Por
Leonardo Peralta
Número 38
El reciente estreno
de la película Zapata en la versión del cineasta mexicano
Alfonso Arau está por desatar una polémica similar
a la ocurrida en 2002 por la película Frida de la directora
Julie Taymor; mejor recordada por el papel protagónico que
la actriz Salma Hayek tuvo en la película. Y aunque podría
ser válido recurrir a la crítica cinematográfica
para hablar de los méritos y deméritos de ambas películas,
es más interesante analizar el fenómeno que se ha
presentado al tratar de abordar a través del séptimo
arte la vida de un personajes fundamental en la historia mexicana
moderna: el guerrillero Emiliano Zapata.
Polémicas históricas
La escritura e interpretación de la historia de México
ha sido desde siempre objeto de fuertes controversias. Ya en el
siglo XIX menudearon (paralelamente a la inestablidad política
y cuartelazos sin fin) polémicas entre intelectuales como
Lucas Alamán y José María Luis Mora respecto
de la forma para describir y valorar hechos históricos como
la Conquista de México, el Virreinato, el papel del clero
y sacerdotes como Miguel Hidalgo y José María Morelos
en la Guerra de Independencia, la actuación de Agustín
de Iturbide como actor de la consumación de la Independencia
y las relaciones entre la Iglesia y el Estado.
Al término de la Guerra de
Reforma (en la década de 1860), los liberales tuvieron el
poder suficiente para escribir la historia a su modo condenando
a Iturbide como un fantoche ególatra, separando de un tajo
la Iglesia y el Estado, exaltando el poder de los mestizos y condenando
la Conquista y la Colonia como épocas negras para la nación
mexicana. Décadas más tarde la Revolución Mexicana
se encargaría de crear un martirologio propio en el que tendrían
cabida personajes contradictorios como Madero, Villa, Zapata, Obregón
y Calles; todos ellos enemigos entre sí en vida y unidos
en la muerte como revolucionarios y fundadores del México
moderno.
Debido a la necesidad cultural de
crear sentido a través de épicas nacionales y de otorgarles
los matices que cada época solicitaba (así como en
cierto sentido “esterilizarlos” de contenidos potencialmente
peligrosos al poder establecido), la historia oficial redactó
y concluyó de manera absoluta e imperecedera a los protagonistas
en la historia nacional cuya interpretación y valoración
a posteriori ha quedado sellada y perpetuamente vedada a la reinterpretación
o a la luz de nuevos descubrimientos históricos. Por ello
la Conquista sigue representando un trauma nacional, los restos
de Porfirio Díaz siguen en el cementerio de Montparnasse
en París y Zapata sigue siendo… Zapata.
Toma uno: La génesis
de un caudillo
La figura de Emiliano Zapata es fruto de las contradicciones políticas
ocurridas durante la Revolución Mexicana: aliado de Francisco
I. Madero, a la llegada de éste al poder se siente traicionado
por la inacción de Madero respecto del asunto del reparto
agrario y lanza su Plan de Ayala en noviembre de 1911.
Es así como comienza un período
de guerrilla en las tierras de Morelos y partes de Guerrero, Puebla,
Hidalgo, Estado de México y el sur del Distrito Federal.
Durante este período es satanizado incesantemente por los
medios de comunicación que no cesan de calificado como asesino,
cobarde, criminal, bandido, Atila del Sur y otros calificativos
similares hasta su muerte acaecida el 10 de abril de 1919.
Su muerte (ocurrida por una emboscada
preparada por un coronel llamado Jesús Guajardo quien simuló
pasarse a su bando) fue reseñada por los medios de comunicación
de la época de la siguiente manera:
• Excélsior (11
de abril de 1919): El sanguinario cabecilla cayó en un
ardid sabiamente preparado por el General Don Pablo González
• El Pueblo (12 de abril de 1919): La noticia relativa
a la muerte de Emiliano Zapata, el sempiterno revolucionario del
Estado de Morelos, el descontento de todos los regímenes
gubernativos (sic), el eterno cabecilla que infundió pavor
por su ferocidad y se hizo temible por su sagacidad, ha sido la
nota culminante en la larga y tenebrosa historia del zapatismo
y el epílogo natural de una vida llevada en perpetua agitación
y rebeldía aun contra los actos más rudimentarios
de organización y de orden.
• El Demócrata (13 de abril de 1919): La
prensa de todos los matices y colores, ha desparramado la noticia
de la muerte, en acción de guerra, de ese Moloch sombrío
y taciturno, de ese temible santón que, como las divinidades
aztecas, desde las oscuras estrías de una húmeda
cueva, o en las más intrincadas espeluncas (sic) de la
sierra, se alimentaba de carne humana, recibiendo con júbilo
salvaje las noticias que le llevaban sus secuaces, de un pueblo
incendiado, de un ingenio de azúcar destruido, de un tren
volado con dinamita…
• El Universal (17 de abril de 1919): Para los
hombres de orden y trabajo: protección y garantías;
para los transtornadores y rebeldes: inflexible y ejemplar castigo.
Sin embargo, esta situación
no obsta para que apenas 12 años más tarde la Cámara
de Diputados apruebe el 2 de octubre de 1931 una iniciativa para
que su nombre (junto al de Venustiano Carranza) se inscriba en letras
de oro en el recinto de la Cámara de Diputados. Es a partir
de éste momento cuando el antiguo bandido pasa a convertirse
en caudillo revolucionario y pilar fundamental de los contenidos
agrarios en la Constitución de 1917 promulgada por Venustiano
Carranza… el presidente que lo combatió hasta acabar
con él.
Es a partir de éste momento
en el que la historiografía oficial reconcilia a Zapata con
sus antiguos adversarios, colocándole como uno de los grandes
pilares de la Reforma Agraria; y con la creación en 1952
del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución
Mexicana (dependiente de la Secretaría de Gobernación)
queda establecida la imagen del Zapata que conocemos hoy en día:
un caudillo puro, bueno, sincero y cuya ideología propugnaba
el reparto de la tierra y la reivindicación de los campesinos
pobres de México. Imagen que es retomada por un movimiento
guerrillero llamado Fuerzas de Liberación Nacional que se
interna en la Selva Lacandona de Chiapas en los inicios de la década
de 1980 y crea el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional, relanzando su imagen fomo ícono pop y como reivindicación
de lo indígenas como parte de la diversidad nacional. Sin
embargo, la imagen de Emiliano Zapata quedó irremediablemente
fundida con todo lo bueno que las instancias gubernamentales crearon
para él. Así pues, la manufactura del héroe
quedó completada y blindada ante cualquier intento de desmitificación;
pero entonces llegó el cine y mandó parar.
Toma dos: Génesis
en celuloide
La imagen de Zapata (como la de los héroes históricos
en México) ha padecido de deficientes interpretaciones fílmicas.
De la primera película de ficción dedicada enteramente
a Zapata (¡Viva Zapata!, de 1952, dirigida por Elia Kazán)
no quedan más que las referencias a un Emiliano sorprendentemente
encarnado por Marlon Brando y su hermano Eufemio Zapata por Anthony
Quinn. Fuera de eso (y las ocasionales apariciones de pietaje de
los archivos Casasola de sucesos como la toma de la Ciudad de México
en noviembre de 1914) el siguiente gran proyecto de retomar por
parte del cine la vida de Emiliano Zapata ocurre en 1970, cuando
el joven director mexicano Felipe Cazals lleva a cabo el proyecto
de seguir los pasos del Caudillo del Sur (eliminando el mote de
Atila del Sur) en una interpretación fílmica protagonizada
por el cantante vernáculo Antonio Aguilar, y que en su tiempo
fue reseñada con afilada ironía por el escritor Jorge
Ibargüengoitia:
• Tiene partes de western
italiano y partes de sermón. Es la historia de un gran
defensor de la propiedad privada. Que se devuelvan las tierras
a quienes les fueron otorgadas por uno de los virreyes, es la
idea que tiene el protagonista de la película desde el
inicio hasta el final.
• Lo que es triste en este caso es que a Cazals, el director,
le hayan dado los medios para hacer un buen western y
lo hayan ensillado, al mismo tiempo, con el mensaje optimista
de la Revolución Mexicana, con la historia de un hombre
íntegro, pero inarticulado, y con un diálogo de
pastorela. El, además, hay que admitirlo, metió
los clichés consabidos: los porfiristas son bestiales o
amanerados, los generales van a burdeles, los hombres son honrados
y sólo los malos usan anteojos. (Ibargüengoitia, Jorge.,
Ideas en Venta., Ed. Joaquín Mortiz, 1997)
Cabe aclarar que en su tiempo el
Zapata dirigido por Cazals pasó sin pena ni gloria (pese
a haber sido objeto de una muy fuerte inversión económica)
y en la idea de ser políticamente correcta la película
se desvaneció entre el relativo anonimato y personajes cuadrados
que no expresaban dimensiones humanas.
Toma Tres: el otro extremo
del péndulo
Para remediar esta falta de dimensión en las representaciones
de Emiliano Zapata el cineasta mexicano Alfonso Arau decidió
desde finales de la década de 1990 realizar una nueva versión
acerca de la vida de Emiliano Zapata. Sin embargo, en esta ocasión
obró en sentido inverso al del filme predecesor de tres décadas
atrás esperando atraer la atención del público
con un producto que sea comercialmente redituable y que cuente una
historia del caudillo desapegada del cánon oficial.
Para lograr tal efecto, Arau (de
acuerdo con declaraciones vertidas durante una conferencia a finales
de 2003 auspiciada por el diario Reforma) dejó de lado las
interpretaciones históricas y se ha centrado en la dimensión
mística del personaje, así como el elemento indígena
presente en el linaje de Emiliano Zapata. Con un elenco protagonizado
por el cantante Alejandro Fernández, la dirección
de fotografía de Vittorio Storaro (director de fotografía
en películas como Apocalypse Now y El Último Emperador)
pero también con la intervención de Angel Isidoro
Rodríguez (personaje envuelto en escándalos financieros
derivados de la quiebra del banco Banpaís de su propiedad)
Toma Cuatro: historias del
cine
Cada vez que cineastas han pretendido realizar una versión
personal acerca de hechos y personajes relevantes de nuestra historia
se revelan fuertes polarizaciones entre quienes piensan que es correcto
y deseable desmitificar los héroes y quienes piensan lo contrario:
que la historia de un país no debe ni puede ser cambiada
bajo ninguna circunstancia. Apenas hace un par de años la
película Frida (protagonizada por Salma Hayek) recibió
duras críticas pese a haber sido nominada al Oscar bajo el
cargo de haber sido dirigida por un extranjero (la norteamericana
Julie Taymor) y se espera que la versión de Arau de Zapata
cause el mismo desacuerdo.
Sin embargo, Arau ha comentado en
repetidas ocasiones que su interés más allá
de la crítica es hacer de su filme un éxito de taquilla
(lo que explica la participación de cantantes como Lucero
y conductores como Jaime Camil), sin embargo, es evidente que nuestro
país aún arrastra dificultades para reinterpretar
bajo una personal opinión las represetnaciones de nuestro
pasado: en ocasiones el único baluarte que tenemos para defender
la pertinencia histórica de nuestro país, así
como la dognidad de sus habitantes. Toda reinterpretación
suele ser vista como una posible subversión y en esta ocasión
se probará si el país puede ver con mejores ojos una
película alejada del oficialismo histórico o se resiste
a creer que los héroes de la historia patria siguen siendo
reflejo de los libres de texto de nuestra niñez.
Por lo pronto, la polémica
está servida. Provecho.
Lic.
Leonardo Peralta
Escritor, colaborador del Grupo
Editorial Expansión |