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JUEGO DE OJOS

en el mes de albert, el gran profesor

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Por Miguel Ángel Sánchez de Armas

 

Albert Einstein fue el más notable hombre de ciencia del siglo XX y junio es el mes designado para recordar su obra. Recordémosla, pues. Ya que tan pocas figuras ejemplares tenemos actualmente a la vista, echar un vistazo a las del pasado nos puede dar esperanza. A lo largo de estas semanas en universidades y otros centros de estudio tienen lugar jornadas en su memoria.

Si Dios creó el Universo y Newton lo explicó, este modesto profesor lo ordenó. Utilizando sólo la fuerza de su mente, sin ayuda de los complejos y costosos aparatos científicos, los laboratorios, las supercomputadoras y los batallones de asistentes que hoy están a disposición de los investigadores en las universidades, pudo penetrar los enigmas del universo y explicarlos en un lenguaje llano e incluso encantador. Al pensar en este genial y afable físico que nunca perdió el sentido del humor ni se perdió a sí mismo en los laberintos de la –ugh- “importancia” o la solemnidad intelectual, no puedo evitar que me venga a la mente el epitafio que Alexander Pope escribió a la muerte de Isacc Newton:

Nature and nature’s laws lay hid in night;
God said ‘Let Newton be’ and all was light.
(La naturaleza y sus leyes yacían escondidas en la oscuridad;
dijo Dios ¡que Newton sea! y todo se iluminó.)

Einstein produjo sus primeros grandes trabajos cuando era empleado de la oficina de patentes en Berna, es decir, mientras era funcionario municipal menor. Entre ellos hay un documento de apenas tres cuartillas y tres pasos titulado ¿La inercia de un cuerpo depende de su contenido de energía? En él encontramos el antecedente inmediato de la que es sin duda la fórmula científica más conocida en el mundo (se cita aunque no se entienda): E=mc2, pero en el documento brillan por su ausencia las referencias eruditas y los latinajos que hoy son obligados en los papers científicos. Y por supuesto no está en formato APA. Fue recibido por la revista Anales de la física el 27 de septiembre de 1905. Einstein tenía 26 años de edad.

No obstante haber revolucionado la física, tuvieron que pasar cuatro años antes de que fuera aceptado como profesor en Zurich en 1909. Una vez que las puertas de la universidad le fueron abiertas, escribió a un amigo: “Así que ya soy también un miembro oficial de la cofradía de las hetairas”. ¿Sentido del humor, dolida ironía o tipología sociológica?

A los 36 años, Einstein había logrado una de las más dramáticas revisiones de la idea del universo en la historia humana. Su teoría general de la relatividad no sólo es una reinvención genial de conocimientos o el diseño de nuevas leyes, sino una nueva interpretación de la realidad. Como las ondas expansivas que siguen a una explosión de gran potencia, sus efectos rebasaron el territorio de la ciencia y se dejaron sentir en la literatura, en la pintura, en las artes y en la conducta de muchas generaciones.

Las anécdotas sobre Einstein llenarían un grueso volumen, aunque casi todas pertenecen al reino de la mitología. Cierto que fue un alumno problema con una feroz, casi patológica, resistencia a la autoridad, pero jamás lo reprobaron en matemáticas. Al contrario, antes de los 15 dominaba el cálculo integral y el diferencial. Sí dijo que la imaginación es más importante que los conocimientos. Y también es cierto que su profesor Jean Pernet lo reprobó en física.

Descortés, contestatario, indiscreto, brusco, grosero, indiferente y frío, como estudiante del politécnico en Zurich llegó a ser la bête noire del claustro académico. Como maestro era desordenado y disperso, poco estimulante, y tendía a aburrir a sus alumnos. Claro que años después estos rasgos dieron lugar a tiernas y sabrosas leyendas. Cosas de la fama. Los mismos estudiantes que no sabían cómo huir de sus clases, en la vida adulta se regodeaban en el prestigio de haber sido sus pupilos.

En su vida personal, era un hombre incapaz de establecer ligas afectivas profundas. Sus amigos varones conocían una faceta superficial de su personalidad. Con las mujeres se involucraba, siempre y cuando no sintiera amenazada su independencia. Con sus hijos, si bien afectuoso y responsable, tendía a ser lejano.

La compleja personalidad de Einstein es uno de los atributos de su genialidad. Mientras muchos de los grandes físicos de su tiempo reverenciaban la figura de Newton y sus teorías las tenían como palabra revelada, Albert no tenía empacho en cuestionarlas mediante razonamientos -en este contexto- casi heréticos. Su rechazo a todo autoritarismo le permitió incursionar en terrenos, digamos, “prohibidos” y así dar con nuevas soluciones para viejos problemas.

En la monumental biografía escrita por Walter Isaacson, Einstein. Su vida y su universo -libro minucioso, erudito y divertido-, el mortal común y corriente puede seguir los pasos de quien una vez se dijo fue “el pensador más original en la historia de la Humanidad”. A continuación unos extractos:

“Durante toda su vida, Einstein conservaría la intuición y el asombro de un niño […] ‘Las personas como nosotros no envejecen’ escribió a un amigo ya avanzada su vida. Nunca dejamos de asistir como niños curiosos al gran misterio en el que fuimos colocados’.

“La impertinencia de Einstein lo metió en problemas con Jean Pernet, el profesor del Instituto Politécnico a cargo de los ejercicios y experimentos de laboratorio. En la materia “Experimentos en física para principiantes”, Pernet le dio a Einstein un 1, la más baja calificación posible, ganándose así la distinción histórica de haber reprobado a Einstein en un curso de física.

“Creía que el requisito básico de la educación era la libertad intelectual […] Cerca del final de su vida, el Departamento de Educación de Nueva York le preguntó en qué materias se debían empeñar las escuelas. ‘En la enseñanza de la historia’, respondió. ‘Deben organizarse amplias discusiones sobre la obra de personajes que beneficiaron a la humanidad gracias a su independencia de carácter y de juicio’. […] ‘Es importante promover el individualismo’ dijo. ‘Pues sólo los individuos producen ideas nuevas’. ‘La obediencia ciega a la autoridad es la principal enemiga de la verdad’. […] ‘Una carrera académica que obliga a producir gran cantidad de escritos científicos genera el peligro de la superficialidad intelectual’.

“Su éxito fue consecuencia de su capacidad para poner en tela de juicio ‘lo sabido’, de su constante reto a la autoridad y de su capacidad de asombro ante misterios que nada decían a otros”.

Todos podemos encontrar inspiración en la vida de este hombre, que además fue un incansable pacifista. En lo personal no deja de maravillarme cómo abordó el inquietante enigma de los límites del Universo y explicó, con la brillante y sencilla metáfora de los hombres bidimensionales en su mundo bidimensional, la curvatura del espacio. No es que hoy duerma más tranquilo por ello, pero al menos ya puedo ver las estrellas sin esa sensación de vacío que parecía arrancarme el corazón.



Miguel Ángel Sanchez de Armas
Profesor - investigador en el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP Puebla.


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