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2005

 

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In-mediata

Celebremos México, la Nacionalidad Catódica

 

Por Leonardo Peralta
Número 46

Para Alí: que las tormentas no te acompañen

Todas las naciones necesitan para existir ejes simbólicos que representen de manera clara y precisa la naturaleza singular del país. La heráldica proporcionó junto a la épica los bloques constructores de las nacionalidades alrededor del mundo. Relatos como el Cantar de Mío Cid, las gestas de Juana de Arco y la gesta fundacional de México – Tenochtitlán fueron pilares fundamentales en la génesis de nacionalidades. En otros casos, un corpus de tradiciones, lenguaje, creencias y lazos étnicos tejieron identidades colectivas que con el paso del tiempo fueron convirtiéndose en identidades nacionales.

Con la llegada del binomio Estado – nación en el siglo XVI (cuando comienzan a emerger los primeros imperios europeos), el papel de la construcción de la nacionalidad se convierte en una prioridad, sobre todo ante la perspectiva de crear un nuevo espacio cultural, unido ya no sólo por creencias religiosas o animadversiones políticas, sino estructurado alrededor de una entidad a la que sus miembros no sólo debían someterse (como sucedió en los tiempos del vasallaje medieval), sino de la que debían formar parte como un acción consciente y deliberada.

Un marco de interpretación
Esta relación simbiótica entre cultura y nacionalidad (estudiada con gran minuciosidad en el caso mexicano por Enrique Florescano) operó durante casi medio milenio echando mano de las artes y en los últimos 100 años de ciencias como la antropología y la sociología. Las iconografías nacionales (el Tío Sam, la imagen novocentista de la patria mexicana, la Marianne francesa, entre otras), así como el uso de herramientas como la instrucción pública en materia de cultura e identidad nacional, sirvieron para crear identidades que se terminaron de fraguar durante el siglo XIX con luchas en diversas regiones del mundo (Italia, México, Japón) por construirse como naciones y eliminar las fuerzas centrífugas del regionalismo.

Para inicios del siglo XX, aún con la escasez de naciones independientes (un puñado de ellas sometían a más de dos terceras partes de la población humana) ya estaba trazado el camino que, junto con la libertad política habría de acompañar el surgimiento de más de un centenar de naciones en el período comprendido entre el final de la Segunda Guerra Mundial y el derrumbe de la Unión Soviética a inicios de la década de 1990. Sin embargo, en el trasiego del último siglo, la idea de la nación comenzó a cambiar irremediablemente.

Crisis nacionalista
Durante el pasado siglo más de un centenar de millones de personas perdieron la vida en guerras mundiales, de independencia o de integración nacional. Horrores como los campos de concentración en Europa, los genocidios patrióticos en China y la Unión Soviética; las carnicerías ideoleogicas de Camboya y Ruanda, así como la destrucción causada por bloqueos y otros tipos de confrontación durante la Guerra Fría establecieron las bases de un profundo cuestionamiento del significado conceptual de nacionalidad.

Al mismo tiempo, un fenómeno económico, social y cultural potenciado por nuevas tecnologías (la globalización) comenzaba a colocar en tela de juicio la validez de establecer diferenciaciones entre un grupo humano y otro ante un proceso inexorable de absorción y estandarización. Finalmente, la posmodernidad trajo otro severo cuestionamiento del pensamiento nacional: si la etnicidad era un elemento irrelevante por el igualitarismo cultural, luego entonces la nacionalidad era algo que no tenía mayor repercusión en la identidad de los individuos más allá de ciertos razgos sociales.

Mientras tanto México atraviesa una de las transiciones políticas más importantes en su historia. Transición que no sólo involucra la esfera de lo político, sino que afecta el propio imaginario cultural.

Mexican madness
La nación mexicana de los últimos tres cuartos de siglo pasó por el tamiz del régimen posrevolucionario dirigido por el Partido Revolucionario Institucional. Con los contenidos de la educación controlados por el Estado, los medios de comunicación vinculados a los intereses del gobierno; la vida cultural y las expresiones sociales mediadas por la intervención de dependencias estatales; en el lapso de unas generaciones, más de cien millones de personas adquirieron de un modo u otro la imagen nacional mexicana a través de canales previamente avalados y controlados por el Estado.

A lo largo de siete décadas la construcción nacional fue erigida por medio de la historiografía oficial, ceremonias y símbolos plasmados desde la infancia en la población mexicana, transminando todas las esferas en la vida del individuo. La nacionalidad mexicana terminó de construirse en los muros levantados por la cultura popular y una de las industrias de medios más poderosas del mundo. Fenómenos como el cine de la época de oro, la poderosa industria de las telenovelas e incluso expresiones contraculturales como el rock nacional terminaron por redondear un imaginario cultural compartido en una nación que hasta principios de la década de 1980 vivió relativamente aislada del mundo y alejada de influencias “transculturizantes”.

Sin embargo, con el inicio de la integración económica de México al mundo (y especialmente a raíz de la firma de acuerdos con el GATT y del Tratado de Libre Comercio de América del Norte), se abrieron las puertas a influencias internacionales. Además, en uno de los fenómenos culturales menos estudiados hasta el momento, la migración masiva de ciudadanos mexicanos hacia los Estados Unidos enfrentó a casi una quinta parte de la población naciona (se estima que más de 20) con la realidad una cultura donde diferente, donde moran otros valores y otra forma de vida.

En 1994, el alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional produjo una de las crisis más fuertes en la concepción de la identidad nacional. Confrontado el stablishment ante la realidad de culturas ancestrales (que nominalmente hacemos nuestras) sometidas a procesos de aculturación y adaptación forzada dentro del marco del establecimiento de un imaginario nacional (trabajo iniciado por los liberales nacionalistas desde la segunda mitad del siglo XIX), no hubo otra respuesta más adecuada a la crisis que declarar por primera vez que la nación mexicana reconocería su carácter pluricultural y multiétnico (aunque fuera solamente en el papel).

La llegada de un gobierno de oposición en el año 2000 al poder representó no solamente un hito político sino un cambio estructural de enormes consecuencias. Al perder el PRI en poder y cederlo a otro partido, la maquinaria cultural que había operado durante décadas simplemete perdió su efectividad. Ante la pérdida del control en los medios de comunicación, la desintegración de los vínculos que vertebraban el sistema educativo nacional y la fragmentación del poder antes en manos del sistema de gobierno, es que nos hallamos ante una situación poco menos que inédita. Una nación cuya imagen simbólica se encuentra desestructurada y sin referentes claros a la caída del antiguo régimen político.

Tejido electrónico
Los medios electrónicos de comunicación han fungido desde los inicios del siglo XX como herramientas de propaganda política y evolucionado a la par que su desarrollo tecnológico. La radio durante las dos guerras mundiales, el cine durante la Segunda Guerra Mundial y la televisión a lo largo de la Guerra Fría fueron afinándose como herramientas útiles no sólo en la creación de espacios para el entretenimiento sino también para fines de sostenimiento y expansión de un ideal nacional.

En este proceso, México formó parte de manera intensiva. Desde los inicios en las actividades de los medios de comunicación electrónicos en nuestro país, los concesionarios siempre estuvieron dispuestos a participar con los organismos del Estado en concordancia de aquellas campañas de utilidad pública que fueran necesarias. Algunas de estas campañas sirvieron para fortalecer entre los ciudadanos nacionales el sentimiento de pertenencia al país, mientras que otras se estimulaba la cohesión nacional en tiempos de crisis.

Es así como llegamos a las presentes campañas de responsabilidad social patrocinadas por la empresa Televisa <http://www.esmas.com/celebremosmexico/> y en menor medida por su competidora Tv Azteca
<http://www.tvazteca.com/corporativo
/especiales/mexico/
>. Con el estandarte de la promoción de los valores nacionales y el compromiso de elevar entre el público televidente los mejores sentimientos nacionalistas, ambas empresas se han embarcado en la tarea de promover la nacionalidad mexicana través de anuncios relacionados con sendas campañas, eventos especiales, programación con temática ad hoc y sobre todo, con el empeño de ambas empresas por elevar la moral pública y hacer que el país recupere la senda perdida del nacionalismo mexicano.

Estas campañas (nacidas al amparo de la temporada de fiestas patrias) representan un intento de emplear los viejos símbolos de la cultura mexicana y restablecer equilibrios perdidos en los últimos veinticinco años. Aciateados por una situación política inestable y ante la posibilidad de ganancias exorbitantes por los ingresos derivados del gasto publicitario en medios de comunicación electrónicos, los medios de comunicación, quizá en una acción preventiva han decidido recurrir a mensajes patrióticos.

Desafortunadamente, como señalé renglones atrás, los símbolos a los que recurren estas campañas han perdido buena parte de su efectividad. Las recurrentes imágenes de la tradición folklórica ya no tienen fortaleza. El expediente de las riquezas naturales del país puede ser fácilmente contrastada con la expoliación, el descuido y las agresiones a que son sometidos cotidianamente dichos recursos. Los viejos valores expuestos en las campañas de marras (la familia, la estabilidad y la tradición) viven justo en medio de importantes procesos de erosión causada, por un lado por más de un cuarto de siglo de crisis económicas recurrentes y por el otro lado por la transición cultural de los mexicanos hacia un país totalmente sumergido en la globalidad del siglo XXI.

Quizá el único elemento por destacar de la última andanada publicitaria lo represente el uso masivo del talento manejado por los conglomerados mediáticos de marras. Pese a que campañas anteriores han echado mano de cantantes, actores y talentos, la campaña Celebremos México convocó al unísono a personalidades de ámbitos tan disímbolos como la ciencia, la política, el deporte y las artes. Pese a que la recurrencia a este tipo de expedientes es más que conocida, su efectividad sigue siendo desconocida, aunque es de suponer que la acción de líderes de opinión podría permear en el resto de la población.

Reconstrucción necesaria
De cualquier modo, estas campañas más parecieran responder a necesidades coyunturales que a un ánimo de fondo por apoyar genuinamente la creación de un espacio simbólico común para todos los mexicanos. De hecho, si en verdad fuera genuino este ánimo nacionalista, más les valdría iniciar desde ahora una discusión seria y a todo lo largo de la pirámide social mexicana sobre la mejor forma de reconstruir esta identidad nacional y crear nuevos espacios culturales para el debate de la nacionalidad mexicana.

Cuando por fin se comprenda la magnitud de las indefiniciones simbólicas que afectan al país; cuando sea posible refundar también los símbolos nacionales y cuando se vislumbre la manera de reintegrar una construcción rectora que le de cuerpo a la mexicanidad, es que será posible, de manera coherente, darle a la nación mexicana de nuestra época una identidad factible y sobre todo, interpretable por todos, más allá de la exhibición de los estereotipos tradicionales y sobre todo, del uso de la nacionalidad mexicana como estandarte exclusivo de la promoción empresarial.


Lic. Leonardo Peralta
Escritor, colaborador del Grupo Editorial Expansión.

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