Por
Leonardo Peralta
Número 40
Ahora que los
Juegos Olímpicos han llegado a su final, es momento conveniente
para analizar el significado de los juegos a la luz de la situación
del (todavía) naciente siglo XXI, sus conflictos y sobre
todo, proponer una visión crítica sobre uno de los
eventos más importantes en el acontecer mundial.
Significados olímpicos
Los Juegos Olímpicos de la era moderna comenzaron como una
expresión del espíritu de la humanidad en el naciente
siglo XX (era aún la época del positivismo y también
el momento del surgimiento de una sociedad de masas interesada en
el deporte), además de un intento de recuperar los valores
democráticos y de igualdad en una sociedad (la europea) que
era en ese momento presa de gobiernos tiránicos, imperios
desgastados y bajo la sombra ominosa de la antesala de la Primera
Guerra Mundial (que se percibía desde la consolidación
de los imperios europeos en el último cuarto del siglo XIX).
Con el paso del tiempo y la llegada
de un nuevo siglo, los Juegos Olímpicos adquirieron un aura
de prestigio que los convirtió después de la Primera
Guerra Mundial en una ceremonia que, en cierta medida, compensaba
los horrores del conflicto armado y que en buena medida reflejaba
el deseo de crear ceremonias que al mismo tiempo sirvieran para
representar a la humanidad y para dirimir de una manera más
amable los conflictos que habían arrasado a Europa de 1914
hasta 1918.
A partir de las entreguerras (y
especialmente a partir de la Olimpiada de Berlín en 1936),
los juegos cobraron una dimensión que quizá el Barón
Pierre de Coubertin jamás pudo imaginar: convertirse en escaparate
donde el poderío político mostraría la superioridad
de una ideología. Así lo hicieron los nazis en 1936
y así lo haría la Unión Soviética y
los Estados Unidos durante las cuatro décadas de la Guerra
Fría. Durante décadas los juegos se convirtieron en
campos de batalla (afortunadamente incruentos) donde los bloques
comunista y capitalista trataban de demostrar que su país
era el mejor a través del número de medallas obtenidas.
En este contexto de Juegos Olímpicos
como confrontación ideológica es que viene el crecimiento
del evento en dimensiones y en importancia simbólica. A medida
que el tiempo pasa (y que una mayor cantidad de naciones se independiza
y comienza a asistir a los juegos) los juegos reciben a una mayor
cantidad de países (el Comité Olímpico Internacional
actualmente registra 202 comités olímpicos nacionales)
y dada su importancia política, los países organizadores
se empeñan en hacer de sus ciudades sede el escenario de
los juegos olímpicos más fastuosos y espectaculares.
Así llegamos a la década
de 1980 cuando en los Juegos Olímpicos de Los Angeles de
1984 aparece por primera vez el concepto de juego espectáculo;
una combinación de entretenimiento hollywoodense (no por
nada esos juegos se llevaron a cabo en la ciudad meca del cine)
con una cobertura mediática abrumadora que atrae la atención
mundial hacia el sitio donde se realizan las Olimpiadas y genera
un efecto amplificador en la influencia del país organizador,
de los países victoriosos y de los países participantes.
Con el fin de la Guerra Fría
y el colapso de los países socialistas del Este de Europa,
los Juegos Olímpicos (a partir de Seúl 1988) pierden
buena parte de su carga política, pero reinicia el ánimo
de confrontación ya no entre bloques unidos por la ideología,
sino por zonas de influencia geoeconómica: el sureste asiático,
Europa, Norteamérica y el resto del mundo subdesarrollado.
Una vez ida la confrontación política, quedaron las
Olimpiadas como un evento altamente rentable en términos
de imagen y cuya importancia trasciende lo deportivo y se proyecta
hacia lo comercial, lo tecnológico y de nuevo lo político.
El siguiente parteaguas en el desarrollo
simbólico de los Juegos Olímpicos sucede en la edicición
de la 26ª Olimpiada en1996, cuando después de una disputa
en momentos agria, la ciudad norteamericana de Atlanta se quedó
con la sede olímpica de los juegos del centenario de la primera
Olimpiada, por encima de la ciudad de Atenas, misma que reclamaba
su derecho por haber sido sede de la primera edición de los
juegos. Y aunque nunca hubo una acusación fundada en la superioridad
de económica de los Estados Unidos por encima de Grecia,
el patrocionio abrumador de empresas como CNN y Coca-Cola (que celebraba
ese mismo año su 110 aniversario) que tienen su sede en dicha
ciudad y el estallido de escándalos de tráfico de
influencias al interior del Comité Olímpico Internacional
dejaron muchas dudas sembradas.
Así pues, luego de más
de un siglo de Juegos Olímpicos hemos llegado al punto donde
el evento tiene más implicaciones y significados adheridos
que los propios de un evento deportivo. Hemos llegado al punto en
que las Olimpiadas tienen más peso como evento mediático
y como arena para disputas de otras índoles que un mero ejercicio
de competiciones deportivas. Y este cambio es el que ha modificado
de manera irreversible la misma idea conceptual y la realización
de este evento.
Magna fastuosidad
La realización de los Juegos Olímpicos se ha vuelto
tan grande en el último medio siglo que su organización
requiere la modificación de ciudades y la creación
de áreas deportivas que, generalmente, no existen previamente.
Los gastos en infraestructura se disparan ya que además del
requerimiento de al menos una docena de estadios y campos deportivos,
existe la necesidad de construir unidades habitacionales y nuevo
equipamiento urbano (desde calles hasta macetas) que pide inversiones
de centenares (cuando no millares) de millones de dólares.
Y no solamente se tienen que construir
nuevas instalaciones; con la llegada de nuevas tecnologías
de información también se requiere la creación
de sistemas informáticos que incluyen redes de cómputo
de alta velocidad, miles de puntos de conexión y la creación
de una enorme infraestructura de datos para manejar sistemas de
identificación de personal, participantes y jueces; control
estadístico de marcas y puntajes deportivos; sistemas de
control de venta de boletos y de logística varia. Esto sin
contar la maquinaria requerida para colocar muchos de estos servicios
en línea y en tiempo real, así como los ahora indispensables
mecanismos de seguridad cibernética que protejan la infraestructura
en caso de ataques de hackers.
Y hablando de logística,
es conveniente señalar que, después de los atentados
del 9/11, los requerimientos de seguridad (costosos por naturaleza)
crecen considerablemente y exigen el empleo de tecnología
de vigilancia y la colaboración de las fuerzas armadas del
país y hasta de organismos internacionales (en las recientes
Olimpíadas de Atenas se pidió la colaboración
de tropas de la OTAN). Todos estos gastos requieren inversiones
masivas de capital invertidos en un período relativamente
corto de tiempo. De hecho, los gastos de los Juegos Olímpicos
en Atenas consumieron más de 5 mil millones de dólares
del presupuesto griego, suma que alteró el balance de las
cuentas nacionales y obligó al país a aumentar su
nivel de deuda por encima de los estándares de la Unión
Europea.
Y dado que los gastos relacionados
con la organización de los juegos son sufragados casi en
su totalidad por la ciudad sede, se ha vuelto imperativo generar
ingresos que compensen (aunque sea sólo en parte) la enorme
inversión, que para decirlo de una vez, no genera más
que ganancias marginales y las más de las veces pérdidas
económicas. Es en esta coyuntura donde medios de comunicación
y empresas patrocinadoras entran colocando centenares de millones
de dólares en el patrocinio de los juegos y pago de derechos
de transmisión; aunque el patrocinio no es un acto desinteresado
de amor, sino que al tiempo que se ofrecen recursos (para los juegos
de Atenas un grupo de patrocinadores agrupados en el consorcio TOP
V aportó aproximadamente 272 millones de euros) demandan
prescencia de marca y buena parte de la atención mediática,
lo que irremediablemente cambia el perfil de los juegos hacia una
tónica de promoción de la imagen corporativa de las
empresas participantes.
Con estas fuerzas tan poderosas
detrás de la organización de los Juegos Olímpicos
(fruto en buena parte de su éxito como evento mediático
global) su significado como gesta deportiva queda erosionado y en
ocasiones oculto tras los intereses de todos los actores involucrados.
Así pues, la gesta deportiva demanda tantos requerimientos
de organización que queda condenada por los intereses comerciales
y geopolíticos que ahora la dominan. Por ello, si analizamos
las ciudades sede de los Juegos Olímpicos queda claro que
la tendencia es que se lleven a cabo en países con el suficiente
poder económico para sufragar el gasto o que por intereses
políticos tengan la voluntad de asumir las responsabilidades
de la organización (como parece fue la motivación
detrás de China para organizar los juegos del año
2008).
Y las consecuencias de la alteración
del significado de los juegos no solamente quedan en el lado de
los organizadores, los competidores también han cambiado
el significado de su participación.
Participar, ¿es ganar?
Con la evolución de las disciplinas deportivas que participan
en cada edición de las Olimpiadas, el nivel de competitividad
se ha incrementado al punto en que ahora los ganadores en disciplinas
como el atletismo destacan por apenas milésimas de segundo.
esto impulsa a los atletas a conseguir ventajas echando mano de
todos los recursos a su alcance: desde el uso de la última
tecnología para mejorar el desempeño deportivo (como
es el caso de los nadadores que recurren a estudios de dinámica
de fluidos para mejorar sus movimientos en la alberca) hasta el
dopaje para aumentar de manera artificial las capacidades físicas
de los atletas.
Todo esto implica un enorme costo
monetario en investigación y desarrollo científico
de varias disciplinas científicas que van de la física
de materiales hasta la medicina y la ingeniería genética.
Sólo países con alto desarrollo económico o
entidades deportivas apoyadas por empresas dispuestas a invertir
millones de dólares en el desarrollo de tecnología
deportiva pueden llevar a los atletas a la cima. Esto deja a la
vera del camino a los países que no poseen los recursos económicos
para invertir en sus deportistas, por lo que las medallas y reconocimientos
se concentran en unos cuantos países (tendencia observada
desde el inicio de la Guerra Fría) mientras que en otros,
simplemente las victorias quedan reducidas a uno que otro milagro
del empeño humano.
En países con escasos recursos
económicos (como es el caso de México y el resto de
América Latina) la situación se hace más comprometida
ya que consistentemente los atletas (con toda la voluntad, pero
sin apoyos de ningún tipo o con raquítico soporte
en comparación de los millones de dólares invertidos
en atletas de alto rendimiento en los países desarrollados)
quedan alejados de las medallas y expuestos a una opinión
pública adversa que reclama que los escasos recursos económicos
de un país se inviertan en entrenar atletas que no llegan
a la cima y a los que se acusa de realizar lo que se denomina “turismo
deportivo”.
Además, debido a la intromisión
del espectáculo como elemento influyente en el desarrollo
de los Juegos Olímpicos y a las coberturas deficientes (pese
a su abrumadora prescencia), sólo algunos deportes atraen
la atención del público mientras que otros quedan
fuera de la atención de los medios y de una contextualización
sobre los esfuerzos previos realizados por los atletas y que termina
en una opinión desequilibrada y generalmente negativa ante
la práctica de los deportistas que no llegaron al podium.
Antes esta situación, la
práctica deportiva queda afectada y el deporte como actividad
positiva se contierte en slogan publicitario para vender más
calzado deportivo, estimular el consumo de alguna bebida refrescante
o la exposición de la imagen pública de alguna empresa
como patrocinadora de los mejores sentimientos de humanidad. Ante
esta situación, el deporte a través de los Juegos
Olímpicos merece replantearse seriamente sus propósitos
y objetivos.
A la luz de la antorcha: vislumbrando
el fenómeno olímpico
- Juegos monetarios: ante las
crecientes necesidades de los Juegos Olímpicos, el papel
de patrocinadores y medios de comunicación se acentuará,
llegando al punto (como ya se considera hoy en día) donde
disciplinas deportivas sean eliminadas de los juegos y otras incluidas
en pos de mayor atención mediática y patrocinios
comerciales.
- Doping perenne: La tecnología
del dopaje ha llegado a niveles insospechados, rozando incluso
los linderos de la ciencia ficción (ya se habla de la posibilidad
de modificar la estructura genética de los atletas, insertando
genes alterados en sus cuerpos), por lo que las autoridades deportivas
quizá tengan en los próximos 20 años que
tomar una decisión definitiva sobre el dopaje: prohibirlo
de manera tajante (y eliminando así la espectacularidad
de los deportes y ralentizando la obtención de récords)
o permitiéndola abiertamente incluyendo a deportistas dopados
en las competencias o creando una edición especial de juegos
para quienes hayan mejorado artificialmente sus cuerpos.
- Espíritu reducido: Es
un hecho, el espíritu olímpico ha pasado de ser
una aspiración simple y sencilla a una demanda de triunfo
y a una exigencia para que los participantes lleguen al límite
de sus capacidades en pos de una medalla que les asegura el siguiente
nivel de patrocinios y regalías económicas por su
exposición mercadotécnica.
- Sólo para poderosos:
El dinero lo condiciona todo; ante la abrumadora prescencia de
los países más desarrollados, es posible que al
final de la primera mitad del siglo XXI nos encontremos con juegos
donde la mayoría de los países solamente tengan
una prescencia simbólica (la cantidad de medallas que América
Latina gana en cada Olimpiada disminuy constantemente), mientras
que los países más poderosos son lo que realmente
rivalizan y compiten con aspiraciones reales contra sus semejantes.
Lic.
Leonardo Peralta
Escritor, colaborador del Grupo
Editorial Expansión |