Por
Leonardo Peralta
Número 39
Justo en el momento
en el que escribo las presentes líneas miro una entrevista
que el periodista Andrés Oppenheimer le hace al candidato
presidencial John Kerry. Al mismo tiempo, hace algunos días
apenas nos enteramos que su compañero de fórmula será
el ex senador del estado de Carolina del Norte John Edwards. Ambos
confrontarán la fórmula republicana compuesta por
George W. Bush y Dick Chenney en las elecciones que se llevarán
a cabo el próximo 2 de noviembre.
Sin la intención de descubrir
el hilo negro llama poderosamente mi atención que la contienda
electoral en los Estados Unidos (al igual que en casi todo el mundo)
se encuentra poderosamente (y casi decisivamente) influida por los
contenidos simbólicos más que por las propuestas políticas.
El simbolismo en las campañas políticas ha cobrado
tintes de guerra entre el bien y el mal.
Por un lado tenemos al Partido Republicano
y sus candidatos que se asumen a sí mismos como valuartes
de los valores americanos y como hombres duros que no dudarán
ni un momento en tomar las decisiones necesarias para defender a
la patria amenazada. Por el otro lado tenemos a los candidatos del
Partido Demócrata que se muestran a sí mismos como
una combinación de juventud e identificación simbólica
con el ciudadano norteamericano promedio promoviendo a John Edwards
como un self-made-man.
Bando republicano
A lo largo de los años de su presidencia la imagen de Bush
y Cheney creció de la de un presidente de pocas luces a un
líder guerrero que se ha ocupado de tiempo completo a defender
a los Estados Unidos de las amenazas del terrorismo y a contraatacar
haciéndose de la misión cuasi religiosa de llevar
la democracia y el libre mercado a esa zona del mundo que al día
de hoy le pertenece a Alá y que ellos quieren recobrar para
los designios de Occidente.
En la misma tesitura tenemos a algunos
de sus allegados más cercanos: desde Dick Cheney, pasanndo
por John Ashcroft (el actual Procurador General de los Estados Unidos)
hasta Condolezza Rice, la imagen que presentan es consistente con
su discurso político: rostros adustos, expresiones un poco
rígidas, escasas sonrisas y una actitud marcada por la tensión
derivada de quien tiene la pesada y permanentemente riesgosa tarea
de llevar en sus manos una guerra contra lo que ellos han considerado
lo que es el Mal (así, con mayúsculas).
Por otro lado, no niegan el paso
de los años sobre sus cabezas y al menos en el caso del actual
presidente y su vicepresidente, no niegan pertenecer a la tercera
edad, lo que es confirmado por las constantes entradas de Cheney
al hospital para atender sus afecciones cardíacas, asunto
que no tiene consecuencias negativas per se, pero que contrasta
enormemente con la imagen de sus adversarios demócratas,
que la menos aparentan una juventud y una espontaneidad de la que
carecen los republicanos.
Desgaste acelerado
Lamentablemente para los republicanos, su imagen ha sido afectada
no sólo por el desgaste natural del sui géneris mandato
que en suerte han tenido que gobernar, sino también por la
erosión sufrida a manos de personas como el cineasta Michael
Moore o el escritor Richard A. Clarke, quienes en sus obras se han
encargado de exponer (en ocasiones de manera extremadamente agria)
las debilidades de estos personajes exhibiéndolos como personajes
seniles, poco inteligentes, llenos de ideas inamovibles, propensos
al autoritarismo y a obviar la opinión de los demás.
Este desgaste simbólico,
aunado a las consistencia en mostrar todo tipo de contradicciones
y errores de comunicación han terminado por crear una imagen
adversa del equipo que gobierna en estos días los Estados
Unidos. Y aunque la campaña política de este año
apenas está comenzando, parece que los actores políticos
del partido republicano ya llevan sobre sus espaldas una pesada
losa en su contra.
Bando demócrata
En la acera de enfrente tenemos a John Kerry y a su candidato a
la vicepresidencia John Edwards. Después de unas elecciones
internas sorprendentes por el ascenso de candidatos aparentemente
intrascendentes con estrategias novedosas como Howard Dean (quien
hizo una gran campaña a través de Internet), el candidato
victorioso se ha presentado en términos simbólicos
como una piedra incómoda en el zapato republicano ya que
representa elementos que el actual presidente tiene como débiles;
y el primer elemento consiste en que John Kerry es un veterano de
la guerra de Vietnam, donde fue condecorado varias veces por sus
acciones en combate y que a su regreso se convirtió en un
crítico acérrimo del ánimo bélico de
los Estados Unidos en la región.
Este ha sido un problema ya que
George W. Bush nunca ha podido acreditar el mismo nivel de compromiso
militar y su hoja de servicio muestra apenas que sirvió en
una fuerza reservista dentro del territorio texano durante los años
de la Guerra de Vietnam. Así pues, la imagen de guerrero
que el actual presidente norteamericano se había creado no
ha podido combatir a la imagen indiscutible de un hombre que conoce
la guerra desde el frente de combate y que por ello ha sufrido y
después cuestionó como activista antiguerra.
Por otro lado, el candidato Edwards
se muestra como una cara joven y sonriente del partido demócrata,
un hombre que es promocionado como un hombre proveniente de una
familia de recursos modestos donde ambos padres trabajaban. Así
pues, la intención del Partido Demócrata de mostrar
una imagen cercana al pueblo norteamericano ha quedado reforzada
al incluir a un hombre que al menos por lo que aparenta ser, muestra
que proviene de esa gran masa de clase media que en todos los países
del mundo provee estabilidad social. Este último dato ejerce
un contrapeso con los orígenes elitistas del resto de los
candidatos en ambos bandos, quienes provienen de familias patricias
del este norteamericano.
El precio de la benevolencia
y la balanza perceptiva
El problema con una imagen relajada y llena de sonrisas es que los
tiempos por los que pasan los Estados Unidos no son muy receptivos
con esta visión cool. Los años que han pasado
se han caracterizado por una economía que vive en la cuerda
floja entre la recuperación económica y la debacle,
sin mencionar todos los problemas derivados de la respuesta militar
que el actual gobierno norteamericano le dio a los acontecimientos
del 9/11.
Dado que la contienda política
ha pasado del mundo de los debates al de las percepciones simbólicas,
será sumamente interesante saber si lo electores norteamericanos,
envueltos en una las máquinas de propaganda más poderosas
en el mundo se inclinarán por un producto que les ofrece
sonrisas y espontaneidad (aunque quizá también debilidad
al gobernar) frente a la oferta ya presente de un gobernante poco
espontáneo pero que ofrece la inflexibilidad que algunos
norteamericanos aprecian en momentos de dificultad, además
de la concorancia de los republicanos con los valores religiosos
que una buena parte de la población americana sigue practicando.
Las percepciones de los votantes
norteamericanos estarán influidas indudablemente por el prisma
de los acontecimientos que ocurran en la guerra contra el terrorismo,
que se ha vuelto el tema eje de la contienda política; sin
embargo es también la oportunidad del partido demócracta
de aprovechar sus sonrientes candidatos como ariete contra el conservadurismo
que ahora domina la política norteamericana. De las ideas,
ni hablar. La moneda está en el aire
Lic.
Leonardo Peralta
Escritor, colaborador del Grupo
Editorial Expansión |