Por Leonardo
Peralta
Número
48
En
los últimos meses hemos prescenciado en
entornos tan distintos de la administración
de justicia como el estado mexicano de Nuevo
León y las autoridades de la ocupación
norteamericana en Iraq un involucramiento de
la televisión, no sólo como testigo,
sino como protagonista de procesos legales que
a todas luces, deberían mantenerse como
un coto cerrado a la intromisión mediática
(mientras dure el proceso legal) para asegurar
la imparcialidad de las entidades administradoras
de justicia, para mantener información
de índole delicada vedada y así
impidir la toma de resoluciones judiciales vulneradas
por corrientes de opinión pública
alentadas por los medios de comunicación.
Primer
acto: Slobodan Milosevic
Iniciado en julio de 2001; el juicio al ex presidente
yugoslvo Slobodan Milosevic fue el primero en
su tipo: conducido por una corte supranacional
(la International Criminal Tribunal for the Former
Yugoslavia) auspiciada por las Naciones Unidas
y ubicada en La Haya, puso a un jefe de estado
ante el banquillo de los acusados bajo cargos
de crímenes contra la humanidad, específicamente
por dirigir actos de genocidio contra la población
de las regiones de Kosovo, Croacia y Bosnia Herzegovina
entre 1992 y 1999. A lo largo del juicio (que
se extendió desde julio de 2001 hasta
febrero de 2006, cuando la muerte canceló
su proceso legal) Slovodan Milosevic compareció
ante el tribunal decenas de veces, comparecencias
que fueron registradas en video (a disposición
de los interesados en el sitio web <http://hague.bard.edu/video.html>)
y que cada día fueron retransmitidas a
través de las cadenas noticiosas de todo
el mundo
La actitud persistente
de Milosevic fue negar la legalidad del tribunal,
empleándo cada una de las comparecencias
como espacio de denuncia ante lo que opinaba
era una confabulación de los poderes occidentales
para destruir países comunistas como lo
que fue Yugoslavia y la Unión Soviética.
Denegando constantemente la autoridad del tribunal
para juzgarlo y colocándose frente a la
opinión pública como víctima,
más que como un ejecutor de masacres,
el tribunal se vio forzado a posponer su veredicto
indefinidamente; tanto ante las controversias
surgidas por el proceso legal ante Milosevic,
como por las animosidades fomentadas por lo que
consideraban una injusticia contra uno de sus
más fervientes defensores.
El registro
mediático de procesos legales de índole
relevante no es nuevo (los procesos de Nüremberg
seguidos contra los jerarcas nazis al final de
la Segunda Guerra Mundial fueron recreados en
cine dos décadas después, basados
en documentos preservados después de la
conclusión de los trabajos del tribunal),
pero en esta ocasión la transmisión
cotidiana de los juicios fue una acción
deliberada para ayudar al proceso legal, convencer
a la población de las regiones afectadas
por el ultranacionalismo serbio que la justicia
les estaba sirviendo y para darle al mundo la
base política para convencerse de la acción
de la justicia que justificó los bombardeos
contra Yugoslavia entre marzo y junio de 1999
para detener las masacres en Kosovo.
Sin embargo,
con el correr de los años en este juicio
quedaron de manifiesto efectos inesperados: la
falta de pruebas concluyentes que involucraran
a Milosevic, el persistente desconocimiento del
acusado hacia la jurisdicción de la corte
y su conducta agresiva frente a sus acusados
terminaron por crear un cuestionamiento (ciertamente
válido) de los mecanismos legales que
amparan la acción de dicho tribunal. Sólo
la muerte del caudillo (rodeado de un aura de
sospecha frente a la posibilidad de haber sido
víctima de un envenenamiento) pudo darle
final a lo que parecería un juicio sin
final y sobre todo, ante sectores de la opinión
pública europea francamente adversos a
lo que consideraban un circo mediático.
Segundo
acto: Saddam Hussein
El 14 de diciembre de 2003 el exdictador iraquí
Saddam Hussein fue capturado por fuerzas norteamericanas
en una localidad llamada Ad-Dawr en las cercanías
de la ciudad iraquí de Tikrit. Esta captura
condujo a la formación de un tribunal
especial denominado Iraqi Special Tribunal para
investigar los crímenes contra la humanidad
cometidos entre 1968 y 2003 (los años
de Saddam Hussein en el poder). Este tribunal
ha llevado ante el banquillo de los acusados
a 18 personas cercanas al círculo de poder
de Hussin y quienes habrían sido encargados
de llevar a cabo masacres contra la población
civil iraquí.
La primera sesión
pública del juicio contra el exdictador
iraquí se llevó a cabo el 19 de
octubre de 2005. Y así como ocurrió
con el juicio contra Milosevic, Saddam Hussein
inició negando la autoridad soberana del
tribunal que le juzgaba y descalificando a sus
jueces por estar bajo una autoridad conferida
por una potencia invasora. Esta conducta ha prevalecido
en todas las sesiones del tribunal, combinando
peroratas patrióticas con descalificaciones
hacia el tribunal que lo juzgaba, negativas a
comparecer ante el tribunal y desafortunadamente,
carencias por la parte acusadora de pruebas firmes
y contundentes que ligaran la responsabilidad
de Hussein en diversas masacres, especialmente
la ocurrida en el poblado de Dujail después
de un fallido atentado contra Hussein en 1982.
La trasmisión
de los juicios ha causado un fuerte impacto en
la sociedad iraquí, mostrando a su exdirigente
como una persona agresiva e irracional ante la
situación en la que se encontraba envuelto.
Por el otro lado, el juicio ha destapado la arbitrariedad
de las autoridades iraquíes al momento
de tratar con disidentes, exponiendo inmisericordes
torturas que el régimen deparaba para
sus conciudadanos si se colocaban del lado equivocado
del poder. Sin embargo, al día de hoy,
no ha sido posible encontrar pruebas fehacientes
de la culpabilidad de Saddam en los crímenes
bajo los que es juzgado, amén de que la
exposición del dictador ante las cámaras
le ha permitido protagonizar verdaderas farsas
donde arenga a la población a resistir
la invasión estadounidense.
Es imposible
saber si esta exposición mediática
es más benéfica que perjudicial,
pero lo cierto es que, ante la violencia que
permea toda la sociedad iraquí, las cosas
han terminado por desestabilizar al tribunal,
reemplazando a varios de los jueces (cuyas identidades
permanecen anónimas) y cobrando la vida
de parte del staff que participa en el caso por
atentados. Pero más allá de la
violencia, el actuar del tribunal ha quedado
en tela de juicio debido a su extraña
naturaleza como órgano de justicia apartado
del sistema legal iraquí, que opera al
margen de las leyes iraquíes y que existe
cobijado por las fuerzas militares norteamericanas
en Iraq, lo cual no ayuda a la credibilidad del
tribunal ni a las aspiraciones de fortalecer
por el justo castigo al dictador las estructuras
de poder de Iraq, un país que se debate
en los límites de la guerra civil.
Tercer
acto: Diego Santoy
A principios de marzo de 2006 la opinión
pública de Monterrey (y después
la del país entero) se estremeció
ante el asesinato de dos niños pequeños
y las lesiones causadas a una joven en un domicilio
de la colonia Cumbres en Monterrey. Con el paso
de los días se supo que el autor del crimen
había estado involucrado sentimentalmente
con la chica malherida (de nombre Erika Peña
Coss) y que el móvil de la agresión
tendría que ver con sentimientos de despecho
que presumiblemente habrían llevado al
joven Santoy a ejecutar el triple crimen.
En pocos días
la noticia pasó de los canales regionales
(ya que la madre de las víctimas labora
en un canal de televisión regional) a
los noticieros nacionales: primero como caso
que ejemplificaba la violencia en el país
y después la sorpresa ante la identidad
del principal sospechoso: un joven apuesto, aparentemente
sin vicios y de holgada posición económica.
Controversia que se mantiene aún hoy en
día mientras el juicio inicia en un centro
de detención del mexicano estado de Nuevo
León.
Sin embargo,
una buena parte de esta cobertura mediática
no hubiera sido posible de no ser por la solicitud
de las autoridades judiciales del estado, quienes
constantemente nutrieron a los medios con revelaciones
de la investigación previa realizada para
esclarecer el delito, además del acceso
a materiales como fotografías y videos
de la escena del crimen, facilitando dictámenes
psicológicos y de otros órdenes
criminalísticos. Inclusive las partes
involucradas en el juicio (las familias Peña
Coss y Santoy) han echado mano intensiva de los
medios de comunicación, ofreciendo entrevistas
“exclusivas” con los mismos protagonistas
de los hechos, apoyadas por las autoridades,
que han dado acceso a Diego Santoy a los medios
de comunicación desde dentro del centro
de detención ofreciendo entrevistas y
testimonios. Todo esto desde los primeros días
del caso criminal.
Los
medios como martillo
No es nueva la relación entre medios y
sistema judicial. Ya a finales del siglo XIX
Emile Zola escribió su sonoro J'Accuse
en la primera plana de un diario francés,
denunciando la injusta persecución judicial
contra Alfred Dreyfus. Sin embargo, el uso sistemático
de los medios de comunicación dentro de
los procesos judiciales no vio la luz sino hasta
que en la segunda mitad del siglo XX, la televisión
(y la tecnología del video portátil)
permitió revelar pruebas ante noticieros
y programas de denuncia.
Sin embargo,
la verdadera intromisión de los medios
de comunicación en los procesos legales
ocurrió a finales de la década
de 1970 cuando en los Estados Unidos comenzaron
a hacerse transmisiones en vivo desde las cortes.
Sin embargo el parteaguas vendría en 1995
cuando el juicio contra el ex futbolista OJ Simpson
por homicidio terminó en un veredicto
extremadamente controversial que puso a prueba
la resistencia del sistema judicial de los Estados
Unidos, sobre todo ante la participación
activa de los medios de comunicación como
tribunales alternos donde expertos contratados
por las televisoras darían sus comentarios
respecto del desempeño del juicio, en
ocasiones en tiempo real.
Aunque es loable
la intención de hacer que los juicios
se hagan del conocimiento público (en
aras de la transparencia comprensiblemente exigible
ante la justicia), sus consecuencias son imprevisibles,
especialmente ante el hecho de que en proceso
legales de alta sensibilidad (o cuyos veredictos
tienen complejas implicaciones legales y sociales),
la emisión de los juicios ha terminado
por crear entornos de hostilidad y encono que
no sólo no sirven a la justicia, sino
que la perjudican con excelentes intenciones
pero resultados alarmantes.
Lic.
Leonardo Peralta
Escritor,
colaborador del Grupo Editorial
Expansión México. |