Por Leonardo
Peralta
Número
51
Una
larga historia
Una de las organizaciones religiosas más
antiguas del mundo, la Iglesia Católica,
ha logrado sobrevivir a todo tipo de calamidades
y crisis en el dilatadísimo período
de dos milenios desde su fundación en
el siglo I. No ha sido poca cosa sobrevivir a
las invasiones bárbaras al final del Imperio
Romano; mantenerse luego del cisma respecto de
la Iglesia Ortodoxa de Oriente en el siglo X;
imponer su primacía durante la Edad Media
y mantenerse como factor de cohesión social
y cultural durante los años difíciles
de la Europa fragmentada hasta la llegada del
Renacimiento.
Las crisis culturales
del Renacimiento y el movimiento reformatorio
de Martín Lutero en los diglos XV y XVI
abrieron paso a la primera disputa real del poder
de la Iglesia. Cuestionada su autoridad moral
para definir las grandes verdades del Universo
físico (representado por su iniciativa
de censurar la teoría astronómica
de Nicolás Copérnico y las observaciones
de Galileo Galilei, así como la ejecución
de Giordano Bruno), y disputado su poder político
debido al surgimiento de reinos en el centro
de Europa y las Islas Británicas bajo
la égida herética que le disputaban
el control de reinos enteros desencadenó
una serie de guerras que se prolongaron por todo
lo largo de los siglos XVI y XVI.
Pese a ello,
la Iglesia Católica pudo imponerse, sobre
todo al crear órganos como la Compañía
de Jesús, que habría de ser el
brazo cultural y social que ayudaría a
combatir las herejías desde las trincheras
del conocimiento y la evangelización en
las dilatadas (y en aquel entonces recién
descubiertas ante ojos europeos) tierras de América.
El apoyo decidido de los reinos de España
a la autoridad papal le permitieron mantenerse
sólidamente, aún cuando amplias
partes de Europa (que posteriormente se volverían
parte del mundo anglosajón) ya vivían
bajo otras lógicas de la fe, manteniendo
un incómodo impasse durante un par de
siglos más.
Sin embargo,
con la llegada del Iluminismo al final del siglo
XVIII (con la publicación de la Enciclopedia
y el surgimiento de la idea de un Estado laico),
así como al surgimiento de movimientos
políticos claramente anticlericales a
partir de la Rrevolucióbn Francesa y la
emergencia de los Estados Unidos como una nación
que, pese a fundarse bajo el amparo divino (su
carta constitucional así lo asienta) libera
al Estado de la obligación de hacer cumplir
alguna creencia en particular (un concepto radical
en aquel tiempo), lo que abrió el espacio
para el surgimiento de una nueva forma de concebir
al ciudadano, libre de la imposición religiosa.
El transcurso
del siglo XIX se llevó por delante la
primacía cultural del catolicismo en sus
antiguos territorios: tanto en América
como en Europa, el Estado logró obrar
la separación de la tutela eclesiástica,
dejándole un vago papel como salvaguarda
moral de Occidente. Sin embargo, como menciona
despiadadamente el filósofo rumano E.M.
Cioran en su texto Silogismos de la amargura,
“desde el siglo XVI, la Iglesia, humanizada,
no produce más que cismas de segundo orden,
santos vulgares, excomuniones irrirosrias”.
El vencimiento
paulatino (pero incesante) del poder simbólico
de la Iglesia Católica se confirmó
durante el siglo XX, cuando ideologías
laicas como el comunismo y el fascismo le arrebataron
la dirección moral de zonas completas
del mundo y, con el final del siglo, el proceso
de globalización permitió la creación
de un mercado religioso donde si bien el catolicismo
es una creencia con darga data, se coloca en
la incómoda posición de competir
con otras religiones en posición de igualdad.
Peor aún,
la evolución cultural del siglo abrió
enormes brechas de discrepancia entre los mismos
católicos y su jerarquía religiosa
en temas que iban del manejo de la sexualidad,
el empleo de avances médicos, reproducción
asistida, control poblacional y visión
respecto de otras creencias religiosas. El poder
simbólico de la iglesia se erosionó
rápidamente, pese a intentos como las
dos ediciones del Concilio Vaticano que pretendieron
(justo en el clímax de la Guerra Fría)
actualizar su visión respecto de un mundo
cambiante.
Con la llegada
al papado de Juan Pablo II en la década
de 1970, el catolicismo recuperó parte
de su poder, gracias a la sabia combinación
de la personalidad magnética del Papa
con un programa cuidadosamente planeado de exposición
mediática durante las numerosas giras
que llevó a cabo en todo el planeta durante
su papado. Su posición conservadora sin
embargo, chocó incesantemente con el pensar
y los deseos de su grey, que si bien se percibió
atendida y querida por el carisma de su Sumo
Pontífice, dejó claro que las tendencias
culturales eran irreversibles y la visión
papal sobre asuntos culturales y morales terminaron
por ser echados a un lado, incluso en aquellos
países (especialmente en Europa Oriental)
donde la intervención católica
fue intensa en el pulso ideológico que
mantuvo contra el socialismo soviético.
Sin embargo,
dos hechos en el siglo XXI terminarían
por determinar las amplias limitaciones de la
Iglesia Católica en los tiempos actuales.
Pasiones
inconfesables
Dentro de los anales de la historia de la Iglesia
Católica muy probablemente serán
recordados los negros expedientes que emergieron
sobre abusos sexuales cometidos por sacerdotes
contra miembros más jóvenes de
sus comunidades durante la segunda mitad del
siglo XX y que aparecieron desde 2002, en la
Arquidiócesis de Boston. El caso (que
en los Estados Unidos cobró dimensiones
nacionales) terminó con uno de los bastiones
espirituales de la Iglesia Católica: la
probidad de sus sacerdotes. Cientos de millones
de dólares gastados por la Iglesia a manera
de compensación hacia las víctimas,
amén del escándalo que terminó
la carrera de miembros de la jerarquía
eclesiástica como el cardenal de Boston,
Bernard Law y acarreó terribles consecuencias
económicas para la curia católica
norteamericana.
Estos hechos
quedaron enmarcados por el nacimiento de organizaciones
en los Estados Unidos como Voice of the Faithful
(dedicada a pedir responsabilidad de la Iglesia
sobre los casos de corrupción de menores),
que aprovecharon las capacidades de Internet
como medio de comunicación para establecer
vínculos entre los afectados y los medios
de comunicación. Todo frente una Iglesia
Católica, que al inicio se mantuvo evasiva
frente al problema, hasta que el monto y cantidad
de las demandas terminaron por hacer que arquidiócesis
como la de Los Angeles publicaran a través
de la misma Internet los nombres de los sacerdotes
ofensores y tuvieran que aceptar explícitamente
su culpa como encubridora de actos criminales.
En México,
la situación se centró en lo ocurrido
con el sacerdote mexicano Marcial Maciel, fundador
y guía de los Legionarios de Cristo, organización
católica fundada a mediados del siglo
pasado y cuya labor se centra en la educación
y en la evangelización de personas de
altos ingresos. A mediados de la década
de 1990, reportajes en la prensa escrita y en
canales de televisión independientes develaron
testimonios de personas que declaraban haber
sido sujetas de abuso sexual por parte del sacerdote
Maciel. Esto abrió paso a una historia
de casi medio siglo de duración en la
cual aparecerían investigaciones realizadas
por el Vaticano décadas atrás con
el fin de esclarecer denuncias sobre dichas conductas
delictivas.
El desenlace
de la historia (la renuncia de Marcial Maciel
al liderazgo de su organización en 2005
y la ambigua sentencia emitida por el Vaticano
este 2006) no se comprende sin la exposición
del caso ante los medios, que si bien cobró
en un inicio negativas consecuencias para los
medios que emitieron la noticia (sobre todo cuando
uno de los canales que transmitió los
primeros testimonios: CNI 40, padeció
un boicot publicitario por su acción noticiosa),
el desgaste de su imagen pública se volvió
crítica, sobre todo ante la torpe estrategia
de comunicación de los Legionarios de
Cristo para intentar desacreditar a quienes presentaron
los testimonios y después para hacer pasar
las investigaciones eclesiásticas como
una suerte de conspiración contra sus
ideas religiosas.
El fracaso de
la defensa mediática de la postura de
los Legionarios quedó patentente cuando,
pese a las acusaciones y a la condena vaticana
que ordenó el retiro de Marcial Maciel
a la vida privada y al aislamiento, la congregación
de marras lo interpretó más como
una suerte de martirio hacia una persona inocente
que como la aceptación de una culpa que,
pese al lenguaje velado de la condena eclesial,
su defensa es insostenible.
Y aunque en
México el poder de dicha organización
religiosa no padezca debido a su enraizamiento
en ciertos sectores decisorios del poder económico
y político, queda claro que la organización
de los legionarios ha padecido un severo daño
ante su fama pública, que le impedirá,
por lo pronto, que Marcial Maciel sea sujeto
de alguna forma de beatificación y mucho
menos de santificación. Ahora la sospecha
se mantiene sobre toda la organización
que, pese a su talante hermético respecto
de sí misma, queda claro que su fama pública
se mantendrá bajo severa sospecha permanente.
Un código
demoledor
Una novela cuya trama se basa en conspiraciones
no parece novedosa. Tampoco que tengan como origen
a la Iglesia Católica (en la literatura
contemporánea, Umberto Eco escribió
una obra fundamental en el género: El
nombre de la rosa). Quizá lo que sorprende
es que la novela El Código da Vinci, publicada
por el norteamericano Dan Brown en 2003 causara
una respuesta tan compleja e inesperada, sobre
todo viniendo de una obra cuya calidad literaria
es tan discutible.
Partiendo de
la mezcla de tradiciones gnósticas surgidas
durante la época del Medievo, la trama
se encarga de urdir la historia de un secreto
cuyo conocimiento desafiaría los fundamentos
que sostienen a la Iglesia Católica (la
existencia de un linaje biológic0 y realo
de Cristo). La trama de aventuras no tendría
nada de extraordinario, o algo que afectara la
integridad de la Iglesia Católica, pero
desafortunadamente su aparición se hizo
coincidir justo cuando la curia católica
combatía desde las armas del silencio
y la desviación, docenas de acusaciones
que le involucraban en abusos sexuales arriba
descritos.
Enmedio de esta
batalla por mantener el silencio, la trama de
la novela se convirtió en un éxito
de librería. Millones de ejemplares (aproximadamente
60 hasta mediados de este 2006) se vendieron
en todo el mundo, las traducciones a 44 idiomas
invariablemente se volvieron éxitos editoriales,
lo que le abrió la puerta para ser adaptado
en forma de una película estrenada este
verano con relativo éxito, recaudando
tan sólo en los Estados Unidos más
de 200 millones de dólares hasta el momento.
Este no era,
sin embargo, el primer producto audiovisual relevante
que giraba alrededor de la simbología
católica. Ya en 2004 una película
titulada La Pasión de Cristo (dirigida
por el actor Mel Gibson) se convirtió
en un éxito instantáneo de taquilla,
elevando cuestionamientos sobre el papel de la
Iglesia Católica respecto de la sociedad
judía, sobre todo a partir de veladas
indicaciones del cineasta que sugerían
un exceso de crueldad durante su proceso judicial.
Y el estreno de la versión fílmica
del Código Da Vinci este año no
vino solo: un documental del canal de televisión
restringida National Geographic titulado El Evangelio
prohibido de Judas realizó un recuento
de documentos hallados en Egipto y que atestiguarían
un punto de vista de la vida de Cristo que por
lo menos es altamente polémico: el punto
de vista de Judas Iscariote como verdadero discípulo
amado del Jesús.
La combinación
de una película que aprovecha una coyuntura
histórica no puede menos que tener una
gran recepción. Desafortunadamente las
consecuencias de esta combinación fortuita
de fenómenos mediáticos representaron
otro golpe para la Iglesia Católica: en
púlpitos de todo el mundo, cientos de
sacerdotes tuvieron que aplicarse a conducir
homilías especiales para desmentir lo
sostenido en documentales, películas y
novelas. Irónicamente, el Vaticano nunca
presentó una versión oficial sobre
todos estos hechos y terminó por erosionar
ante ciertos creyentes la confianza en su Iglesia.
Gotas
contra la pared
Aparentemente, estos hechos no representan una
amenaza concreta para la Iglesia Católica.
Al fin y al cabo ha logrado sobrevivir ante polémicas
mucho más encendidas y a enemigos mucho
más potentes que los personificados por
un novelista o algunas personas que acusan a
sus ministros de encubrimiento de hechos delictivos.
Sin embargo, en sociedades tan informadas como
la nuestra, donde aquello que la Iglesia dice
es sometido de manera sistemática al escrutinio
del público a través de los medios
de comunicación y de Internet, es preciso
y necesario tener un punto de vista de la Iglesia
Católica, sea cual sea ante eventos de
esta índole cuya repercusión pública
es mayor por tocar fibras emocionales sensibles.
El silencio
que le ha ayudado a la organización a
sobrevivir a invasiones bárbaras y cismas
de toda índole, probablemente seguirá
perdiendo terreno si no muestra atención
a fenómenos culturales que aparentemente
son banales pero que paradójicamente ejercen
una influencia mayor que los grandes discursos
del papado sobre temas como la experimentación
con células madre o su postura ante el
matrimonio homosexual.
Lic.
Leonardo Peralta
Escritor,
colaborador del Grupo Editorial
Expansión México. |