Por Leonardo Peralta
Número 31
Los tiempos que vivimos son
difíciles. Eso nadie lo duda; la amenaza de una guerra contra
Irak por momentos se vuelve una certeza lamentable y por el otro
el entorno de inseguridad que se ciñe cual corona de flores
negras alrededor de nuestras cabezas. Sin embargo, más allá
de las negociaciones, de las tomas de postura y las promesas (que
suenan más a amenaza) de crear un mundo acorde a un orden
mundial impuesto por una superpotencia, cuyo nombre todos conocemos
y nadie puede olvidar, existe una sombra que los hace tembrar cuando
las frases valientes se han terminado.
Ellos saben que dicha sombra se
asoma detrás de las filas y filas de soldados, aviones y
cohetes que erizan sus fronteras, así como los artilugios
más finos y acuciosos que civilización alguna pudo
haber esgrimido para protegerse desde la Gran Muralla China. Este
fantasma es el motivo de esta crispación y la pesadilla de
no pocas personas que sueñan que desde un cerro perdido Afganistán
se planean pesadillas y masacres en nombre de Alá y en contra
de los infieles que solamente creen en lo que ven con los ojos de
la televisión y de su presidente.
Osama Bin Laden es el nombre de
la bestia que lo amenaza todo y cuyas palabras, emitidas desde algún
punto a donde no llegan los satélites espía ni los
aviones de reconocimiento amenaza una y otra vez con llevar el infierno
a la casa de todos. Para la mente occidental este hombre (que alguna
vez sirvió a quienes hoy lo persiguen) es la imagen de lo
malo y lo maldito. Sus palabras, dichas en un idioma que desconocemos
suenan mucho más amenazantes en tanto solamente comprendemos
su mirada de fuego e ira a través del televisor.
Sin embargo; ¿no es esta
una imagen convocada antes?, ¿acaso no es Osama la personificación
de otro villano que todo lo amenaza desde una clandestinidad que
desconocemos?, ¿acaso su figura barbada no representa otra
imagen venida de otros tiempos y de un futuro que se imaginaba dictatorial
y absolutamente miserable? Aquí una palabras para recordar:
Como de costumbre, apareció
en la pantalla el rostro de Immanuel Goldstein, el Enemigo del Pueblo.
Del público salieron aquí y allá fuertes silbidos.
La mujeruca de pelo arenoso dio un chillido mezcla de miedo y asco.
Goldstein era el renegado que desde hacía mucho tiempo (nadie
podía recordad cuánto) había sido una de las
figuras principales del Partido, casi con la misma importancia que
el Gran Hermano, y luego se había dedicado a actividades
contrarrevolucionarias, había sido condenado a muerte y se
había escapado misteriosamente, desapareciendo para siempre.
Cada que la cadena global CNN muestra
las imágenes de Osama amenazando con una guerra santa recuerdo
este pasaje. Pero cuando comienza a hablar en un idioma que desconozco,
otras palabras aparecen en mi mente:
Todos los subsiguientes crímenes
contra el Partido, todos los actos de sabotaje, herejías
desviaciones y traiciones de toda clase procedían directamente
de alguna de sus enseñanzas. En cierto modo, seguía
vivo y conspirando. Quizá se encontrara en algún lugar
enemigo, a sueldo de sus amos extranjeros, e incluso era posible
que, como se rumoreaba alguna vez, estuviera escondido en algún
sitio de la propia Oceanía.
La superpotencia herida en busca
de venganza envió una expedición punitiva que machacó
el país con bombas inteligentes, soldados de alta tecnología
y el derrocamiento de un gobierno que destacaba por la ortodoxia
religiosa mantenida a punta de pistola.
Pero ni siquiera los satélites,
los aviones ni los soldados hallaron a Osama. Se convirtió
en un rastro perdido en la humareda de la última batalla
del régimen talibán. Su rastro se perdió y
ya nada se volvió a saber de él. A menos en su prescencia
real, porque de vez en cuando su voz se aparece en la red de comunicaciones
global amenazando y congratulándose con cada carnicería
producida por sus fieles, ora en Nueva York, ora en Bali, ora en
Palestina.
Sin embargo, sus palabras que amenazan
a Occidente seducen a Oriente porque habla en términos de
libertad y guerra al infiel con una ferocidad que contrasta con
los dirigentes de aquellas tierras, que apenas aciertan a balbucear
algo en contra del contundente discurso que Osama dirigie a los
cientos de millones de musulmanes en todo el mundo. Es cuando otras
palabras vienen a mi mente:
Insultaba al Gran Hermano, acusaba
al Partido de ejercer una dictadura y pedía que se firmara
inmediatamente la paz con Eurasia. Abogaba por la libertad de palabra,
la libertad de prensa, la libertad de reunión y la libertad
de pensamiento, gritando histéricamente que la revolución
había sido traicionada.
E inclusive, físicamente
la imagen de Osama me recuerda este villano literario: Immanuel
Goldstein:
Era un rostro delgado, con una aureola
de pelo blanco y una barbita de chivo: una cara inteligente que
tenía, sin embargo, algo de despreciable y una especie de
tontería senil que le prestaba su larga nariz
Parecía
el rostro de una oveja y su misma voz tenía algo de ovejuna.
George Orwell se imaginó
en su novela 1984 un mundo regido por dictaduras brutales e implacables
que se hacían la guerra entre sí con el solo objetivo
de mantenerse en el poder y crear una civilización del miedo
y la consecuente lealtad absoluta al líder, quien protegerá
el mundo del mal traído por los extraños y los malvados
que desean destruir aquello que amamos y sentimos como legítimo
y propio.
Sin embargo, en 1949 (la fecha en
la que escribió dicha novela), George Orwell no pensaba en
el fanatismo religioso. Pensaba en un dictador que asomaba su cabeza
rellena de muertos detrás de la Cortina de Hierro: Josif
Stalin. Sin embargo, es hoy cuando los medios han logrado crear
la imagen de un villano sin doblez ni matices: el malvado absoluto
que no se guía más que por sus creencias y que por
ellas está dispuesto a llevar la guerra hasta el corazón
de los infieles.
Quisiera pensar que todo esto es
una equivocación mía, fruto de mis largas noches sin
dormir. Pero al leer 1984, y especialmente la parte final de la
novela, el protagonista (vencido casi totalmente por la tortura
de un sistema sin piedad ni dudas sobre su superioridad moral por
encima del mal que combate) solamente atina a hacer una pregunta,
que es la misma que yo me hago cuando apago el televisor y pienso
en las amenazas de Osama Bin Laden y su correspondiente hermandad,
Al Qaeda:
¿Existe la Hermandad?
- Eso no lo sabrás nunca, Winston. Si decidimos liberarte
cuando acabemos contigo y si llegas a vivir noventa años,
seguirás sin saber si la respuesta a esta pregunta es sí
o no. Mientras vivas, será eso para ti un enigma.
Más
información:
<http://www.tatu.us/itainter.htm>
(entrevista al dueto)
<http://www.tatu.ru>/
(sitio oficial del dueto)
<http://www.azlyrics.com/t/tatu.html>
(letras de las canciones del dueto)
Lic.
Leonardo Peralta
Colaborador del Grupo
Editorial Expansión y el semanario Cambio.
Escritor y socio de la consultora Alebrije Comunicación |