Por
Leonardo Peralta
Número 43
Para nadie es
un secreto (al menos ya no en estos días): la salud del Papa
Juan Pablo II se encuentra muy deteriorada por diversas enfermedades
que le han relevado de casi todas sus funciones en la Santa Sede
y lo tienen bajo un proceso de recuperación que se anuncia
largo, penoso e incierto. Debido a los últimos tratamientos
médicos a los que ha sido sometido (incluyendo una traqueotomía),
sus capacidades de comunicación se han reducido a lo meramente
testimonial, lo que ha dejado el camino abierto a especulaciones,
análisis postreros y pedidos abiertos para que el pontífice
se retire y deje el gobierno del Vaticano a un sucesor joven que
pueda encarar los urgentes problemas que afectan su operación.
Punto y aparte de los análisis sobre las implicaciones religiosas
y políticas de tal situación, quisiera analizar las
implicaciones que tendrá en términos de comunicación
este declive y la inevitable llegada posterior de un nuevo pontífice.
La estrategia televangelista
Juan Pablo II fue un pontífice cuya divisa fue la comunicación:
comprendiendo que los tiempos habían dejado obsoleto un papado
aislado de una grey en constante convulsión (sobre todo luego
de los cambios operados por el Concilio Vaticano II, y por los nuevos
aires culturales de la década de 1960) tomó el camino
de los viaje y la exposición ante los medios masivos (en
forma de eventos multitudinarios y bendiciones vía satélite),
que le obsequió abundantes réditos durante las últimas
décadas y que el convirtieron en factotum durante episodios
tan trascendentales como la caída del bloque soviético
en la década de 1980 y buena parte de las negociaciones que
a lo largo de las últimas décadas se han llevado a
cabo para pacificar el Medio Oriente.
Quizá tomando como modelo
el evangelismo mediático iniciado en la década de
1930 en los Estados Unidos (bajo el nombre de televangelismo) con
sermones e intervenciones radiofónicas en los estados del
Medio Oeste y llevado a las pantallas televisivas durante la década
de 1970, el Vaticano (y el Pontífice como vocero) establecieron
una estrategia de comunicación desde su primer viaje pastoral
en 1979 que se ha mantenido por su sencillez e influencia ante la
opinión pública: trasladarse a la mayor cantidad de
lugares, participar en eventos multitudinarios y adecuar su actuación
a cada uno de los lugares hacia los que viajaba el Pontífice.
Debido a su categoría de
líder religioso (y en ocasiones por la situación política
de los países que ha visitado), la cobertura de los medios
a sus viajes ha sido masiva, lo mismo que algunas de sus audiencias
y apariciones en público. En esta misma tónica ritos
como la liturgia del Viernes de Dolores (que se lleva a cabo en
el escenario del Coliseo Romano) o las Misa de Gallo se han convertido
en eventos que son llevados a todo el mundo vía satélite
y han abierto la puerta a versiones locales de la mediatización
de dichos ritos. Esta mediatización ha constituido la marca
inconfundible del presente papado. Sin embargo, los frutos de dicha
estrategia no parecen muy claros: ante el sostenido declive de practicantes
del culto católico en todo el mundo, todo parece indicar
que el peso de la mediatización papal no ha sido tan relevante
como se hubiera esperado (lo que atribuyo en alguna medida a la
agenda conservadora que ha mantenido sobre cuestiones como control
de la natalidad, sacerdocio femenino, homsexualidad, participación
de la feligresía en asuntos eclesiásticos y su alejamiento
de las corrientes progresistas de la Iglesia).
Desafortunadamente, el declive del
presente papado presenta una vertiente dolorosa que por momentos
representa una ironía malhadada: un Papa que hizo uso intensivo
de la imagen ahora es llevado por ella a que el mundo sea testigo
de su deterioro físico y la debilidad de una organización
eclesiástica que depende de un hombre. Este dilema podría
aplicarse también a una iglesia que se ha volcado ante los
medios de comunicación, pero que les ha acarreado inesperados
peligros y competencias.
Riesgosas coberturas
Al haber llevado a la Iglesia Católica a la arena mediática,
el papado se ha puesto también bajo el escrutinio del ojo
público: los escándalos sexuales protagonizados en
las últimas décadas por sacerdotes católicos
en los Estados Unidos, México, Austria y el continente africano
le han constituido un severo golpe a su credibilidad e imagen pública.
Los conflictos con personajes como el cismático obispo Marcel
Lefevre (ya fallecido), con el estrambótico obispo Emmanuel
Milingo, o con los sacerdotes favorecedores de la Teología
de la Liberación se convirtieron en hechos mediáticos
que pusieron también a la Iglesia Católica bajo un
cuestionamiento severo y constante desde diversos frentes.
Con la llegada de Internet, numerosos
grupos de discusión y foros se han creado con el objetivo
de discutir diversos tópicos referentes al catolicismo, su
doctrina y forma de gobierno. Esto ha redundado en la creación
de una masa de voces críticas que aún no tienen expresión
pública apreciable pero que conforme pase el tiempo irán
adquiriendo importancia y no es lejano pensar que en algún
punto del futuro su influencia ya no podrá ser obviada por
la curia vaticana y muy probablemente el próximo pontífice
habrá de vérselas con una feligresía mucho
más informada y (consecuencia inevitable del aumento en la
cantidad de información disponible) mucho más demandante
.
La pantalla en otras religiones
Y aunque la estrategia de la Iglesia Católica para posicionarse
mediáticamente ha sido exitosa en posicionar la imagen papal,
este sendero ha sido recorrido también por otras religiones.
Siguiendo el modelo del televangelismo, nuevas religiones aprovecharon
buena parte de la ola de desregulación en medios presentada
en los últimos años (venta de canales y flexibilización
de las legislaciones sobre medios de comunicación) para aumentar
su presencia en los medios de comunicación. Inclusive cultos
como la Iglesia Universal del Reino de Dios se han convertido en
imperios mediáticos (sólo en Brasil, dicha organización
es propietaria de TV Récord, una cadena de más de
40 televisoras, así como dos periódicos nacionales).
Esto ha creado un competido entorno
para la comunicación religiosa. Con una población
cada vez más expuesta a medios masivos de comunicación,
las tradicionales formas de comunicación dentro de la religión
se ven disminuidas ante la necesidad imperiosa de llegar lo más
rápidamente posible a su audiencia para ganar espacio ante
los competidores. Esta es otra de las incógnitas que quedarán
para el siguiente Pontífice: si finalmente se decidirá
a incluir a los medios de comunicación como parte integral
de su estrategia litúrgica y abrirá definitivamente
las puertas a la opción televangelista, o si por el contrario,
mantendrá una política mediática más
conservadora, a riesgo de aumentar la sangría de feligreses.
El legado mediático
de Juan Pablo II
Pase lo que pase en el futuro próximo, el hecho es que Juan
Pablo II inició el proceso de la televangelización
de la Iglesia Católica con su persona como eje rector. Sin
embargo este proceso se ha presentado incompleto y ha acarreado
consecuencias inesperadas que la curia católica no ha podido
controlar eficientemente. Solamente después de las exequias
papales y el proceso de elección del siguiente ocupante de
la silla de Pedro (que seguramente constituirán un evento
noticioso en sí mismo) podremos conocer si el camino abierto
por Juan Pablo II seguirá en los planes del siguiente Papa,
o si la todo fue una estrategia de corto aliento en los cerca de
2 mil años que tiene de existencia la institución
papal.
Lic.
Leonardo Peralta
Escritor, colaborador del Grupo
Editorial Expansión |