Por Miguel
Angel Sánchez de Armas
Número
48
En
otro lugar he escrito que si la profesión
más antigua es la que ya sabemos, los
reporteros sin duda somos de la segunda, pues
alguien tuvo que echarse a cuestas la tarea de
propalar la buena nueva. En mi lejana juventud
de cantinas y otros centros culturales hoy caídos
en descrédito, uno de mis maestros me
hizo la más gráfica descripción
de esas mujeres: “¡Anónimas
señoritas guardianas de la paz pública!”
Quienes hablan
despectivamente de “las mujeres de la vida
fácil” o se mofan de su “vida
alegre” debieran pasar alguna madrugada
de invierno en las condiciones y con los peligros
que ellas enfrentan. Ya veríamos si no
cambian de opinión. Las mesalinas que
por necesidad o convicción han abrazado
ese oficio merecen respeto, no así los
proxenetas y cómplices que lucran con
el comercio carnal... de otras. Y respecto de
los operadores de las redes de prostitución
infantil, creo que se les debe aplicar la pena
de muerte sin ninguna consideración, pues
no hay delito más infame que la corrupción
de una criatura.
En todo el mundo
los sistemas legales son injusto con quienes
se dedican a ese oficio: castigan a quien se
prostituye y no a quien solicita. Y nadie puede
tirar la primera piedra. Un asesor del Presidente
de los Estados Unidos compartía secretos
de estado con su hetaria favorita en un motel
de Washington. Los primos se desgarraron las
vestiduras al descubrirlo y lo cesaron, pero
lo cierto es que política y comercio carnal
siempre han ido de la mano. Y no es juego de
palabras.
En el centro
de Cuautla hay una calle de “La intrépida
barragana” en homenaje a las señoras
que durante el sitio de la ciudad daban servicio
a las tropas realistas y de paso obtenían
noticias que después llevaban a los defensores
de la plaza... además de que se esmeraban
en dejar exhausto al invasor y así mermar
sus fuerzas para combatir.
Maximiliano
dispuso que se clasificaran en cuatro categorías
y fuesen fotografiadas. Las de primera eran blondas
y curvilíneas extranjeras y las de cuarta,
bueno las de cuarta ya se las podrá imaginar
el lector. Creo que de ahí viene la expresión
despectiva “[tal o cual cosa] de cuarta”.
Durante la dictadura,
el vicepresidente Ramón Corral olvidó
su cartera en un lupanar. Algún amigo
generoso se le llevó a don Porfirio y
en la siguiente audiencia el general la devolvió
al tiempo que advertía: “Ramoncito,
¡no vaya a ser que por perder esta cartera
vaya a perder la otra!” Al bueno de Madero
los espíritus le aconsejaron alejarse
de los burdeles y respetar a las mujeres.
Hubo un tiempo
en que la famosa Bandida hizo de sus establecimientos
en la Roma y la Condesa el centro de reunión
de la clase política, bajo la protección,
se decía, del presidente Calles. Y según
las mismas consejas, a mediados del siglo pasado
eran dos damas de la alta, una esposa de un Presidente
y la otra de su Secretario de Educación,
quienes controlaban las casa de mala nota en
la capital. Diego Rivera incluyó a una
mujer pública en su mural de Palacio Nacional.
En ciertas sociedades
la prostitución fue considerada como garantía
de la preservación de la familia. Y algunas
del oficio alcanzaron riqueza y poder a través
del matrimonio, como la emperatriz Teodora, quien
a partir de sus habilidades logró hacerse
esposa de Justiniano I. En la edad media la Iglesia
intentó rehabilitar a las prostitutas,
pero evitó enfrentarlas. Según
las enseñanzas de san Agustín,
la erradicación de la prostitución
haría surgir otras formas más radicales
de inmoralidad y perversión, ya que los
hombres seguirían buscando el contacto
sexual fuera del matrimonio.
En el antiguo
Oriente y en la India, los templos albergaban
a un gran número de prostitutas, a menudo
personas cultivadas, hábiles bailarinas,
cantantes, compositoras y poetas, y que, por
ironías de la vida, tenían un acceso
a las artes que se negaba a otras mujeres. En
estas sociedades se consideraba que la relación
sexual con ellas facilitaba la comunicación
con los dioses.
En la antigua
Grecia la prostitución floreció
en todos los niveles de la sociedad. Las prostitutas
del nivel inferior trabajaban en burdeles legales
y tenían que llevar una vestimenta especial
como símbolo de su profesión. Las
del nivel medio solían ser hábiles
bailarinas y cantantes. Las prostitutas del nivel
superior se reunían en salones con los
políticos y podían llegar a alcanzar
poder e influencia.
Y ni qué
decir de la literatura y las artes. De la Biblia
al cubismo, esas señoritas han sido personajes.
Así pues, no las juzguemos a la ligera.
Lic.
Miguel Angel Sánchez de Armas
Escritor
y periodista. |