Por Leonardo Peralta
Número 36
Escuchar las palabras de
un filósofo y un maestro nato como lo es Fernando Savater
(San Sebastián, 1947) es un privilegio que se acentúa
cuando las palabras que dirige a la audiencia son, precisamente
para explicar su obra y colocarla en la dimensión de lo cotidiano,
justo donde más se requiere de la filosofía y donde,
lamentablemente, se encuentra más alejada en los tiempos
modernos sin brújula que corren.
El Valor de Elegir es el último
libro de éste enorme filósofo vasco (por cuya cabeza
ETA ha puesto precio) y que en esta ocasión ha puesto su
intelecto a dilucidar sobre una de las cuestiones más combatidas
y defendidas en el siglo XX, pero a la vez uno de los conceptos
menos explicados en términos concretos y visibles. Me refiero
al espinoso asunto de la libertad.
Para Savater la libertad es un concepto
del que se ha hablado mucho y del que en su forma más profunda
se desconoce debido a que la libertad es un término que,
como el amor, sirve para definir mil y un cosas que nada tienen
que ver entre sí. Por ello recurre a un método muy
particular que denomina (con justa vena humorística) "Método
Tiburón" debido a que, como en la película homónima
de Steven Spielberg, el animal de marras sale a colación
solamente al final de la película y mientras tanto es solamente
vislumbrado parcialmente (una aleta por aquí, la mirada asesina
por allá) y cuyas imágenes fragmentarias nos obligan
a imaginar en toda su escala (y su horror) a la bestia marina.
Por tal motivo, nuestro filósofo
comienza hablando de un tema diferente que es nuestra condición
humana. Para Savater nuestra condición solamente la hemos
podido explicar en términos de los entes que son inferiores
a nosotros (otros seres vivos) o superiores (la divinidad), pero
que difícilmente el ser humano es capaz de explicarse a sí
mismo en su propio nivel, es decir, en tanto la humanidad de los
humanos (valga la redundancia).
Analizando las propiedades de otros
seres vivos encuentra que todos ejercen funciones biológicas
para las que están adaptados genéticamente y que llevan
a cabo con gran eficiencia, fruto de millones de años de
evolución. Un guepardo corre mucho más rápido
que un hombre, una ballena puede detener su respiración por
grandes períodos de tiempo, una abeja puede construir panales
extremadamente complejos, un búho puede ver en la oscuridad
donde nosotros apenas podemos caminar y así sucesivamente.
Sin embargo, los animales se encuentran
sometidos a la tiranía de su condición, por lo que
cuando cambian las condiciones del entorno, los cuernos magníficos,
las alas flexibles y los pelajes mullidos dejan de ser útiles
para quien los porta y se convierten más en un obstáculo
que en una ventaja. Al contrario, los seres humanos carecemos de
especializaciones anatómicas que nos hagan mejores frente
al entorno (e inclusive somos organismos biológicamente vulnerables),
pero a cambio nuestro cerebro nos permite adaptarnos a diversas
condiciones del entorno por el uso de herramientas, del lenguaje
y por nuestra capacidad para encontrar la forma de aprovechar los
recursos disponibles.
Así las cosas, nuestra inespecialización
ha sido la base sobre la que se funda el progreso humano (y nuestro
dominio de los demás seres vivos), pero también nos
ha llevado a una vida donde nos vemos en la obligación de
tomar decisiones constantemente debido a que nuestra naturaleza
nos confronta constantemente con el mundo exterior para el que no
tenemos las respuestas genéticas dadas de antemano, como
sería el caso de una hormiga o de un martín pescador.
A partir de este punto Savater desgrana
esa aparente losa pesada que gravita por encima de la cabeza de
los hombres (el tener que elegir constantemente) es en sí
la escencia de la condición humana, el elemento que nos diferencia
del resto de los seres vivos y el núcleo de la libertad.
Sin embargo, el decidir y la libertad son hechos que suceden en
un plano de acontecimientos que producen consecuencias de todo tipo
para quien elige y para su entorno.
No deseo abundar en lo que sigue después de este punto (ya
que la experiencia del libro surge de la lectura y reflexión
derivada), pero lo que si puedo agregar es que el ejercicio de la
libertad, de acuerdo con Savater es un acto continuo que conforma
nuestra vida y que le da sentido, siempre y cuando podamos comprender
que lo único permanente es lo efímero y que la plenitud
del ejercicio de la libertad se encuentra no en la búsqueda
de absolutos siempre elusivos y por los cuales los hombres han peleado
y muerto constantemente desde el alba de los tiempos y las ideas,
sino que es parte del devenir cotidiano con el que debemos transar
para prolongar nuestra existencia en el plano de lo finito y cotidiano
para los demás.
Después de esta disección
de la naturaleza de la libertad, viene la parte más interesante
ya que en ella el autor vislumbra algunas pautas para hacer las
elecciones que mejor correspondan a nuestra naturaleza humana y
que ayuden al progreso de las personas tanto como entidades individuales
como miembros de una sociedad y actores de la historia de su tiempo.
Sin embargo, como ontología suprema de la acción de
los humanos se encuentra un combate más íntimo y cercano,
la guerra que libramos contra la fatalidad, contra la consciencia
de que nuestra vida es limitada y definitivamente llegará
a un final.
El Valor de Elegir es también
un texto que combate de frente y sin concesiones el relativismo
existencial de nuestro tiempo, donde todas las ideas por descabelladas
que sean pueden tener tanto valor como el hecho científico
más comprobado y estudiado y rescata para el campo de los
humanos la posibilidad de utilizar las ideas como herramienta constructora
de un entorno en el que podamos ejercer cierto grado de control
(dado que en el mundo físico estamos a merced de lo que nos
rodea).
Así pues, la lectura de éste
libro es una lección necesaria para perder el miedo a ejercer
la libertad y para hacerlo de manera inteligente, correcta y beneficiosa
para el ser humano. La libertad, en último término
es una prerrogativamente exclusivamente humana y que vale la pena
ejercer cada momento, aunque las elecciones que hagamos tengan que
ver más con lo cotidiano de levantarse de la cama que con
la dimensión ética del estadista que ordena a su ejército
invadir un continente. Nuestra libertad (acotada o no) nos acompaña
permanentemente y, puesto que es inútil huir de ella, es
mejor interiorizarla y ejercerla como los humanos que estamos condenados
a ser (y disfrutar de ello).
Referencia:
SAVATER, Fernando., El valor
de elegir., Ed. Ariel, España, 2003., 193 p.
Lic.
Leonardo Peralta
Colaborador del Grupo
Editorial Expansión y socio de la consultora Alebrije
Comunicación |