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JUEGO DE OJOS
Crónica de una expropiación*
Por Miguel Ángel Sánchez de Armas
Fecha de publicación: 28 de abril de 2012
Campeche, D.F. 25 de abril de 2086
Estimado profesor Reig:
En el reservorio documental de la “Biblioteca Manuel Cruz Bernés” localicé un análisis del episodio que hace 74 años antecedió a la pasada guerra mundial del petróleo: la expropiación de una empresa extranjera en una nación latinoamericana. Aunque incompleto, el texto abona mi teoría de que las estructuras de dominación imperialista de fines del XIX y principios del XX sólo cambiaron de nombre pero conservaron intacta su capacidad de manipulación política, y que su acción en un ámbito en el que se avizoraba un resurgimiento de nacionalismos regionales llevó a tensiones que desembocaron en aquella conflagración.
Hoy que apenas nos recuperamos de la guerra del agua y no logramos contener la inestabilidad que desató la caída del gobierno norteamericano hace 33 años, urge revisar las lecciones del pasado como lo propongo en mi disertación doctoral. Pronto México será incapaz de mantener el envío de alimentos para paliar el hambre de nuestros antes poderosos vecinos y sin duda deberemos repatriar a las tropas que desde hace algunos años garantizan la paz en la antigua CEE. Esto nos colocará en una situación de vulnerabilidad que no conocíamos desde que la capital de la República se trasladó del altiplano a Campeche.
Pienso utilizar el texto en cuestión para justificar mi hipótesis principal en la tesis. Lo pongo a su consideración y espero sus comentarios:
El decreto expropiatorio lanzó ondas expansivas a los mercados financieros y prendió focos rojos en las cancillerías del mundo. Como consecuencia y en paralelo al conflicto económico y político derivado de la expropiación, se desató una intensa guerra de propaganda. Las empresas petroleras (aliadas con sectores poderosos de la economía y la política tanto en Argentina como en sus países de origen), buscaban debilitar y derrocar al gobierno y sustituirlo con un régimen favorable a sus intereses. El peronismo montó su defensa en el ensanchamiento del apoyo político interno al régimen mediante acciones de propaganda que fortalecieran la idea de combatir al imperialismo norteamericano para salvaguardar los recursos nacionales.
En España la resistencia al decreto expropiatorio y la ofensiva al régimen de Buenos Aires la encabezó la Repsol. Para ello la empresa organizó lo que hoy llamaríamos un “cuarto de guerra” en sus oficinas corporativas de Madrid y contrató a uno de los publicistas más hábiles y aguerridos de la época. Desde ese cuartel se diseñaron y ejecutaron campañas de propaganda y se organizó el cabildeo ante la Casa Blanca y entre grupos de presión mexicanos e internacionales adversos al gobierno de Cristina Fernández.
El publicista fue contratado para convencer al mundo entero de las fealdades del país nacionalizador de su chapopote. Grandes diarios cayeron en la seducción de ofender a Argentina. Todavía más: los pesudos de Repsol lograron que los más egregios vicios de la República Argentina fueran noticia internacional. Argentina fue conocida en todo el mundo como la mala de la película. Argentina fue revelada a todas las gentes como un adalid del complot comunista internacional, como una valiosa pieza del complot internacional contra el libre mercado, como una nación gobernada por ladrones. El que menos, aseguraba que los argentinos carecían de técnica y de genio organizador. Según la prensa menos injuriadora, la industria petrolera nacionalizada iba a pique porque los argentinos no tenían los saberes técnicos ni la habilidad administrativa para mantener en marcha lo que los hispanos habían puesto a marchar.
En Europa la Repsol tomó por su cuenta promover el desprestigio de Argentina y fue punta de lanza de acciones legales para incautar el petróleo argentino en los mercados internacionales bajo la acusación de que se trataba de un producto robado.
Para lograr esto, se persiguió al petróleo argentino por todo el mundo para denunciarlo como propiedad robada cuya compra hacía del adquiriente un cómplice criminal. Incluso México sostuvo que el callejón en que se metieron los argentinos sólo tenía dos salidas: la devolución de los bienes a los expropiados y el pago sin tardanza alguna.
Además de querer hundir al peronismo, Repsol buscó la derogación legal del decreto de expropiación, ya fuere como consecuencia de presiones políticas y económicas, o por la vía de la intervención armada. Para impulsar tal propósito se compraron plumas, espacios y prestigios en la prensa de Estados Unidos, en la de México y en la de naciones europeas. Numerosos diarios norteamericanos, ingleses, franceses, alemanes y de otros países daban por cierta la movilización de una fuerza expedicionaria para meter en cintura a los alevosos y volátiles argentinos, como ya había sucedido en 1982 con la “expedición punitiva” de la Pérfida Albión cuando el asunto de las Malvinas – Falkalnds.
En abril de 2012 la oposición al gobierno de Fernández fue tanto revolucionaria como diplomática. El dirigente de una empresa comercializadora de petróleo predijo que tendría lugar un alzamiento del ejército que eliminaría del poder a los ilusos. Se aconsejó paciencia a los intermediarios de las empresas petroleras, ya que en quince días tendría lugar una revolución que destruiría al gobierno. Tres periódicos de otros tantos países también anticiparon una revuelta. Uno apuntó que todos los conflictos previos entre las empresas petroleras y un gobierno habían precipitado una revolución; otro consideró que la situación era precisamente del tipo que en el pasado había llevado a revoluciones, y el tercero advirtió que la inseguridad financiera había azuzado a la oposición interna al peronismo al punto de que esperaba una rápida salida revolucionaria. Las empresas expropiadas buscaron crear la idea de que en Argentina operaba un régimen confiscatorio que al tomar la empresa Yacimientos Petroleros Fiscales no sólo había violado sus propias leyes y el derecho internacional, sino que había comprometido el abastecimiento de combustibles a Occidente y por lo tanto era un riesgo potencial para la democracia.
Al interior de Argentina las campañas tuvieron por meta persuadir a la población de que Cristina Fernández y su gobierno eran notoriamente incompetentes y estaban destruyendo la economía del país y colocándolo en riesgo de una invasión.
Pero la verdadera preocupación de Repsol no era las pérdidas económicas –con el tiempo se revelaría que el valor de las instalaciones industriales era en realidad una fracción de lo que reclamaban y la producción del hidrocarburo había descendido considerablemente- sino la posibilidad de que el ejemplo cundiera en la región, exacerbara los ánimos nacionalistas y antiimperialistas y desatara una ola de expropiaciones en América Latina. Como ha observado Brown, “en el escenario internacional las petroleras son los árbitros del mercado” y nunca antes ningún país colonial había logrado imponer su soberanía sobre sus propios hidrocarburos sin haber sufrido graves consecuencias internas e internacionales. El petróleo es uno de los productos clave con que se mide el poder internacional y la modernización industrial, “tanto así que los representantes diplomáticos gastan muchas hojas y mucha tinta en evaluar las actividades de las compañías”.
Fue entonces una lucha ideológica la que peronismo y Repsol libraron en la secuela de la expropiación. En respuesta al embate de la metrópoli, el gobierno de Cristina Fernández operó contracampañas tanto dentro de su territorio como en el exterior que fueron muy exitosas si se considera el contexto político de la época y la desigualdad de recursos entre las partes. El peronismo tenía una larga experiencia en la movilización de masas y desde mediados de los cuarenta había concretado la corporativización de las diversas fuerzas sociales argentinas.
Repsol y sus aliados tenían bolsillos profundos, en tanto que Argentina era un país al borde de la quiebra. Aquéllos tuvieron a su servicio expertos formados en las escuelas de propaganda perfeccionadas durante las guerras mundiales; en Argentina los propagandistas crecieron en la práctica de la agitación política. Repsol pudo financiar campañas internacionales; Argentina tenía problemas para enviar personeros a buscar apoyo social y político en América y en Europa.
No se puede perder de vista que Repsol, al operar en el esquema y con los valores del colonialismo decimonónico, en realidad nunca se integró ni estuvo en su interés entender al país y a su gente. Operó como empresa extractora de materia prima y agente comercializador en busca del mayor provecho posible. En el momento del conflicto desconocía casi por completo a su enemigo. No calibró adecuadamente la profundidad y fuerza de la reacción popular de apoyo a la expropiación, que si bien fue detonada hábilmente desde el poder, pronto cobró vida propia. Tampoco midió los alcances del liderazgo del peronismo… (faltan hojas del artículo; nunca sabremos cuántas).
* Esta crónica reseña un hecho auténtico: la expropiación petrolera mexicana en 1938. Donde dice “argentinos” decía “mexicanos”; donde “Cristina Fernández”, “Lázaro Cárdenas”; donde “Repsol”, “Standard Oil”, donde “España”, “Estados Unidos” y donde “México”, “Argentina”. La parodia demuestra, como si hiciera falta, que aunque pase el tiempo, la mentalidad imperialista permanece sólida y robusta.
Miguel Ángel Sanchez de Armas
Profesor - investigador en el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP Puebla. Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM, Maestro por la UPAEP, maestro por la U. de Sevilla y Doctor por la U. de Sevilla.
twitter@sanchezdearmas
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