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Marzo 2003

 

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In-mediata

Un Goldstein de Bolsillo

 
Por Leonardo Peralta
Número 31

Los tiempos que vivimos son difíciles. Eso nadie lo duda; la amenaza de una guerra contra Irak por momentos se vuelve una certeza lamentable y por el otro el entorno de inseguridad que se ciñe cual corona de flores negras alrededor de nuestras cabezas. Sin embargo, más allá de las negociaciones, de las tomas de postura y las promesas (que suenan más a amenaza) de crear un mundo acorde a un orden mundial impuesto por una superpotencia, cuyo nombre todos conocemos y nadie puede olvidar, existe una sombra que los hace tembrar cuando las frases valientes se han terminado.

Ellos saben que dicha sombra se asoma detrás de las filas y filas de soldados, aviones y cohetes que erizan sus fronteras, así como los artilugios más finos y acuciosos que civilización alguna pudo haber esgrimido para protegerse desde la Gran Muralla China. Este fantasma es el motivo de esta crispación y la pesadilla de no pocas personas que sueñan que desde un cerro perdido Afganistán se planean pesadillas y masacres en nombre de Alá y en contra de los infieles que solamente creen en lo que ven con los ojos de la televisión y de su presidente.

Osama Bin Laden es el nombre de la bestia que lo amenaza todo y cuyas palabras, emitidas desde algún punto a donde no llegan los satélites espía ni los aviones de reconocimiento amenaza una y otra vez con llevar el infierno a la casa de todos. Para la mente occidental este hombre (que alguna vez sirvió a quienes hoy lo persiguen) es la imagen de lo malo y lo maldito. Sus palabras, dichas en un idioma que desconocemos suenan mucho más amenazantes en tanto solamente comprendemos su mirada de fuego e ira a través del televisor.

Sin embargo; ¿no es esta una imagen convocada antes?, ¿acaso no es Osama la personificación de otro villano que todo lo amenaza desde una clandestinidad que desconocemos?, ¿acaso su figura barbada no representa otra imagen venida de otros tiempos y de un futuro que se imaginaba dictatorial y absolutamente miserable? Aquí una palabras para recordar:

Como de costumbre, apareció en la pantalla el rostro de Immanuel Goldstein, el Enemigo del Pueblo. Del público salieron aquí y allá fuertes silbidos. La mujeruca de pelo arenoso dio un chillido mezcla de miedo y asco. Goldstein era el renegado que desde hacía mucho tiempo (nadie podía recordad cuánto) había sido una de las figuras principales del Partido, casi con la misma importancia que el Gran Hermano, y luego se había dedicado a actividades contrarrevolucionarias, había sido condenado a muerte y se había escapado misteriosamente, desapareciendo para siempre.

Cada que la cadena global CNN muestra las imágenes de Osama amenazando con una guerra santa recuerdo este pasaje. Pero cuando comienza a hablar en un idioma que desconozco, otras palabras aparecen en mi mente:

Todos los subsiguientes crímenes contra el Partido, todos los actos de sabotaje, herejías desviaciones y traiciones de toda clase procedían directamente de alguna de sus enseñanzas. En cierto modo, seguía vivo y conspirando. Quizá se encontrara en algún lugar enemigo, a sueldo de sus amos extranjeros, e incluso era posible que, como se rumoreaba alguna vez, estuviera escondido en algún sitio de la propia Oceanía.

La superpotencia herida en busca de venganza envió una expedición punitiva que machacó el país con bombas inteligentes, soldados de alta tecnología y el derrocamiento de un gobierno que destacaba por la ortodoxia religiosa mantenida a punta de pistola.

Pero ni siquiera los satélites, los aviones ni los soldados hallaron a Osama. Se convirtió en un rastro perdido en la humareda de la última batalla del régimen talibán. Su rastro se perdió y ya nada se volvió a saber de él. A menos en su prescencia real, porque de vez en cuando su voz se aparece en la red de comunicaciones global amenazando y congratulándose con cada carnicería producida por sus fieles, ora en Nueva York, ora en Bali, ora en Palestina.

Sin embargo, sus palabras que amenazan a Occidente seducen a Oriente porque habla en términos de libertad y guerra al infiel con una ferocidad que contrasta con los dirigentes de aquellas tierras, que apenas aciertan a balbucear algo en contra del contundente discurso que Osama dirigie a los cientos de millones de musulmanes en todo el mundo. Es cuando otras palabras vienen a mi mente:

Insultaba al Gran Hermano, acusaba al Partido de ejercer una dictadura y pedía que se firmara inmediatamente la paz con Eurasia. Abogaba por la libertad de palabra, la libertad de prensa, la libertad de reunión y la libertad de pensamiento, gritando histéricamente que la revolución había sido traicionada.

E inclusive, físicamente la imagen de Osama me recuerda este villano literario: Immanuel Goldstein:

Era un rostro delgado, con una aureola de pelo blanco y una barbita de chivo: una cara inteligente que tenía, sin embargo, algo de despreciable y una especie de tontería senil que le prestaba su larga nariz… Parecía el rostro de una oveja y su misma voz tenía algo de ovejuna.

George Orwell se imaginó en su novela 1984 un mundo regido por dictaduras brutales e implacables que se hacían la guerra entre sí con el solo objetivo de mantenerse en el poder y crear una civilización del miedo y la consecuente lealtad absoluta al líder, quien protegerá el mundo del mal traído por los extraños y los malvados que desean destruir aquello que amamos y sentimos como legítimo y propio.

Sin embargo, en 1949 (la fecha en la que escribió dicha novela), George Orwell no pensaba en el fanatismo religioso. Pensaba en un dictador que asomaba su cabeza rellena de muertos detrás de la Cortina de Hierro: Josif Stalin. Sin embargo, es hoy cuando los medios han logrado crear la imagen de un villano sin doblez ni matices: el malvado absoluto que no se guía más que por sus creencias y que por ellas está dispuesto a llevar la guerra hasta el corazón de los infieles.

Quisiera pensar que todo esto es una equivocación mía, fruto de mis largas noches sin dormir. Pero al leer 1984, y especialmente la parte final de la novela, el protagonista (vencido casi totalmente por la tortura de un sistema sin piedad ni dudas sobre su superioridad moral por encima del mal que combate) solamente atina a hacer una pregunta, que es la misma que yo me hago cuando apago el televisor y pienso en las amenazas de Osama Bin Laden y su correspondiente hermandad, Al Qaeda:

¿Existe la Hermandad?
- Eso no lo sabrás nunca, Winston. Si decidimos liberarte cuando acabemos contigo y si llegas a vivir noventa años, seguirás sin saber si la respuesta a esta pregunta es sí o no. Mientras vivas, será eso para ti un enigma.


Lic. Leonardo Peralta
Colaborador del Grupo Editorial Expansión y el semanario Cambio. Escritor y socio de la consultora Alebrije Comunicación

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