hasta convertirlo en tierra quemada.

Y aunque el anhelo de control sobre la naturaleza corrió paralela a la historia humana desde el inicio de la civilización, es en el siglo XX cuando los seres humanos pueden influir determinantemente en procesos tan complejos antaño como la evolución de las especies, el curso de ríos y la forma de las montañas. En la posmodernidad ya no solamente es necesario el tener un control de la naturaleza, sino que el imperativo es alejarse de ella hasta que nuestro entorno sea lo más artificial posible.

Esto ocurrió con la construcción de las ciudades (emplazamientos donde la naturaleza ha sido reemplazada por edificios, calles y construcciones) y ocurre ahora, cuando la tecnología hace posible que los seres humanos vivan en un entorno de realidad virtual, alejado de la realidad física, donde podemos jugar a que cuidamos seres vivos (Tamagotchi), seres humanos (The Sims), ser dioses de tierras extrañas (videojuego de Black 7 White) e inclusive amar sin tener siquiera que cruzar palabra con alguien real (videojuego Tokimeki Memoriaru).

Los seres humanos hemos llegado al punto de poder hacer de la realidad una emulación virtual y de la naturaleza, lo que nos plazca.

There is only technology
El dominio de la naturaleza requiere del uso forzoso de la tecnología. La tecnología requiere del uso imprescindible de grandes cantidades de energía y esta energía, hoy por hoy tiene que venir de fuentes de recursos no renovables. A medida que nuestra civilización demanda mayores cantidades de energía, los estados en todo el mundo se ven obligados a hacerse de cantidades de energía suficiente para responder a las necesidades de sus poblaciones cada vez más dependientes de la tecnología.

Lo mismo sucede con el agua; ahora sabemos que civilizaciones como la Maya desparecieron porque el agua se terminó y con ella la estabilidad de un imperio avanzado en matemáticas y astronomía pero incapaz de hallar una forma de paliar eficientemente la sequía.

Los conflictos bélicos que afectan nuestro planera en estos días tienen como eje esos dos elementos: la energía o el agua. Por ello hay ejércitos que no dudan en trasladar al otro lado del mundo a miles de soldados con el fin de proteger su acceso a la energóa o al agua. Es un hecho que se rebela detrás de guerras y conflicos en lugares tan lejanos como Chechenia, Venezuela e Iraq. Por ello, nuestra dependencia de la energía y del agua nos hacen una civilización en constante peligro de extinción, quizá la guerra del fin del mundo (Mario Vargas Llosa dixit) ha puesto más de manifiesto esta situación de fragilidad.

Nuestra civilización cada vez más dependiente de la tecnología no ha podido cumplir con la promesa detener a las fuerzas de la historia y llevarnos a un milenio dorado de prosperidad. Sin embargo, ya no es posible dar marcha atrás y la tecnología se ha vuelto una nueva forma de justificar las siguientes guerras ya que ahora de la tecnología depende nuestra existencia.

Everyday life is war
Decir que el 11 de septiembre de 2001 cambió para siempre nuestras ideas referentes a la guerra y a lo que significa la globalización es caer en el lugar común. Sin embargo, es verdad que desde aquel día se ha perdido la esperanza cándida de que la civilización podría (de una vez por todas) dejar atrás un legado de guerras y conflictos bélicos que durante el siglo XX costaron la vida a centenares de millones de personas.

Sin embargo, la guerra es parte de la condición humana y los acontecimientos que están ocurriendo en el mundo parecen confirmar que las guerras seguirán existiendo mientras existan seres humanos sobre la faz de la tierra. Sin embargo, en esta ocasión la guerra tienen un ingrediente ominoso: la globalización.

Hasta hace poco tiempo la guerra siempre estaba localizada en una zona geográfica fácilmente delimitable por fronteras de agua, montañas y personas. La guerra siempre se llevaba a cabo en una zona denominada "teatro de operaciones" donde confluían las fuerzas combatientes y se llevaban a cabo las batallas.

Este paradigma ya no es más.

La guerra puede aparecer en cualquier lado, a cualquier hora porque el mismo concepto que la define ha mutado y una confrontación bélica puede darse en un avión, un centro comercial, un autobús de pasajeros o enmedio del desierto (como sucede en esta ocasión). La guerra que antes venía a nosotros a través de la televisión y la radio ahora puede ocurrir en la cuadra de al lado. La guerra ya no es representada por los medios ante la audiencia: la guerra puede venir desde cualquier parte en cualquier momento.

Esta globalización del estado de guerra afecta los negocios, la vida cultural y sobre todo, la percepción de la gente respecto de lo que sucede alrededor. De pronto nos sabemos vulnerables, frágiles ante amenazas externas y desconocidas. El 11 de septiembre, más que un ataque terrorista fue una declaración de principios hacia el siglo naciente. La guerra no tendrá inicio ni final porque ya no habrá límites para ella. La guerra en esta época es la extensión más violenta y radical de la posmodernidad.

Así las cosas, la guerra se desborda sobre todos nosotros en las coordenadas de tiempo y espacio para crear una civilización que vive la guerra permanente, que dicho sea de paso fue configurada por George Orwell en su novela 1984. Quién lo diría; justo cuando parecíamos más alejados de un mundo como el describía volvemos a él en el vértigo de un par de años.

Conclusión:
la rueda de la historia seguirá girando, machacando con los engranes de la guerra a quien se ponga en su camino. Perdiste, Fukuyama.


Lic. Leonardo Peralta
Colaborador del Grupo Editorial Expansión y el semanario Cambio. Escritor y socio de la consultora Alebrije Comunicación

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