Por Leonardo
Peralta
Número
46
El
imperativo de llevar el hombre al espacio ha
sido uno de los compromisos de más larga
data en el desarrollo tecnológico humano.
Desde que a finales del siglo XIX el científico
ruso Konstantin Tsiolkovsky visualizó
las posibilidades teóricas del viaje al
espacio, los seres humanos en ambos hemisferios
se han lanzado a la tarea (difícil de
suyo) por expandir las fronteras humanas por
medio de naves que salgan a través de
la atmósfera del planeta Tierra.
Sin embargo,
esta ha sido una carrera difícil. Después
de más de medio siglo de llevar naves
espaciales a los linderos de nuestra atmósfera
(y de impulsar varias docenas de sondas hacia
los confines del Sistema Solar), las preocupaciones
sociales derivadas de este camino son cada vez
mayores. Después de la destrucción
del transbordador espacial Columbia en febrero
de 2003, y ante el reciente anuncio de que el
programa de transboradores norteamericanos será
suspendido una vez más por tiempo indefinido;
en Estados Unidos ha comenzado un debate alrededor
de la conveniencia de seguir adelante con esta
saga humana ante los hechos recientes y lo que
se vislumbra en el horizonte.
Ocaso
La opinión pública adversa a la
continuación del proyecto de transbordadores
comenzó mucho antes de que el Columbia
se levantara del suelo en 1981. La construcción
del transbordador espacial comenzó desde
la década de 1970 supliendo al proyecto
Apolo, que había llevado hombres a la
Luna. Sin embargo, lo que comenzó siendo
el proyecto de una nave espacial reusable de
bajo costo terminó convirtiéndose
en un proyecto de altísimo costo y de
muy baja utilidad. La idea original era crear
una nave espacial que tuviera la capacidad de
llevar humanos hacia el espacio a bajo costo,
y al igual que cualquier nave aérea, tener
un breve tiempo de mantenimiento antes de volver
a la tarea.
De hecho se
pensaba que el transbordador espacial se convertiría
finalmente en la herramienta que hiciera de los
viajes espaciales verdaderas herramientas industriales
para llevar materiales y personas en forma regular
al exterior llenando los requerimientos de estaciones
espaciales que tanto llenaban la mente de los
optimistas en la década de 1970. Sin embargo
los costos de construcción se elevaron
vertiginosamente debido a la inflación
derivada de la crisis petrolera de inicios de
la década y del costo de la Guerra de
Vietnam.
Peor aún;
los accidentes de las sondas espaciales Challenger
en 1986 y del Columbia en 2003 pusieron al proyecto
espacial bajo severos cuestionamientos. Los resultados
de los estudios realizados poco después
de dichos accidentes revelaron una combinación
de errores de diseño, descoordinación
dentro del organismo espacial norteamericano
(la NASA), así como una falta de rigor
en la administración del proyecto, llevaron
a fallos que derivaron en los accidentes que
se han cobrado la vida de más de una decena
de astronautas.
Es sabido que
la carrera espacial no ha estado exenta de pérdidas
humanas. Hasta el momento 22 astronautas y cosmonautas
murieron durante distintas misiones. Sin embargo
los imperativos políticos han cambiado
radicalmente en las últimas décadas.
Al dejar atrás la Guerra Fría,
las pérdidas humanas que antaño
se aceptaban como parte de un proceso ideológico
de mayor envergadura, actualmente las pérdidas
humanas carecen de cualquier significado ideológico
y por ende se han vuelto injustificables.
Este último
elemento es el que paulatinamente ha convertido
al proyecto del transbordador espacial en un
asunto cada vez más complicado. Dado que
la seguridad de la tripulación se ha convertido
en la prioridad número uno, ingentes sumas
de dinero y de esfuerzo se han invertido en eliminar
hasta donde es posible cualquier posibilidad
de que ocurra un accidente fatal. Esto ha hecho
que desde la década de 1980 los vuelos
espaciales perdieran flexibilidad y versatilidad.
Esto ha aumentado el costo de cada misión
hasta llegar a los estratosféricos 1.3
mil millones de dólares invertidos en
cada misión, lo cual es un costo excesivo
considerando a inicios del proyecto que cada
misión debería de tener un costo
aproximado de entre 10 y 20 millones de dólares.
Además
de los crecientes costos de mantener las operaciones
del transbordador espacial, su propósito
original de llevar carga al espacio se ha perdido
paulatinamente debido a los retrasos causados
por las constantes revisiones de seguridad, así
como por la competencia que representan los cohetes
europeos, rusos y recientemente chinos. Finalmente,
ante la llegada de tiempos económicos
poco propicios (especialmente después
de la llegada al poder de George W. Bush), la
agencia espacial norteamericana se ha visto obligada
a cesar las operaciones de sus misiones más
costosas como el transbordador espacial y el
telescopio Hubble. En 2004 el gobierno norteamericano
presentó una iniciativa denominada Vision
for Space Exploration, donde se establece que
el transbordador espacial estará en servicio
solamente hasta que la Estación Espacial
Internacional sea completada aproximadamente
en 2010 para dar paso a una nueva generación
de naves espaciales que representen menos problemas
logísticos.
Amanecer
Aunque en Occidente no se le dio una cobertura
extensiva, el hecho fue que el 15 de octubre
de 2003 China se convirtió en la tercera
nación en enviar personas al espacio.
Yang Liwei se convirtió en el primer ciudadano
de la nación más grande del mundo
en sacar a una persona de los linderos de la
atmósfera humana. Sin embargo, este logro
es apenas uno de los hitos que esta nación
se ha propuesto.
Desde 1986 el
gobierno chino estableció el Programa
863 con el fin de llevar personas al espacio.
Por tal motivo a lo largo de esa década
y la siguiente una gran cantidad de organismos
académicos e industriales, vertebrados
a través de su Ministerio de Aeronáutica
se dieron a la tarea de crear la tecnología
necesaria para llevar seres humanos al espacio.
Al mismo tiempo el ministerio se propuso un plan
de varias etapas que debe concluir en 2010 con
el establecimiento de una estación espacial
permanente, independiente de la Estación
Espacial Internacional, el último proyecto
de largo aliento proveniente de las épocas
pre-Challenger.
El interés
chino por llevar hombres al espacio y hacer de
sus operaciones espaciales responde a las mismas
necesidades geopolíticas que llevaron
a los Estados Unidos y a la ex Unión Soviética
a tomar el camino del espacio. La expansión
económica de China es hoy una realidad
inobjetable, por lo que su poder económico
le permite llevar a cuestas el enorme costo de
llevar personal al espacio.
Por otro lado,
los imperativos de le geopolítica (y sobre
todo el consolidarse como una potencia tecnológica)
hacen que el desarrollo de un programa espacial
consolidado otorgue una carta de naturalización
a China como verdadera nación de primer
orden. Finalmente, el desarrollo tecnológico
derivado del desarrollo espacial (en áreas
como la ingeniería de materiales, de sistemas
computacionales y de telecomunicaciones) viene
bien en un momento en el que esta nación
se encuentra en el proceso de dejar atrás
su economía basada en la manufactura para
pasar a un modelo tecnológico similar
al de países desarrollados.
Horizontes
Los Estados Unidos se encuentran en una etapa
crítica de sus programas espaciales. Después
de tres décadas de confiar en el transbordador
espacial, han llegado a la triste pero pragmática
decisión de abandonar este proyecto a
cambio de una nueva generación de naves
espaciales de bajo costo y que sean verdaderas
herramientas útiles en lugar de vistosas
demostraciones de una tecnología que se
vuelve obsoleta a pasos agigantados. China opera
justo en sentido contrario: una economía
pujante junto con una masa crítica de
desarrollo científico y tecnológico
le hacen desear y trabajar en torno a construir
un camino propio hacia las estrellas.
En este juego
de poder en el espacio cuenta además con
jugadores como Rusia (que recientemente ha declarado
el regreso de su programa espacial con objetivos
tan ambiciosos como la vuelta a Marte) y la Unión
Europea que, después de dejar atrás
los sueños de gran envergadura (como el
proyecto Hermes que pretendía emular la
experiencia de los Estados Unidos con vehículos
espaciales reusables) ha tomado el camino más
pragmático de desarrollar el lado comercial
de sus operaciones espaciales. Esto sin mencionar
las iniciativas privadas como las derivadas del
proyecto X-Prize que pretenden un paso más
radical aún: llevar a la iniciativa privada
al espacio, dado en cada vez más difícil
panorama de aquellos gobiernos que quieran seguir
llevando personas al espacio.
Lic.
Leonardo Peralta
Escritor,
colaborador del Grupo Editorial
Expansión. |