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Por Miguel
Angel Sánchez de Armas
Número
54
Bien
dice Froylán Flores Cancela que los periodistas,
en particular los columnistas, somos en gran
medida responsables de la desorientación
de los auditorios. Encerrados en nuestro cubículo
o en la penumbra de la redacción, expedimos
con gran facilidad edictos de censura, certificados
de corrupción y sentencias de muerte civil
sin pensarlo dos veces. “Uno de los grandes
males del columnismo es la impunidad”,
sostuvo Manuel Buendía. Los otros son,
en enumeración no limitativa, la solemnidad,
la autocomplacencia, la arrogancia y, digo yo,
el onanismo grafocóquico.
Un escribidor
se siente tocado por las musas. Quizá
haya asestado varias puñaladas traperas
a la gramática y un par de zancadillas
a la prosodia, pero al topar con una frase particularmente
zahiriente, buscará pulirla y perfeccionarla
para que esplenda como perla negra en fondo rojo.
“El periodismo mexicano es propicio a la
calumnia y a la difamación”, dice
Aguilar Camín (Milenio, 17 de abril).
Despenalizar la calumnia y la difamación
aumentará la impunidad, sostuvo por su
parte Carlos Marín en una reciente emisión
de Tercer grado.
¿Cómo
se enfrenta esta enfermedad social? No hay una
respuesta fácil ni única. Parece
que los mecanismos legales se están afinando.
En años recientes hemos visto a un número
creciente de informadores en los tribunales para
rendir cuentas y aceptar la eventual responsabilidad
derivada del abuso de su ejercicio. Si un médico
incurre en la iatrogenia debe responder. Si un
abogado sustrae documentos de un expediente judicial,
debe responder. Si un ingeniero utiliza materiales
defectuosos, debe responder. ¿Y un periodista,
depositario de una delicada encomienda, está
exento de toda responsiva? La respuesta es un
rotundo no.
Con frecuencia
la soberbia nos ciega ante otra realidad de nuestra
profesión: la fama pública. Alguien
que ha sido llevado a los tribunales por cargos
de amenazas, daño en propiedad ajena y
presunta violación, lleva a cuestas una
mancha negra. Si además tiene una tribuna,
quienes le leen asocian esa fama a sus textos.
“Mira, ya le pegó a Fulano”.
“Sí. De seguro no le llegó
al precio”. Otro que desde las planas de
un diario señala con dedo flamígero
y sin pruebas a supuestos prevaricadores, posee
terrenos urbanos a nombre de su consorte, de
su hijo y de su novia cuyo valor no se corresponde
ni lejanamente con sus ingresos. “¿Ya
leíste la columna Zutana?” “Sí.
Tampoco le llegaron al precio”. Aquel que
alegremente atribuye relaciones ilícitas
a mujeres honorables, chantajea a funcionarios
públicos para obtener plazas bien pagadas
para sus hijos. “¿Ya leíste
a Perengano?” “Sí. Habla tan
bien del director que seguro ya le llegaron al
precio”.
Quizá
hayamos vivido demasiado tiempo inmersos en este
periodismo de doble moral como para salir del
marasmo sin medidas profundas y dolorosas. Y
una de ellas es tener el valor, como Froylán
Flores Cancela, de sacar nuestras fallas y limitaciones
al sol. En el periodismo la ropa sucia no se
debe lavar en casa.
Lic.
Miguel Angel Sánchez de Armas
Escritor
y periodista. |