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2004

 

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In-mediata

Zapata: la Imágen Sagrada

 

Por Leonardo Peralta
Número 38

El reciente estreno de la película Zapata en la versión del cineasta mexicano Alfonso Arau está por desatar una polémica similar a la ocurrida en 2002 por la película Frida de la directora Julie Taymor; mejor recordada por el papel protagónico que la actriz Salma Hayek tuvo en la película. Y aunque podría ser válido recurrir a la crítica cinematográfica para hablar de los méritos y deméritos de ambas películas, es más interesante analizar el fenómeno que se ha presentado al tratar de abordar a través del séptimo arte la vida de un personajes fundamental en la historia mexicana moderna: el guerrillero Emiliano Zapata.

Polémicas históricas
La escritura e interpretación de la historia de México ha sido desde siempre objeto de fuertes controversias. Ya en el siglo XIX menudearon (paralelamente a la inestablidad política y cuartelazos sin fin) polémicas entre intelectuales como Lucas Alamán y José María Luis Mora respecto de la forma para describir y valorar hechos históricos como la Conquista de México, el Virreinato, el papel del clero y sacerdotes como Miguel Hidalgo y José María Morelos en la Guerra de Independencia, la actuación de Agustín de Iturbide como actor de la consumación de la Independencia y las relaciones entre la Iglesia y el Estado.

Al término de la Guerra de Reforma (en la década de 1860), los liberales tuvieron el poder suficiente para escribir la historia a su modo condenando a Iturbide como un fantoche ególatra, separando de un tajo la Iglesia y el Estado, exaltando el poder de los mestizos y condenando la Conquista y la Colonia como épocas negras para la nación mexicana. Décadas más tarde la Revolución Mexicana se encargaría de crear un martirologio propio en el que tendrían cabida personajes contradictorios como Madero, Villa, Zapata, Obregón y Calles; todos ellos enemigos entre sí en vida y unidos en la muerte como revolucionarios y fundadores del México moderno.

Debido a la necesidad cultural de crear sentido a través de épicas nacionales y de otorgarles los matices que cada época solicitaba (así como en cierto sentido “esterilizarlos” de contenidos potencialmente peligrosos al poder establecido), la historia oficial redactó y concluyó de manera absoluta e imperecedera a los protagonistas en la historia nacional cuya interpretación y valoración a posteriori ha quedado sellada y perpetuamente vedada a la reinterpretación o a la luz de nuevos descubrimientos históricos. Por ello la Conquista sigue representando un trauma nacional, los restos de Porfirio Díaz siguen en el cementerio de Montparnasse en París y Zapata sigue siendo… Zapata.

Toma uno: La génesis de un caudillo
La figura de Emiliano Zapata es fruto de las contradicciones políticas ocurridas durante la Revolución Mexicana: aliado de Francisco I. Madero, a la llegada de éste al poder se siente traicionado por la inacción de Madero respecto del asunto del reparto agrario y lanza su Plan de Ayala en noviembre de 1911.

Es así como comienza un período de guerrilla en las tierras de Morelos y partes de Guerrero, Puebla, Hidalgo, Estado de México y el sur del Distrito Federal. Durante este período es satanizado incesantemente por los medios de comunicación que no cesan de calificado como asesino, cobarde, criminal, bandido, Atila del Sur y otros calificativos similares hasta su muerte acaecida el 10 de abril de 1919.

Su muerte (ocurrida por una emboscada preparada por un coronel llamado Jesús Guajardo quien simuló pasarse a su bando) fue reseñada por los medios de comunicación de la época de la siguiente manera:

Excélsior (11 de abril de 1919): El sanguinario cabecilla cayó en un ardid sabiamente preparado por el General Don Pablo González
El Pueblo (12 de abril de 1919): La noticia relativa a la muerte de Emiliano Zapata, el sempiterno revolucionario del Estado de Morelos, el descontento de todos los regímenes gubernativos (sic), el eterno cabecilla que infundió pavor por su ferocidad y se hizo temible por su sagacidad, ha sido la nota culminante en la larga y tenebrosa historia del zapatismo y el epílogo natural de una vida llevada en perpetua agitación y rebeldía aun contra los actos más rudimentarios de organización y de orden.
El Demócrata (13 de abril de 1919): La prensa de todos los matices y colores, ha desparramado la noticia de la muerte, en acción de guerra, de ese Moloch sombrío y taciturno, de ese temible santón que, como las divinidades aztecas, desde las oscuras estrías de una húmeda cueva, o en las más intrincadas espeluncas (sic) de la sierra, se alimentaba de carne humana, recibiendo con júbilo salvaje las noticias que le llevaban sus secuaces, de un pueblo incendiado, de un ingenio de azúcar destruido, de un tren volado con dinamita…
El Universal (17 de abril de 1919): Para los hombres de orden y trabajo: protección y garantías; para los transtornadores y rebeldes: inflexible y ejemplar castigo.

Sin embargo, esta situación no obsta para que apenas 12 años más tarde la Cámara de Diputados apruebe el 2 de octubre de 1931 una iniciativa para que su nombre (junto al de Venustiano Carranza) se inscriba en letras de oro en el recinto de la Cámara de Diputados. Es a partir de éste momento cuando el antiguo bandido pasa a convertirse en caudillo revolucionario y pilar fundamental de los contenidos agrarios en la Constitución de 1917 promulgada por Venustiano Carranza… el presidente que lo combatió hasta acabar con él.

Es a partir de éste momento en el que la historiografía oficial reconcilia a Zapata con sus antiguos adversarios, colocándole como uno de los grandes pilares de la Reforma Agraria; y con la creación en 1952 del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana (dependiente de la Secretaría de Gobernación) queda establecida la imagen del Zapata que conocemos hoy en día: un caudillo puro, bueno, sincero y cuya ideología propugnaba el reparto de la tierra y la reivindicación de los campesinos pobres de México. Imagen que es retomada por un movimiento guerrillero llamado Fuerzas de Liberación Nacional que se interna en la Selva Lacandona de Chiapas en los inicios de la década de 1980 y crea el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, relanzando su imagen fomo ícono pop y como reivindicación de lo indígenas como parte de la diversidad nacional. Sin embargo, la imagen de Emiliano Zapata quedó irremediablemente fundida con todo lo bueno que las instancias gubernamentales crearon para él. Así pues, la manufactura del héroe quedó completada y blindada ante cualquier intento de desmitificación; pero entonces llegó el cine y mandó parar.

Toma dos: Génesis en celuloide
La imagen de Zapata (como la de los héroes históricos en México) ha padecido de deficientes interpretaciones fílmicas. De la primera película de ficción dedicada enteramente a Zapata (¡Viva Zapata!, de 1952, dirigida por Elia Kazán) no quedan más que las referencias a un Emiliano sorprendentemente encarnado por Marlon Brando y su hermano Eufemio Zapata por Anthony Quinn. Fuera de eso (y las ocasionales apariciones de pietaje de los archivos Casasola de sucesos como la toma de la Ciudad de México en noviembre de 1914) el siguiente gran proyecto de retomar por parte del cine la vida de Emiliano Zapata ocurre en 1970, cuando el joven director mexicano Felipe Cazals lleva a cabo el proyecto de seguir los pasos del Caudillo del Sur (eliminando el mote de Atila del Sur) en una interpretación fílmica protagonizada por el cantante vernáculo Antonio Aguilar, y que en su tiempo fue reseñada con afilada ironía por el escritor Jorge Ibargüengoitia:

• Tiene partes de western italiano y partes de sermón. Es la historia de un gran defensor de la propiedad privada. Que se devuelvan las tierras a quienes les fueron otorgadas por uno de los virreyes, es la idea que tiene el protagonista de la película desde el inicio hasta el final.
• Lo que es triste en este caso es que a Cazals, el director, le hayan dado los medios para hacer un buen western y lo hayan ensillado, al mismo tiempo, con el mensaje optimista de la Revolución Mexicana, con la historia de un hombre íntegro, pero inarticulado, y con un diálogo de pastorela. El, además, hay que admitirlo, metió los clichés consabidos: los porfiristas son bestiales o amanerados, los generales van a burdeles, los hombres son honrados y sólo los malos usan anteojos. (Ibargüengoitia, Jorge., Ideas en Venta., Ed. Joaquín Mortiz, 1997)

Cabe aclarar que en su tiempo el Zapata dirigido por Cazals pasó sin pena ni gloria (pese a haber sido objeto de una muy fuerte inversión económica) y en la idea de ser políticamente correcta la película se desvaneció entre el relativo anonimato y personajes cuadrados que no expresaban dimensiones humanas.

Toma Tres: el otro extremo del péndulo
Para remediar esta falta de dimensión en las representaciones de Emiliano Zapata el cineasta mexicano Alfonso Arau decidió desde finales de la década de 1990 realizar una nueva versión acerca de la vida de Emiliano Zapata. Sin embargo, en esta ocasión obró en sentido inverso al del filme predecesor de tres décadas atrás esperando atraer la atención del público con un producto que sea comercialmente redituable y que cuente una historia del caudillo desapegada del cánon oficial.

Para lograr tal efecto, Arau (de acuerdo con declaraciones vertidas durante una conferencia a finales de 2003 auspiciada por el diario Reforma) dejó de lado las interpretaciones históricas y se ha centrado en la dimensión mística del personaje, así como el elemento indígena presente en el linaje de Emiliano Zapata. Con un elenco protagonizado por el cantante Alejandro Fernández, la dirección de fotografía de Vittorio Storaro (director de fotografía en películas como Apocalypse Now y El Último Emperador) pero también con la intervención de Angel Isidoro Rodríguez (personaje envuelto en escándalos financieros derivados de la quiebra del banco Banpaís de su propiedad)

Toma Cuatro: historias del cine
Cada vez que cineastas han pretendido realizar una versión personal acerca de hechos y personajes relevantes de nuestra historia se revelan fuertes polarizaciones entre quienes piensan que es correcto y deseable desmitificar los héroes y quienes piensan lo contrario: que la historia de un país no debe ni puede ser cambiada bajo ninguna circunstancia. Apenas hace un par de años la película Frida (protagonizada por Salma Hayek) recibió duras críticas pese a haber sido nominada al Oscar bajo el cargo de haber sido dirigida por un extranjero (la norteamericana Julie Taymor) y se espera que la versión de Arau de Zapata cause el mismo desacuerdo.

Sin embargo, Arau ha comentado en repetidas ocasiones que su interés más allá de la crítica es hacer de su filme un éxito de taquilla (lo que explica la participación de cantantes como Lucero y conductores como Jaime Camil), sin embargo, es evidente que nuestro país aún arrastra dificultades para reinterpretar bajo una personal opinión las represetnaciones de nuestro pasado: en ocasiones el único baluarte que tenemos para defender la pertinencia histórica de nuestro país, así como la dognidad de sus habitantes. Toda reinterpretación suele ser vista como una posible subversión y en esta ocasión se probará si el país puede ver con mejores ojos una película alejada del oficialismo histórico o se resiste a creer que los héroes de la historia patria siguen siendo reflejo de los libres de texto de nuestra niñez.

Por lo pronto, la polémica está servida. Provecho.


Lic. Leonardo Peralta
Escritor, colaborador del Grupo Editorial Expansión

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