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2006

 

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In-mediata

La Guerra de las Civilizaciones en la Retina Simbólica

 

Por Leonardo Peralta
Número 48

Para los partidarios de la guerra de las civilizaciones, el conflicto entre el oriente islámico y el occidente cristiano se daría por la posesión de recursos naturales, el dominio de zonas geoestratégicas o la destrucción e invasión de grandes templos religiosos, es decir, centros de peregrinación que representaran infamias e insultos directos contra la fe. Pero ha ocurrido que el último capítulo de este conflicto se ha originado en un asunto aparentemente irrelevante, es decir, por la publicación de caricaturas que retratan a la divinidad islámica y que incluso se toman la libertad de satirizarla, al igual que se ha hecho desde hace siglos con las imágenes de la divinidad cristiana, budista y de otras religiones no occidentales.

El problema, surgido a partir de la aparición de los dibujos heréticos en medios impresos de Dinamarca y su posterior reproducción en medios impresos de Europa ha generado no sólo respuestas hostiles, sino acciones violentas que han pasado de las demostraciones de repudio al incendio de locales de embajadas en el Oriente Medio, de secuestros y de bien visibles amenazas a la integridad de occidentales en esa zona geográfica. Por su parte, Occidente se ha mostrado sorprendida de la violencia desatada y se ha abierto un debate a dos frentes donde algunos pretenden la defensa de las libertades y que incluyen la publicación de imágenes potencialmente consideradas como ofensivas, mientras que por el otro lado aparecen voces que piden el cese de las ofensas hacia el Islam, tanto como para promover el respeto para otras culturas como (y en esto viene la mayor carga) para evitar una escalada de violencia que pueda acarrear destrucción de bienes y la muerte de personas.

¿La imagen sagrada?
Desde hace siglos se ha discutido sobre la validez teológica de plasmar imágenes divinas. De hecho, buena parte del cisma entre católicos romanos y ortodoxos en el primer milenio de nuestra era tuvo que ver con la negativa de buena parte de los ortodoxos (denominados iconoclastas) de reconocer la validez de aquellas imágenes que mostraran a alguno de los miembros de la Santísima Trinidad. Fruto de este debate fue que el cristianismo romano tuvo que realizar una suerte de malabarismo teológico donde se establecía que imágenes y esculturas no eran en sí divinas, pero que las unía cierto lazo simbólico con la divinidad, por lo que su veneración era permitida, siempre y cuando se reconociera que las imágenes por si mismas no contenían divinad per se.

Con el paso de los siglos (y especialmente con el movimiento de la Reforma, lidereado por Martín Lutero a mediados del milenio pasado), otras corrientes del cristianismo volvieron a la crítica hacia la práctica de la veneración de las imágenes por inferencia interpósita, que para los críticos del cristianismo romano, involucraba prácticas peligrosamente cercanas de la idolatría y que se prestaban al juego de los negocios desde el mismo Vaticano. Hoy día prevalece esta observación en la práctica de la fe católica, aunque a decir verdad, esto no ha impedido todo tipo de prácticas de veneración a las imágenes, como es la adoración a las advocaciones de la Virgen María plasmadas en todo el mundo y a prácticas que van desde los nacimientos navideños hasta las imágenes realizadas en la Capilla Sixtina del Vaticano por Miguel Angel Buonarotti.

Tanto la fe judaica como el Islam han sostenido desde el principio la prohibición de realizar imágenes que puedan ser interpretadas como representaciones de la divinidad, resolviendo de tajo la controversia que por milenios ha permeado la teología católica. En el espectro de las religiones no occidentales, debido a la ausencia de abstracción de la divinidad, casi todas las formas de animismo aceptan y promueven la fetichización de objetos y su concepción como receptáculos de lo sagrado. Lo mismo desde los ritos de la santería americana y africana, pasando por el viejo culto divino de los aztecas y las prácticas religiosas de buena parte del hinduísmo.

La libertad, ¿indeclinable?
Uno de los valuartes que resumen la escencia de la civilización occidental es la libertad de expresión que permite a los ciudadanos expresar sus puntos de vista a través de los medios que cada persona considera adecuados a su capacidad y su preferencia estética. Esto ha conducido a la creación de los géneros de la sátira, la parodia y la crítica simbólica. Desde la época de los griegos ya se hacía burla de los gobernantes, y desde la implantación de la laicidad en el Estado y la salvaguarda de los derechos ciudadanos, la divinidad no ha estado alejada del cuestionamiento, sea desde su vertiente reflexiva como de su parte más iconográfica. La caricatura (amplificada por su difusión a través de los medios de comunicación) es el reflejo quizá más evidente (y para algunos sangriento) de esta libertad ejercida en todos los rincones del mundo con y sin la venia de las autoridades.

Sin embargo, hasta hace poco tiempo la crítica de Occidente era irredenta en tanto sus textos e imágenes se quedaban dentro de los límites culturales y geográficos del espacio occidental. Así, las caricaturas sangrientas de salvajes en regiones de Africa, la narración gráfica de atrocidades realizadas por aborígenes americanos y el desprecio gráfico hacia chinos e indios nunca suscitaron controversias, pues su acceso se hallaba vedado hacia las poblaciones aludidas.

Sin embargo, con la llegada de la globalidad tecnológica en los medios de comunicación desde la segunda mitad del siglo XX ha permitido un tráfico cuasi ilimitado de símbolos que cruzan mares y montañas y llegan hacia los públicos más inesperados. Los símbolos antaño reducidos a una geografía o cultura determinada han salido de sus límites para trascender los diversos ámbitos sociales y en muy poco tiempo. Una imagen ofensiva o una noticia inquietante que antaño tomaban meses para llegar a regiones apartadas (donde es más posible la reacción violenta) ahora en cuestión de horas pueden ser difundidas en las cuatro esquinas del mundo.

Choque de trazos
Debido a la complejidad de las relaciones con el Islam, sobre todo a partir de la década de 1990 (cuando fuerzas americanas hicieron acto de prescencia militar en la nación más sagrada para los musulmanes: Arabia Saudita) y potenciada por los hechos del 11 de septiembre de 2001, la comunicación entre ambas culturas se encuentra permeada de todo tipo de susceptibilidades e hipersensibilidades. La incómoda prescencia norteamericana en regiones de Oriente Medio, el espacio cultural negativo en el que son concebidos (como lugar de pecados, de enormes ofensas hacia el Islam y un predominio militar y económico condenado) y la existencia real de regímenes nacionales y fuerzas terroristas dispuestas a confrontar directamente el predominio de los Estados Unidos y de Occidente, es que tenemos un caldo de cultivo especialmente propicio para las respuestas extremas ante lo que se considera ofensa de los occidentales.

Desafortunadamente, las fuerzas culturales y políticas en la región de influencia del Islam no son en modo alguno alentadoras: con regímenes políticos sangientos y opresores por un lado, el contrapeso lo representan fuerzas fundamentalistas que pugnan por el retorno de los desaparecidos califatos que puedan poner orden a un mundo concebido como una ensaladera de incertidumbres mangoneadas desde Occidente, que se presenta como el elemento (desgraciadamente en ocasiones con certeza) que promueve la opresión de las fuerzas progresistas en esa región del mundo.

El debate en Occidente respecto de estas ofensas con un ambiente de comunicación intercultural tan enrarecido, ha sido dispar. Ante la respuesta violenta del Islam a hechos simbólicos considerados como heréticos (la fatwa decretada contra el escritor Salman Rushdie, el asesinato del cineasta holandés Teo Van Gogh por parte de un joven islámico y de la controversia francesa en contra del uso de velos por parte de niñas y jóvenes musulmanas en las escuelas) se han planteado dos vías de acción: por un lado quienes pretenden el establecimiento de "no fly zones" simbólicas (áreas donde ni lo medios ni el stablishment cultural deben introducirse) para evitar reacciones violentas o de controversias incómodas. Por el otro lado, los defensores de las libertades que sostienen la necesidad imperiosa de defender las libertades tan difícilmente ganadas y que el deber de los estados occidentales es la defensa de estas libertades que constituyen parte del núcleo duro de la cultura occidental.

Los estados nacionales oscilan entre ambos polos. En Europa algunos países han establecido directrices para evitar este choque de culturas, mientras que por el otro lado otras naciones se muestran dispuestas a defender la libertad de prensa hasta las últimas circunstancias. El problema radica en que a medida que la violencia recrudece, que esta defensa cada vez con mayor asiduidad implica la muerte de ciudadanos o el incremento de las medidas de seguridad, por no mencionar el elemento posmoderno que trata al discurso simbólico occidental como una suerte de hegemón imperialista, las naciones se encuentran menos dispuestas a jugarse lo material para defender lo abstracto. Inglaterra ha establecido incluso políticas por medio de las cuales se obliga a los medios a contenerse para evitar choques inesperados, mientras que en Holanda y Francia se ha recrudecido el debate en cuanto a la forma en la que se debe asimilar una cultura y una religión que presenta aristas de choque frente al sistema cultural bajo el cual se basan.

Mientras tanto, en los Estados Unidos (blanco primigenio de todos estos ataques en tanto exponentes preponderantes de la cultura occidental) el debate no se ha establecido aún y se mantiene dentro de los límites de la guerra contra el terrorismo. Es pues, que en Europa (región del mundo que al menos dos veces estuvo en el riesgo de pasar al dominio muslmán) el debate se acrecienta, pero no exclusivamente allí: Australia se ha convertido en el centro de otra discusión de índole cultural, derivada de otro asunto aparentemente banal: los conflictos entre miembros de la comunidad anglosajona y descendientes de ciudadanos del Medio Oriente por la posesión de playas durante este verano austral.


Lic. Leonardo Peralta
Escritor, colaborador del Grupo Editorial Expansión México.

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