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2006

 

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In-mediata

Dos Fracasos de la Comunicación Católica: Marcial Maciel y Código da Vinci

 

Por Leonardo Peralta
Número 51

Una larga historia
Una de las organizaciones religiosas más antiguas del mundo, la Iglesia Católica, ha logrado sobrevivir a todo tipo de calamidades y crisis en el dilatadísimo período de dos milenios desde su fundación en el siglo I. No ha sido poca cosa sobrevivir a las invasiones bárbaras al final del Imperio Romano; mantenerse luego del cisma respecto de la Iglesia Ortodoxa de Oriente en el siglo X; imponer su primacía durante la Edad Media y mantenerse como factor de cohesión social y cultural durante los años difíciles de la Europa fragmentada hasta la llegada del Renacimiento.

Las crisis culturales del Renacimiento y el movimiento reformatorio de Martín Lutero en los diglos XV y XVI abrieron paso a la primera disputa real del poder de la Iglesia. Cuestionada su autoridad moral para definir las grandes verdades del Universo físico (representado por su iniciativa de censurar la teoría astronómica de Nicolás Copérnico y las observaciones de Galileo Galilei, así como la ejecución de Giordano Bruno), y disputado su poder político debido al surgimiento de reinos en el centro de Europa y las Islas Británicas bajo la égida herética que le disputaban el control de reinos enteros desencadenó una serie de guerras que se prolongaron por todo lo largo de los siglos XVI y XVI.

Pese a ello, la Iglesia Católica pudo imponerse, sobre todo al crear órganos como la Compañía de Jesús, que habría de ser el brazo cultural y social que ayudaría a combatir las herejías desde las trincheras del conocimiento y la evangelización en las dilatadas (y en aquel entonces recién descubiertas ante ojos europeos) tierras de América. El apoyo decidido de los reinos de España a la autoridad papal le permitieron mantenerse sólidamente, aún cuando amplias partes de Europa (que posteriormente se volverían parte del mundo anglosajón) ya vivían bajo otras lógicas de la fe, manteniendo un incómodo impasse durante un par de siglos más.

Sin embargo, con la llegada del Iluminismo al final del siglo XVIII (con la publicación de la Enciclopedia y el surgimiento de la idea de un Estado laico), así como al surgimiento de movimientos políticos claramente anticlericales a partir de la Rrevolucióbn Francesa y la emergencia de los Estados Unidos como una nación que, pese a fundarse bajo el amparo divino (su carta constitucional así lo asienta) libera al Estado de la obligación de hacer cumplir alguna creencia en particular (un concepto radical en aquel tiempo), lo que abrió el espacio para el surgimiento de una nueva forma de concebir al ciudadano, libre de la imposición religiosa.

El transcurso del siglo XIX se llevó por delante la primacía cultural del catolicismo en sus antiguos territorios: tanto en América como en Europa, el Estado logró obrar la separación de la tutela eclesiástica, dejándole un vago papel como salvaguarda moral de Occidente. Sin embargo, como menciona despiadadamente el filósofo rumano E.M. Cioran en su texto Silogismos de la amargura, “desde el siglo XVI, la Iglesia, humanizada, no produce más que cismas de segundo orden, santos vulgares, excomuniones irrirosrias”.

El vencimiento paulatino (pero incesante) del poder simbólico de la Iglesia Católica se confirmó durante el siglo XX, cuando ideologías laicas como el comunismo y el fascismo le arrebataron la dirección moral de zonas completas del mundo y, con el final del siglo, el proceso de globalización permitió la creación de un mercado religioso donde si bien el catolicismo es una creencia con darga data, se coloca en la incómoda posición de competir con otras religiones en posición de igualdad.

Peor aún, la evolución cultural del siglo abrió enormes brechas de discrepancia entre los mismos católicos y su jerarquía religiosa en temas que iban del manejo de la sexualidad, el empleo de avances médicos, reproducción asistida, control poblacional y visión respecto de otras creencias religiosas. El poder simbólico de la iglesia se erosionó rápidamente, pese a intentos como las dos ediciones del Concilio Vaticano que pretendieron (justo en el clímax de la Guerra Fría) actualizar su visión respecto de un mundo cambiante.

Con la llegada al papado de Juan Pablo II en la década de 1970, el catolicismo recuperó parte de su poder, gracias a la sabia combinación de la personalidad magnética del Papa con un programa cuidadosamente planeado de exposición mediática durante las numerosas giras que llevó a cabo en todo el planeta durante su papado. Su posición conservadora sin embargo, chocó incesantemente con el pensar y los deseos de su grey, que si bien se percibió atendida y querida por el carisma de su Sumo Pontífice, dejó claro que las tendencias culturales eran irreversibles y la visión papal sobre asuntos culturales y morales terminaron por ser echados a un lado, incluso en aquellos países (especialmente en Europa Oriental) donde la intervención católica fue intensa en el pulso ideológico que mantuvo contra el socialismo soviético.

Sin embargo, dos hechos en el siglo XXI terminarían por determinar las amplias limitaciones de la Iglesia Católica en los tiempos actuales.

Pasiones inconfesables
Dentro de los anales de la historia de la Iglesia Católica muy probablemente serán recordados los negros expedientes que emergieron sobre abusos sexuales cometidos por sacerdotes contra miembros más jóvenes de sus comunidades durante la segunda mitad del siglo XX y que aparecieron desde 2002, en la Arquidiócesis de Boston. El caso (que en los Estados Unidos cobró dimensiones nacionales) terminó con uno de los bastiones espirituales de la Iglesia Católica: la probidad de sus sacerdotes. Cientos de millones de dólares gastados por la Iglesia a manera de compensación hacia las víctimas, amén del escándalo que terminó la carrera de miembros de la jerarquía eclesiástica como el cardenal de Boston, Bernard Law y acarreó terribles consecuencias económicas para la curia católica norteamericana.

Estos hechos quedaron enmarcados por el nacimiento de organizaciones en los Estados Unidos como Voice of the Faithful (dedicada a pedir responsabilidad de la Iglesia sobre los casos de corrupción de menores), que aprovecharon las capacidades de Internet como medio de comunicación para establecer vínculos entre los afectados y los medios de comunicación. Todo frente una Iglesia Católica, que al inicio se mantuvo evasiva frente al problema, hasta que el monto y cantidad de las demandas terminaron por hacer que arquidiócesis como la de Los Angeles publicaran a través de la misma Internet los nombres de los sacerdotes ofensores y tuvieran que aceptar explícitamente su culpa como encubridora de actos criminales.

En México, la situación se centró en lo ocurrido con el sacerdote mexicano Marcial Maciel, fundador y guía de los Legionarios de Cristo, organización católica fundada a mediados del siglo pasado y cuya labor se centra en la educación y en la evangelización de personas de altos ingresos. A mediados de la década de 1990, reportajes en la prensa escrita y en canales de televisión independientes develaron testimonios de personas que declaraban haber sido sujetas de abuso sexual por parte del sacerdote Maciel. Esto abrió paso a una historia de casi medio siglo de duración en la cual aparecerían investigaciones realizadas por el Vaticano décadas atrás con el fin de esclarecer denuncias sobre dichas conductas delictivas.

El desenlace de la historia (la renuncia de Marcial Maciel al liderazgo de su organización en 2005 y la ambigua sentencia emitida por el Vaticano este 2006) no se comprende sin la exposición del caso ante los medios, que si bien cobró en un inicio negativas consecuencias para los medios que emitieron la noticia (sobre todo cuando uno de los canales que transmitió los primeros testimonios: CNI 40, padeció un boicot publicitario por su acción noticiosa), el desgaste de su imagen pública se volvió crítica, sobre todo ante la torpe estrategia de comunicación de los Legionarios de Cristo para intentar desacreditar a quienes presentaron los testimonios y después para hacer pasar las investigaciones eclesiásticas como una suerte de conspiración contra sus ideas religiosas.

El fracaso de la defensa mediática de la postura de los Legionarios quedó patentente cuando, pese a las acusaciones y a la condena vaticana que ordenó el retiro de Marcial Maciel a la vida privada y al aislamiento, la congregación de marras lo interpretó más como una suerte de martirio hacia una persona inocente que como la aceptación de una culpa que, pese al lenguaje velado de la condena eclesial, su defensa es insostenible.

Y aunque en México el poder de dicha organización religiosa no padezca debido a su enraizamiento en ciertos sectores decisorios del poder económico y político, queda claro que la organización de los legionarios ha padecido un severo daño ante su fama pública, que le impedirá, por lo pronto, que Marcial Maciel sea sujeto de alguna forma de beatificación y mucho menos de santificación. Ahora la sospecha se mantiene sobre toda la organización que, pese a su talante hermético respecto de sí misma, queda claro que su fama pública se mantendrá bajo severa sospecha permanente.

Un código demoledor
Una novela cuya trama se basa en conspiraciones no parece novedosa. Tampoco que tengan como origen a la Iglesia Católica (en la literatura contemporánea, Umberto Eco escribió una obra fundamental en el género: El nombre de la rosa). Quizá lo que sorprende es que la novela El Código da Vinci, publicada por el norteamericano Dan Brown en 2003 causara una respuesta tan compleja e inesperada, sobre todo viniendo de una obra cuya calidad literaria es tan discutible.

Partiendo de la mezcla de tradiciones gnósticas surgidas durante la época del Medievo, la trama se encarga de urdir la historia de un secreto cuyo conocimiento desafiaría los fundamentos que sostienen a la Iglesia Católica (la existencia de un linaje biológic0 y realo de Cristo). La trama de aventuras no tendría nada de extraordinario, o algo que afectara la integridad de la Iglesia Católica, pero desafortunadamente su aparición se hizo coincidir justo cuando la curia católica combatía desde las armas del silencio y la desviación, docenas de acusaciones que le involucraban en abusos sexuales arriba descritos.

Enmedio de esta batalla por mantener el silencio, la trama de la novela se convirtió en un éxito de librería. Millones de ejemplares (aproximadamente 60 hasta mediados de este 2006) se vendieron en todo el mundo, las traducciones a 44 idiomas invariablemente se volvieron éxitos editoriales, lo que le abrió la puerta para ser adaptado en forma de una película estrenada este verano con relativo éxito, recaudando tan sólo en los Estados Unidos más de 200 millones de dólares hasta el momento.

Este no era, sin embargo, el primer producto audiovisual relevante que giraba alrededor de la simbología católica. Ya en 2004 una película titulada La Pasión de Cristo (dirigida por el actor Mel Gibson) se convirtió en un éxito instantáneo de taquilla, elevando cuestionamientos sobre el papel de la Iglesia Católica respecto de la sociedad judía, sobre todo a partir de veladas indicaciones del cineasta que sugerían un exceso de crueldad durante su proceso judicial. Y el estreno de la versión fílmica del Código Da Vinci este año no vino solo: un documental del canal de televisión restringida National Geographic titulado El Evangelio prohibido de Judas realizó un recuento de documentos hallados en Egipto y que atestiguarían un punto de vista de la vida de Cristo que por lo menos es altamente polémico: el punto de vista de Judas Iscariote como verdadero discípulo amado del Jesús.

La combinación de una película que aprovecha una coyuntura histórica no puede menos que tener una gran recepción. Desafortunadamente las consecuencias de esta combinación fortuita de fenómenos mediáticos representaron otro golpe para la Iglesia Católica: en púlpitos de todo el mundo, cientos de sacerdotes tuvieron que aplicarse a conducir homilías especiales para desmentir lo sostenido en documentales, películas y novelas. Irónicamente, el Vaticano nunca presentó una versión oficial sobre todos estos hechos y terminó por erosionar ante ciertos creyentes la confianza en su Iglesia.

Gotas contra la pared
Aparentemente, estos hechos no representan una amenaza concreta para la Iglesia Católica. Al fin y al cabo ha logrado sobrevivir ante polémicas mucho más encendidas y a enemigos mucho más potentes que los personificados por un novelista o algunas personas que acusan a sus ministros de encubrimiento de hechos delictivos. Sin embargo, en sociedades tan informadas como la nuestra, donde aquello que la Iglesia dice es sometido de manera sistemática al escrutinio del público a través de los medios de comunicación y de Internet, es preciso y necesario tener un punto de vista de la Iglesia Católica, sea cual sea ante eventos de esta índole cuya repercusión pública es mayor por tocar fibras emocionales sensibles.

El silencio que le ha ayudado a la organización a sobrevivir a invasiones bárbaras y cismas de toda índole, probablemente seguirá perdiendo terreno si no muestra atención a fenómenos culturales que aparentemente son banales pero que paradójicamente ejercen una influencia mayor que los grandes discursos del papado sobre temas como la experimentación con células madre o su postura ante el matrimonio homosexual.


Lic. Leonardo Peralta
Escritor, colaborador del Grupo Editorial Expansión México.

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